Elecciones 10N
El régimen se instala en la crisis permanente
11/11/2019 | Jaime Pastor
En un escenario de ascenso de la ultraderecha, pero también de consolidación de fuerzas políticas defensoras de la plurinacionalidad del Estado, el PSOE, habiéndose mostrado incapaz de beneficiarse tanto del descalabro de Ciudadanos (Cs) como del retroceso de Unidas Podemos (UP), ha sufrido un claro fracaso en su aspiración a lograr una mayoría cautelosa. Con todo, es probable que Pedro Sánchez llegue a hacerse con la investidura mediante una u otra variante de apoyos posibles. Pero ni la gobernabilidad ni la estabilidad política están garantizadas en un contexto de sombrías perspectivas económicas en medio de una emergencia climática, así como de déficit de legitimidad del régimen en Catalunya.
Con una participación (69,87%), menor en más de 6 puntos respecto a las pasada convocatoria de abril y que probablemente se haya reflejado en una abstención mayor entre la juventud, parece haber bastante acuerdo en constatar que el dato más relevante de los resultados de estas elecciones ha sido el enorme ascenso de Vox (que obtiene más de 3 millones y medio de votos, el 14,09%, y pasa de 24 a 52 escaños), seguido por el hundimiento de Cs (retrocede del 15,86% al 6, 79% y ha obligado ya a la dimisión –e incluso al abandono de la política- de su líder, Albert Rivera), que pasa de 57 a 10 escaños. Mientras, el PP remonta menos de lo esperado (pasa del 16,69% a 20,82% y de 66 a 88 escaños más los 2 de Navarra Suma). Se confirma así la tendencia a una mayor radicalización del electorado de derechas, estimulada por la adaptación al discurso de Vox que han ido mostrando a lo largo de la campaña tanto el PP como, sobre todo, Cs. Hasta el punto de apoyar una propuesta de ilegalización de los partidos independentistas en la Asamblea de la Comunidad de Madrid.
Frente a ese polo reaccionario, las fuerzas políticas soberanistas de Catalunya (ERC, con 13 escaños; Junts per Cat, con 8; y, tras decidir presentarse por primera vez a este tipo de elecciones, la CUP, con 2), Euskal Herria (PNV, con 7, y EH Bildu, con 5) y Galicia (BNG, con 1), junto con otras de ámbito no estatal (Coalición Canaria-Nueva Izquierda, con 2, Partido Regionalista de Cantabria, con 1, y –novedad- Teruel Existe, con 1) confirman la creciente fractura nacional-territorial que se está extendiendo en todo el Estado.
El PSOE ha retrocedido respecto a los resultados obtenidos en abril; aunque en porcentaje pasa del 28,67% al 28,00% y se beneficia del sistema electoral pasando de 123 a 120 escaños, pierde más de 700.000 votos. Por su parte, Unidas Podemos pierde alrededor de 600.000 votos y 7 escaños (pasa de 42 a 35).
Más País, liderado por Iñigo Errejón y aliado con Compromís en el País Valenciá, consigue medio millón de votos, el 2,08%, y obtiene solo 3 escaños frente a los 15 que inicialmente anunciaba alguna encuesta. Esto supone un rotundo fracaso para su aspiración a ofrecerse como el partido bisagra clave para la formación de un gobierno con el PSOE a base de ofrecer más rebajas programáticas que las que pueda presentar UP.
La campaña
Tiempo habrá para analizar los factores que han influido en el ascenso de Vox, pero parece probable que tras su entrada en el parlamento en las elecciones de abril haya influido en ello el proceso de normalización que ha ido logrando mediante su aceptación como aliado por parte de PP y Cs. Ambos partidos han ido asumiendo algunos ejes de su discurso, especialmente en relación con Catalunya o mediante sus silencios expresivos, cuando no complicidades, ante las calumnias y mentiras que han dedicado al feminismo y a la inmigración. Una normalización que se ha podido comprobar en los debates televisivos y que le ha permitido arrebatar una parte importante del electorado de Cs y del PP, presentándose como el que garantiza mayor coherencia, dada su imagen de outsider, a pesar de que sus principales líderes proceden del PP. Esta vez, además, ha iniciado un giro hacia la apelación a las clases populares contra la burocracia de Bruselas y los ricos que, sin embargo, contrasta con sus propuestas ultraneoliberales en política económica.
