Veinte años sin la URSS
19 Enero 2012 18 Comentarios
Por Higinio Polo
La desaparición de la Unión Soviética es una de las tres cuestiones clave que explican nuestra realidad en el siglo XXI. Las otras dos son el fortalecimiento chino y el inicio de la decadencia norteamericana. La disolución de la URSS se precipitó en el clima de crisis y enfrentamientos que se apoderaron de la vida soviética en los últimos años del gobierno de Gorbachov, quien aunque encabezó un inaplazable proceso de renovación (en su inicio, reclamando el retorno al leninismo), impulsó una desastrosa gestión de gobierno y una torpe acción política que agravó la crisis y facilitó la acción de los opositores al sistema socialista.
Las disputas entre Yeltsin y Gorbachov, el premeditado y precipitado desmantelamiento de las estructuras soviéticas y de la organización del Partido Comunista fueron acompañadas de reivindicaciones nacionalistas, que se iniciaron en Armenia y se extendieron como una mancha de aceite por otras repúblicas de la Unión, mientras la crisis económica se agravaba, los abastecimientos escaseaban y los lazos económicos entre las diferentes partes de la Unión empezaban a resentirse.
Los problemas a los que se enfrentaba Gorbachov eran muchos, y su gestión los empeoró: la aspiración a una mayor libertad, frente al autoritarismo soviético, y un explosivo cóctel de malas cosechas, inflación desbocada, caída de la producción industrial, desabastecimiento de alimentos y medicinas, escasez de materias primas, una reforma monetaria impulsada por el incompetente Valentín Pávlov en enero de 1991, junto con las ambiciones personales de muchos dirigentes políticos, además de los desajustes de la economía socialista y del encaje de la nueva economía privada, aumentaron el malestar de la población.
En mayo de 1990, Yeltsin se había convertido en presidente del parlamento (Sóviet supremo) de la Federación Rusa anunciando el propósito de declarar la soberanía de la república rusa, contribuyendo así al aumento de la tensión y de las presiones rupturistas que ya enarbolaban los dirigentes de las repúblicas bálticas. Poco después, en junio de 1990, el congreso de diputados ruso aprobó una “declaración de soberanía”, que proclamaba la supremacía de las leyes rusas sobre las soviéticas.
Era un torpedo en la línea de flotación del gran buque soviético. Sorprendentemente, la declaración fue aprobada por 907 diputados a favor y sólo 13 votaron en contra. El 16 de junio, el parlamento ruso, a propuesta de Yeltsin, anuló la función dirigente del Partido Comunista. Egor Ligachov, uno de los dirigentes contrarios a Yeltsin y a la deriva de Gorbachov, declaraba que el proceso que se estaba siguiendo era muy peligroso y llevaba al “desmoronamiento de la URSS”. Eran palabras proféticas. Yeltsin, ya liquidada la Unión, convirtió en 1992 esa fecha en fiesta nacional rusa, mientras que, con justicia, los comunistas la consideran hoy un “día negro” para el país.
Las tensiones nacionalistas jugaron un importante papel en la destrucción de la URSS; a veces, con oscuras operaciones que la historiografía aún no ha abordado con rigor. Un ejemplo puede bastar: el 13 de enero de 1991 hubo una matanza ante la torre de la televisión en Vilna, la capital lituana.
Trece civiles y un militar del KGB resultaron muertos, y la prensa internacional tildó lo ocurrido de “brutal represión soviética”, como titularon muchos periódicos. El presidente norteamericano, George Bush, criticó la actuación de Moscú, y Francia y Alemania, así como la OTAN, pronunciaron duras palabras de condena: el mundo quedó horrorizado por la violencia extrema del gobierno soviético, enfrentado al gobierno nacionalista lituano que controlaba en ese momento el Sajudis, dirigido por Vytautas Landsbergis. Siete días después, el 20 de enero, una masiva manifestación en Moscú exigía la dimisión de Gorbachov, mientras Yeltsin le acusaba de incitar los odios nacionalistas, acusación a todas luces falsa. Una oleada de protestas contra Gorbachov y el PCUS, y en solidaridad con los gobiernos nacionalistas del Báltico, sacudió muchas ciudades de la Unión Soviética.
Sin embargo, ahora sabemos que, por ejemplo, Audrius Butkevičius, miembro del Sajudis y responsable de seguridad en el gobierno nacionalista lituano, y después ministro de Defensa, se ha pavoneado ante la prensa de su papel en la preparación de esos acontecimientos, forzados con el objetivo de desprestigiar al Ejército soviético y al KGB: ha llegado a reconocer que sabía que se producirían víctimas ese día ante la torre de la televisión, y sabemos también ahora que los muertos fueron alcanzados por francotiradores apostados en los tejados de los edificios y que no recibieron disparos desde una trayectoria horizontal, como correspondería si hubieran sido atacados por las tropas soviéticas que estaban ante la entrada de la torre de televisión.
Butkevičius reconoció años después de los hechos que miembros del DPT (Departamento de Protección del Territorio, el embrión del ejército creado por el gobierno nacionalista) apostados en la torre de la televisión, dispararon a la calle. No se trata de desarrollar una teoría conspiratoria de la caída de la URSS, pero las provocaciones y los planes desestabilizadores existieron. También las tensiones nacionalistas, por lo que esas provocaciones actuaron sobre un terreno abonado, excitando la pasión y los enfrentamientos.
