Más allá del asesinato de un periodista
Con Biden las cosas son bastante claras, su lacónico mensaje es: “América regresó” y en la Conferencia de Múnich recalcó que este regreso era para el bien de la especie humana.
Su primer paso fue el empleo de la fuerza cuando ordenó bombardear Siria, pese a la difícil situación que se vive en EEUU: graves problemas económicos, los peores después de la Segunda Guerra Mundial; luchas intestinas, especialmente raciales, que le han conducido a su sociedad al borde del caos y fallecen más personas que en cualquier otro país, como consecuencia del COVID-19.
En lugar de remediar estos males, Biden y su séquito proponen ampliar el grupo de naciones dispuestas a combatir contra Rusia, abren para ello un amplio espectro de posibilidades en todas las esferas de la actividad humana: económica, política, militar, cibernética… pues piensan que es un grave error no calibrar bien a Rusia de Putin, que representa un peligro para la libertad y la existencia independiente del mundo. Es increíble, ven enemigos únicamente en el exterior cuando por dentro tienen clavada en cada uno de sus ojos una gran viga, que los está destruyendo.
De igual manera tratan los demás asuntos mundiales. Así, el Presidente Biden llamó a Salmán bin Abdulaziz al Saud, rey de Arabia Saudita, para comunicarle que las reglas están cambiando y habrá variaciones significativas, que EEUU da importancia al imperio de la ley y los derechos humanos, que se transformarán profundamente las relaciones de Washington con el régimen saudí, si no los respeta. Suena bonito de no ser porque si fuera cierta la intención de cambiar, deberían primero devolver a Cuba Guantánamo, descongelar los activos de Venezuela, dejar de apoyar a regímenes de ultra derecha, como el de Ucrania, sacar sus tropas de aquellos países a donde no han sido invitados, no asesinar a líderes políticos que no son de su agrado y no enviar sus flotas, de manera provocativa, a las aguas cercanas de Irán, Rusia y China.
Vale la pena recordar algunos hechos. El 2 de octubre de 2018, Jamal Khashoggi, periodista saudí y columnista del The Washington Post, que residía en EEUU y cuya postura respecto a la conducción de Arabia Saudita por el príncipe Mohamed bin Salmán (MBS) era crítica, fue al consulado de su país en Estambul para obtener un certificado de su divorcio, con el fin de casarse con Hatice Cengizel, estudiante turca. Su novia, que ahora pide castigar sin demora a MBS, lo esperó durante once horas, pero él nunca salió, allí durante un interrogatorio lo torturaron. Se asegura que antes de decapitarlo le cortaron los dedos y lo desmembraron cuando todavía estaba vivo.
El fiscal general de Arabia Saudita informó sobre la detención de 18 ciudadanos saudíes en el marco de la investigación de la muerte de Khashoggi. Sostuvo que la reunión de Khashoggi en el consulado de Estambul desembocó en una pelea, que provocó su muerte. Un tribunal saudita condenó a ocho personas a entre 7 y 20 años de prisión, por haber participado en el asesinato del periodista. El expresidente Trump dijo en ese entonces que “los asesinos de Khashoggi actuaban por su cuenta” y Sarah Sanders, exportavoz de la Casa Blanca, informó que “EEUU aceptaba el anuncio de Arabia Saudí de que su investigación sobre la suerte de Khashoggi estaba avanzando y que había tomado medidas contra los sospechosos que hasta ahora ha identificado”.
Hasta aquí hablan las informaciones de prensa, que no tocan lo medular del asunto: este crimen está íntimamente relacionado con el wahabismo, Al-Qaeda, el Estado Islámico (EI), la Hermandad Musulmana, los lapidadores, los decapitadores, las guerras del Medio Oriente, las monarquías del Golfo, las ventas de armas a Arabia Saudita, las elecciones de EEUU y muchas otras cosas más.
El rey Salman, de más de 85 años de edad, es el hijo número 25 del fundador de la dinastía Saud, ha consolidado su potestad en detrimento de las demás ramas de la familia real, que no han renunciado a sus aspiraciones, y ha favorecido a su hijo, el príncipe MBS, de carácter impulsivo, con quien gobierna sin ningún otro poder de contrapeso. En Arabia Saudita no existe un sistema legal que se semeje a los estándares aceptados universalmente, están prohibidos los partidos políticos, no existe la prensa libre y tampoco se tolera alguna forma de oposición.
Pero nada de lo que pasa en la política mundial es casual. Cuando en 1973, los países árabes cortaron el suministro de petróleo a Occidente, por su apoyo a Israel durante la guerra del Yom Kippur, EEUU eliminó la conversión de dólares por oro; luego se produjo el atentado del 9/11, en el que estaban implicados ciudadanos saudíes; más adelante, EEUU atacó Iraq, eliminó al sunita Saddam y cedió el poder a los chiitas, aliados de Irán; por último, Obama no impidió la caída de Mubarak, minimizó el número de tropas estadounidenses en Irak, disminuyó sus ataques en Siria y negoció el programa nuclear con Irán. Todo en contra de las conveniencias sauditas.
