El crédito: asunto chocante
León Bendesky
E
n 1787 Jeremy Bentham filósofo inglés, utilitarista, publicó el ensayo En defensa de la usura. El tema, muy controvertido económica y políticamente, no ha dejado de serlo. Hoy lo es en el marco mundial de la crisis financiera y su efecto en la reducción del crédito a las empresas. Y en México, con la reciente iniciativa de reforma financiera.
Bentham apunta a las restricciones impuestas a los préstamos y los intereses que causan. Dice que
ninguna persona de edad madura, razonable, que actúa libremente y con los ojos abiertos debe ser estorbada para tomar ventaja de un crédito y usarlo como crea conveniente. Como consecuencia, nadie debería ser estorbado para ofrecerlo en las condiciones que crea apropiadas.
Este aspecto es central en la inclusión y educación financieras que se promueven. La primera parte de la reforma trata de la Condusef, que corre el peligro de convertirse en un elefante –no sé si blanco. Las leyes y reglamentos han de ser efectivos y no deformar más el sistema financiero.
Las cosas no son simples. El crédito es aceptado como una transacción válida y hasta necesaria en la economía. Como un producto tiene un precio que es la tasa de interés y su propio proceso de formación en el mercado. Los gobiernos tratan de influir fijando márgenes, topes y condiciones de acceso.
Estas medidas distorsionan los procesos de oferta y demanda del crédito. No hay certeza de que con ellas se alcancen los objetivos de crecimiento del producto y el empleo. En cambio se puede afectar adversamente la asignación productiva de los recursos dinerarios y materiales. Como decía Bentham:
en las grandes cuestiones políticas, amplia es la distancia entre la convicción y la práctica.
La animadversión contra el crédito y los intereses es muy antigua, está como se sabe en la Biblia, con preceptos rígidos y amenazantes. Aparece en la literatura con personajes clásicos como El mercader de Venecia; en el cine con aquella vieja película Qué bello es vivir, de Frank Capra.
El negocio de un prestamista no ha sido popular nunca ni en ningún lugar. El crédito permite a quien lo toma adelantar en el tiempo el consumo y la inversión. Quien presta hace lo contrario. El crédito al consumo suele ser demeritado y se privilegia el productivo. No obstante, el crédito al consumo tuvo un papel preponderante en la creación de una sociedad como la de Estados Unidos con su potente clase media (ver: Financiando el sueño americano: una historia cultural del crédito al consumo, de Lendol Calder). El mercado crediticio es un eslabón del proceso productivo y de creación de ingresos.
El que toma el crédito está usando los activos de otro –el que presta– para acrecentar su bienestar presente o la capacidad de generar riqueza. Esto pasa con los préstamos que se obtienen de los acreedores privados o de los públicos, como ocurre con la banca de desarrollo.
En este último caso el dinero prestado es de todos los ciudadanos y la aplicación de subsidios o de prácticas especiales de asignación es un asunto de carácter público y sujeto a una estricta aplicación de las políticas de crecimiento y la clara rendición de cuentas de legisladores, supervisores y gobierno. Este es uno de los temas relevantes de la reforma financiera que ahora se debate en el país.
Un aspecto chocante del crédito tiene que ver con lo expuesto por Bentham hace más de dos siglos: el control del crédito puede prevenir que muchos usuarios que lo necesitan lo obtengan, para otros es posible que los términos sean más inconvenientes.
Mientras se espera recibir el dinero e, incluso por corto periodo después, dice Bentham, aquel que presta es visto como un aliado; pero una vez que se ha gastado y hay que hacer frente a la deuda, se vuelve un tirano y un opresor.
Es una opresión que alguien reclame el dinero prestado, pero no lo es negarse a pagar.
Esta es la naturaleza conflictiva del crédito en cuanto al comportamiento social y es donde legisladores y gobierno pretenden intervenir. Tiene que ver con la naturaleza misma del dinero en la sociedad; abarca el cumplimiento de una obligación contractual y la validación general del complejo proceso de endeudamiento que exige una economía activa y dinámica.
La reforma pretende que se preste más a las empresas pequeñas y medianas, para ello apunta a mejorar la calidad de los contratos y la ejecución de garantías. Pero hay bancos que prestan y no son los más grandes; estas son las consecuencias del diseño del sistema financiero del país. Debe revisarse a fondo. Además, el crédito al consumo ha crecido de manera muy rápida y en ese caso no se exigen garantías.
Según la Encuesta Nacional de Inclusión Financiera (2012) menos de 30 por ciento de la población adulta del país (70 millones de personas) tienen acceso al crédito formal. El crédito se obtiene mayoritariamente de tandas, familia y amigos. Poco moderno para las pretensiones que muchos tienen sobre esta economía y su capacidad de expansión sostenida.
Las pautas del cumplimiento de los créditos son bipartitas: de un lado el acreedor, del otro el deudor. Si esto se olvida el sistema se atranca. Por ello hay que eliminar las muchas formas de discriminación en el crédito y en su contraparte que es el ahorro. Se privilegia al que tiene más recursos y se castiga al que puede pedir y ahorrar poco. Estas prácticas vician el sistema de crédito. La reforma tiene que ser sistémica, de otro modo será una vez más ineficaz y, tal vez, hasta con rasgos populistas que al final a nadie sirven.
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