Pedro A. Aguirre: “La apuesta de Biden es que el Estado reactive la economía”
Biden quiere recuperar la alianza atlántica de la OTAN, y restaurar la economía de Estados Unidos pensando en el siglo XXI, aunque ello implique riesgos como mayor inflación y déficit fiscal.
- Análisis
Pedro Arturo Aguirre, escritor y analista de asuntos internacionales, estima que el gobierno de Joe Biden busca —entre sus principales objetivos— sentar las bases para recuperar la economía de Estados Unidos, golpeada, como todo el mundo, por la pandemia del Covid-19, y reconstruir la alianza atlántica ante los nuevos retos que implica China, la potencia rusa y una Europa herida y debilitada por el Brexit.
En esta nueva entrega, Aguirre llama la atención de que Washington pretende ser coherente en su política exterior y enviar el mensaje de que Occidente está de vuelta.
— ¿Cuál es su evaluación sobre los primeros meses de la administración de Joe Biden?
—Biden tiene la oportunidad de sacar adelante su muy ambicioso programa de gobierno. Mucha gente pensó que se trataba de un presidente de transición, con la principal tarea de deshacerse de Trump, pero no ha sido así. Ha tenido un inicio importante con los apoyos a la gente en el contexto de la pandemia del Covid-19 y tratando de recuperar la economía. Para algunos observadores la recuperación ha sido más lenta de lo que se esperaba, cuando para otros, va a buen ritmo.
Es un presidente con una agenda ambiciosa. Básicamente lo que proyecta es el ‘regreso’ del gobierno. Por mucho tiempo, el big government fue un anatema. Con la revolución neoliberal, desde la época de Reagan, lo que se puso de moda era hacer más pequeño el gobierno. Con disciplina fiscal, no gastar más de lo que se tiene, ni endeudar al país. Ahora lo que Biden busca es recuperar la economía con una participación estatal no vista desde hace tiempo. Y con algunas ideas muy osadas, en el sentido, por ejemplo, de perdonar la deuda o parte de ella, a los universitarios. Esto impulsaría también a la educación superior.
—¿Se trata de una política de corte keynesiano?
—Sí, tiene todos los rasgos keynesianos. Obviamente, los economistas neoliberales ortodoxos dicen que con esto provocarán deuda, déficit fiscal, más dinero circulante y, por tanto, inflación. Es una opción política, la de Biden, muy distinta a lo que hemos visto. No es un presidente de transición, es un hombre con ambiciones para su país.
Otro aspecto importante es que se trata de un mandatario que busca ser menos polarizante. Aquí no tenemos los tuits, los caprichos, enojos y locuras de Trump. Procura ser menos confrontacionista. Es un político sin el odio y encono que producía Hillary Clinton o el mismo Obama. Un hombre con un perfil más amable.
La apuesta de Biden es que el Estado reactive la economía.
Entre los republicanos prevalece aún el frente trumpista. La mayor parte de ese partido le sigue rindiendo pleitesía a Trump. Aparentemente el trumpismo sigue teniendo el dominio del partido. El magnate ha vuelto a la actividad, aunque no con la intensidad que muchos preveían. El punto es que el partido republicano sigue muy radicalizado, agresivo y muy trumpeano.
El encono se ha dirigido hacia Kamala Harris, conocida por ciertos rumbos como “Presidente Kabala”. Una de las formas en que los republicanos y los comentaristas de Fox News buscan denigrar a la vicepresidenta es equivocándose cuando mencionan su nombre.
—¿Significa que no es por descuido?
—No. Es claramente intencional. Hay un elemento racista. Señalan: “Esta señora no es norteamericana”; “¿se llama Karala o Kabala?” Es la forma como los comentaristas de derecha, con un perfil muy racista, se equivocan al mencionar el nombre de la vicepresidenta. Como que se les olvida, pero lo hacen con maldad. Es un recurso de la extrema derecha.
—¿Cómo van las indagatorias sobre el asalto al Congreso?
—A muchos analistas les ha llamado la atención por qué no se está siguiendo una investigación, un juicio o un comité que indague a fondo las arbitrariedades de Trump. Se intentó investigar lo que ocurrió el 6 de enero en el Congreso, pero los republicanos no lo dejaron pasar. Se ha difundido que en el gobierno de Trump se ordenó a la fiscalía investigar diversas personalidades incluyendo a líderes de los partidos, lo cual es grave porque es utilizar recursos públicos para fines personales del presidente. Buena parte de eso provocó el escándalo de Watergate.
Hay muchas similitudes entre la política de Nixon y Trump, tal como el uso de los aparatos del Estado para fastidiar a opositores. Los recursos eran distintos. En el primero, utilizaban un equipo de truhanes que se llamaban “los fontaneros”. Y, en el segundo, le encargaban al fiscal que lo hiciera.