En marzo de 1991 tuvo lugar el referéndum sobre la conservación de la URSS, en ese clima de pasiones nacionalistas. Los gobiernos de seis repúblicas se negaron a organizar la consulta (las tres bálticas, que ya habían declarado su independencia, aunque no era efectiva; y Armenia, Georgia y Moldavia), pese a lo cual el ochenta por ciento de los votantes soviéticos participaron, y los resultados dieron unos porcentajes del 76′4 de partidarios de la conservación y del 21′4 que votaron negativamente, cifras que incluyen las repúblicas donde el referéndum no se convocó. El aplastante resultado favorable al mantenimiento de la URSS fue ignorado por las fuerzas que trabajaban por la ruptura: por los nacionalistas y por los “reformadores”, que ya controlaban buena parte de las estructuras de poder, como las instituciones rusas. Yeltsin, como presidente del parlamento ruso, desarrollaba un doble juego: no se oponía públicamente al mantenimiento de la Unión, pero conspiraba activamente con otras repúblicas para destruirla.
De hecho, una de las razones, si no la más importante, de la convocatoria del referéndum de marzo de 1991 fue el intento del gobierno central de Gorbachov de limitar la voracidad de los círculos de poder de algunas repúblicas y, sobre todo, de frenar la alocada carrera de Yeltsin hacia el fortalecimiento de su propio poder, para lo que necesitaba la destrucción del poder central representado por Gorbachov y el gobierno soviético. Sin olvidar que, en el clima de confusión y descontento, la demagogia de Yeltsin consiguió muchos seguidores.
Así, antes del intento de golpe de Estado del verano de 1991, Yeltsin reconoció en julio la independencia de Lituania, en una clara provocación al gobierno soviético que Gorbachov fue incapaz de responder. Los dirigentes de las repúblicas querían consolidar su poder, sin tener que dar cuentas al centro federal, y para eso necesitaban la ruptura de la Unión Soviética. Un sector de los partidarios del mantenimiento de la URSS facilitó con su torpeza el avance de las posiciones de la tácita coalición entre nacionalistas y “reformadores” liberales, que recibían, además, el apoyo de los partidarios del sector de economía privada que prosperó bajo Gorbachov, e incluso del mundo de la delincuencia, que olfateaba la posibilidad de conseguir magníficos negocios, por no hablar de los dirigentes del PCUS, como Alexander Yakovlev, que trabajaban activamente para destruir el partido. La víspera del día fijado para la firma del nuevo tratado de la Unión, los golpistas irrumpieron con un denominado Comité estatal para la situación de emergencia en la URSS. El comité contaba con el vicepresidente Guennadi Yanáev, el primer ministro Pávlov; el ministro de Defensa, Yázov; el presidente del KGB, Kriuchkov, el ministro del Interior, Boris Pugo, y otros dirigentes, como Baklánov, y Tiziakov. El fracaso del golpe de agosto de 1991, impulsado por sectores del PCUS contrarios a la política de Gorbachov, sirvió de detonante para la contrarrevolución y alentó a las fuerzas que propugnaban, sin formularlo todavía, la disolución de la URSS.
La improvisación de los golpistas, pese a contar con el responsable del KGB y del ministro de Defensa, llegó al extremo de anunciar el golpe ¡antes de poner en movimiento las tropas que supuestamente les apoyaban!; ni siquiera cerraron los aeropuertos ni tomaron los medios de comunicación, ni detuvieron a Yeltsin y otros dirigentes reformistas, y la prensa internacional pudo moverse a su antojo. Los servicios secretos norteamericanos confirmaron la increíble improvisación del golpe, y la ausencia de importantes movimientos de tropas que pudiesen apoyarlo. De hecho, la desaforada torpeza de los golpistas se convirtió en la principal baza de los sectores anticomunistas que acabaron con la URSS: aunque pretendiesen lo contrario, su acción, como la de Gorbachov, facilitó el camino a los partidarios de la restauración capitalista.
Tras el fracaso del golpe, Yeltsin volvió a adelantarse: el 24 de agosto reconocía la independencia de Estonia y Letonia. Y no fue sólo Yeltsin quien inició los pasos para la prohibición del comunismo: también Gorbachov, incapaz de hacer frente a las presiones de la derecha. El 24 de agosto de 1991, Gorbachov anunciaba su dimisión como secretario general del PCUS, la disolución del comité central del partido, y la prohibición de la actividad de las células comunistas en el ejército, en el KGB, en el ministerio del interior, así como la confiscación de todas sus propiedades. El PCUS quedaba sin organización ni recursos. No había frenos para la revancha anticomunista. Yeltsin ya había prohibido todos los periódicos y publicaciones comunistas. La debilidad de Gorbachov era ya evidente, hasta el punto de que Yeltsin, presidente de la república rusa, era capaz de imponer ministros de su confianza al propio presidente soviético en los ministerios de Defensa e Interior, claves en la crítica situación del momento. Yeltsin ya había prohibido al PCUS en Rusia e incautado sus archivos (de hecho, esos archivos eran los centrales del partido comunista), y otras repúblicas lo imitaron (Moldavia, Estonia, Letonia y Lituania se apresuraron a prohibir el partido comunista y pedir a Estados Unidos apoyo para su independencia), mientras el “reformista” alcalde de Moscú incautaba y sellaba los edificios comunistas en la capital. Por su parte, Kravchuk anunciaba el 24 de agosto su abandono de sus cargos en el PCUS y en el Partido Comunista de Ucrania. Yeltsin, que contaba con un importante apoyo social, se abstenía cuidadosamente de revelar su propósito de restaurar el capitalismo.