Así, nos encontramos con un caso de transversalidad peligrosamente virtuosa que les permite mezclar sus apoyos en los enclaves autoritarios (Manuel Antonio Garretón) heredados de la dictadura (institucional, actoral, ético-simbólico y cultural) con los nuevos, derivados de la explotación de la política del resentimiento entre sectores populares autóctonos frente a los más débiles y vulnerables.
En cuanto al PSOE, el discurso de Sánchez a lo largo de la campaña se ha caracterizado por un giro a la derecha y cada vez más autoritario, ofreciendo garantías al IBEX35 de continuidad en la política económica (con Nadia Calviño como viceministra) y adoptando nuevas medidas de excepción, como el decreto-ley digital (ya denominado ley mordaza digital) y también otras duras contra el independentismo catalán. Es probable que ese giro haya influido en su pérdida de votos y, sobre todo, en su malogrado esfuerzo por arrancarlos de UP.
Respecto a Unidas Podemos, hay que reconocer que ha logrado resistir el mayor retroceso que pronosticaban las encuestas gracias a un discurso de Pablo Iglesias en el que ha practicado el victimismo frente al veto de los poderes económicos a su participación en un gobierno con el PSOE, junto a la insistencia en la defensa de la aplicación de los artículos sociales de la Constitución y a la voluntad de aparecer como fuerza mediadora en la cuestión catalana. Aun así, la menor capacidad de presión con que se encuentra ahora no parece ser un obstáculo para que el líder de esta coalición se reafirme en su voluntad de participar en un gobierno progresista con Sánchez, pese a la deriva derechista de éste, denunciada por el mismo Pablo Iglesias en la última fase de la campaña. Una hipótesis que no cabe descartar y que significaría un verdadero suicidio de esta formación que, de ese modo, dejaría a Vox todo el espacio, fuera de Catalunya, Euskal Herria y Galicia, para ejercer de oposición parlamentaria… y extraparlamentaria.
¿Y ahora qué?
La nueva correlación de fuerzas en un parlamento más fragmentado y, por cierto, con un Senado (clave para determinadas medidas, ya sea para la aplicación del artículo 155 o para cualquier reforma de leyes orgánicas o de reformas constitucionales) en el que el PSOE ha perdido la mayoría absoluta, nos muestra, por tanto, un escenario en el que las dificultades con las que se va a encontrar Pedro Sánchez para lograr la investidura y, sobre todo, para gobernar después, van a ser mayores que las que se anunciaban en abril.
Ni la suma con UP y Más País es suficiente si no incluye a PNV y ERC –los cuales elevarán sus exigencias frente a un PSOE que ha dejado en el olvido sus propuestas federalistas y asume un discurso criminalizador del independentismo catalán-, ni la tan buscada abstención del PP parece fácil, ya que dejaría un flanco a su derecha en el que, ahora sí, definitivamente, permitiría a Vox acusarle de derecha cobarde.
Sin embargo, la presión de los poderes económicos 1/ ante la perspectiva de una recesión económica en la UE, así como la conciencia de que no cabe ya la opción de convocar unas nuevas elecciones generales ante el enorme desgaste que supondría para la clase política en general, son razones suficientes para pensar que el líder del PSOE va a tratar de jugar en las próximas semanas con las distintas opciones posibles hasta lograr la que le permita conseguir la investidura, al menos en la segunda vuelta que sólo exige una mayoría simple.
Pero en cualquier caso esa investidura ya no podrá producirse tan fácilmente como lo fue su acceso a la presidencia del gobierno mediante la moción de censura. Ahora obligaría a Sánchez a pagar un precio importante ya sea a UP, al PP o a PNV y ERC (ésta última, además, condicionada por las próximas elecciones catalanas). Por tanto, cabe esperar que nos encontremos ante nuevas versiones tácticas de un Pedro Sánchez –¿aconsejado todavía por su gurú en la sombra?- que, como buen marxista de Groucho, ha demostrado suficientemente no tener ni principios ni convicciones con tal de poder seguir en la Moncloa.
