Brasil: apuntes sobre una tragedia
Eric Nepomuceno
U
no. Santa Maria tiene poco menos de 300 mil habitantes, y es uno de los centros universitarios más prestigiados del sur de Brasil. Desde las dos y media de la madrugada del domingo 27 de enero de 2013, quedó marcada como escenario de una tragedia. Un incendio en la discoteca Kiss, la más famosa de la ciudad, mató a 235 jóvenes muy jóvenes y llevó otros 145 a los hospitales. Pasada una semana 85 de ellos seguían en estado muy grave o crítico.
A esa hora, un músico prendió una señalizador luminoso. El techo, de material altamente inflamable y completamente irregular, se prendió fuego y provocó una humerada altamente tóxica.
Pocos murieron quemados. Más de 200 fueron asfixiados en pocos minutos mientras intentaban desesperadamente escapar. El más joven tenía 17 años. La inmensa mayoría –189– tenía menos de 30.
Los dos dueños de la discoteca están presos junto a dos de los músicos de la banda.
2. Imágenes que quedarán para siempre en la memoria: la inmensa cantidad de zapatos tenis amontonadas en algún rincón. Y celulares abandonados. Cuando los bomberos lograron entrar en el lugar, sorteando cadáveres y cuerpos en agonía, se encontraron con los celulares sonando. Alguien llamaba a alguien para tener noticias. Uno de los celulares registraba 104 llamadas, 104 intentos angustiados de dar con su dueño. Nunca se supo si ese dueño –o dueña– estaba entre los muertos.
Las imágenes hechas por cinegrafistas aficionados, imágenes veloces, fuera de foco, movidas, son el retrato del vértigo del horror. En uno de esos videos, pasa una joven de pelos lacios y ojos inmensos, con una blusa blanca y una minifalda color vino. La muchacha mira hacia la nada. Busca algo, busca nada. Un muchacho igualmente joven, sin camisa, con un tatuaje en el hombro izquierdo, se lanza al suelo y vuelve con una chica en brazos. Busca, aturdido, socorro. Alguien le indica una ambulancia, a dos pasos, que él no había logrado ver. Una voz grita en la oscuridad, fuera del foco:
¡Mi hermano! ¿Dónde está mi hermano?
3. Dentro de la discoteca había más de mil jóvenes. La capacidad autorizada era de 615. Uno de los músicos prendió el señalizador, para entusiasmar a los muchachos. El fuego se extendió hacia el techo. Primero, los de la seguridad de Kiss quisieron impedir la salida, creyendo –dijo uno de los sobrevivientes– que era un truco de un grupo para salir sin pagar. No había salida de emergencia. No había luces indicadoras de la salida. Muchos entraron en los baños creyendo que saldrían a la calle. Murieron asfixiados, amontonados, pisoteados.
La licencia municipal de la Kiss venció en agosto del año pasado. La inspección del cuerpo de bomberos advirtió a sus propietarios de que debían hacer adaptaciones. Nadie hizo nada. A la hora de la tragedia, los bomberos tuvieron que abrir un hueco en la pared lateral para entrar. Al hacerlo, tropezaron con una barrera de cuerpos jóvenes amontonados. Centenares de celulares sonaban al mismo tiempo, en una sinfonía de la angustia.
4. Nadie explica por qué el cuerpo de bomberos y la municipalidad de Santa María no impidieron que el club siguiese funcionando. No había siquiera extintores.
En la mañana del domingo 27 los cuerpos seguían en un gimnasio deportivo. Faltaron ataúdes. Hubo que pedir ayuda a municipios vecinos.
El lunes, padres y madres vagaban como náufragos de la vida, buscando a sus hijos e hijas para enterrarlos por turnos en los cementerios locales: no había personal para tanta muerte.
Una madre seguía, a media tarde, diciendo que su hija volvería en cualquier momento. Se negó a buscarla en el gimnasio transformado en morgue. Decía que la hija volvería, que no había razón para buscarla entre los muertos.
Entre los muertos había esa misma tarde tres cuerpos sin identificar. Uno de ellos era de una muchacha.
5. No ha sido la primera vez que ocurre una mortandad por desidia de las autoridades. Los bomberos dicen que tienen la misión de fiscalizar, pero que no pueden cerrar un local. El alcalde dice que la ley municipal está llena de fallas.
De pronto, a lo largo de la semana, por todo el país, alcaldes, gobernadores, ministros, legisladores se lanzaron en una campaña de promesas. Prometen que irán fiscalizar. Prometen que adoptarán medidas urgentes y severas.
6. En Porto Alegre, capital de Río Grande do Sul, seis grandes discotecas y clubes nocturnos, los más populares de la ciudad, siguen funcionando gracias a amparos concedidos por la justicia. Fueron vetados por los bomberos, inhabilitados por la municipalidad, y liberados por algún juez complaciente.
Lo de Santa María no fue una tragedia, no fue una fatalidad: fue un asesinato colectivo. Los responsables son muchos: los que corrompen y los que se dejan corromper. Los que miran de lado cuando se presentaron las irregularidades.
En Brasil son más los asesinos que los asesinados. Pero ninguno de ellos es joven; ninguno de ellos fue a celebrar la vida y encontró la muerte.
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