La desenfrenada carrera hacia el desastre siguió durante los meses finales de 1991. El referéndum celebrado en Ucrania el 1 de diciembre de 1991, contaba con el control del aparato de Kravchuk, el hasta hacía unos meses secretario comunista de la república, reconvertido en nacionalista, adalid de la independencia ucraniana. Tras el resultado, al día siguiente, Kravchuk anunció su negativa a firmar el Tratado de la Unión con el resto de repúblicas soviéticas. Kravchuk era el prototipo del perfecto oportunista, presto a adoptar cualquier ideología para conservar su papel: en agosto de 1991, con el intento de golpe contra Gorbachov, no dejó clara su posición, ni apoyó a Yeltsin ni a Gorbachov, pero tras el fracaso adoptó una posición nacionalista, abandonó el partido comunista, y se lanzó a reclamar la independencia de Ucrania. Era un profesional del poder, que intuyó los acontecimientos, y, si había sido elegido presidente del parlamento ucraniano en 1990 por los diputados comunistas, tras el fracaso del golpe, abandonó las filas comunistas. Así, todo se precipitaba. Si unos meses antes, el 17 de marzo de 1991, la población ucraniana había respaldado mayoritariamente la conservación de la URSS (un 83 % votó a favor, y apenas un 16 % en contra) la masiva campaña del poder controlado por Kravchuk consiguió el milagro de que, ocho meses después, la población ucraniana respaldase la declaración de independencia del parlamento por un 90 %, con una participación del 84 %.
Yeltsin anunció, como pretexto, que si Ucrania no firmaba el nuevo tratado de la Unión, tampoco lo haría Rusia: era la voladura descontrolada de la URSS. Detrás, había un activo trabajo occidental: dos días después del referéndum ucraniano del día 1 de diciembre, Kravchuk hablaba con Bush sobre el reconocimiento norteamericano de la independencia: aunque Washington mantenía la cautela oficial para no enturbiar las relaciones con Moscú, su diplomacia y sus servicios secretos trabajaban esforzadamente apoyando a las fuerzas rupturistas.
También Hungría y Polonia, convertidos ya en países satélites de Washington, reconocieron a Ucrania. Yeltsin hizo lo propio, lanzado ya a la destrucción de la URSS. De inmediato, se puso en marcha el plan para disolver la Unión Soviética, en una operación protagonizada por Yeltsin, Kravchuk y el bielorruso Shushkévich el 8 de diciembre de 1991, que se reunieron en la residencia de Viskulí, en la reserva natural de Belovézhskaya Puscha, de Bielorrusia, donde proclamaron la disolución de la URSS y se apresuraron a informar a George Bush para obtener su aprobación.
Faltan muchos aspectos por investigar de esa operación, aunque los protagonistas que viven, como Shushkévich, insisten en que no estaba preparada de antemano la disolución de la URSS y que fue decidida sobre la marcha. El presidente bielorruso fue el encargado de informar del acuerdo a un Gorbachov impotente y superado por los acontecimientos, que sabía que iba a celebrarse la reunión de Viskulí, y le hizo partícipe, además, de que a George Bush le había gustado la decisión.
La rápida sucesión de acontecimientos, con la firma en Alma-Ata, el 21 de diciembre, por parte de once repúblicas soviéticas del acta de creación de la CEI y la dimisión de Gorbachov cuatro días después, con la simbólica retirada de la bandera roja soviética del Kremlin, marcaron el final de la Unión Soviética.
En una disparatada carrera de reclamaciones nacionalistas, muchas fuerzas políticas que habían crecido al amparo de la perestroika reclamaban soberanía e independencia, argumentando que su república iniciaría un nuevo camino de prosperidad y progreso, sin las supuestas hipotecas que comportaba la pertenencia a la Unión Soviética. Desde el Cáucaso hasta las repúblicas bálticas, pasando por Ucrania, Bielorrusia y Moldavia, con la excepción de las repúblicas centroasiáticas, la mayoría de los protagonistas del momento se apresuraron a romper los lazos soviéticos… para apoderarse del poder en sus repúblicas. Una alianza tácita entre sectores nacionalistas y liberales (que supuestamente iban a alumbrar la libertad y la prosperidad), viejos disidentes, altos funcionarios del Estado y directores de fábricas y combinados industriales, oportunistas del PCUS, dirigentes comunistas reconvertidos a toda prisa para mantener su estatus (Yeltsin ya lo había hecho, y le siguieron Yakovlev, Kravchuk, Shushkévich, Nazarbáyev, Aliev, Shevardnadze, Karimov, etc), sectores comunistas desorientados, y ambiciosos jefes militares dispuestos a todo, incluso a traicionar sus juramentos, para mantenerse en el escalafón o para dirigir los ejércitos de cada república, confluyeron en el esfuerzo de demolición de la URSS.
Con todo el poder en sus manos, y con el partido comunista desarticulado y prohibido, Yeltsin y los dirigentes de las repúblicas se lanzaron al cobro del botín, a la privatización salvaje, al robo de la propiedad pública. No hubo freno. Después, para aplastar la resistencia por la deriva capitalista, llegaría el golpe de Estado de Yeltsin en 1993, inaugurando la vía militar al capitalismo, la sangrienta matanza en las calles de Moscú, el bombardeo del Parlamento (algo inaudito en la Europa posterior a 1945, que horrorizó al mundo pero que fue apoyado por los gobiernos de Washington, París, Berlín y Londres), y, finalmente, la manipulación y el robo de las elecciones de 1996 en Rusia, que fueron ganadas por el candidato del Partido Comunista, Guennadi Ziuganov.