Ante este panorama, y frente a las contradicciones que generarían en UP su hipotética participación en un gobierno de coalición con un PSOE mayoritario, quizás sería mejor que UP buscara un acuerdo programático con las fuerzas políticas soberanistas e independentistas de izquierda para emplazar y forzar al PSOE a un cambio de rumbo radical, tanto en el plano social como en el nacional-territorial, como condición previa para decidir su posición ante el voto de investidura. Una batalla que, aunque probablemente no se ganaría, serviría al menos, como reclamaba una parte de la militancia del PSOE en la noche electoral, para contrarrestar las presiones que desde arriba van a intensificarse a favor de un pacto de investidura que garantice continuar en la senda neoliberal y autoritaria de restauración del régimen.
Sea cual sea la hipótesis que finalmente pueda llegar a verse cumplida, las fracturas y la polarización que reflejan los resultados electorales anuncian un futuro de difícil gobernabilidad y estabilidad del régimen. Corresponde ahora a la izquierda social y política que no está dispuesta a resignarse ni a adaptarse a nuevas variantes de transformismo extraer enseñanzas de lo ocurrido, buscar cómo profundizar las grietas y emprender una nueva fase de lucha por nuestros derechos civiles, políticos y sociales en todo el Estado; y hacerlo en confluencia con las revueltas que se están extendiendo por el planeta frente a un capitalismo cada vez más depredador y autoritario. Las próximas movilizaciones alternativas en defensa de la vida con ocasión de la Cumbre climática (la denominada COP25) que se va a celebrar a primeros de diciembre en Madrid deberían ser un primer paso en esa dirección.
11/11/2019
Jaime Pastor es politólogo y editor de viento sur
Notas:
1/ Una presión que ya se comprueba en los editoriales de distintos medios y que ha ido precedida de sugerencias como la que recordaba este domingo pasado Joaquín Estefanía: el ex presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, Manuel Conthe, sugería en el periódico Expansión del 6 de noviembre que Sánchez propusiera a Nadia Calviño, vinculada a la tecnocracia bruselense, como presidenta del gobierno para conseguir así la abstención de PP y Cs. Obviamente, esto sería una humillación para el ego de Sánchez que, posiblemente previendo algo parecido, ya anunció en campaña electoral que iba a ascender a vicepresidenta a Calviño.
Con una participación (69,87%), menor en más de 6 puntos respecto a las pasada convocatoria de abril y que probablemente se haya reflejado en una abstención mayor entre la juventud, parece haber bastante acuerdo en constatar que el dato más relevante de los resultados de estas elecciones ha sido el enorme ascenso de Vox (que obtiene más de 3 millones y medio de votos, el 14,09%, y pasa de 24 a 52 escaños), seguido por el hundimiento de Cs (retrocede del 15,86% al 6, 79% y ha obligado ya a la dimisión –e incluso al abandono de la política- de su líder, Albert Rivera), que pasa de 57 a 10 escaños. Mientras, el PP remonta menos de lo esperado (pasa del 16,69% a 20,82% y de 66 a 88 escaños más los 2 de Navarra Suma). Se confirma así la tendencia a una mayor radicalización del electorado de derechas, estimulada por la adaptación al discurso de Vox que han ido mostrando a lo largo de la campaña tanto el PP como, sobre todo, Cs. Hasta el punto de apoyar una propuesta de ilegalización de los partidos independentistas en la Asamblea de la Comunidad de Madrid.
Frente a ese polo reaccionario, las fuerzas políticas soberanistas de Catalunya (ERC, con 13 escaños; Junts per Cat, con 8; y, tras decidir presentarse por primera vez a este tipo de elecciones, la CUP, con 2), Euskal Herria (PNV, con 7, y EH Bildu, con 5) y Galicia (BNG, con 1), junto con otras de ámbito no estatal (Coalición Canaria-Nueva Izquierda, con 2, Partido Regionalista de Cantabria, con 1, y –novedad- Teruel Existe, con 1) confirman la creciente fractura nacional-territorial que se está extendiendo en todo el Estado.
