EZLN: Una mirada a su historiaRaúl Romero |
… la condición humana tiene una porfiada tendencia a la mala conducta. Donde menos se espera, salta la rebelión y ocurre la dignidad. En las montañas de Chiapas, por ejemplo. Largo tiempo callaron los indígenas mayas. La cultura maya es una cultura de la paciencia, que sabe esperar. Ahora, ¿cuánta gente habla por esas bocas? Los zapatistas están en Chiapas, pero están en todas partes. Son pocos, pero tienen muchos embajadores espontáneos. Como nadie nombra a esos embajadores, nadie puede destituirlos. Como nadie les paga, nadie puede contarlos. Ni comprarlos.
El desafío[1]
Eduardo Galeano
El 17 de noviembre del 2013 se cumplieron 30 años de la formación del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), y el 1 de enero del 2014 se celebrarán 20 años de su aparición pública. Como una forma de homenaje a los hombres y mujeres que hicieron que el grito de YA BASTA retumbara por todo el mundo, hoy iniciamos una serie de entregas que pretenden ser una breve revisión histórica de los actores que se entrelazaron para dar origen al EZLN. Para hacerlo se ha recurrido a diversas fuentes, pero sobre todo a los escritos, entrevistas y comunicados que los propios neozapatistas han generado. El texto se divide en tres apartados: I. El núcleo guerrillero, II. La resistencia milenaria y III. La opción por los pobres.
Es necesaria una aclaración: no ha sido nuestra intensión hablar por los zapatistas, ellos y ellas han contado su historia. Nuestro único objetivo aquí es contribuir a la difusión de su experiencia, esa que sin duda alguna representa la alternativa más avanzada en el mundo. Esperemos que estás líneas también sirvan para alimentar la historia del otro mundo posible que aún se encuentra en construcción.
I. El “núcleo guerrillero”
Es 1968 y la Unión de Republicas Socialistas Soviéticas (URSS) y los EUA se disputan la hegemonía mundial en una guerra disfrazada: la “Guerra Fría”. En Checoslovaquia la “Primavera de Praga” muestra al mundo el autoritarismo y la burocracia del “socialismo realmente existente”. Los manifestantes pugnan por un “socialismo con rostro humano”, pero sobre todo democrático. La respuesta de la URSS y sus aliados es la invasión del país. En Francia el “Mayo francés” evidencia –entre muchas otras cosas-, un rechazo generalizado a la sociedad de consumo.
Es 1968 y las Américas también están inquietas. En América Latina el triunfo de la revolución cubana sigue despertando expectativas y miles de jóvenes engrosan las filas de los movimientos y partidos revolucionarios. En EUA Martin Luther King –líder del movimiento por los derechos civiles- es asesinado y las manifestaciones contra la invasión a Vietnam polarizan aún más la sociedad norteamericana.
Es 1968, México será la sede de los Juegos Olímpicos y en el mes de julio estalla uno de los movimientos estudiantiles más importantes de su historia. Las condiciones políticas y sociales del país hacen que un conflicto que parecía menor rápidamente encuentre dimensiones nacionales. México está nuevamente a tono –como lo fue durante la revolución de 1910- con el descontento social que recorre el mundo. Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez –Presidente y Secretario de Gobernación de México, respectivamente- ordenan reprimir una manifestación estudiantil. El 2 de octubre grupos militares y paramilitares atacan a los manifestantes en la Plaza de las Tres Culturas, Tlatelolco, Ciudad de México; provocando cientos de muertos, desaparecidos y lesionados.
Es 1969 y el mundo no es el mismo después de la “Revolución Cultural” de 1968, como la llamo Hobsbawm[2]. Es 1969 y México aun duele: muchas familias buscan a sus hijos e hijas desde aquel 2 de octubre en que no regresaron a sus casas. Mientras tanto, el gobierno mexicano justifica la masacre argumentando que la primer agresión salió de los estudiantes, que había extranjeros interesados en desestabilizar el país y que el fantasma del comunismo estaba detrás de las protestas.
Cientos de jóvenes que habían participado en las movilizaciones estudiantiles concluyeron que no lograrían transformar a México por la vía institucional. Para muchos de ellos y ellas la vía pacífica estaba agotada y era hora de pasar a una siguiente etapa: la vía armada.
