Época de reformas
León Bendesky
M
uchas generaciones de economistas han sido educados bajo la tutela directa y sobre todo indirecta de Paul Samuelson (1915-2009). Su influencia ha sido enorme en la conformación del pensamiento económico contemporáneo. Su texto titulado Economics y publicado en 1948, era la base de los cursos con los que se instruía a los jóvenes en todas partes.
Ese fue el comienzo de la educación por medio de manuales que se asentó como práctica dominante en la preparación de los economistas, una forma cómoda de instaurar un modo de pensar homogéneo y también muy restrictivo.
Está pendiente un análisis profundo de dicha influencia y este será, sin duda y a la luz de los sucesos de los últimos 40 años, bastante controvertido.
Samuelson dijo en alguna ocasión (1966) lo siguiente:
Les diré un secreto. Se supone que los economistas son secos como el polvo; unos tipos lúgubres. Esto es erróneo, el reverso de la verdad. Era una época de entusiasmo en la disciplina de la economía, sobre todo en el ámbito académico. Había un consenso mucho más grande sobre lo que debía hacer y, sobre todo, cómo debía hacerlo. Se fraguó un amplio consenso al respecto y los debates que se daban, por ejemplo, con el marxismo estadunidense y europeo y con las escuelas disonantes como era el caso de Cambridge (Inglaterra) fueron domados por la ortodoxia, así llamada, neoclásica.
La economía convencional ha ido desarrollando una práctica y un discurso endogámicos, cuyas muchas variaciones responden, sin embargo, a una visión común de lo económico y, finalmente, con respecto al individuo, las empresas, las organizaciones y el gobierno y, por ello, del conjunto de la sociedad.
La endogamia ha resistido los embates que cuestionan hasta los cimientos de la supuesta racionalidad del Homo Economicus. Así es como se concibe a los humanos como entes racionales y con intereses definidos de forma estrecha, autocentrados, por medio de los que los agentes económicos son capaces de hacer juicios y tomar decisiones para conseguir fines subjetivos asociados con la maximización de dichos intereses. Ya se reconoció oficialmente el trabajo de psicólogos como Kahneman, que confrontan tal racionalidad como base de la toma de las decisiones individuales en el mercado, pero ha sido convenientemente puesto en el cajón y ni siquiera se usa como elemento decorativo.
En el principio fue Adán. En este caso Adam Smith, de cuya idea acerca de la mano invisible que guía las acciones de los agentes económicos es el sustento de la visión ultra liberal del sistema económico. Vaya servicios que ha prestado tal idea, usada por cierto una sola vez en los cuatro libros de La riqueza de las naciones; poca justicia se ha hecho al filósofo escocés cuyo pensamiento era verdaderamente complejo. Así se justifican tantas teorías así se plantea, también, la injerencia del gobierno en la economía; generalmente para proponer su reducción al mínimo necesario.
Pero resulta que la mano visible existe de modo más decisivo del que se admite en los corrillos de las escuelas, los ministerios de hacienda, bancos centrales y organismos internacionales. Los recursos no se asignan de modo eficiente sólo por medio del mecanismo de los precios; véase el caso del crédito. La competencia no responde a los criterios que supuestamente la rigen en cuanto a los costos, la escala de producción o el acceso a la información y al conocimiento, hay muchas barreras a la entrada. Por eso existe el poder monopólico de muchas empresas en distintas industrias. La gente no obtiene empleo aunque su salario disminuya, de ese modo ha crecido enormemente la informalidad. El gobierno no recauda más si sube los impuestos y los derechos sin que aumente significativamente el nivel de la actividad económica y se rompan decisivamente las restricciones al crecimiento y una mejor distribución del ingreso y la riqueza. El gasto público en programas sociales no eleva necesariamente el bienestar de los grupos a los que se asigna. En todas estas situaciones aparece la mano visible del gobierno. Y ella no actúa en el vacío, sino en un complicado entramado de intereses.
La mano invisible no acierta a provocar los grados de eficiencia económica y social que se le atribuyen en muchas ocasiones a modo de un acto de fe de los economistas y políticos. La mano visible, por su parte, tiende a provocar grandes distorsiones precisamente porque tiene que ver con la Política (apellido que llevaba la Economía en sus orígenes en el siglo XVIII).
Esta dicotomía es una manera de apreciar el carácter y la naturaleza de las reformas económicas que están activamente en curso en el país. Así está ocurriendo en el sector de las telecomunicaciones, en el sector financiero, en el terreno de las finanzas públicas, en el caso del mercado laboral, en las prestaciones sociales y en el áspero debate en torno del sector del petróleo y la electricidad.
En esta etapa de reformas, ciertamente muy relevantes, la mano visible no sabe mucho de consensos. Los que hay son muy poco transparentes y generan desconfianza. La mano visible actúa al unísono en el gobierno y el Congreso (¿y la separación de los poderes?). La posición descalificadora ante quien discrepe ya ha sido mostrada por un influyente legislador y no pocas autoridades. El año entrante, cuando entren en vigor las reformas y actúen en conjunto, habrá muchas fricciones y será el comienzo de la prueba de las bondades que se les atribuyen.