El PSOE ha retrocedido respecto a los resultados obtenidos en abril; aunque en porcentaje pasa del 28,67% al 28,00% y se beneficia del sistema electoral pasando de 123 a 120 escaños, pierde más de 700.000 votos. Por su parte, Unidas Podemos pierde alrededor de 600.000 votos y 7 escaños (pasa de 42 a 35).
Más País, liderado por Iñigo Errejón y aliado con Compromís en el País Valenciá, consigue medio millón de votos, el 2,08%, y obtiene solo 3 escaños frente a los 15 que inicialmente anunciaba alguna encuesta. Esto supone un rotundo fracaso para su aspiración a ofrecerse como el partido bisagra clave para la formación de un gobierno con el PSOE a base de ofrecer más rebajas programáticas que las que pueda presentar UP.
La campaña
Tiempo habrá para analizar los factores que han influido en el ascenso de Vox, pero parece probable que tras su entrada en el parlamento en las elecciones de abril haya influido en ello el proceso de normalización que ha ido logrando mediante su aceptación como aliado por parte de PP y Cs. Ambos partidos han ido asumiendo algunos ejes de su discurso, especialmente en relación con Catalunya o mediante sus silencios expresivos, cuando no complicidades, ante las calumnias y mentiras que han dedicado al feminismo y a la inmigración. Una normalización que se ha podido comprobar en los debates televisivos y que le ha permitido arrebatar una parte importante del electorado de Cs y del PP, presentándose como el que garantiza mayor coherencia, dada su imagen de outsider, a pesar de que sus principales líderes proceden del PP. Esta vez, además, ha iniciado un giro hacia la apelación a las clases populares contra la burocracia de Bruselas y los ricos que, sin embargo, contrasta con sus propuestas ultraneoliberales en política económica.
Así, nos encontramos con un caso de transversalidad peligrosamente virtuosa que les permite mezclar sus apoyos en los enclaves autoritarios (Manuel Antonio Garretón) heredados de la dictadura (institucional, actoral, ético-simbólico y cultural) con los nuevos, derivados de la explotación de la política del resentimiento entre sectores populares autóctonos frente a los más débiles y vulnerables.
En cuanto al PSOE, el discurso de Sánchez a lo largo de la campaña se ha caracterizado por un giro a la derecha y cada vez más autoritario, ofreciendo garantías al IBEX35 de continuidad en la política económica (con Nadia Calviño como viceministra) y adoptando nuevas medidas de excepción, como el decreto-ley digital (ya denominado ley mordaza digital) y también otras duras contra el independentismo catalán. Es probable que ese giro haya influido en su pérdida de votos y, sobre todo, en su malogrado esfuerzo por arrancarlos de UP.
Respecto a Unidas Podemos, hay que reconocer que ha logrado resistir el mayor retroceso que pronosticaban las encuestas gracias a un discurso de Pablo Iglesias en el que ha practicado el victimismo frente al veto de los poderes económicos a su participación en un gobierno con el PSOE, junto a la insistencia en la defensa de la aplicación de los artículos sociales de la Constitución y a la voluntad de aparecer como fuerza mediadora en la cuestión catalana. Aun así, la menor capacidad de presión con que se encuentra ahora no parece ser un obstáculo para que el líder de esta coalición se reafirme en su voluntad de participar en un gobierno progresista con Sánchez, pese a la deriva derechista de éste, denunciada por el mismo Pablo Iglesias en la última fase de la campaña. Una hipótesis que no cabe descartar y que significaría un verdadero suicidio de esta formación que, de ese modo, dejaría a Vox todo el espacio, fuera de Catalunya, Euskal Herria y Galicia, para ejercer de oposición parlamentaria… y extraparlamentaria.
¿Y ahora qué?
La nueva correlación de fuerzas en un parlamento más fragmentado y, por cierto, con un Senado (clave para determinadas medidas, ya sea para la aplicación del artículo 155 o para cualquier reforma de leyes orgánicas o de reformas constitucionales) en el que el PSOE ha perdido la mayoría absoluta, nos muestra, por tanto, un escenario en el que las dificultades con las que se va a encontrar Pedro Sánchez para lograr la investidura y, sobre todo, para gobernar después, van a ser mayores que las que se anunciaban en abril.