El 6 de agosto de 1969 en Monterrey, Nuevo León, fueron fundadas las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN). A la cabeza del grupo se encontraban los hermanos Cesar Germán y Fernando Yáñez Muñoz, Alfredo Zárate y Raúl Pérez Vázquez. El grupo tenía la estrategia de acumular fuerzas en silencio y de no enfrentarse con las fuerzas del Estado. En 1972 Cesar Germán Yáñez se estableció en el estado de Chiapas en el campamento denominado “El Diamante” donde operaba el “Núcleo Guerrillero Emiliano Zapata (NGEZ)”. Cinco años después de su fundación, las FLN contaban con redes en Tabasco, Puebla, Estado de México, Chiapas, Veracruz y Nuevo León[3].
Si bien las FLN tenían una ideología marxista-leninista, el grupo distaba mucho de caer en el dogmatismo. Desde su fundación, las FLN se plantearon como objetivo general la creación de un ejército y adoptaron como lema la frase del independentista Vicente Guerrero: “Vivir por la patria o morir por la libertad”.
El 14 de febrero de 1974 las FLN fueron atacadas por policías y militares en una de sus principales casas de seguridad: “La casa grande”, ubicada en San Miguel Nepantla, Estado de México. En el operativo participó Mario Arturo Acosta Chaparro, uno de los principales actores de la guerra sucia en México y quien después fue acusado en varias ocasiones por tener vínculos con el crimen organizado.
En “La casa grande” fueron asesinados 5 guerrilleros y otros 16 fueron apresados. La persecución contra el FLN se extendió hasta Ocosingo, Chiapas, donde fue atacado el campamento “El diamante” y varios miembros del NGEM fueron asesinados; algunos más alcanzaron a escapar, entre ellos Cesar Germán Yáñez. “Versiones periodísticas –escribe Laura Castellanos- aseguran que a mediados de abril de 1974, el grupo sobreviviente encabezado por Cesar Germán fue aniquilado por el ejército en plena selva. Su hermano Fernando se traslado entonces a Chiapas y con una brigada lo busco a él y a su grupo sin fortuna”[4].
De 1974 a 1983 la historia de las FLN es un tanto confusa, pues no existen muchos registros de aquella etapa. Durante esta época las FLN realizan incursiones de forma más constante en la Selva Lacandona y reinician la etapa de reclutamiento. Fue en era en la se reclutó a muchos estudiantes de universidades en las que el marxismo cobraba mucha fuerza, como fue el caso de la Universidad Autónoma Metropolitana y la Universidad Autónoma de Chapingo. Igualmente, durante este periodo (1974-1983) muchas de las actividades de las FLN fueron en el estado de Chiapas. En 1977, por ejemplo, montaron un campamento en Huitiupán, y un año más tarde instalaron una casa de seguridad en San Cristóbal de las Casas.
El trabajo que realizaron las FLN en Chiapas les permitió ir construyendo redes de solidaridad con organizaciones locales que tenían un trabajo previo con los indígenas de la región: grupos de corte maoísta, personas que impulsaban la formación de cooperativas e indígenas que habían sido animados a desarrollar trabajo comunitario desde la iglesia católica, impulsados principalmente por el obispo Samuel Ruíz.
Las experiencias armadas en Centroamérica como el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional en El Salvador, el Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua o la guerra civil que duró más de treinta años en Guatemala reavivaron la intención de las FLN de conformar un ejército –no un grupo guerrillero, sino un ejército regular- y el trabajo exitoso en Chiapas hizo que desde 1980 comenzará a figurar el acrónimo FLN-EZLN en los documentos de la guerrilla. Sin embargo, es hasta el 17 de noviembre de 1983 cuando, ayudados nuevamente por un grupo de indígenas politizados y con amplia experiencia organizativa –del que más tarden surgirán mandos como el Mayor Mario o la Mayor Yolanda- y reforzados por los nuevos militantes de las universidades, se estableció el primer campamento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional denominado “La Garrapata”[5].
Entrevistado por Yvon Le Bot y Maurice Najman, el Subcomandante Insurgente Marcos explicó que los tres grandes componentes del EZLN son “un grupo político-militar, un grupo de indígenas politizados y muy experimentados, y un movimiento indígena de la Selva”[6]. Ese tercer grupo al que se refiere Marcos comienza a ser parte crucial de la organización después de 1983, etapa en la que el EZLN inició una segunda fase de “acumulación de fuerzas en silencio”; pero en esta ocasión buscando combatientes principalmente entre los indígenas de la región que no tenían experiencias previas de militancia política. Para esta tarea, los indígenas politizados fungieron como puente, pues además de la barrera cultural –en la que el lenguaje significó un gran obstáculo- el hermetismo y la desconfianza –originados por siglos de opresión y desprecio- de los indígenas dificultó el acceso de los mestizos a las comunidades.