La destrucción de la URSS convirtió a millones de personas en pobres, destruyó la industria soviética, desarticuló por completo la compleja red científica del país, arrasó la sanidad y la educación públicas, y llevó al estallido de guerras civiles en distintas repúblicas, muchas de las cuales cayeron en manos de sátrapas y dictadores. Es cierto que existía una evidente insatisfacción entre una parte importante de la población soviética, que hundía sus raíces en los años de la represión stalinista y que se agudizó por el obsesivo control de la población, y, aún más, por la desorganización progresiva y la falta de alimentos y suministros que caracterizó los últimos años bajo Gorbachov, pero la disolución empeoró todos los males. Esa parte de la población estaba predispuesta a creer incluso las mentiras que recorrían la URSS, recogidas a veces de los medios de comunicación occidentales.
En los análisis y en la historiografía que se ha ido construyendo en estos veinte años, ha sido un lugar común interrogarse sobre las razones de la falta de respuesta del pueblo soviético ante la disolución de la URSS. Veinte años después, la visión de conjunto es más clara: la agudización de la crisis paralizó buena parte de las energías del país, las disputas nacionalistas situaron el debate en las supuestas ventajas de la disolución de la Unión (¡todas las repúblicas, incluso la rusa, o, al menos sus dirigentes, proclamaban que el resto se aprovechaba de sus recursos, fuesen los que fuesen, agrícolas o mineros, industriales o de servicios, y que la separación supondría la superación de la crisis y el inicio de una nueva prosperidad!), y la ambición política de muchos dirigentes (nuevos o viejos) pasaba por la creación de nuevos centros de poder, nuevas repúblicas. Además, nadie podía organizar la resistencia porque los principales dirigentes del Estado encabezaban la operación de desmantelamiento, por activa, como Yeltsin, o por pasiva, como Gorbachov, y el partido comunista había sido prohibido y sus organizaciones desmanteladas. El PCUS se había confundido durante años con la estructura del Estado, y esa condición le daba fuerza, pero también debilidad: cuando fue prohibido, sus millones de militantes quedaron huérfanos, sin iniciativa, muchos de ellos expectantes e impotentes ante los rápidos cambios que se sucedían.
En el pasado, esos dirigentes oportunistas (como Yeltsin, Aliev, Nazarbáyev, presidente de Kazajastán desde la desaparición de la URSS, cuya dictadura acaba de prohibir la actividad del nuevo Partido Comunista Kazajo) tenían que actuar en un marco de partido único en la URSS y bajo unas leyes y una constitución que les forzaban a desarrollar una política favorable a los intereses populares. El colapso de la Unión mostró su verdadero carácter, convirtiéndose en los protagonistas del saqueo de la propiedad pública, y configurando regímenes represivos, dictatoriales y populistas… que recibieron la inmediata comprensión de los países capitalistas occidentales.
En una siniestra ironía, los dirigentes que protagonizaron el mayor robo de la historia eran presentados por la prensa rusa y occidental como “progresistas” y “renovadores”, mientras que quienes pretendían salvar la URSS y mantener las conquistas sociales de la población eran presentados como “conservadores” e “inmovilistas” Esos progresistas se lanzarían después a una desenfrenada rapiña de la propiedad pública, robando a manos llenas, porque los “libertadores” y “progresistas” iban a pilotar la mayor estafa de la historia y una matanza de dimensiones aterradoras, no sólo por el bombardeo del Parlamento, sino porque esa operación de ingeniería social, la privatización salvaje, ha causado la muerte de millones de personas.
Un aspecto secundario para el asunto que nos ocupa, pero relevante por sus implicaciones para el futuro, es la cuestión de quién ganó con la desaparición de la URSS. Desde luego, no lo hizo la población soviética, que, veinte años después, sigue por debajo de los niveles de vida que había alcanzado con la URSS. Tres ejemplos bastarán: Rusia tenía ciento cincuenta millones de habitantes, y ahora apenas tiene ciento cuarenta y dos; Lituania, que contaba en 1991 con tres millones setecientos mil habitantes, apenas alcanza ahora los dos millones y medio. Ucrania, que alcanzaba los cincuenta millones, hoy apenas tiene cuarenta y cinco. Además de los millones de muertos, la esperanza de vida ha retrocedido en todas las repúblicas. La desaparición de la URSS fue una catástrofe para la población, que cayó en manos de delincuentes, de sátrapas, de ladrones, muchos de ellos reconvertidos ahora en “respetables empresarios y políticos”. Estados Unidos se apresuró a cantar victoria, y todo parecía indicar que había sido así: su principal oponente ideológico y estratégico había dejado de existir. Pero, si Washington ganó entonces, su desastrosa gestión de un mundo unipolar dio inicio a su propia crisis: su decadencia, aunque relativa, es un hecho, y su repliegue militar en el mundo se acentuará, pese a los deseos de sus gobernantes.
Veinte años después, la Unión Soviética sigue presente en la memoria de los ciudadanos, tanto entre los veteranos como entre las nuevas generaciones. Olga Onóiko, una joven escritora de veintiséis años que ha ganado el prestigioso premio Debut, afirmaba (con una ingenuidad que también revela la conciencia de una gran pérdida) hace unos meses: “la Unión Soviética se aparece en mi mente como un país grande y hermoso, un país soleado y festivo, el país de ensueño de mi infancia, con un claro cielo azul y banderas rojas ondeando”. Por su parte, Irina Antónova, una excepcional mujer de ochenta y nueve años, directora en ejercicio del célebre Museo Pushkin de Moscú, añadía: “La época de Stalin fue un momento duro para la cultura y para el país. Pero también he visto cómo mucho después se perdió un gran país de una manera involuntaria e innecesaria. [...] A veces me digo que sólo quiero irme al otro mundo después de haber vuelto a ver el brote verde de algo nuevo, algo realmente nuevo. Un Picasso que transforme esta realidad desde el arte, desde la belleza y la emoción humana. Pero la cultura de masas ha devorado todo. Ha bajado nuestro nivel. Aunque pasará. Es sólo una mala época. Y sobreviviremos a ella”.
