Las cartas del poder
León Bendesky
E
l poder siempre esta ahí: opera, trama y se exhibe; unas veces es más ostensible que otras. Nunca reposa. Tiene una esencia y se adapta a las costumbres locales, siempre tan variadas. Es incansable. Se muestra en múltiples dimensiones y se manifiesta por todas las latitudes de este planeta que se hace más pequeño a diario. ¿Qué tan lejos de nosotros están Ucrania, o Egipto, o Venezuela?
Algunas de las expresiones del poder sobresalen en ciertos episodios, son focos de nuestra atención; sólo temporalmente y nunca de modo suficiente. De que así sea se encarga esa vertiente del poder que es la
opinión pública, la que conforman básicamente y en forma paradójica los medios de comunicación privados. Sobre estos episodios se especula mucho, se manipula la información de los hechos, su significado y sus consecuencias; se construyen escenarios casi siempre efímeros, aunque se sabe que su impacto no será intrascendente. Lo que ocurre se traslapa.
La confrontación entre Rusia y Ucrania expresa la complejidad, más allá de lo trivial que en ocasiones resulta el término, de diversas aristas históricas y políticas de una región que ha estado muchas veces en disputa. Asistimos a una pugna de poder con rasgos nacionalistas y discriminatorios, de intereses económicos y geopolíticos que se disputan territorios, sus recursos, su lugar estratégico, su población. Unos de esos rasgos son de largo aliento histórico, otros se asientan en las condiciones políticas contemporáneas.
El gobierno ruso juega un papel estelar en este episodio. Para cualquier curioso o, hasta para los inevitables expertos, la actitud de Vladimir Putin no puede resultar extraña. ¿Qué esperaban de él, que quedara pasmado y viera pasar de largo las cosas? En cambio, es como observar a uno de los muchos grandes jugadores rusos de ajedrez sentado ante su oponente: la atención muy fija, haciendo movidas definitivas y apretando con decisión el parador del reloj esperando que el otro responda, pero teniendo ya en mente varias jugadas por adelantado, tal vez incluso en este momento hasta el mismo jaque mate de la partida.
A nadie debería extrañar la manera como actúa Putin tomando el control de lo que está sucediendo. Esa es Rusia en un sentido práctico del ejercicio de un poder en franca reconstrucción, luego del desahucio del PCUS y del mismo país. La puesta en su lugar de Gorbachov y Yeltsin no puede ser más patente, crítica y contundente. Todo ocurre de prisa. La Unión Europea y Estados Unidos se van quedando a la zaga. El liderazgo real de Putin está muy por delante de sus contendientes dentro y fuera de su país.
No pretendo siquiera usar aquí ninguna teoría política, sino ejercer apenas algunas pautas de la observación, que por su misma naturaleza parte de ciertos puntos de vista. Asignar algún valor de índole ético en el caso de la revuelta ucraniana y la rápida y rotunda respuesta rusa es, me parece, irrelevante. En el momento de Sochi, ¿quién porta la antorcha olímpica del bien? Ni unos ni otros. La defensa de la democracia a la manera convencional en que desde el occidente aún rico se impone su uso y se establece su comprensión es, ciertamente, un asunto parcial y complicado, sobre todo cuando los principios esenciales que la definen están muy menguados. La debacle social, el desgaste de los gobiernos, en unos casos que ni siquiera han sido electos por los ciudadanos, las medias verdades dichas en público, el alto costo económico, las enormes desigualdades entre los grupos de la población, son apenas unos rasgos evidentes del desgaste que está en curso. Los moldes a los que quieren acostumbrarnos son demasiado rígidos, el mercado y la crisis económica son, como ya está bien establecido, los grandes modos de la disciplina social. Pero las contradicciones no se superan y, en cambio, resurgen con fuerza.
Los instintos políticos son difíciles de modificar de uno y del otro lado de las ideologías. Los hacedores de opinión debaten sin cesar en torno al significado del que podríamos llamar
efecto Putin. En un reciente debate en CNN un ex general del ejército estadunidense decía cándidamente que en su momento el gobierno del George Bush (padre) había considerado necesario y legal invadir Panamá. Pero el experto en turno Fareed Zakaria encontró, no faltaba más, argumentos que señalaban las sutilezas que diferencian ese caso del actual de Ucrania; misión casi imposible.
La fascinación por el poder no lleva necesariamente a una mejor comprensión de sus significados prácticos. Tiene aspectos obsesivos, es como una especie de adrenalina, se justifica por sí mismo, se mezcla usualmente con la riqueza material que es uno de sus sustentos. Tómese, por ejemplo, la popular serie de televisión (de paga, por supuesto)House of Cards. El representante ante el Congreso, Frank Underwood, es el epítome de la ambición capaz de cualquier bajeza personal y pública para alcanzar sus fines. El poder por sí mismo.
Pero esta aproximación se queda corta, a pesar de asomarse a algunos de los chanchullos que se ofrecen apenas como una probadita de lo que suele ocurrir. Así, esconde mucho más de lo que expone para fijar y ubicar casi como una serie de anécdotas al poder en el entorno de la vida de los individuos y las sociedades. La atención se concentra en ese tipo de cucaracha kafkiana que es Underwood, que logra quedarse en efecto fuera del dominio de lo que le pasa a la gente. Es notable que en medio de la peor crisis económica y social desde los años 1930 pueda presentarse a la política como un asunto casi privado de adoración del poder, y mantener a los afectados al margen de una interpretación útil de lo que tal poder representa para ellos. Así, Fox News, la cadena radical de derechas, queda a su antojo para lanzarse contra todo lo que aborrece, excepto, claro está, el poder.
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