Democracia, crecimiento y austeridad
Orlando Delgado Selley
L
a dinámica económica de los últimos años ha cambiado el rol de muchos países. Algunos de los llamados emergentes se han convertido en paradigmas globales. Los más destacados son los BRICS. Brasil tiene connotaciones particulares para nosotros. No solamente porque se trata de una economía latinoamericana, sino porque su democracia les permitió elegir en 2002 a un obrero de izquierda para que dirigiera a la nación. Luego de concluir su primer periodo presidencial de cuatro años, quedó claro que esa decisión de los electores ayudó a que el país sudamericano despegara hasta convertirse en la quinta economía del mundo. Lo que, entre otras cosas, permitió su relección.
El éxito brasilero se explica por su reticencia a aceptar supuestas verdades incontrovertibles en el crecimiento económico. Lo que ellos llaman los mitos del pensamiento único: primero está el control de la inflación, aunque haya que sacrificar el crecimiento; no pueden aumentarse los salarios, porque se eleva la inflación; hay que controlar el déficit fiscal, aunque se sacrifique a la gente y los proyectos de desarrollo nacional; hay que lograr primero crecer sostenidamente y luego se puede redistribuir el ingreso; hay que optar por el desarrollo exportador, aunque para ello haya que impedir que aumenten los salarios reales.
Los brasileros cuestionaron ésto y decidieron atacarlo simultáneamente a partir de un plan que se centraba en el propósito de combatir el hambre y mejorar las condiciones de vida de grandes grupos sociales. Se plantearon controlar las cuentas públicas y la inflación, acumulando reservas para proteger su moneda de la especulación internacional, pero al mismo tiempo construir un amplio y dinámico mercado interno, considerando que distribuir el ingreso era una exigencia moral y también un requisito para el crecimiento económico. Se usó la política económica para lograrlo.
Los resultados son notables. El PIB brasilero creció entre 2003 y 2011 al 3.2 por ciento, lo que permitió que el producto por habitante aumentara 2.33 por ciento anual. Los salarios medios reales, tomando como base 2005 igual a 100, pasaron de 99.6 en 2003 a 113.6 en 2011. Los datos mexicanos son: crecimiento del PIB de 2 por ciento anual, por habitante de 0.95 por ciento anual y un salario medio real que pasó de 96.5 en 2003 a 102.2 en 2011.
Estas diferencias explican los distintos papeles de los gobiernos de México y Brasil en la reciente Cumbre Iberoamericana celebrada en Cádiz. En esa reunión, como se señaló en los medios, los roles se invirtieron: el problema mayor está en España y Portugal en tanto que los latinoamericanos han salido sanos y salvos de la crisis global. Por ello Latinoamérica puede contribuir al rescate de quienes hasta hace poco creían que podían conquistarnos.
Esta contribución ha incluido recomendaciones de política. La presidenta Rousseff, con el aval de la exitosa conducción de su economía, ha recordado que la manera en la que se está enfrentando en Europa la crisis de deuda soberana ya la conocemos en América Latina. Nos la impuso el FMI en los años 80 y ahora los gobiernos europeos se la imponen solos. La receta ortodoxa llevó a la quiebra a toda América Latina, porque
las políticas de ajuste por sí mismas no resuelven nada, si no hay inversión y estímulos al crecimiento. Y si todo el mundo restringe gastos a la vez, la inversión no llegará.
Rousseff reconoce que en Europa hay una crisis fiscal, de competitividad y bancaria. Pero las recetas que se aplican no las resolverán, les llevarán a una recesión con grandes costos sociales que pone en riesgo el proyecto del euro, “que es una de las grandes conquistas de la humanidad… en un continente tan castigado por las guerras y las disputas internas”. Apunta, con claridad, que los países más avanzados de la zona euro se han beneficiado de una moneda única ganando un mercado de 600 millones de personas con tasas de cambio inferiores a las que les hubiera correspondido realmente.
Mientras la presidenta brasilera hacía uso del papel protagónico que le permite el desempeño de su economía y de su sociedad para plantear recomendaciones de claro contenido social, Calderón simplemente se despedía. Las diferencias son ciertamente elocuentes.
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