Los primeros integrantes del EZLN que se adentraron a la selva Lacandona pronto empezaron a vivir una realidad distinta y muy ajena a la que su adscripción ideológica les permitía ver. Los primeros años no sólo no se construía confianza con los indígenas, todo lo contrario: “A veces nos perseguían porque decían que éramos robavacas, o bandidos o brujos. Muchos de los que ahora son compañeros o inclusive comandantes del Comité, nos perseguían en aquella época porque pensaban que éramos gente mala”[7].
El contacto con las comunidades indígenas originó una especie de conversión del grupo original. Marcos narra este proceso de la siguiente forma:
Sufrimos realmente un proceso de reeducación, de remodelación. Como si nos hubieran desarmado. Como si nos hubiesen desmontado todos los elementos que teníamos –marxismo, leninismo, socialismo, cultura urbana, poesía, literatura-, todo lo que formaba parte de nosotros, y también cosas que no sabíamos que teníamos. Nos desarmaron y nos volvieron a armar, pero de otra forma. Y esa era la única manera de sobrevivir[8].
Como señalamos líneas arriba, el trabajo que el núcleo guerrillero de las FLN desarrolló en Chiapas sólo pudo madurar y convertirse en el EZLN gracias a la cosmovisión y tradición de resistencia de diferentes grupos indígenas.
II. La resistencia milenaria.
En el Comité estuvimos discutiendo toda la tarde. Buscamos la palabra en lengua para decir RENDIR y no la encontramos. No tiene traducción en tzotzil ni en tzeltal, nadie recuerda que esa palabra exista en tojolabal o en chol.
Rendirse, no existe en lengua verdadera[9]
Subcomandante Insurgente Marcos
“México es muchos Méxicos” se dice popularmente, y la mayor parte de las veces la sabiduría popular resume en pequeñas frases lo que académicos e investigadores expresan en cientos de páginas. “México es muchos Méxicos” no sólo por la heterogeneidad del territorio nacional, sino también, y fundamentalmente, por la variedad de pueblos que habitaron y habitan su territorio.
El estado de Chiapas es ejemplo de esa diversidad geográfica y cultural que caracteriza a todo el país. Su historia resume la historia de muchos pueblos de México y América Latina: la historia de pueblos que fueron violentamente conquistados y la historia de pueblos que resistieron y que aun hoy, más de quinientos años después, resisten conservando muchas de sus tradiciones.
Generalmente, la resistencia como acción social colectiva se da por parte de grupos originarios en respuesta a invasiones (o intentos de) del territorio que habitan. En este sentido, resistir es más una reacción que una acción, un acto de autodefensa territorial y cultural de los grupos originarios frente a la ofensa de las fuerzas extranjeras. Las resistencias pueden ser activas o pasivas, violentas o no violentas, armadas o sin armas y casi siempre el grupo o grupos que la ejercen se encuentran en desventaja, es decir, la correlación de fuerzas –numérica u operativa- les es desfavorable.
En un esfuerzo por categorizar las distintas formas de resistencia que ha estudiado, James Scott[10] señala que existen las formas de resistencia pública declarada y las formas de resistencia disfrazada, discreta y oculta: las primeras buscan llamar la atención (huelgas, boicots, rebeliones, peticiones, etc.), mientras que las segundas se quedan en el terreno de la infrapolítica (no visibles, íntimas, simbólicas, etc.). Si bien la forma oculta de resistencia escapa a la vista en una primera mirada, vale señalar que esa forma de la resistencia “contiene gran parte de los cimientos culturales y estructurales de la acción política visible”[11], es decir, de la forma pública de la resistencia.
Cuando los conquistadores españoles llegaron al territorio que hoy conocemos como Chiapas, se encontraron con civilizaciones sumamente avanzadas en lo político, económico, arquitectónico y militar, por mencionar algunos aspectos. El territorio estaba habitado por un conjunto de naciones solidarias, participativas y complementarías, pero también en pugna.
En aquella época, cuenta Antonio García de León[12], era la cultura “Chiapa” o “Chiapaneca” la que mantenía el dominio del territorio, en gran parte gracias al poderío militar que habían desarrollado. Como sucedió en otras partes del continente americano, algunos pueblos nativos vieron a los conquistadores como aliados con los que podían confrontar a la cultura dominante. Así sucedió con los zinacantecos, quienes decidieron apoyar a los conquistadores en la batalla contra los chiapa. La guerra por conquistar la región inició en 1524 y la resistencia de los nativos aplazó la toma de la ciudad por cuatro años, siendo hasta 1528 que las tropas encabezadas por Diego de Mazariegos pudieron establecerse en la región.