Ni la suma con UP y Más País es suficiente si no incluye a PNV y ERC –los cuales elevarán sus exigencias frente a un PSOE que ha dejado en el olvido sus propuestas federalistas y asume un discurso criminalizador del independentismo catalán-, ni la tan buscada abstención del PP parece fácil, ya que dejaría un flanco a su derecha en el que, ahora sí, definitivamente, permitiría a Vox acusarle de derecha cobarde.
Sin embargo, la presión de los poderes económicos 1/ ante la perspectiva de una recesión económica en la UE, así como la conciencia de que no cabe ya la opción de convocar unas nuevas elecciones generales ante el enorme desgaste que supondría para la clase política en general, son razones suficientes para pensar que el líder del PSOE va a tratar de jugar en las próximas semanas con las distintas opciones posibles hasta lograr la que le permita conseguir la investidura, al menos en la segunda vuelta que sólo exige una mayoría simple.
Pero en cualquier caso esa investidura ya no podrá producirse tan fácilmente como lo fue su acceso a la presidencia del gobierno mediante la moción de censura. Ahora obligaría a Sánchez a pagar un precio importante ya sea a UP, al PP o a PNV y ERC (ésta última, además, condicionada por las próximas elecciones catalanas). Por tanto, cabe esperar que nos encontremos ante nuevas versiones tácticas de un Pedro Sánchez –¿aconsejado todavía por su gurú en la sombra?- que, como buen marxista de Groucho, ha demostrado suficientemente no tener ni principios ni convicciones con tal de poder seguir en la Moncloa.
Ante este panorama, y frente a las contradicciones que generarían en UP su hipotética participación en un gobierno de coalición con un PSOE mayoritario, quizás sería mejor que UP buscara un acuerdo programático con las fuerzas políticas soberanistas e independentistas de izquierda para emplazar y forzar al PSOE a un cambio de rumbo radical, tanto en el plano social como en el nacional-territorial, como condición previa para decidir su posición ante el voto de investidura. Una batalla que, aunque probablemente no se ganaría, serviría al menos, como reclamaba una parte de la militancia del PSOE en la noche electoral, para contrarrestar las presiones que desde arriba van a intensificarse a favor de un pacto de investidura que garantice continuar en la senda neoliberal y autoritaria de restauración del régimen.
Sea cual sea la hipótesis que finalmente pueda llegar a verse cumplida, las fracturas y la polarización que reflejan los resultados electorales anuncian un futuro de difícil gobernabilidad y estabilidad del régimen. Corresponde ahora a la izquierda social y política que no está dispuesta a resignarse ni a adaptarse a nuevas variantes de transformismo extraer enseñanzas de lo ocurrido, buscar cómo profundizar las grietas y emprender una nueva fase de lucha por nuestros derechos civiles, políticos y sociales en todo el Estado; y hacerlo en confluencia con las revueltas que se están extendiendo por el planeta frente a un capitalismo cada vez más depredador y autoritario. Las próximas movilizaciones alternativas en defensa de la vida con ocasión de la Cumbre climática (la denominada COP25) que se va a celebrar a primeros de diciembre en Madrid deberían ser un primer paso en esa dirección.
11/11/2019
Jaime Pastor es politólogo y editor de viento sur
Notas:
1/ Una presión que ya se comprueba en los editoriales de distintos medios y que ha ido precedida de sugerencias como la que recordaba este domingo pasado Joaquín Estefanía: el ex presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, Manuel Conthe, sugería en el periódico Expansión del 6 de noviembre que Sánchez propusiera a Nadia Calviño, vinculada a la tecnocracia bruselense, como presidenta del gobierno para conseguir así la abstención de PP y Cs. Obviamente, esto sería una humillación para el ego de Sánchez que, posiblemente previendo algo parecido, ya anunció en campaña electoral que iba a ascender a vicepresidenta a Calviño.
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