Potencia agrícola y debilidad industrial dictan el futuro de Brasil
RÍO DE JANEIRO – La agricultura se impone como un sector clave de la economía de Brasil, con su crecimiento acelerado, pero no logra por sí sola diseminar la prosperidad y reducir la pobreza y desigualdad, con la industria en descenso.
Puede hacerlo de otra forma, al obtener divisas por medio de sus abultadas exportaciones y así crear condiciones macroeconómicas para políticas sociales en beneficio de los pobres, arguye Carlos Guanziroli, profesor de la Universidad Federal Fluminense.
Brasil era un importador de alimentos y producía solo unos 50 millones de toneladas de granos en 1980. Treinta años después ya cosechaba el triple y en 2020 alcanzó más de 250 millones de toneladas, acotó el economista.
Quintuplicar la cosecha en 40 años obedeció a un fuerte incremento de la productividad, ya que la expansión del área sembrada se limitó a 60 %, de 40 a 64 millones de hectáreas, según la Compañía Nacional de Abastecimiento del Ministerio de Agricultura.
El país se convirtió en el mayor productor y exportador de soja, carnes, azúcar, jugo de naranja y, desde mucho antes, de café. Las exportaciones del agronegocio alcanzaron 120 600 millones de dólares en 2021 y propiciaron un superávit sectorial de 105 100 millones de dólares, que compensó con creces el déficit industrial.
Ciclos económicos
Brasil alcanzó esa pujanza agrícola en medio a vertiginosos vuelcos económicos, demográficos y políticos del país en los últimos 100 años.
El empuje de la industrialización en el siglo XX hasta 1980, especialmente después de la segunda Guerra Mundial, parecía apuntar a una nueva potencia industrial, el “Brasil Grande” propagandeado por la dictadura militar de 1964 a 1985.
Pero la industria se atascó desde los años 80, perdiendo participación en el producto interno bruto (PIB) en las décadas siguientes, mientras la agricultura despegaba.
En la década siguiente, la de los 90, un segmento antes relegado, la agricultura familiar, ganó una identidad más y mejor definida y políticas de fomento. A eso contribuyó Guanziroli, entonces investigador de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
La industrialización aceleró la urbanización de los brasileños. Solo 36 % de los brasileños vivían en las ciudades en 1950. En 1980 ya eran 67 % y en 2010, año del último censo nacional, 84 %, según datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), y cuya proyección sitúa la población actual en 214 millones.
Es decir, el ciclo siguiente, de fuerte expansión agrícola y estancamiento industrial, mantuvo la tendencia urbanizadora. La mecanización, extensos monocultivos y la gran concentración de la propiedad de la tierra son algunas razones del masivo éxodo rural.
Pero la agricultura involucra una extensa cadena, que comprende la industria de tractores, cosechadoras, máquinas variadas, insumos químicos, envases, además de otras actividades como el transporte y otros servicios, apuntó Guanziroli.
“Toda esa cadena corresponde a 22 % del PIB y 28 % de todos los empleos” en Brasil, destacó en entrevista a IPS en Río de Janeiro.
Agricultura familiar
La agricultura familiar, que comprende 3,9 millones de predios, con más de 10 millones de trabajadores ocupados, según el censo agropecuario de 2017 hecho por el IBGE, constituye un sector donde políticas públicas pueden generar beneficios sociales y económicos.
Es “más intensiva en mano de obra y responde a las tendencias al consumo de cercanía y de producción orgánica, más evidentes en los países desarrollados, especialmente en Europa”, respaldó Rafael Cagnin, economista del Instituto de Estudios para el Desarrollo Industrial, promovido por el sector.
Además de ocupar las familias y eventuales empleados, la agricultura familiar refuerza la seguridad alimentaria y dinamiza la economía local.
La actividad se define no por el tamaño de la propiedad o lo que produce, sino por el predominio de la mano de obra familiar, no superada por trabajadores contratados, precisó Guanziroli.