Poco a poco los conquistadores fueron venciendo militarmente a diferentes pueblos nativos. Otros más se vieron obligados a refugiarse en las montañas. En realidad siguieron resistiendo en las formas disfrazada, discreta y oculta que menciona Scott, pues continuaron reproduciendo su historia, su memoria, su lengua y aunque adoptaron algunas formas de la religión católica, estas fueron reinterpretadas y apropiadas por la cosmovisión de los pueblos originarios.
La guerra continuó en parte debido a la división de los españoles y a la insistencia de los indígenas, pero sobre todo debido a los tratos crueles, al asfixiante sistema tributario –que se incorporó a las leyes de la Nueva España- y a la tradición guerrera de los pueblos mayas. La resistencia adoptó en varias ocasiones su forma pública declarada y fueron surgiendo las primeras rebeliones.
La rebelión es, como escribimos líneas atrás, una forma pública declarada de la resistencia. Las rebeliones surgen a menudo cuando de las clases sometidas son expuestas a tratos excesivos por parte de la(s) clase(s) o grupo(s) dominante(s) e implica desobediencia, oposición y/o rechazo a la autoridad. Así mismo, es un cuestionamiento abierto a la legitimidad del grupo en el poder por sus excesivas formas de control u opresión y aunque puede ser pacífica o armada, violenta o no violenta, la rebelión es siempre una acción de confrontación. Las rebeliones se caracterizan por ser procesos limitados a determinada área geográfica y son más o menos espontáneas. Si bien las rebeliones históricamente han carecido en su origen de un proyecto alternativo, también es verdad que muchas rebeliones –en su fase de mayor maduración- han engendrado procesos revolucionarios.
De las distintas rebeliones acontecidas durante la colonia en Chiapas, diferentes historiadores destacan la Rebelión Tzeltal de 1712, incluso al grado de denominarla como la “República de Cancuc” o la “República Tzeltal”. Veamos un poco de este suceso.
La ríspida relación entre indígenas y colonizadores encontró una nueva crisis en 1711, debido –fundamentalmente- a la persecución de la iglesia católica en contra de nativos que decían haber presenciado manifestaciones divinas. El primer suceso aconteció en la comunidad tzotzil de Santa María, lugar en el que una “Virgen de rasgos indígenas” se reveló en un trozo de madera tallada a los tzotziles Dominica López y Juan Gómez. La aparición generó gran revuelo entre las comunidades vecinas, motivo por el cual el Santo Oficio decomisó la imagen.
Meses después, mientras en las comunidades aún se comentaba la “aparición de la virgen”, los santos católicos San Sebastián y San Pedro se “manifestaron” en el poblado de San Pedro Chenalhó. Este hecho generó la idea de que “el fin del mundo se aproximaba” tocara la conciencia colectiva de los pobladores de la región.
Por otra parte, el asfixiante sistema tributario de la capitanía y las gigantescas comisiones que cobraba el obispo Juan Bautista Álvarez de Toledo alimentaron el descontento social, provocando que miles de indígenas empezaran una rebelión contra las autoridades de la Nueva España. Por las mismas fechas, la figura de la virgen es vista nuevamente, en está ocasión por María de la Candelaria, indígena tzeltal de la comunidad de Cancuc; hecho que fue interpretado por los rebeldes como un nuevo mensaje. Los rebeldes encontraron en María de la Candelaria un “medio para comunicarse con la virgen” y para protegerla conformaron el ejército “soldados de la virgen”, el cual agrupó a 32 comunidades tzeltales, tzotziles y choles y llegó a tener entre sus filas a cerca de 3 mil milicianos.
Los “soldados de la virgen” fueron reclutando simpatizantes mediante la práctica de cultos semi-clandestinos, evidenciando así que los pueblos nativos habían mantenido sus estructuras organizativas y que conservaban cierta independencia frente a la corona.
La rebelión de los pueblos originarios se vio nuevamente fortalecida cuando Sebastián Gómez de la Gloria, indígena tzotzil que decía haber viajado al cielo y hablado con “Dios padre”, empezó a investir sacerdotes indios, distribuyó poderes y bendijo al ejército rebelde. Las comunidades aledañas comenzaron a desconocer todo poder que no emanara de Cancuc y los sacerdotes y religiosos españoles comenzaron a ser perseguidos y ajusticiados. Los insurrectos nombraron autoridades propias y a varios poblados se les cambió el nombre.
