Los de abajo
Reivindicaciones feministas
as diversas movilizaciones de mujeres en diferentes ciudades del país dejaron claro que el movimiento contra las violencias machistas no es naranja ni institucional, sino rebelde, verde y morado, o negro, por el luto de las madres que han perdido a sus hijas víctimas de feminicidio y continúan luchando contra la impunidad que prevalece en cada caso. El gobierno no puede ser juez y parte ni en este ni en otros temas. Reconocer la diferencia entre homicidio y feminicidio sería apenas un comienzo, pero ni eso.
En esta misma semana, de manera paralela a las reivindicaciones feministas, los y las indígenas nahuas que se oponen al Proyecto Integral Morelos (PIM), vieron como se termina de imponer con el uso de la Guardia Nacional como escudo. Qué democracia estamos viviendo, se preguntan, si el gobierno federal tienen que llegar de madrugada y con personal militar para terminar una obra que no cuenta con la aprobación de los ejidatarios.
Coinciden también diversos grupos de mujeres e indígenas, en no sentirse representadas por políticas públicas que lejos de garantizar sus derechos, se los arrebatan o violan. Más allá de los discursos, las cifras de mujeres asesinadas, desaparecidas, golpeadas, violadas y acosadas se incrementa en todo el país, por eso en Guadalajara colocaron una Antimonumenta frente al palacio de gobierno en el que despacha Enrique Alfaro.
Son también mujeres e indígenas quienes han recibido más golpes en esta pandemia. Ellas en los confinamientos en sus casas; y los pueblos sobre sus territorios, pues aprovechando la situación continúan imponiéndoles megaproyectos que atentan contra su existencia.
Mujeres e indígenas son dos de los sectores de la población más agraviados por gobiernos pasados y presentes, pero también, y por lo mismo, son quienes continúan no sólo protestando, sino construyendo alternativas para simplemente seguir existiendo, para que una mujer pueda caminar segura por una calle y no se convierta en una de las 11 asesinadas todos los días, y para que un indígena pueda seguir sembrando su tierra, hablando su lengua y vistiendo sus ropas sin la folclorización oficial encaminada al despojo.
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