Elefantes en la tela de una araña
León Bendesky
A
demás de las reformas que se han hecho en las semanas recientes en los campos fiscal y financiero, que estarán vigentes el primer día de 2014, la economía mexicana estará expuesta en los meses próximos a las decisiones que adopte el Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) respecto de la política monetaria.
Se trata de la evolución de las tasas de interés, o sea, del precio del crédito, que es clave en el comportamiento de las decisiones de consumo e inversión. Desde la segunda mitad de 2008 la Fed ha creado una enorme cantidad de dinero, más de 3 billones de dólares (trillones, según su denominación). Los activos en el balance del banco central –que son títulos del Tesoro, deuda pública y valores asociados con hipotecas) pasaron desde entonces de 850 mil millones de dólares a 4 billones al final de este año.
Con esta enorme intervención en el mercado de dinero se redujeron las tasas de interés de los fondos federales que sirven de referencia a las demás tasas hasta un nivel de apenas 0.25 por ciento. Así, están en su punto más bajo y marcan una restricción práctica de las medidas monetarias, es decir, que no hay para dónde moverse.
A pesar de eso, la recuperación de la economía ha sido muy lenta, pues no se reactivan la inversión y los ingresos. El desempleo sigue siendo elevado y el consumo no se recupera. Esta es la verdadera dimensión de la recesión tan larga que se atraviesa. Sólo la política monetaria la ha contenido mediante su expansión.
Pero los efectos de las medidas monetarias han sido muy desiguales, pues castigan más a un gran segmento de las familias tanto por el lado de los ingresos como de la retribución por el ahorro, que hoy es mínima. Igual pasa con los pequeños negocios por falta de financiamiento. Entretanto, se ha beneficiado a los grandes bancos y empresas. La mayor cantidad de dinero ha permitido usarlo, por ejemplo, para refinanaciar sus deudas a tasas más bajas y recomprar sus acciones a precios menores.
Este no es un aspecto trivial de la crisis financiera y de las políticas para administrarla. Estas son llamadas
políticas no convencionalesy habrán de llegar a su fin para restablecer los mecanismos más usuales de uso del dinero y del crédito. Y este nuevo ajuste tendrá repercusión hacia adelante.
Internamente lo habrá, pues la manera en que se ha gestionado la crisis ha provocado una masiva intervención pública en el funcionamiento de los mercados y, por otro lado, una distorsión en la asignación de los recursos, sean trabajadores, mercancías o dinero.
Se pone en evidencia que las autoridades monetarias inciden de manera muy activa en los mercados, mientras el Congreso debate las asignaciones fiscales con un sesgo ideológico que llevó incluso a la paralización del gobierno federal hace unos meses. Esta situación no puede extenderse de modo indefinido y las políticas no convencionales se hacen cada vez menos sostenibles y deben llegar a su fin.
Aquí, este proceso se entrelaza con otro de índole global asociado con el manejo de la crisis en una situación en la que el dólar sigue teniendo un papel dominante en los mercados del mundo. Estados Unidos se endeuda en el exterior con su moneda, ventaja sin duda relevante, y su dinero es deseado en otras economías, como la mexicana. Los inversionistas privados buscan los mayores rendimientos posibles. Si allá los obtienen más bajos –sobre la base de 0.25 por ciento–, aquí pueden recibirlos en el orden de 3.5 por ciento en papel garantizado por el gobierno (Cetes y otros títulos). La diferencia es relevante y se asegura con la estabilidad del tipo de cambio del peso frente al dólar. Esa ha sido la estrategia aplicada por el Banco de México.
Pero, ¿hasta cuándo mantendrán esos inversionistas foráneos (y también mexicanos) su dinero en pesos? Cuando las tasas en Estados Unidos suban el incentivo sacarán sus inversiones de aquí y las pondrán en dólares, sobre todo en la medida en que la deuda pública aumenta por razones presupuestarias y existe incertidumbre por las consecuencias de las reformas.
Este es el dilema para el banco central y la Secretaría de Hacienda. Las reservas internacionales son de poco más de 175 millones de dólares. Ese es el seguro que permite mantener los niveles del tipo de cambio, y junto con la poca presión hacia abajo sobre las tasas de interés contienen la inflación y generan un marco de estabilidad financiera.
Pero este entorno estable puede ser precario ante una posible salida de capitales si la Fed empieza a reducir su intervención con la compra de 85 mil millones de dólares mensuales de títulos financieros, como ha hecho desde hace un largo periodo. Esta posibilidad se ha anunciado desde hace meses y todos tratan de anticipar el momento, la magnitud del ajuste y el impacto en las tasas. Siempre se dice que el mercado ya ha anticipado el cambio en las cantidades y los precios, pero tal cosa no es precisa y la incertidumbre es grande en materia de empleo, producción y finanzas, y ello abarca a los sectores público y privado.
En México se necesita cautela, pues el Congreso ha legislado tanto los temas como los tiempos al gusto del Ejecutivo y en 2014 muchas nuevas disposiciones entrarán en vigor. Esto requiere ya una relevante capacidad de adaptación, a lo que deberá agregarse el impacto de los cambios provenientes de Estados Unidos, pues somos cada vez más dependientes de lo que ahí ocurre. En los meses que siguen esa relación será aún más estrecha con las radicales transformaciones hechas en la industria energética.