Las pugnas interétnicas, alimentadas por los españoles, la cooptación de algunos líderes y la brutal embestida del ejército de la Nueva España terminaron con la “República de Cancuc”, pero fue hasta 1727 cuando arrestaron a los autores de la rebelión y a sus hijos, para “no dejar en libertad la semilla de la rebeldía”. Los colonizadores se encargaron de dejar la derrota bien impregnada en la memoria de los insurrectos. Un caso ejemplar es el de Pedro de Zavaleta, quien en venganza por los asesinatos de ladinos y españoles se encargó de cortar una oreja a todos los que consideró miembros o cómplices de la rebelión.
Los pueblos indígenas nuevamente pasaron –consciente o inconscientemente- a la resistencia oculta y aunque en más de una ocasión hubo manifestaciones públicas, ninguna fue de la magnitud de la República Tzeltal.
Durante los siglos XIX y XX la resistencia continuó, a veces en su forma pública, otras en su forma oculta, pero siempre estuvo ahí esa oposición a la dominación. Cierto es que los indios de la región, como los de todo el continente americano, vivieron un exterminio que acabó con la mayoría de su población, motivo por el cual Tzvetan Todorov calificó la conquista como “el mayor genocidio de la historia humana”[13]. Pero ya fuere engrosando las filas del ejército independentista, o durante la revolución fortaleciendo al Ejercito Libertador del Sur bajo el mando de Emiliano Zapata, los pueblos indios de Chiapas participaron activamente en la construcción de la Nación mexicana. Personajes míticos como Juan López o rebeliones como la de Yucatán en 1847 alimentaron la memoria y también la práctica rebelde.
Algunas resistencias implican construir nuevas formas de organización social y política, como en el caso de los pueblos mayas: adoptando algunas expresiones de la religión católica y de la organización política colonial, pero también generando nuevas formas de autosubsistencia; las etnias chiapanecas lograron sobrevivir a la conquista y a la colonia. En el México independiente enfrentaron la explotación y marginación de nuevas figuras en el poder, por ejemplo, las del “Caciquismo ilustrado” o las de la “Familia chiapaneca”, pruebas evidentes del colonialismo interno.
La larga guerra de colonización que han enfrentado los pueblos indígenas de América Latina, y en particular los de Chiapas, no ha logrado despojarlos de su identidad. Las políticas de exterminio, etnocidio y limpieza social provocaron, como “efecto no deseado de la guerra”, el fortalecimiento de la cohesión social y la conciencia colectiva de los pueblos indios. En ese sentido, vale decir que la guerra de conquista, el colonialismo y el neocolonialismo fracasaron en el plano cultural e ideológico, pues no lograron imponer la racionalidad occidental como forma única de pensamiento, ni la religión católica como única expresión espiritual.
Esta resistencia milenaria se hizo presente nuevamente en el EZLN. Así lo describe González Casanova:
Los mayas destacan entre los pueblos que más han resistido a la conquista. En Yucatán y Guatemala, no fueron sometidos sino hasta 1703 y pronto volvieron a rebelarse. En Chiapas organizaron una gran revuelta en 1712. Dice el Chilam Balam: ‘Vino el pleitear ocultamente, el pleitear con furia, el pleitear con violencia, el pleitear sin misericordia’. Y esos mismos pueblos se volvieron a rebelar el 1o de enero de 1994[14].
La larga tradición de resistencia y rebelión de los pueblos indígenas se entrelazó con el pensamiento y praxis marxista de las Fuerzas de Liberación Nacional para dar origen al EZLN. Sin embargo, también vale destacar el trabajo que una corriente de la iglesia católica, la cual bajo la dirección del obispo Samuel Ruíz García, había realizado trabajo previo en la región.
III. La opción por los pobres.
Durante la guerra de conquista y en el proceso de colonización, surgieron personajes que denunciaron las atrocidades emprendidas por los representantes de la corona española en contra de los indígenas. Estas voces encontraron una importante resonancia al interior de la iglesia católica. Un caso ejemplar es el de Fray Bartolomé de las Casas. Siglos más tarde, durante la guerra de independencia, nuevamente dos curas jugaron un papel relevante, nos referimos a Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos y Pavón. Sin embargo, es hasta la segunda mitad del siglo XX cuando se analiza a profundidad el papel de la iglesia y de algunos de sus representantes a lado de los movimientos sociales.
En un intento por renovar y fortalecer a la iglesia católica, el Papa Juan XXIII convoca al Concilio Vaticano II, el cual se realizó entre 1962 y 1965. En aquel encuentro salieron a relucir las antiguas diferencias al interior de la religión católica, sobre todo las existentes entre los “antimodernos” y los “modernistas”. En el marco de este Concilio, el Papa Pablo VI –quién sucedió a Juan Pablo XXIII luego de su muerte-, convocó al Consejo Episcopal Latinoamericano a renovar su visión y su práctica para que fuera más acorde a la realidad del continente.
