Siria: dilemas insolubles para todos
Immanuel Wallerstein
H
ubo un tiempo cuando todos, o casi todos, los actores en Medio Oriente mantenían posiciones claras. Otros actores podían anticipar, con alto grado de certeza, cómo reaccionarían este o aquel actor ante cualquier nuevo desarrollo de los eventos. Ese tiempo ya se fue. Si hoy miramos la guerra civil en Siria, rápidamente veremos que no sólo hay un amplio rango de objetivos que los diferentes actores se fijan a sí mismos, sino que cada uno de ellos está acosado por feroces debates internos acerca de la posición que deberían estar tomando.
Dentro de Siria misma, la situación actual implica una triada de opciones básicas. Hay quienes, por variadas razones, esencialmente respaldan al actual régimen en el poder. Hay quienes apoyan un resultado con los llamados salafistas, con el que alguna forma de lasharia sunita prevalecería. Y hay quienes no quieren ninguno de estos resultados y trabajan por una situación que derroque a los baathistas, pero sin instalar un régimen salafista en su lugar.
Esto, por supuesto, es un retrato demasiado simple, aun si es sólo una descripción de las posiciones de los actores internos. Cada una de estas tres posiciones básicas está mantenida por un número de actores diferentes (¿deberíamos llamarlos subactores?) que debaten entre ellos acerca de las tácticas que su bando debería impulsar. Por supuesto, el debate en torno a las tácticas en la lucha es también, o es realmente, un debate en torno acerca del resultado exacto que es preferible. Sin embargo, este triángulo de actores, cada uno con múltiples sub-actores, crea una situación en la cual hay una revisión constante de las alianzas muy locales que es muy difícil de explicar y seguramente difícil de anticipar.
Los dilemas no son menos para los actores no sirios. Tomemos a Estados Unidos, alguna vez gigante en el escenario, del que ahora se reconoce ampliamente su seria decadencia y que, por tanto, no tiene opciones buenas. Ya el mero hecho de admitir esto es en sí mismo algo controvertido en Estados Unidos, y el presidente Obama se encuentra, él mismo, bajo presiones políticas severas por parte de algunos subactores para que haga
másy por otros para que haga
menos. Este debate continúa al interior de su propio círculo cercano, por no mencionar el Congreso y los medios.
Irán enfrenta el dilema de cómo mejorar sus relaciones con Estados Unidos (y de hecho con Turquía y aun con Arabia Saudita) sin disminuir su respaldo hacia el régimen sirio y Hezbollah. El debate interno acerca de la táctica que hay que impulsar parece ser tan intenso y tan en voz alta como al interior de Estados Unidos.
Arabia Saudita enfrenta el dilema de respaldar en Siria a grupos musulmanes amistosos sin fortalecerle la mano a grupos como Al Qaeda, que buscan la caída del régimen saudita. El gobierno saudita teme que, si cometiera un error, esto fortalecería a quienes quieren que los disturbios internos se esparzan por Arabia Saudita. Así, presiona al gobierno estadunidense para que apoye los objetivos sauditas mientras, simultáneamente (y tan callado como sea posible), habla con los iraníes –lo cual no es un juego fácil.
El régimen turco, que ahora tiene sus propios problemas internos, respaldó originalmente al régimen sirio, luego fue su fiero oponente y ahora parece no ser ni lo uno ni lo otro. En cambio, busca recuperar su antigua postura como la Turquía post-otomana, que es una amiga poderosa para todos.
Los kurdos, que buscan la máxima autonomía (si no es que un Estado plenamente independiente), se encuentran en difíciles negociaciones con los cuatro Estados que tienen poblaciones kurdas significativas –Turquía, Siria, Irak e Irán.
Israel no puede realmente decidir de qué lado está. Está contra Irán y contra Hezbollah, pero hasta hace dos años tenía relaciones bastante estables con el régimen baathista de Siria. Si Israel respaldara a los oponentes del régimen sirio arriesgaría que llegara al poder un régimen mucho peor en Siria desde su punto de vista. Pero si quisiera debilitar a Irán y a Hezbollah, no podría ser indiferente al papel que juega el régimen sirio en permitir lazos cercanos entre Irán y Hezbollah. Así que Israel divagará o se quedará callado.
Los debates internos acosan a todos los Estados no árabes que tienen algún interés en la región: Rusia, China, Pakistán, Afganistán, Francia, Gran Bretaña, Alemania e Italia, para empezar.
Esto es caos geopolítico, y requiere de maniobras muy astutas por parte de cualquiera de los actores para no cometer graves errores en términos de sus propios intereses. En este remolino de alianzas que cambian de continuo, a escala global y en lo local, existen muchos grupos y subgrupos que consideran que es tácticamente útil incrementar la escala de la violencia.
La guerra civil siria es, en este momento, el locus de la mayor violencia en Medio Oriente, y no hay razones que nos hagan suponer que cesará. Se comienza ya a esparcir a Líbano y a Irak en lo particular. La mayoría de los actores está preocupada de que se esparza la violencia, porque además de ser aterradora puede, de hecho, lastimar sus intereses en lugar de ayudar a conseguirlos. Así que muchos actores intentan, de múltiples maneras, restringir su esparcimiento. Pero, ¿pueden?
Cuando el Ejército Popular de Liberación marchó sobre Shangai en 1949 y estableció un gobierno comunista en el poder, surgió un gran y fútil debate en Estados Unidos. Y su foco era
¿quién perdió China?Era como si China fuera algo que los otros podían perder. Es muy probable que muy pronto habrá debates de muchos países para ver
quién perdió Siria. De hecho, tales debates ya comenzaron. El hecho es que, en un estado de caos geopolítico, la mayoría de las actores tienen muy limitada capacidad de afectar el resultado. El Medio Oriente carena fuera de control, y seremos afortunados si escapamos de su colisión.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein
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