La segunda mitad
ay datos de naturaleza y origen diverso sobre el impacto económico de la pandemia y cómo, progresivamente, se recupera la actividad económica. El proceso aún es incompleto: en cantidad y calidad. La cuestión es si la política económica y el gasto agregado, en consumo e inversión, de los sectores público y privado, empujarán el crecimiento más allá del rebote de este año, luego de la profunda caída de 2020.
No hay que confundir la disponibilidad de datos e información variada con la existencia de un diagnóstico verificable, sólido, eficaz y compartible de la situación económica y social del país. Lo que hay son retazos de evidencias, argumentos inconexos, diversidad de opiniones y de puntos de vista. Pocos consensos. La Secretaría de Hacienda ha cuidado el gasto público en un esquema de distribución de recursos, principalmente asignaciones de apoyo social y proyectos de inversión, que constituyen el eje central de la estrategia oficial.
La promoción de la actividad económica es materia de Hacienda, por el ejercicio de la política fiscal. En la parte monetaria está el banco central, encargado de mantener el valor de la moneda y la estabilidad financiera. Por eso los recientes cambios en esas dos entidades son relevantes para definir e implementar la recuperación en la segunda mitad del sexenio. La forma y contenido que adopte son claves para acercarse a las previsiones de crecimiento fijadas a principios del sexenio y asentar el cambio que se promueve.
Una cosa es la consideración general de la tasa de crecimiento anual –el producto interno bruto (PIB)–, y otra muy distinta, es su composición en términos de qué y cómo se produce; su localización territorial; los empleos –en número y características– que crean y del ingreso que se genera. Esto, claro, se expresa en términos sociales. Una política de redistribución orientada específicamente al abatimiento de la desigualdad social, tiene que considerar estos elementos para sustentarse y, luego, reproducirse. Este es un componente pragmático insalvable.
La manera en que se ha concebido la singularidad material del crecimiento ha sustentado el carácter de la política fiscal y la vinculación con la parte monetaria y financiera. A dicha concepción ha seguido una centralización de las acciones en Hacienda y sus órganos vecinos más cercanos y lleva ahora al tercer cambio de secretario.
Aún no se sabe lo que se propone hacer el próximo secretario, aunque sí las líneas a seguir. Las cuestiones macroeconómicas son un campo definitorio de la dependencia. Buena parte de esa materia se expresa en la formulación del presupuesto y pronto deberá presentar el de 2022. Toda la constelación de recursos que entran por un lado y salen por otro con destinos específicos del gasto se asientan finalmente en actividades concretas: negocios de todas clases, tamaño y complejidad; construcciones y edificaciones de muy distintos tipos y funciones; modalidades muy diversas de financiamiento; multiplicidad de servicios privados y públicos (incluidos la salud y educación y vivienda), etcétera. Detrás de todo eso hay personas y no es irrelevante destacarlo aun de manera tan llana. El protagonismo hacendario no se ha apoyado en otras dependencias que deberían abocarse específicamente a la promoción de la actividad económica. La Secretaría de Economía es de una discreción puritana, la banca pública especializada da de tumbos. Promover no equivale a establecer regulaciones y atender trámites; eso es burocracia.
La expresión de los asuntos fiscales y monetarios y las decisiones políticas y técnicas que entrañan, no representa una agregación simple de condiciones particulares. La desagregación de las actividades y sus agentes es una exigencia para el análisis y la acción (esto sería el nivel microeconómico).
Las decisiones de inversión se manifiestan en actividades concretas y su promoción involucra a segmentos diversos de la sociedad que requieren de atención especial, sobre todo en un contexto de lento crecimiento de largo plazo como el que ocurre en el país ya por décadas. Invierten los grandes empresarios y los grandes capitales, obviamente. Pero lo hacen también los que tienen empresas y negocios, desde grandes a micro; ahí se genera la mayor parte de la ocupación en todo el país, formal e informal. La atención de este enorme y diverso segmento es crucial en esta sociedad. Es la base que la configura y sostiene. Como lo es también la población que ejerce una profesión y está más calificada. La gente tiene aspiraciones y quiere progresar, esa es una actitud legítima; trabaja endemoniadamente para conseguirlo.
La crisis de la pandemia mermó significativamente al mercado laboral y replanteó en buena medida el trabajo por cuenta propia. Hay más informalidad y más precariedad y la gente no puede dejar de trabajar. Ahí está una de las variadas claves para enfrentar la desigualdad.
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