Atendiendo a este llamado, diferentes sacerdotes de América Latina se dieron la tarea de preparar la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, realizada en Medellín, Colombia entre agosto y septiembre de 1968. Dicha conferencia fue de impacto mundial para la iglesia católica debido a su composición, a los temas abordados y a las conclusiones. Destaquemos algunos de estos elementos:
a) Los documentos conclusivos de la conferencia abordaron temas que no sólo rebasaban el ámbito de la iglesia católica, sino que dejaban ver abiertamente una posición política frente a los contextos locales. Algunos de estos documentos trataron temas sobre movimientos de laicos, medios de comunicación, justicia, pobreza, pastoral popular, etcétera.
b) Muchas de las reflexiones vertidas durante el encuentro de Medellín fortalecían la idea de que la iglesia debía denunciar la opresión sistemática de los pobres y la explotación de las sociedades del tercer mundo.
c) No sólo participaron sacerdotes, también estuvieron religiosos, laicos y una importante representación de las Comunidades Eclesiásticas de Base –movimiento social que nace en el mismo contexto-, lo que significó una abierta disposición a trabajar con la sociedad, inclusive en acciones estratégicas.
d) Los asistentes hicieron fuerte énfasis en las diferencias históricas y estructurales entre Latinoamérica y Europa, por lo que, a pesar de asumirse como parte de la misma iglesia; señalaron que las funciones eran distintas.
e) Los asistentes acordaron no sólo asumir un papel de denuncia frente a la explotación y opresión, sino también pasar al plano de la acción y coadyuvar en todo lo necesario para que, organizadamente, los pueblos empobrecidos lograran modificar su condición de pobres.
Los resultados de la Conferencia de Medellín animaron a religiosos y laicos a estudiar a profundidad el papel de la iglesia en América Latina, atendiendo las características propias de un continente con fuertes y marcadas relaciones de explotación, generadas por las estructuras –coloniales y capitalistas- de reproducción material.
Este renovado interés por el papel de la iglesia católica en América Latina llevó a varios intelectuales a redescubrir la función de algunos curas a lado de las luchas sociales y a construir una visión histórica sobre dicho papel, dando origen a la Teología de la Liberación (TL).
El filósofo Enrique Dussel identifica tres generaciones de teólogos de la liberación: la primera es aquella que durante la Colonia emprendió una crítica contra la corona española y se posicionó de lado de los indios. Destacan personajes como Fray Antonio de Montesinos, Fray Domingo de Vico y Fray Bartolomé de las Casas. La segunda generación estaría representada por José María Morelos y Pavón, Miguel Hidalgo y Costilla y Fray Servando Teresa de Mier, quienes encabezaron la lucha por hacer de México una nación libre e independiente. La tercera generación aparece en la segunda mitad del siglo XX y se articula luego de la Conferencia de Medellín. Destacan personajes como Gustavo Gutiérrez (Perú), Leonardo Boff (Brasil), Camilo Torres (Colombia), Ernesto Cardenal (Nicaragua), Jean-Bertrand Aristide (Haití), Fernando Lugo (Paraguay), Oscar Arnulfo Romero (Salvador), Sergio Méndez Arceo y Samuel Ruíz García (México).
La TL parte del análisis concreto de la realidad y de los procesos históricos que producen esa realidad, pero siempre desde el plano teológico. Franz Hinkerlammert señala que la TL considera que la pobreza es la “negación al reconocimiento mutuo entre sujetos” y que una sociedad con pobres es una sociedad sin Dios. “Esta ausencia de Dios, no obstante, está presente allí donde grita. La ausencia de Dios está presente en el pobre. El pobre es presencia del Dios ausente. Se trataría de modo visible de un caso de teología negativa, en la cual la presencia de Dios –una presencia efectiva- está dada por ausencia, una ausencia que grita, y por la necesidad”[15]. Por este motivo, los teólogos de la liberación optan por ayudar a los pobres para que ellos mismos salgan de su condición de pobreza, lo cual derivaría en el reconocimiento de todos los sujetos y en la construcción del reino de Dios en la tierra.
La respuesta de las corrientes ortodoxas al interior del Vaticano y de algunos gobiernos locales no se hizo esperar: se inició una campaña de desprestigio sobre la posición y labor de los teólogos de la liberación en la que se les acusó de estar influidos por grupos comunistas y de tener relaciones con las guerrillas. Bajo esta lectura, los teólogos de la liberación eran promotores del odio y la violencia, por lo que no eran dignos representantes de la iglesia católica.