(Tomado de la Revista cultural El Viejo Topo)
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18 Comentarios »
• lolotte dijo:
Cuando vemos a gente como Daniel Cohn-Bendit, euro-diputado y uno de los principales responsables del partido político francés EELV, partido altermundialista que se dice tener una fuerte dosis de valores sociales y ambientales, expresarse negativamente de lideres latino-americanos como el Presidente Chávez y el Presidente Castro, calificando a sus países como regímenes totalitarios con la intensión de compararlos con Hungría, desprestigiar así su nueva constitución y manipular a la opinión publica, constatamos que no hay que ser especialista en geopolítica para ver que la USA no es la única nación que esta bajo la ocupación sionista, como lo menciono recientemente Lady Michèle Renouf.
Además de interrogarse seriamente sobre la justeza expresada por los nuevos textos constitucionales húngaros, que seguramente velan por los intereses de su pueblo.
# 19 Enero 2012 a las 13:24
• Clemente Martinez dijo:
Buen analice histórico de la disolución de la URSS y su protagonistas que influyeron de la caída de la URSS. Pero la realidad radica en la conciencia del propio ser humano; Unos nacemos para bien y otros para mal; eso es lo real. Cuando digo para bien o para mal,entra en juego la propia conciencia del ser; avarisiosos. Glotoneros, lujuriosos,etc. O sea el bienestar de la humanidad no se encuentra ni en el capitalismo ni en el socialismo; si no en la propia conciencia del ser del ser. Ahora; si la tierra quisiera tener una mejor humanidad,tendría que pensar como los Dioses. Pero de aquellos Dioses lleno de Amor no como los dioses lleno de anti amor. Significa que aquí en la tierra estos conflictos de contradicciones de pensamiento y actuar siempre lo vamos a tener en medios de nosotros; mientras no pensemos como los Dioses lleno de amor. Decimos Dioses todo aquello que esta lleno de divinidad.
# 19 Enero 2012 a las 14:56
• Alí Babá y los cuarenta ladrones dijo:
Hay que tener cuidado con todos los que se rasgan las vestiduras, son lobos vestidos de ovejas.
# 19 Enero 2012 a las 15:00
• rdamian dijo:
Solo tengo 26 años y lo q conozco de la URSS viene de libros y los relatos de mis padres. Creo que es muy importante para nosotros -los cubanos que deseamos el bienestar de nuestro pueblo- aprender de los errores que se cometieron allá. Muy interesante, y triste a la vez, leer sobre aquellos sucesos.
# 19 Enero 2012 a las 15:23
• jesus dijo:
El descalabro ha sido total
El indice de desarrollo humano , situa a Cuba en el lugar 51. Solo tres paises de la ex URSS, estan por encima de Cuba: Estonia ( lugar 34). Lituania(40) y Letonia(43)
Los demas por debajo. Los mas proximos:Rusia , lugar 65 ,y Bielorusia , 66.
# 19 Enero 2012 a las 16:52
• Dario dijo:
Desde aquellos tiempos siempre he sentido que hacía falta una explicación, bien estudiada y sin apasionamientos de la desaparición de la URSS; en este artículo considero que se hace un análisis bastante certero, dejando lógicamente algunas lagunas, que deben existir, pues un hecho de tanta magnitud no va a ser fácil desentrañarlo completamente en tan breve tiempo.
Muy buena la caracterización de Gorbachov y su papel en todo aquello. Hoy en día se gana la vida dando conferencias en muchas partes y presentándose como un Héroe, cuando realmente fue un inepto en toda la extensión de la palabra.
# 19 Enero 2012 a las 17:33
• Jorge LGuerrero dijo:
Es necesario que se sepa,que EE.UU le pago 200 millones a Gorbacheb y ese LACAYO AL SERVICIO IMPERIAl,vive hoy en Boca Raton,FLORIDA a costa de vender a la URSS,de todos modos los rusos,son un pais de muchos recursos y ahora bajo la administracion de putin y mervediev estan asumiendo el verdadero rol de esa gran potencia,por supuesto que el mundo necesita hoy mas que nunca a la URSS,especialmente nosostros los cubanos añoramos aquella epoca.
# 19 Enero 2012 a las 20:13
• lazaro izquierdo martinez dijo:
Fue sorprender ver la gran cantidad de excomunistas de la URSS cambiandoce las mascaras alentados por el dinero y un resectivo llamado en contra de sus ideales donde puedo yo puedo tener una imaginacion uneguivoca de las oscuras manos occidentades la gran mayoria de sus exmiembros hoy reconocen el error y el porgue de un borracho gue cambio los destinos y la historia de la gran nacion SOVIETICA(URSS)lider indiscutible pese a algunos desaciertos necesarios para el mantenimiento de la URSS pues constantemente los malos engendros capitalistas ansiaban el fin gue posteriormente se convirtio en una amarga y triste realidad yo siempre pienso gue siempre se aprende de los enemigos solapados de amigos y hay gue andar con la guardia en alto cheguean los oportunistas pues estos pueden causar mas maletares gue el MARABU. Lazaro
# 19 Enero 2012 a las 20:48
• julio dijo:
te falto decir que quienes se comieron a rusia fueron los mismos del partido comunista y la kgb, esos son los magnates de hoy en rusia y por el camino que va cuba, pasara exactamente lo mismo. occidente no acabo con rusia, fueron ellos mismos por su cadena de errores, abusos y dominio sobre las personas, a nadie le gusta ser esclavo de nadie,la gente nace para ser libres y no para que un grupo sean los piensen por uno, digan que es lo bueno y lo malo, son los que deciden que se lee, que se ve,que se oye. eso no es asi, la gente tiene derecho a decidir su propio destino,todos sabemos que la vida es una lucha constante y por supuesto que ha nadie le gusta que haya pobres ni discriminados. la mafia del partido comunista de la era sovietica son los que hoy dia son los dueños de rusia. cuba: mirate en ese espejo.