En realidad, EEUU busca reordenar el Medio Oriente y, como no tiene amigos sino intereses, no le importa que Arabia Saudita hubiera apoyado a los muyahaidines en su lucha contra la URSS, ni que el actual rey Salman, designado por el entonces rey Fahd para dirigir la ayuda a los musulmanes de Bosnia, entregara más de 600 millones de dólares para la guerra en ese país. Comprende que en Arabia Saudita algún día se va a dar a una revolución social más profunda que las que han sacudido el Medio Oriente; estima que, aunque le ayudó a combatir a la URSS en Afanistán, que hizo un buen trabajo en Yugoslavia y Chechenia, en el derrocamiento de Gadafi en Libia, y en la guerra civil de Siria, se ha convertido ahora en un estorbo, en un movimiento irregular que intenta imponer el EI en el mundo musulmán; por eso no encuentra otro remedio que desmembrar el reino Saudí.
Para ello desempolva el plan de expulsar a los Saud de Arabia y aprovecha sus errores, uno de los cuales fue subir tanto la producción petróleo hasta bajar su precio y así quebrar, prácticamente, la industria del fracking estadounidense. Washington se atiborró de petróleo barato, pero le disgusta que unos árabes ricos les dicten las reglas de juego en el negocio petrolero. En pocas palabras, EEUU y Arabia Saudita son enemigos íntimos.
Para justificar los cambios en sus relaciones con la monarquía saudita, la Inteligencia estadounidense publicó un informe que sostiene: “Según nuestras evaluaciones, el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohamed bin Salmán, aprobó la operación en Estambul, para capturar o asesinar al periodista saudita Jamal Khashoggi”. Esta conclusión la basa en que MBS controla la toma de decisiones, apoya el uso de la violencia para silenciar disidentes y controla de manera absoluta la Inteligencia de su país, lo que imposibilita que el operativo fuera realizado sin su autorización.
Sobre la base de este informe, Antony Blinken, Secretario de Estado de EEUU, dijo: “Hoy anuncio la ‘Prohibición Khashoggi’. Esta prohibición permite al Departamento de Estado imponer restricciones de visa a 76 personas saudíes que se cree que han estado involucradas en amenazar a disidentes en el extranjero, incluido, entre otros, el asesinato de Khashoggi” y se ha dado pasos para reforzar la condena internacional por este crimen, para que Arabia Saudita disuelva el escuadrón que presuntamente asesinó a Khashoggi y adopte reformas que garanticen el cese de actividades y operaciones contra los disidentes. Por su parte, el Departamento del Tesoro de EEUU sancionó a Ahmed al Asiri, ex director de los servicios de Inteligencia sauditas y anunció sanciones contra la fuerza de intervención rápida de la Guardia Real saudita.
No hay que olvidar que Joe Biden dijo durante la campaña presidencial que Arabia Saudita merecía ser tratada como un paria por el asesinato de Khashoggi, es en este contexto que se debe analizar el informe de Inteligencia de EEUU. Si el 25 de marzo de 1975 fue asesinado en un complot el rey Faisal de Arabia Saudita, es posible que contra MBS se actúe hoy de manera más radical, y como de la Casa Blanca ya salió Trump, quien siempre aceptó su inocencia, al príncipe saudí lo han puesto en capilla.
Y no importa que en septiembre de 2019, MBS hubiera asumido la responsabilidad total por ese asesinato, por haber ocurrido cuando estaba a cargo del reino, tampoco importa que alegara no conocer sobre la confabulación, puesto que es imposible controlar las actividades de tres millones de funcionarios, ni que ahora el Ministerio de Exteriores saudita asegure que “el crimen fue cometido por un grupo de individuos que transgredieron todas las normas pertinentes y los dirigentes del reino han tomado todas las medidas necesarias para garantizar que una tragedia así no se vuelva a producir” y rechace el informe de Inteligencia de EEUU porque hace una evaluación negativa, falsa e inaceptable, ni que la Liga Árabe respalde a Arabia Saudita en su rechazo absoluto a ese informe, por contener información y conclusiones inexactas.
Lo cierto es que el príncipe MBS debe poner sus barbas a remojar porque, pese a ser una de las personas más poderosas del planeta, contra él van a lanzarse las fuerzas titánicas del imperio con mayor poder que la historia conoce. Ejemplos sobran en el vecindario árabe: Saddam Husein, Muamar el Gadafi, Qasem Soleimani, por recordar a unos pocos. Pero no todo está dicho, MBS, ducho en geopolítica y sus juegos, debe tener algunos ases bajo la manga. Así es que, todo está por verse.
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