Ocurría así por toda América Latina una especie de simbiosis entre el marxismo y el catolicismo. Por tal motivo los teólogos de la liberación no estaban interesados en ser parte de la estructura jerárquica de la iglesia; su trabajo estaba más enfocado a la organización social, a trabajar con los pobres, con el proletariado.
Mientras el debate trascendía en el plano discursivo e intelectual, en la práctica los religiosos críticos continuaron su trabajo de base con los “pobres y oprimidos”. Paralelamente a los encuentros episcopales, en América Latina fue tomando fuerza el movimiento conformado por las Comunidades Eclesiales de Base (CEB), que encontraron en Brasil y en Nicaragua un espacio de referencialidad. Algunas expresiones de este movimiento llegaron inclusive a convertirse en partidos políticos.
En México las CEB encontraron gran aceptación fundamentalmente entre los sectores más marginados de la sociedad. Al respecto, Miguel Concha señala que “las CEB en México nacen en las zonas más pobres del campo y la ciudad, entre aquellos que sufren una realidad socio-política y económica de explotación, hambre, represión y miseria. Sus actores principales son los indígenas y los campesinos, los obreros, los subempleados y los desempleados que –acompañados de los agentes de pastoral, sacerdotes, religiosos y seglares, cuya vida está consagrada a la opción preferencial por los pobres- han descubierto en el Movimiento de las CEB el germen de esperanza en la Iglesia de América Latina en general, y de México en particular[16].
La metodología de trabajo de los y las integrantes de las comunidades eclesiales de base contempla cinco elementos, los cuales son sumamente descriptivos de esa relación dialéctica entre el pensar-hacer:
- Ver. Ser conscientes de lo que está pasando, tener contacto con la realidad y analizarla con “ojos colectivos e individuales”.
- Pensar. A la luz de la Palabra de Dios y de las orientaciones de la Iglesia pronunciar un juicio de fe sobre lo que se VE (primer paso) y elaborar planes de acción evangélica.
- Actuar. Realizar lo planeado, con visión global y acción local –articulada, organizada- en función de un proyecto comunitario.
- Evaluar. Valorar los logros, asumir los fracasos, aprender del camino recorrido y reorientar las acciones.
- Celebrar. Es la celebración de fe y la fiesta comunitaria donde agradecemos la presencia de Dios en nuestro caminar y nos disponemos a seguir en marcha.
Las CEB y la diócesis de San Cristóbal de las Casas -con Samuel Ruíz García a la cabeza- tuvieron un papel importante en las comunidades indígenas. Por ejemplo, participaron activamente en la convocatoria y realización del Primer Congreso Indígena en 1974. Reproduciendo los acuerdos de la Conferencia de Medellín, los religiosos empezaron a inculcar a los indígenas la idea de que el reino de dios tenía que expresarse en la tierra y que tendría que estar basado en la justicia y la verdad. El trabajo de la diócesis fortaleció la organización interna de los pueblos indígenas y les permitió generar redes de contactos con otras organizaciones similares en el estado, en México y el mundo.
Sin embargo, al igual que le sucedió a las Fuerzas de Liberación Nacional, el trabajo de la diócesis también se vio trastocado por la propia cosmovisión de los pueblos indígenas, al grado que comenzó a formarse una especie de “iglesia indígena” integrada por 2,608 comunidades con 400 prediáconos y 8 mil catequistas, que si bien se coordinaba con la estructura de la diócesis, también tenía determinada autonomía.
Durante la fase de “acumulación de fuerzas en silencio” del EZLN encontró entre los indígenas que habían trabajado con las CEB y con la diócesis de San Cristóbal de las Casas a un gran número de militantes. No es que su integración estuviera prevista, pero sucedió que el trabajo que había encabezado Samuel Ruíz en las comunidades indígenas se convirtió en antesala idónea para el trabajo político que después desarrollaron los neozapatistas. Así, muchos de los indígenas que habían sido catequistas y prediáconos de la “iglesia indígena” también optaron por sumarse a las filas del EZLN.
Como hemos visto a lo largo de estas tres entregas, detrás del EZLN que declaró la guerra al ejército mexicano el 1 de enero de 1994, existe un complejo entramado de visiones políticas y culturales que se engarzan para evidenciar una realidad de opresión y explotación hacia un amplio sector de la sociedad. No es solamente una lucha por los pueblos indígenas –si revisamos detenidamente la Primera Declaración de la Selva Lacandona encontraremos que no hay una sola mención sobre ellos-, su lucha es más amplia, es por “el pueblo mexicano”.
