La armadura del enemigo
Alejandro Nadal
A
lgo sorprendente ocurrió durante la campaña electoral. La crisis mundial del neoliberalismo estuvo ausente. Poco importó que Europa estuviera en medio de un cataclismo que hasta pone en entredicho la viabilidad del euro. Tampoco fue relevante que Estados Unidos hubiera sido el epicentro del colapso y que ahora nuevamente se estuviera hundiendo en una segunda recesión. Tampoco se consideró de interés el que las réplicas de esta crisis se transmiten ya al planeta entero. Todo lo anterior pareció irrelevante: ningún candidato hizo referencias significativas a este fenómeno de importancia histórica que dejará una cicatriz profunda sobre la cara del planeta.
De los tres candidatos que rinden pleitesía a los dogmas neoliberales esto no asombra. A ninguno de ellos le interesa correr la cortina y revelar la bancarrota de sus ideas. Se haría evidente que deberían quedarse callados. Al contrario, siguieron hablando de la necesidad de las reformas estructurales neoliberales, como si se tratara de una receta mágica con espléndidos resultados en el mundo. Nadie les hizo ver que esa canasta de doctrinas se ha hundido en la crisis global. Ninguno les reventó en la cara el hecho de que la crisis se generó en y por el neoliberalismo y que por esa razón se discute hoy en el mundo la recuperación del papel de la política económica.
Lo que sí sorprende es que la crisis y el modelo neoliberal tampoco estuvieron presentes en la campaña desarrollada por la izquierda. Es cierto que en sus discursos y debates AMLO mencionó algunas cifras relacionadas con el presupuesto o con los recursos que estarían disponibles si se redujeran los sueldos de los altos funcionarios o si se controlara la corrupción y la evasión fiscal. También señaló el hecho de que la economía mexicana ha estado estancada desde hace tres décadas. Y, por supuesto, lleva mucho tiempo insistiendo en que hay que luchar para mejorar la situación de los pobres.
Pero estas referencias incidentales sobre aspectos aislados de la economía mexicana no son suficientes para articular un discurso de cambio y alternativas de economía política. De todos modos, sobre la crisis global, nada.
Parece que la izquierda institucional, inscrita en y alrededor de los partidos políticos tiene miedo del tema económico. Ninguno de sus líderes importantes ha sido capaz de modular un análisis más profundo sobre el modelo económico mexicano. Y los ejemplos abundan. El tema del Tratado de Libre Comercio, por ejemplo, es casi un tabú y siempre que se puede se le evade. Se hacen referencias piadosas a los gobiernos entreguistas, pero no se plantea la necesidad de romper ese candado.
La izquierda no puede quedarse prisionera de las trampas que le ha ido tendiendo el neoliberalismo. En materia electoral, parece que esa trampa dice: si criticas el modelo económico en sus aspectos medulares, asustarás a la gente, no vas a capturar votos y no vas a ganar ninguna elección.
El resultado es que no se pueden discutir las bases absurdas del modelo neoliberal y la izquierda institucional termina por aceptar su inamovilidad. Eso es lo que significa afirmar que se va a respetar la autonomía del Banco de México, una entelequia que debe cambiar si se quiere recuperar el control sobre la política monetaria.
Si el objetivo es alcanzar tasas de crecimiento de 6 por ciento anual, es esencial tener un control sobre la política crediticia y para ello será necesario imponer controles a los flujos de capital. Eso no puede lograrse en el esquema actual de un banco central que no le rinde cuentas más que al capital financiero.
También es ineludible rescatar a la política fiscal del pantano en el que la hundió la doctrina neoliberal. ¿Por qué la izquierda tiene que descartar una reforma fiscal con gravámenes a los súper ricos e impuestos sobre transacciones financieras?
En resumen, no es una buena estrategia considerar que el modelo neoliberal es inamovible y que sus bases no van a ser discutidas. Eso conduce a una gran confusión en el electorado, sobre todo en las capas de la población más golpeadas y de menores recursos. La izquierda no debe aceptar que todo el espectro del debate político sea desplazado hacia la derecha de tal manera que las propuestas más sensatas sean vistas como
radicales.
Es evidente que al articular un discurso más claro sobre el modelo neoliberal no habría permitido revertir los términos de la lucha desigual y tampoco evitar el fraude electoral que el IFE de siempre nos ha endilgado. Pero hubiera permitido delinear en el lienzo en el que se dibuja el debate nacional un cúmulo de problemas que es de vital importancia atacar. Y sólo la izquierda puede colocarlos en ese espacio. Esto es crucial porque alrededor de esos temas se va a dar una lucha sin cuartel en contra de la agenda que el neoliberalismo pretende imponer a través de su personero Peña Nieto. La izquierda debe construir su propia identidad en la historia de sus luchas, pero no lo hará mientras busque ver su imagen reflejada en la armadura del enemigo.