Aunque aparentemente no hay ninguna investigación, el hecho es que Trump sigue muy presente, su movimiento es todavía muy fuerte y es un candidato natural para 2024.
—¿Habrá tocado fondo el impacto de la pandemia en la economía norteamericana?
—No sabemos. Aparentemente sí, mas no se descarta un repunte extraño. Si las cosas siguen como están, si la vacunación resuelve el problema, si ya no hay más contagios, lo que se asoma en el horizonte es la recuperación. Pero no hay que descartar un rebrote de la pandemia o un problema similar.
—En medio de estas previsiones, la realidad es que China emerge como una gran potencia.
—Estados Unidos tiene muy claro que el reto en el futuro es China. Una de las razones por las que Pekín está asumiendo el liderazgo mundial es porque la Unión Americana está rezagada en varios aspectos. Uno de ellos es en infraestructura. No solo referida a puentes y aeropuertos, sino también en nuevas tecnologías, inteligencia artificial y la transición energética. Biden está apostando por la transición de los automóviles de gasolina a electricidad.
A Estados Unidos le preocupa la gran influencia de China en los cinco continentes; con su famoso programa de la nueva Ruta de la Seda está aumentando su presencia en Pakistán, Bangladesh, Sri Lanka, Egipto. Países que están recibiendo préstamos blandos, pero condicionados.
La alianza sino-rusa tiene sus bemoles. A Rusia le conviene la alianza con el régimen de Xi Jinping para no quedarse aislada frente a Occidente; sin embargo, por otro lado, China es una gran potencia que puede devorar a los países del centro de Asia y a la Rusia misma, en un momento dado.
En la gran rivalidad económica, que también tiende a tomar visos de militar, por la carrera armamentista y el desarrollo de nuevas tecnologías entre China y Rusia, Estados Unidos no se quiere quedar atrás.
Estados Unidos debe priorizar el soft power, la idea desarrollada por Joseph Nye, del poder blando, que no implica necesariamente influencia militar y económica, sino de tipo cultural. En este momento ese poder se manifiesta por las vacunas. China y Rusia empezaron a decir que tenían vacunas para todo el mundo porque vieron que era una forma de aumentar su soft power, traducido en más influencia y prestigio. Por eso Estados Unidos respondió que donará millones de vacunas vía el mecanismo Covax de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
En Joe Biden hay la conciencia de recuperar el liderazgo mundial de Estados Unidos, de enfrentar los retos que implican China y Rusia, en diversos renglones; con una Europa herida y debilitada por el Brexit; sin embargo, persiste la desconfianza de lo que pasará en el futuro: sigue habiendo una sociedad polarizada. ¿Bolverá en poco tiempo el nacionalismo, el american first? ¿Qué pasará?
Biden quiere recuperar la alianza atlántica —tiene la idea de cómo hacerlo y no ha abandonado la iniciativa de pedirle más apoyo a la OTAN, reto que venían desde antes de Trump— y restaurar la economía de Estados Unidos pensando en el siglo XXI, aunque ello implique riesgos como mayor inflación y déficit fiscal.
—¿Parece que se empiezan a trazar las bases de una nueva geopolítica?
—Efectivamente. Hay una nueva geopolítica, aunque curiosamente con nuevos adversarios y viejas alianzas, antiguas formas de hacer política que también pueden ser útiles ahora. En concreto, me refiero al G7, que había tenido mucho sentido al término de la Guerra Fría y que con la aparición de los BRICS y el G20, parecía condenado a muerte; pero no, porque allí están las potencias que tienen como vínculo la defensa de valores comunes de la democracia y derechos humanos, además de la economía.
—En este marco, ¿Rusia también es un actor importante?
—Rusia es el niño rebelde internacional que le arrancó territorio a Ucrania en contra del derecho internacional —lo cual no lo puede permitir el mundo civilizado—, que mata o manda a encarcelar a los adversarios, donde Vladimir Putin se ha convertido en un dictador impresentable, con una oligarquía enquistada y muy corrupta.
El tema es muy complicado. Por ejemplo, Europa depende mucho de Rusia en materia de hidrocarburos y cuando se dio el asunto de Bielorrusia, con Lukashenko, le aplicaron sanciones, le sacaron la lengua y nada más. Mientras, Estados Unidos tiene que asumir una actitud al menos retórica, confrontacionista, de rechazo a lo que hace Putin. No pueden aceptar que arrebate territorios de una nación independiente y miembro de Naciones Unidas. Las sanciones económicas impuestas a Rusia le han hecho mucho daño a su economía, aunque no lo suficiente para convencer a Putin de volver al redil. Se entiende que no será así. Pero debe haber un grado retórico, de confrontación, de coordinación, por eso es importante no solo el G7, también resucitar a la OTAN y darle a entender al mundo que sigue habiendo valores en Occidente que defienden la democracia y los derechos humanos.