# 19 Enero 2012 a las 21:23
• Srećko Vojvodić dijo:
Estoy de acuerdo con Dario: el estudio de Higinio Polo, presentado aquí, es excelente y precioso. Solamente añadiría que considero la lectura del estudio de Roger Keeran and Thomas Kenny: „Socialism Betrayed: Behind the Collapse of the Soviet Union“ imprescindible.
Y en cuanto al heroísmo de Misha el funerario (TCC M. S. Grobachov): ni me extraña que él mismo se vea tan, ni que los amos y portavoces del imperialismo triunfante le ven de tal manera. ¿Qué otro? De los amos y portavoces no hay nada a comentar y ¿de él mismo? Yo no puedo imaginar cómo podría sobrevivir el desplome de una escuelita de la cual me alguien había encargado, sin hacerme loco, y el presidió ¡el desplome del primer estado de los obreros y campesinos, el soporte y la esperanza del todo proletariado mundial!
Bueno que lolotte sigue y lee a Lady Michèle Renouf y Daniel Cohn-Bendit, debe ser un/a analista. A mi ni me ocurre. Preferiría instalar Nova, Linux cubano, en mi ordenador, que leerl@s. ¡Anda! Dicen Cohn-Bendit y su partido quienes son regímenes totalitarios… no quiero escribir aquí qué me duele por eso, no se pronuncian tantas palabras en CubaDebate…
# 20 Enero 2012 a las 0:25
• Andrey Semyachko dijo:
El artículo muy bueno y sincero.
# 20 Enero 2012 a las 6:28
• GERMAN dijo:
EXCELENTE ARTICULO DONDE EN 6 PAGINAS SE HACE UN ANALISIS MUY DETALLADO DE AQUEL AÑO 1991.
TUVE OPORTUNIDAD COMO MUCHOS CUBANOS DE LEER EL LIBRO DE GORBACHOV SOBRE LA PERESTROIKA QUE FUE EDITADO AQUI Y DEL DICHO AL HECHO HAY UN GRAN TRECHO EN LO QUE SE PLANTEABA A HACER Y LO QUE EN REALIDAD PASO.
AUN PUEDEN QUEDAR CABOS SUELTOS PERO ESTE MISMO ANALISIS SE PUDIERA HACER CON LOS DEMAS PAISES DE EUROPA ORIENTAL QUE EN UN MOMENTO DETERMINADO FUERON SOCIALISTAS Y EN 1989 OPTARON POR EL CAPITALISMO SALVAJE.
# 20 Enero 2012 a las 9:56
• carlos e. bischoff dijo:
Pues…, el artículo sin dudas es meduloso sobre el colapso de la Urss, muy ilustrativo y documentado.
Sin embargo, me quedo con la sensación de que se dice “por esto cayó la Urss, esto es, que la Urss cayó por estos acontecimientos que se relatan. Y realmente, cualquier analista tipo Brzesinsky lo daría por bueno, ya que a no dudar la mano de estos tipos ha estado metida en el colapso.
Quizá deba aclarar de entrada que NO soy trotskysta, aunque no me parece malo echarle una leída a Trotsky cada tanto, que en algunas cosas sí que parece haber tenido razón. Probablemente no en su modo de entender el internacionalismo, pero casi seguramente sí en su análisis de la burocracia soviética. Sería para otro tema.
Sin embargo, el colapso es el fin de una enfermedad, no la enfermedad misma. Es la conclusión, no inevitable pero posible de la enfermedad. Y pretender que el colapso sea la causa, es equivocar el diagnóstico, y por allí sacar experiencias equivocadas, al menos riesgosas.
¿Como puede un sistema socialista desintegrarse casi sin pena, ante la mirada atónita del pueblo que lo sostiene y lo construye? Y no sé porque, pero me da la impresión de que por allí van los tiros. ¿Construía el pueblo soviético el socialismo? ¿O el “socialismo real” del Pcus instruía al pueblo soviético sobre cuando, como y donde construir, lo malo o bueno en cada momento? ¿El Estado Soviético se construía sobre la base del pueblo o sobre el aparato del Pcus? Porque Yeltsin, Gorbachov y compañía, eran parte sustantiva, miembros del Comité Central del Pcus, y no da la sensación de que los virajes durante el colapso, ni previos a él, hayan sido frutos de un proceso en el pueblo soviético. ¿Se vió sorprendido el pueblo soviético, o solo vió pasar estos hechos como algo cercano pero no propio?
Vamos, que si uno,aún con la poca información que tiene sobre aquella etapa, la compara con el proceso de discusión de adecuación que hoy vive Cuba -ese que los tipo Brzesinsky intuyen de “retorno” al capitalismo-, pocos puntos en común podrán advertirse. Pero quizá por esto sea más significativo y necesario hoy análisis un poco más hondos no ya del “colapso” sino de la o las enfermedades que los producen.
