Foro de la cineteca
Ana. Sin título
etratos de mujeres artistas en tiempos de dictadura. A partir de la exposición de pintura Mujeres radicales: arte latinoamericano 1960-1985, celebrada en Sao Paulo en 2018, la realizadora brasileña Lúcia Murat ( Qué bueno verte viva, 1989; Plaza París, 2017), y su guionista Tatiana Salem Levy, deciden emprender un viaje por varios países de América Latina en busca de las huellas de fotógrafas y pintoras que ejercieron su trabajo bajo la sombra y presión de un poder autoritario. El tema es preocupación constante de la directora ex guerrillera, quien padeció en carne propia la prisión y la tortura bajo la dictadura en Brasil en los años setenta. En esta ocasión, Ana. Sin título (2020), su largometraje más reciente, es una mezcla de ficción y documental que combina la denuncia social y la exploración artística con una clara perspectiva de género, algo cada vez más frecuente en el cine político latinoamericano. El punto de partida en este filme inspirado en la obra teatral Hay más futuro que pasado, es la búsqueda del personaje emblemático de Ana (Roberta Estrela D’Alva), artista brasileña afrodescendiente quien en el Chile de Pinochet es apresada y obligada a torturar en el mismo campo de detención a su pareja sentimental femenina.
En el carnet de viaje que propone Lúcia Murat, suerte de exorcismo de fantasmas del pasado y reivindicación de una memoria combativa, destacan las artistas plásticas Antonia Eiriz, de Cuba, y Luz Donoso, de Chile; también la cineasta argentina María Luisa Bemberg y la fotógrafa anarquista húngara, exiliada en México, Katy Horna. Pero de estas personalidades sólo tendremos trazos muy breves, pues la atención de la cineasta se concentra con mayor solidez y fortuna en la descripción del horror detrás de estrategias represivas como el plan de exterminio de la disidencia de izquierda conocido como operación Cóndor en el que participaron varias dictaduras del Cono Sur en los años setenta. En el estadio nacional de Santiago de Chile, virtual campo de concentración para veinte mil prisioneros, se confundieron nacionalidades diversas y artistas y ciudadanos de todas las edades. La ambición de la directora por abarcar experiencias de persecución y cautiverio, que van desde la masacre de Tlatelolco en México 1968 hasta los asesinatos militares en Argentina y los reclamos de las madres de la plaza de mayo en Buenos Aires, sólo permite un rápido sobrevuelo sobre esas experiencias y heridas de la historia todavía muy álgidas. En ese recuento de infamias, resulta particularmente pertinente la manera en que el señalamiento de los excesos de la ultraderecha militar llega a coincidir con la crítica a una izquierda institucional cubana pronta a rechazar la pintura expresionista de Antonia Eriz por considerarla ajena o muy opuesta a los intereses culturales de la revolución en marcha. La presencia de la directora en Ana. Sin título es discreta, jamás intrusiva, casi tutelar. Se diría que, de un modo indirecto, alusivo, su propio pasado de militante sobreviviente se ha vuelto la materia real y más elocuente de este trabajo tan íntimo y a la vez coral.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional. 13:00 y 18:00 horas.
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