Los estudios y propuestas de los investigadores del tema, especialmente en los años 90, “buscábamos evitar simplificaciones, como decir que los agricultores familiares eran todos pobres y solo producen alimentos’, aclaró.
Una falsa información muy difundida, no solo en Brasil, es que la agricultura familiar responde por la producción de 70 % de los alimentos del país, señaló Guanziroli. Sería correcto si se habla de frijoles y mandioca (yuca), pero no del conjunto de alimentos, acotó.
“Se trata de una mentira, de uso político que afecta el diálogo y políticas públicas, una retórica sin seriedad”, recalcó.
Sus estudios estimaron en 38 % la participación del segmento familiar en el total de la producción agropecuaria en 1996 y de 36 % en 2006, según datos del censo de IBGE. En 2017 bajó a 28 % a causa de una prolongada sequía iniciada en 2012 en la región del Nordeste, que concentra casi mitad de los predios del sector en el país.
Políticas perennes
En Brasil el reconocimiento y la definición de agricultura familiar se beneficiaron de las buenas estadísticas del IBGE, un factor ausente en muchos países.
Aun así los estudios sobre el tema y las propuestas de los investigadores acogidas por el gobierno enfrentan escollos, por “cuestiones ideológicas, la antinomia con el agronegocio” establecida por muchos que “desgastó el tema”, lamentó Guanziroli.
“La idea era caracterizar la agricultura familiar para fomentar proyectos y políticas, como las de crédito”, explicó. Es una actividad que hace parte del negocio agrícola, integrado a la cadena de comercialización, de los insumos.
Pese a todo, el investigador evalúa como positivo el balance de los últimos 30 años. “La agricultura familiar se afirmó, cuenta con políticas estructurantes irreversibles”, sostuvo.
El mejor ejemplo es el Programa Nacional de Fortalecimiento de la Agricultura Familiar (Pronaf), instituido en 1995, que sigue garantizando créditos con bajas tasas de interés y condiciones favorables de pago. Ni tan siquiera el actual gobierno de extrema derecha, hostil a los campesinos, se ha atrevido a abolir el programa.
Lo que más falta es la asistencia técnica, “que nunca llegó al a los agricultores familiares en esos 30 años. Intentamos mil fórmulas, viejas instituciones, organizaciones no gubernamentales, no logramos movilizar los agrónomos”, admitió Guanziroli.
Agricultura e industria
Pese a todo, él cree que la competitividad de Brasil está en la agricultura. “En la industria perdimos la marcha, es difícil competir con los asiáticos”. Algunos servicios, como las plataformas digitales, puede ser una alternativa, pero exigen un largo esfuerzo en educación, en que Brasil sufre un gran rezago.
“Reanudar el desarrollo económico y social de Brasil no parece posible sin avanzar en la industria, a ejemplo de otros países, especialmente los más complejos”, opinó por su parte Cagnin en su diálogo con IPS desde la ciudad de São Paulo.
Es el sector que “más genera y disemina innovaciones en una economía capitalista, el que tiende puentes entre las demás actividades, agrega valor al producto agrícola o mineral e impulsa servicios más sofisticados”, arguyó.
El economista dedicado al desarrollo industrial reconoce que los conflictos políticos y carencias educacionales de Brasil dificultan avances en medio de “las transformaciones tecnológicas”, la reorganización productiva y nuevas relaciones laborales.
Pero la industria es indispensable también porque son numerosos y graves los riesgos que la “agricultura del futuro”, como la crisis climática, los cambios en el consumo y los rumbos que tomará el gran mercado chino, destacó.
Todo recomienda no limitar la economía a pocos productos de exportación, como está haciendo Brasil, y buscar “sinergias entre la industria y la agricultura”, en lugar de razonamientos excluyentes, concluyó.
ED: EG
Fuente: https://ipsnoticias.net/2022/02/potencia-agricola-y-debilidad-industrial-dictan-futuro-de-brasil/
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