No sé, no puedo saber si los lineamientos son los más adecuados. Confío en ellos, porque tengo la impresión de la participación popular en ellos. En la participación y en la lucha contra la burocracia. Puedo estar equivocado, pero se me hace que son dos de las enfermedades -y muchas decisiones históricas a su alrededor-, que están en la base del fin de la Urss. Admito mi escasa capacidad para analizarlas, pero estoy seguro que hay que hacerlo, y no pretender que el el fin de cincuenta años de socialismo sea el fruto de los manejos solo de cuatro o cinco imbéciles o entregados al imperialismo. Poco socialismo -al menos como modestamente lo concibo- debe haberse construído.
Chau
# 20 Enero 2012 a las 10:34
• ANDAL dijo:
Muy buen articulo ese, yo mismo no conocia ni la mitad de los echos que dieron al traste al derrumbamiento de la URSS.
Y aunque me duela decirlo y reconocerlo estoy de acuerdo con los comentarios de julio.
Saludos a los foristas.
# 20 Enero 2012 a las 11:01
• Miguel. dijo:
La URSS era un sueño echo realidad y mas para nosotros los cubanos , sólo pude disfrutar del campo socialista hasta mis 7 años de edad, desde el 1983 hasta el 1990. Muchos cubanos dicen que fué La década prodigiosa y otros el tiempo de la abundancia.En ese período Cuba llegó a tener el 99% de la agricultura, totalmente mecanizada ,es sorprendente no? Como cambian los tiempos, que nostalgia.
Miguel…
# 20 Enero 2012 a las 11:10
• carlos dijo:
Estimados compañeros, aconsejo ( en el buen sentido de la palabra, pues no soy nadie para aconsejar) que lean el libro de Tomas Borges el que publica un dialogo con el Sr. Comandante Fidel Castro que se realizo un tiempo antes de la caida de la Unión Soviética y en el con una gran lucidez Don Fidel Castro anticipa la caída y da el porque. Un abrazo a todos los compañeros
# 20 Enero 2012 a las 12:59
• OLPeña dijo:
Añoro ese temporada de los años 70´ y 80´ en las tiendas había de todas las chucherías que le fascinaban a un niño guajiro como yo desde dulces en conserva hasta la Jalea de leche en latas que luego de vacías las usábamos para candiles, ya que mi casa quedaba lejos del Sistema eléctrico, así como las revistas ilustradas, a color y en papel cromado, con artículos interesantes y paradisíacos que luego eran preciosos forros de libretas escolares.
Pero a esta altura reflexiono cuanto daño nos hizo esa MADRE solicita y complaciente a lo que llamábamos jocosamente la CANALITA, cuanto aprendimos a derrochar, a malgastar y a ser importadores netos de todo y de todos.
Recuerdo a estas alturas las palabras apocalípticas premonitorias de nuestro Che respecto al socialismo ruso y más doloroso encontró un culpable; cuanta razón tenía, como luchaba contra los dogmas. Su discurso de Argel.
Cuanto hemos copiado, cuanto podemos protegernos como luchar contra los camaleones, los cambia casacas, los anexionistas.
Resulta interesante en este proceso de implosión que el pueblo soviético no participó luego de rescatar al país de la II Guerra Mundial y poner la mayoría de los muertos y si muchos acomodados dentro del sistema. Se soltaron los descendientes de los zares.
Creo a sobremanera en el socialismo, el papel de la historia y en los próceres, pero un socialismo integrador materialista, ambientalista y de ideas.
Lo Importante de toda esta pesadilla es que Cuba, sufrió pero no claudicó.
Saludos
# 20 Enero 2012 a las 13:26
• Pedro Luis dijo:
No soy especialista en temas rusos, pero creo haber sentido desde dentro por más de un lustro, a eso que dicen - el alma rusa.
No es mi intención una disertación política, sino vivencial, si sale otra cosa pido disculpas por adelantado, porque no soy académico.
El pueblo ruso, ese que a 20 años de la caída de la URSS sigue viviendo, trabajando, riendo y sufriendo en esa amplísima franja del norte euroasiático, es un pueblo maravilloso, con una cultura milenaria exquisita, humanista y heredera de tradiciones de cientos de pueblos que allí conviven. Tuvo épocas muy difíciles, entre ellas la ocupación mongola, la etapa zarista (con un régimen feudal aplastante que sobrevivió prácticamente hasta la Revolución Bolchevique), los primeros años de la Revolución de Octubre y el período durante y posterior a la Gran Guerra Patria. Este, después de la caída de la URSS, es otro momento difícil que en su momento tendrá su propia historia.
Rusia existe sobre la sangre de millones de sus hombres que desde épocas añejas fueron carne de cañón para las guerras zaristas, y en épocas mas recientes, el inevitable sacrificio humano para no dejar de ser una nación independiente; pero mientras los hombres ofrendaban sus vidas en el campo de batalla, fueron las mujeres y los niños, la inmensa mayoría viudas y huérfanos, quienes sobre su sudor y lágrimas soportaron el peso de esa nación gigantesca. Si alguna patria tiene el mérito y orgullo de llamarse “madrecita”, esa sería sin duda alguna Rusia.
Recuerdo que la autoridad de la mujer en la época soviética era sencillamente aplastante. Ellas se habían ganado esa autoridad con enormes dosis de sacrificio, en tanto los hombres, eran más dados a las fiestas familiares, la bebida, las discusiones, el deporte y el trabajo por supuesto; pero primaba un espíritu de celebración constante en todo aquello, a tal punto, que le habían asignado un día a casi todas las profesiones y oficios conocidos, aparte de las conmemoraciones históricas. Pareciera que en su subconsciente se desquitaban de la amargura y dolor de tantos años de muerte y miseria.
