Desigualdad y acciones gubernamentales
Orlando Delgado Selley
E
l secretario general de la OCDE, José Ángel Gurría, señaló en el Seminario sobre Perspectivas Económicas que se organiza en el ITAM anualmente, que
la desigualdad en México triplica a la que se registra en los países miembros de la OCDE. La manera convencional de medir esta desigualdad es comparando el ingreso del 10 por ciento más rico de la población contra el 10 por ciento más pobre. El dato indica que en México ese 10 por ciento más rico se apropia 26 veces lo que el 10 por ciento más pobre.
Para los países miembros de la OCDE el ingreso promedio del 10 por ciento más rico es nueve veces mayor que el promedio del 10 por ciento más pobre. Este dato de desigualdad ha aumentado sensiblemente ya que, según Gurría, hace 30 años era de
seis o siete veces, lo que indica que el modelo económico que se implantó en el mundo alrededor de los años ochenta del siglo pasado ha resultado claramente benéfico para los ricos en detrimento del grueso de las poblaciones.
Esto se comprueba con los datos de la mayor economía del mundo. En un discurso importante pronunciado el pasado 4 de diciembre dedicado al problema de la movilidad social, el presidente Barack Obama señaló que el gran desafío de nuestro tiempo es la desigualdad y que dedicará el resto de su segundo mandato a la lucha por reducirla. Ofreció datos muy reveladores: durante las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta el 10 por ciento más rico de los estadunidenses se apropió consistentemente de la tercera parte del ingreso nacional de ese país, pero lo hizo en un contexto en el que el ingreso de todos los habitantes aumentaba.
En la actualidad ese 10 por ciento más rico se apropia de la mitad del ingreso nacional. Para hacer aún más evidente esta agudización de la desigualdad Obama ofrece otra comparación interesante: unas décadas atrás el presidente promedio de una compañía importante ganaba entre 20 y 30 veces lo que ganaba el trabajador promedio de ese país. En estos años los más altos directivos de la empresa privada ganan 272 veces lo que el trabajador promedio. Más aún, los ingresos del uno por ciento más rico son 288 veces mayores que los de la familia promedio estadunidense.
Este enorme incremento de la desigualdad, de acuerdo con el presidente Obama, tiene explicaciones claras: i) los cambios tecnológicos permitieron producir más con menos personal; ii) la competencia global llevó a que las empresas estadunidenses manufacturaran sus productos fuera de ese país, lo que redujo la relevancia de los trabajadores haciéndoles perder puestos de trabajo y beneficios económicos; iii) los valores sociales cambiaron, permitiendo que el lobby empresarial forzara el debilitamiento de sindicatos y la importancia del salario mínimo; iv) una ideología tramposa llevó a reducir impuestos a los más ricos al tiempo que se disminuía la inversión pública.
Estas fuerzas que generaron desigualdad no son exclusivas de Estados Unidos. Actuaron en todos los países desarrollados. Lo importante para Obama es que en Estados Unidos la desigualdad es mayor que en el resto del mundo desarrollado. Por eso es indispensable un nuevo proyecto nacional, encabezado por el gobierno, que ponga en el centro la lucha contra la desigualdad. Esta lucha demanda diferentes acciones: impulsar el crecimiento económico, lo que exige mejoras en la competitividad y aumentos de la productividad; para lograr lo anterior se requiere mejorar la educación; junto a ello es indispensable elevar los salarios mínimos reales significativamente; además, habrá que implementar programas para mitigar los problemas de comunidades y trabajadores golpeados por la gran recesión que comenzó en 2007.
Este es el planteo del actual gobierno estadunidense. En México, donde es más grave aún la desigualdad, el gobierno actual no se ocupa del tema. Resalta que, por ello, Gurría lo plantease en el seminario mencionado, lo que indica su relevancia mundial y, particularmente, para México. Queda claro que para la alianza que conduce el país la desigualdad no es un problema que amerite acciones relevantes. Las consecuencias de no hacerlo serán graves.