Obama, el austero
Alejandro Nadal
E
n su primer periodo en la Casa Blanca, un presidente estadunidense enfrenta el desafío de la relección cuatro años más tarde. En cambio, se dice que en el segundo periodo sólo tiene que preocuparse por el lugar que ocupará en la historia.
Obama puede jactarse de haberse relegido a pesar de haber decepcionado o traicionado a su base electoral. Es una hazaña que quizás indica su preferencia por ocupar un lugar mediocre en el panteón de la historia de Estados Unidos.
A partir del estallido de la crisis global en 2007, las principales economías capitalistas reaccionaron lanzando programas de estímulo fiscal y monetario. Esos programas subestimaron la magnitud de la crisis y no fueron suficientes para frenar el deterioro. Pero una de sus consecuencias fue el aumento o la generación de abultados déficit fiscales. Hoy la depresión continúa y el reclamo desde la derecha es el regreso a la austeridad fiscal.
En Europa la austeridad fiscal ha llevado al colapso económico a varios país. En Estados Unidos parece que la lección de 1937 está a punto de repetirse. En aquel año el presidente Roosevelt cedió frente al reclamo de los que estaban preocupados por la inflación y la magnitud del déficit fiscal. Esa presión venía del sector financiero, que ve en la inflación a su peor enemigo. En el otoño de 1937 Roosevelt aplicó importantes recortes para encaminarse hacia un esquema de presupuesto balanceado. El resultado no se hizo esperar: a mediados de 1938 la producción industrial había caído 33 por ciento, el ingreso nacional se había desplomado 13 por ciento y el desempleo había aumentado cinco puntos porcentuales (más de 4 millones de personas engrosaron el ejército de desempleados). Roosevelt tuvo que dar marcha atrás y solicitó al Congreso un nuevo estímulo que permitió regresar a la senda de la recuperación. Poco después la economía estadunidense se enfrascaría en un esfuerzo bélico sin precedentes y eso terminaría por eliminar el desempleo.
Pero la idea de que un estímulo fiscal puede desempeñar un papel importante en una economía capitalista había ganado carta de naturalización en el ámbito de la política macroeconómica.
En las últimas cuatro décadas esta idea se ha visto atacada desde muchos ángulos. En el medio académico, la teoría económica dominante, la que se enseña en casi todo el mundo, considera que un déficit fiscal provoca inflación y atraso económico. Pero esa es la misma teoría que nos dijo que los mercados financieros eran estables, eficientes y en cuyos modelos no hay cabida para las crisis. Hoy es evidente para los conocedores que una política macroeconómica basada en la austeridad fiscal está fundada más en creencias religiosas que en una teoría seria sobre el funcionamiento de una economía monetaria.
Alrededor de este tema la referencia más importante es Wynne Godley, uno de los autores más importantes en las últimas décadas (asociado a la Universidad de Cambridge y al Instituto Levy en Estados Unidos). Fallecido en 2010, Godley fue uno de los pocos autores que sí vio venir la crisis. Su teoría se basa en el enfoque de contabilidad de flujos de fondos entre los grandes sectores de una (macro)economía: empresas, familias, gobierno y el resto del mundo. Cuando un sector incrementa su riqueza monetaria otro debe estar experimentando un déficit neto. El costo monetario de las acciones de un sector es igual al ingreso monetario de algún otro sector. Hasta aquí no hay nada espectacular ¿verdad? Pero la conclusión de este enfoque sugiere que un gobierno casi está obligado a mantener déficit para que el sector privado pueda mantener crecimiento económico neto, a menos que la economía mantenga un superávit comercial (y sus socios soporten un déficit comercial). Esta teoría revela que un presupuesto balanceado implica que el crecimiento sólo puede basarse en un saldo positivo en la balanza comercial.
Una economía monetaria en la que todos los actores económicos son ahorradores netos tendrá que padecer una contracción económica. En la fase actual de la crisis, la economía estadunidense mantiene un fuerte déficit comercial y sigue en un proceso deflacionario en el que cada sector busca limpiar sus hojas de balance. Si el gobierno también se encamina por ese sendero, la recesión será la consecuencia.
En su afán por alcanzar un arreglo con los republicanos y los fundamentalistas de la austeridad fiscal, Obama aceptó lo que ahora es la amenaza del
precipicio fiscal. Puede ser que haya caído en la trampa, o quizás él mismo es un creyente en las bondades del equilibrio fiscal. Obama se ha movido hacia la derecha al aceptar negociar los derechos derivados de la seguridad social casi desde el comienzo de la campaña. En la galería de los presidentes estadunidenses, Barack portará el sobrenombre de El austero. Pero en la historia pasará como un ingenuo más que se creyó los disparates de la austeridad fiscal y repitió la experiencia de 1937.