Difícilmente no eras bienvenido en cualquier hogar ruso, no importaba de qué latitud, longitud, raza o religión provinieses. Lógicamente se establecían larguísimas discusiones de sobremesa acompañadas de abundante vodka y tocino, que terminaban con el anfitrión borracho como una cuba, pero todo el mundo contento.
De política se hablaba por supuesto, pero esa era una asignatura que rápidamente era superada por el calor familiar y la amistad.
Yo diría que es un pueblo extremadamente noble, hospitalario, trabajador, orgulloso de su historia y cultura y nada vanidoso, aun cuando tienen suficientes elementos para ello.
A diferencia de los EEUU, nacidos prácticamente ayer, los rusos nunca han dicho que son “la tierra prometida”, o que Dios habla con ellos. Si, tienen su Dios, pero no andan de brazo con el a todos lados y mucho menos este les habla de lo que tienen que hacer.
Al ruso (soviético) no le importaba mucho quien manda, ni tenía esa preocupación enfermiza con la democracia, la libertad de expresión y los derechos humanos; los tenía conquistados con su Revolución y gozaba de ellos como un don que le llegaba desde la cuna- derecho a la educación y salud gratuitas, derecho al trabajo, a una vivienda decorosa, a la cultura, al deporte, a la recreación, etc, etc.
Sin embargo, fue creciendo, en ese paraíso terrenal que iban construyendo, una idea morbosa de competir con el capitalismo, de demostrar que esa si era la tierra prometida, de elevarse por encima de los demás. Y error tras error, soberbia tras soberbia, tozudez tras tozudez, aquello se fue complicando, exacerbado por supuesto, por toda la maquinaria propagandística del imperio yanqui y su cohorte.
Se conservaron las conquistas fundamentales, pero se perseguía con saña cualquier disensión ideológica, se cerró el país al exterior y se autobloquearon. En la URSS fue creciendo un “no sé qué” chovinista, grandilocuente y pretencioso que en nada se acercaba a la verdadera esencia del pueblo ruso. Pero al fin al cabo los rusos, a quien no le importaban mucho la cosas del Kremlin, siguieron con su guasanga y poco a poco sintieron esas limitaciones de sus libertades y derechos, empezaron a ver el resurgimiento de manifestaciones serias de corrupción, abuso del cargo, represión, elitismo y nacimiento de una capa de personas por encima del pueblo; quienes dirigían, legislaban y consumían por encima de ese pueblo.
Me da tremenda pena enterarme, de que una de las primeras acciones “emancipadoras” de la “nueva Rusia”, fue proyectar en pantallas gigantes de la avenida Arbat, los dibujos animados del Pato Donald. (los dibujos animados rusos eran por mucho de mejor factura artística que los de Disney y quien disienta de eso, que busque en los créditos de los mejores animados yanquis y europeos y se sorprenderá de la profusa colección de apellidos rusos).
He obviado (no por ignorancia) la etapa estalinista con todos sus absurdos, porque haciendo abstracción de ello, los logros económicos y sociales de la URSS en la etapa que estoy tratando de recordar (70-80) apuntaban hacia una sociedad con un nivel de vida espiritual y socioeconómico en desarrollo constante.
Años antes de la caída de la URSS, aun en época de Breznev, ya la URSS no era la URSS; si acaso la escuálida caricatura de un sueño frustrado.
Si bien los mercados de Moscú rebosaban de buena salud en cuanto a cantidad (pésima calidad en no poco rubros), las ciudades de la periferia y en particular el campo, iban en franco declive. Si el transporte en y desde Moscú era una maravilla, dentro de las provincias y regiones era un infierno. El moscovita era un soviético privilegiado que disponía de casi todas las bondades, a tal punto que prácticamente podía desayunar, almorzar y comer frugalmente con ¡UN RUBLO! en las cafeterías de la ciudad; viajar por una de las más extensas redes de metro del mundo con ¡CINCO CENTAVOS! y entrar a espectáculos artísticos de primer nivel mundial con solo rascarse el bolsillo. Pero la inmensa Rusia padecía de una metástasis atroz que la consumía lentamente, era la clásica modelo famélica y desnutrida con rostro de ángel, que al final resultó ser de la muerte.
Se descuidaron muchas cosas en el camino y sería interminable la lista, pero una principalísima pudiese ser sin duda alguna, el pensar y actuar como ruso, sin representar realmente al alma rusa; divorciarse por completo del pueblo y actuar en nombre de este, asumiendo los méritos milenarios y más recientes de ese pueblo como patente de corso para hacer política.
No quiero extenderme más, porque me he ido complicando; pero Gorbachov, Eltsin y todo y todos los que han acompañado a estos personajes son solo la punta del iceberg que dio al traste con aquel acorazado Potemkin; el Crucero Aurora hizo aguas sin salir del muelle, porque lo pintaban por arriba, pero se iba pudriendo el casco.
Confío en la capacidad regeneradora de ese pueblo. Más de una vez han salido del infierno y la nada para casi tocar el cielo.
No creo que el resurgimiento de una vida digna y una Patria mil veces mejor que la finada URSS sea obra de Putin, Medvedev, Ziugánov o Prójorov. Los indignados rusos no son esos que salieron a las calles a vociferar contra Putin en estos días. Los indignados rusos aun siguen con su dormidera osezna y entre algún que otro trago de vodka saldrán en su momento de la cueva, empujados por la osa hembra, que repito, es quien manda al fin y al cabo. Solo hay que esperar.
# 21 Enero 2012 a las 11:25
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