Después de la parquedad económica
León Bendesky
L
a parquedad de esta economía, asentada en la estabilidad financiera improductiva, es un hecho que no se puede seguir eludiendo en las evaluaciones gubernamentales y del sector privado. Sin embargo, no hay indicios de que así vaya a ser.
Tampoco puede ser esquivada por quien pretenda gobernar el próximo sexenio. No hay aún muestras de que eso ocurra. Pero la cuestión debe admitirse frontalmente. Los discursos políticos y las propuestas generales no servirán de nada, aunque están tan arraigadas en las prácticas de los partidos y los políticos aspirantes del poder.
Esta condición, la de la parquedad, se impuso de modo explícito desde el gobierno de Ernesto Zedillo y con un influyente grupo de funcionarios en Hacienda y el Banco de México, que ejercen todavía un control duro de las políticas fiscal, monetaria y financiera. Ya lo había advertido el entonces canciller Gurría, acertó. Y los gobiernos del PAN se han encargado de mantener las cosas disciplinada y férreamente.
La situación ya no da más de sí. Aunque, en efecto, el esquema impuesto ha sido muy rentable para algunos y ha consolidado una economía muy concentrada, poco competitiva y productiva. Persiste un alto grado de corporativismo empresarial y de poderosos sindicatos y se mantienen demasiados privilegios.
Parco, en un sentido literal de corto, escaso o moderado ha sido el entorno económico general durante demasiado tiempo. Y el estancamiento crónico no se supera.
De acuerdo con el Banco de México se está desacelerando el crecimiento de la economía. Esto ocurre, según el diagnóstico ofrecido, por el menor dinamismo de la demanda externa y, también, por la debilidad de algunos componentes de la demanda interna (Anuncio de Política Monetaria, enero 20, 2012).
La verdad es que no podía ser de otra manera, pues esta economía es muy dependiente de la demanda de exportaciones del mercado de Estados Unidos y, en cuanto al mercado interno, no tiene la estructura ni la pujanza necesarias para sostener la expansión del producto y del empleo.
Una apreciación más completa de los límites de la energía de nuestra economía se obtiene de otro documento reciente del propio Banco de México, se trata de la presentación que hizo el gobernador Carstens el 5 de enero pasado titulada Evolución reciente de la economía mexicana (véase www.banxico.org.mx).
Algunas observaciones de dicha evolución son pertinentes para el tema que aquí nos ocupa:
La crisis económica internacional tuvo un impacto notorio en el nivel de la actividad económica general y, sobre todo, en el de la industria (donde se cuentan la manufactura y la construcción). Si se toma como base el tercer trimestre de 2008, que precede a la recesión del año siguiente, se ve que pasaron 28 meses para recuperar el nivel de producción y un poco más en el caso de la industria. En cuanto a las exportaciones a Estados Unidos el periodo transcurrido de reposición fue similar.
Las ventas al mayoreo todavía están muy por debajo del nivel prerrecesivo y los mismo pasa con el nivel de la inversión fija total y sus componentes: la construcción y la maquinaria y equipo de origen nacional e importado.
El crédito al consumo y en tarjetas de crédito está muy lejos de recuperar sus niveles de septiembre de 2008. En el primer caso el índice está hoy aún 25 puntos por debajo y, en el segundo, más de 45 puntos abajo. El sistema financiero del país es muy rentable pero esencialmente disfuncional para promover la expansión de la economía. El gobierno se queda con 35 por ciento del financiamiento total disponible en la economía para financiar la deuda pública y distorsiona, así adicionalmente y de manera severa la asignación de los recursos. Finalmente, otro indicador, el índice de confianza del consumidor está más de 35 puntos retrasado frente a aquel mismo periodo.
Hasta aquí la consideración del análisis oficial de una economía bastante precaria en su funcionamiento y su capacidad de expansión. Pero, además, siguen sin generarse suficientes empleos formales y la cifra del IMSS que cayó en 2011, caerá aún más el año entrante hasta sólo 550 mil puestos de trabajo. La informalidad, pues, se ha vuelto rampante y se admite ya sin tapujos una cifra de 60 por ciento del total de la población económicamente activa, es decir, alrededor de 27 millones de personas. Seis de cada diez mexicanos que buscan ocupación son informales.
La estabilidad financiera es, en principio, un rasgo positivo de la política económica, pero debe admitirse que es cada vez menos rentable y no hay propuesta alguna para anclarla a un proceso de estímulos a la producción y a la generación de más empleo e ingresos.
Tomemos, por ejemplo, el caso de las reservas internacionales que habían sido clave en el mantenimiento del tipo de cambio del peso frente al dólar y de la inflación. Hoy se cuentan más de 144 mil millones de dólares de reservas y en las semanas recientes el peso se ha depreciado y el propio banco central señala que ese es uno de los elementos que ha hecho que el nivel de precios esté aumentando. Para esta economía la inflación actual de 3.82 por ciento es muy elevada.
La economía mexicana carece de un proyecto coherente, de inversiones que detonen el crecimiento y mejoren el bienestar. Superar la parquedad reinante, que es como un nudo gordiano, es un objetivo clave de la política y eje de una renovación necesaria.
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