El Vaticano contra la ONU
Bernardo Barranco V.
L
a curia vaticana ha tomado a mal las durísimas impugnaciones del Comité para los Derechos de la Infancia, uno de los nueve órganos creados por la ONU, para la supervisión de la aplicación de los tratados internacionales de derechos humanos. El pasado 5 de febrero, el informe de 16 páginas reclama al Vaticano que
no reconoció la magnitud de los crímenes cometidos, no ha tomado las medidas necesarias para hacer frente a los casos del abuso sexual infantil ni para proteger a los niños. Y en cambio utilizó
políticas y prácticasque permitieron la continuación de la violencia y la impunidad. Por si fuera poco lo anterior, el informe de la ONU cuestiona a la Iglesia católica por seguir contando con las doctrinas y prácticas que ponen en peligro la salud y seguridad de los niños. La invita a revisar sus planteamientos sobre el aborto, los homosexuales y la sexualidad. Sin temor a equivocarme, el silencio y la prudencia hasta ahora del papa Francisco indican que se enfrenta a su primer gran desafío: las consecuencias de la pederastia en la Iglesia y el encubrimiento que perdura hoy.
Las respuestas no se han hecho esperar. El vocero Federico Lombardi cuestionó que
las observaciones del comité van más allá de sus facultades, al dar indicaciones que involucran evaluaciones morales sobre contracepción, aborto, educación en las familias y una visión de la sexualidad humana, a la luz de una propia ideología de la sexualidad. El debate está desordenado en Roma, mientras Silvano Tomasi, observador permanente de la Santa Sede ante Naciones Unidas en Ginebra, responde muy enojado. Los vaticanistas Sandro Maggister, Andrea Tornelli y John Allen se convierten en defensores de oficio de Roma, cuestionando a la ONU, como si fueran expertos en derecho internacional. Por otra parte, de manera inesperada, el responsable del Vaticano para la vida consagrada, Joao Braz de Aviz, reconoció que existen otros fundadores de congregaciones de la Iglesia tan incongruentes e inmorales como lo fue Marcial Maciel.
No es la primera vez que existe una confrontación entre ambos actores. Recordemos, por ejemplo, las tensiones escenificadas en la Conferencia sobre Población y Desarrollo, en El Cairo (1994). Sin embargo, la Santa Sede nunca había estado en el banquillo de los acusados ni había sido tan cuestionada como esta vez.
La curia romana se defiende señalando que no se han tomado en cuenta sus medidas adoptadas, ni los 400 sacerdotes reducidos al estado laical por Benedicto XVI entre 2011 y 2012, que fueron acusados de pedofilia. La comisión responde que casi todos gozan de libertad y no han sido juzgados por las autoridades civiles de sus países, así como los obispos que los encubrieron. Por ejemplo, se señala a Bernard Law y al nuncio polaco Joseph Wesolowski, acusado recientemente de prostitución infantil en Dominicana. Ambos gozan de libertad e impunidad.
La polémica se da justo al año de la dimisión del papa Benedicto XVI, ahora retirado, y en cierto sentido el informe le reprocha que las medidas contraídas en su pontificado fueron insuficientes, gradualistas y parciales. También hay que añadir la encuesta de Univisión, que señala la gran popularidad del papa Francisco a escala mundial frente a las opiniones más liberales de los católicos a la postura oficial de la Iglesia, en Europa, Estados Unidos y América Latina, en materia del aborto, parejas gays, celibato y el papel de las mujeres en la Iglesia.
Sobre el tema, el papa Francisco ha enviado señales que indican su absoluto repudio a la pederastia clerical. El 14 de marzo de 2013 reprendió a Bernard Law, diciéndole que no lo quería ver en el Vaticano. Junto con su grupo de cardenales (G-8), que lo ayudan en la reforma de la curia, estableció un comité especial de seguimiento para la protección de los menores. El pasado 16 de diciembre, en su homilía, expresó con pesar:
la pederastia, una vergüenza para la Iglesia. Sin embargo, la curia está empeñada en descalificar a la ONU, acción que resulta contradictoria, pues muchas de sus iniciativas sociales sobre libertad religiosa, laicidad y objeción de conciencia se sustentan en el derecho internacional y recurre con prolijidad a las resoluciones de la ONU. Baste recordar cómo durante años el episcopado mexicano y sus asesores utilizaron las convenciones de la ONU suscritas por el gobierno mexicano, especialmente el Pacto de Costa Rica, para presionar al Poder Legislativo con miras a cambiar el artículo 24 constitucional en materia de libertad religiosa.
Hay que asomarse a los informes del Unicef sobre México para aquilatar la forma y el contenido de reportes muy crudos. Son profundos cuestionamientos a la falta de política pública hacia la niñez y, por duros que parezcan los reportes, jamás el gobierno mexicano ha lanzado gritos al cielo ni ha descalificado las funciones del organismo internacional. Esto es lo preocupante, la actitud de descalificar la autoridad de la ONU. Tomasi, nuncio en Ginebra, ha planteado que el informe tiene un
enfoque ideológicoorientado por
ONG, con intereses sobre la homosexualidad, el matrimonio gay y otros temas. Esta descalificación es peligrosa, pues está desatando en la curia el ánimo de una conjura internacional para ultrajar la Iglesia, al estilo gastado de la conspiración internacional contra la Iglesia que busca desacreditar la Iglesia. Es el enemigo externo y la actitud de víctima propiciatoria ante el mal omnipotente que les encanta a ciertos católicos que buscan el martirio y la defensa patriótica. En esta lógica, grupos de derecha católica van recabando firmas de personas bien intencionadas pero poco informadas para defender “al Vaticano, que está siendo nuevamente atacado por fuerzas poderosas que intentan silenciar su voz en las Naciones Unidas… por parte de las organizaciones no gubernamentales más poderosas del mundo”. Entre ellas están el Catholics Family & Human Rigths Institute, ACI Prensa, entre otros. Es lamentable que se polaricen posturas; los ultraconservadores se benefician, porque podrían conducir a Francisco de reformador a un hoyo negro regresivo. La ONU es el primer gran test del Papa.