Las luchas contra la conquista y el colonialismo, las luchas por hacer de México una nación libre, independiente y soberana y las luchas contra el capitalismo en su forma imperialista, son el sustento histórico de la rebelión indígena que conmocionó al mundo entero y que despierta –aún en nuestros días- gran simpatía.
Así, el EZLN puede entenderse como un movimiento que reclama la liberación nacional que posibilite un desarrollo justo y equitativo. Pero su lucha también es por hacer de México una nación democrática, que acabaría con la “dictadura del partido único” que gobernó en este país por más de 70 años, y que hoy está nuevamente en el gobierno.
También hay mucho de novedoso en los neozapatistas. Mencionemos sólo un aspecto de gran importancia. Su lucha no es por la toma del poder estatal para luego instaurar un régimen socialista o comunista, como sucedió en la mayor parte de los países de América Latina y del mundo en que existieron rebeliones armadas. Por el contrario, sus primeras demandas no son más que el reclamo del mínimo indispensable para el desarrollo de una vida digna: “trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz”.
Visto de esta manera, podemos decir que el EZLN es una síntesis histórica, un proceso social que logra aglutinar una vasta gama de demandas sociales, tradiciones de lucha y corrientes del pensamiento crítico que han estado presentes a lo largo de la historia de México y del mundo; al mismo tiempo que recupera planteamientos nuevos acordes a su tiempo. Por eso hoy, a 30 años de su formación y a casi 20 de su aparición pública, después de intensos y variados procesos, de reconstruirse y construir historia; somos muchos y muchas los que por todo el mundo seguimos gritando: ¡Viva el EZLN!
* El presente fue publicado en tres partes en la página de la Agencia Autónoma de Comunicación Subversiones. La traducción al inglés se puede encontrar en Upside Down World.
[1] Galeano, E. (1995) “El desafío. Mensaje enviado al Segundo Diálogo de la Sociedad Civil”. En Clajadep, Red de divulgación e intercambios sobre autonomía y poder popular.
[2] Hobsbawm, E. (1998) Historia del siglo XX. Argentina: Grijalbo.
[3] Castellanos, L. (2008) México armado 1943-1981. México: Ediciones Era, p. 244.
[4] Castellanos, L. (2008), Op. cit., p. 247.
[5] Cfr. Morquecho, G. (2011) “La Garrapata en el Chuncerro, cuna del EZLN” [en línea]. En Agencia Latinoamericana de Información, 15 de noviembre. Disponible en: http://alainet.org/active/50889&lang=es [Consulta: 13 de noviembre de 2012].
[6] Le Bot, Y. (1997) Subcomandante Marcos. El sueño zapatista. Entrevistas con el Subcomandante Marcos, el mayor Moisés y el comandante Tacho, del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional. México: Plaza & Janés, p. 123.
[7] Ibídem, pp. 137-138.
[8] Ídem., p. 151.
[9] SCI Marcos. (2002) “Rendirse no existe en lengua verdadera”. En Relatos del Viejo Antonio. México: Centro de Información y Análisis de Chiapas, pp. 25-26.
[10] Scott, J. (2007) Los dominados y el arte de la resistencia. México: Era.
[11] Ibídem, p. 218.
[12] García de León, A. (2002) Resistencia y utopía. Memorial de agravios y crónica de revueltas y profecías acaecidas en la provincia de Chiapas durante los últimos quinientos años de su historia. México, Ediciones Era.
[13] Todorov, T. (2008) La Conquista de América. El problema del otro. México: Siglo XXI Editores, p. 14.
[14] González Casanova P. (2009) “Causas de la rebelión en Chiapas”. En De la Sociología del poder a la sociología de la explotación. Pensar América Latina en el siglo XXI. Antología. Colombia: CLACSO/Siglo del Hombre Editores, p. 266.
[15] Hinkerlammert, F. (1995) “Teología de la Liberación en el contexto Económico-Social de América Latina: economía y teología o la irracionalidad de lo racionalizado” [en línea]. En Revista Pasos, no. 5, p. 2. Disponible en: http://dei-cr.org/uploaded/content/publicacione/910040863.pdf [Consulta: 15 de octubre de 2012].
[16] Concha, M. (1988) “Las comunidades eclesiales de base y el movimiento popular” [en línea]. En revista Dialéctica, no. 19, julio, p. 159. Disponible en: http://148.206.53.230/revistasuam/dialectica/include/getdoc.php?id=344&article=365&mode=pdf [Consulta: 03 de noviembre de 2012].
http://www.alainet.org/active/70108&lang=es
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