Biden se ha propuesto corregir la política esquizofrénica de Trump de patear a sus aliados, por un lado, y alabar a sus adversarios como Kim Jong-un y Putin, por otro.
El mandatario norteamericano busca ser coherente en su política exterior. Tener un frente común, por lo menos, en el grado retórico o emblemático, de que Occidente está de vuelta. De que sus valores siguen vigentes y serán defendidos en una coalición.
—¿Estados Unidos sigue presente en Medio Oriente?
—La posición de Estados Unidos hacia Medio Oriente es ambivalente. No da una idea sobre una estrategia sólida de qué hacer con el conflicto árabe-israelí y, en general, ante las disputas en la zona. Salvo en el caso de Arabia Saudita donde sí se siente la mano de alguien que está orientando al príncipe Mohammed Bin Salmán para corregir muchos de sus errores. Y es lo positivo que se puede señalar de la política exterior de Biden.
—¿Cómo ve la postura de Estados Unidos hacia América Latina y el Caribe?
—Me parece que reconstruir las relaciones con América Latina para Estados Unidos debe ser prioritario, sobre todo si de lo que se trata es de reconstituir Occidente y contrarrestar la presencia China.
China ya tiene presencia en América Latina. Está en Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, en México.
Para muchos observadores, con el fin de la Guerra Fría, Estados Unidos se empezó a distender y una de las regiones que descuidó fue su patio trasero. Es necesario retomar esa relación. Pero falta una estrategia imaginativa —de poder blando, realismo político y nueva diplomacia— que no se ve clara.
No obstante, hay síntomas de una relación complicada entre América Latina y Estados Unidos en temas energéticos, tráfico de drogas y migración.
El tema migratorio es una de las banderas del frente republicano y lo usarán cada vez que pueda. Aquí el asunto es que Biden había ofrecido durante la campaña electoral una nueva actitud ante la migración, pero la verdad es que no ha existido. Siguen expulsando migrantes con el mismo ritmo. El mensaje de Kamala Harris en su visita a Guatemala y México fue: “ya no vayan para allá, quédense en su país”. Es la misma postura de Obama y de Trump. Y después de vislumbrar algún tipo de amnistía, la frontera se mantendrá cerrada porque, de lo contrario, le ‘regalarían’ el discurso a la oposición. El discurso de Trump es básicamente anti migratorio. No veo entonces un cambio de fondo. Hay continuidad. Las deportaciones siguen. Es un tema políticamente muy explosivo.
Además, no sé hasta qué punto la cuestión del tráfico de drogas pueda volver a la agenda. Se advierten señales de que podría regresar con gran fuerza. Eso puede contaminar la relación de México con sus vecinos del norte. Hay percepciones de que el gobierno mexicano no está actuando de modo eficiente en este renglón. Por ejemplo, será cierto o no, que la tercera parte del territorio mexicano está controlado por el narcotráfico, pero que lo diga el Departamento de Estado es grave. Es la visión que prevalece en Estados Unidos o es el mensaje que quieren enviar sobre un asunto que puede generar discordias.
Otro tema que puede provocar diferendos es el energético. Hay muchas quejas de que se están violando los términos del T-MEC, de que no hay garantías para la inversión. Todo esto puede generar tensiones.
—¿Qué le dice la nominación de Ken Salazar como nuevo embajador de Estados Unidos en México?
—Salazar es un peso pesado, fuerte, duro. Con experiencia en Washington. Me llama la atención porque significa que México es importante para Estados Unidos y que le prestarán mucha atención. Por ello preveo que hay temas en los que empezarán a apretar, como el tráfico de drogas.
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Pedro Arturo Aguirre (Ciudad de México, 1963), es académico, consultor y periodista. Ha publicado “La Unión Europea: Evolución y Perspectivas”; “Ocho en la Cumbre”; “Historia Mundial de la Megalomanía: desmesuras, desvaríos y fantasías del culto a la personalidad en la política”; “De Winston Churchill a Donald Trump. Auge y decadencia de las elecciones”; “Bad Hombres: megalomanía y política en el siglo XXI”, entre otros libros. Colabora en la revista etcétera y en el periódico ContraRéplica. Su obra más reciente, “El Protocolo Malatesta”, novela histórica, circula bajo el sello de Innisfree (Madrid, diciembre de 2020).
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