Entrevista al científico social Atilio Boron
“Los que quieren profundizar el modelo, ¿se refieren a esta fábrica de desigualdad”?
Carlos Saglul
Periódico de la CTA N° 81
Ex secretario del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Atilio Boron recibió en Cuba el Premio Internacional de la UNESCO José Martí 2009 por su infatigable contribución a la unidad e integración de los países de América Latina y el Caribe. Es profesor de Teoría Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).
Se desempeña como director del Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales (PLED) del Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini”. También es miembro del Comité Científico del Programa de Investigación Comparada sobre la Pobreza (CROP), que tiene su sede en Bergen (Noruega).
A través de sus artículos en diversos medios del continente, sus apariciones en la televisión de Cuba, Venezuela y todo el continente, Boron se transformó en un referente de amplios sectores, fundamentalmente juveniles, que lo siguen a través de sus blogs, sus direcciones en facebook y se comunican con él a través de los miles de correos electrónicos que recibe cada día. Defensor del reformismo a la manera de Rosa Luxemburgo, al que sabe diferenciar de lo que denomina “modernización conservadora”, Boron dio pie a una verdadera polémica cuando se preguntó, ¿de qué hablan quienes propician profundizar este modelo?
Humanizar al capitalismo parece cosa difícil si uno mira alrededor. De cualquier manera, si se analizan el discurso del oficialismo pareciera que “el modelo” es eso. ¿Qué es para usted “el modelo”?
Humanizar al capitalismo es más difícil que hallar la cuadratura del círculo. Un sistema económico y social que se construye a partir de la consideración de hombres, mujeres y naturaleza como simples mercancías capaces de producir más riqueza es absolutamente imposible de humanizar. Por otra parte, quienes hablan de "profundizar el modelo", ¿quieren “profundizar” también la Ley de Entidades Financieras de Videla y Martínez de Hoz; o la Carta Orgánica (ultraneoliberal) del Banco Central pergeñada por Domingo Cavallo, o la escandalosamente regresiva estructura tributaria que recauda impuestos a las "ganancias" entre los asalariados o castiga con un IVA brutal a los consumidores de bajos recursos mientras exime de imposiciones tributarias a la renta financiera o a la transferencia de activos de sociedades anónimas mientras subsidia a las grandes empresas y a los consumidores adinerados? ¿Quieren profundizar los efectos de esta incontenible fábrica de pobreza que es el "modelo" y la irritante desigualdad económica pese a elevadísimas tasas de crecimiento económico; o el trabajo "en negro" que afecta al 40 % de los trabajadores, incluso dentro del propio sector público; o la indiferencia ante los reclamos en contra de la minería a cielo abierto (¡y su escandalosa regalía del 3 % a boca de mina!), por la preservación de los glaciares y los bosques nativos, o por la devolución de las tierras a los pueblos originarios (caso Qom, en estos días)? ¿De verdad quieren profundizar todo esto, porque esto es el “modelo”?
De lo que se trata no es de profundizar el modelo sino de cambiarlo de una buena vez, sin arrojar por la borda todo lo actuado, preservando algunos aciertos (aún cuando insuficientes, como la asignación universal por hijo y la extensión de los beneficios jubilatorios) pero avanzando aceleradamente en una nueva dirección congruente con los imperativos de justicia y equidad sin los cuales cualquier democracia se convierte en una farsa y deviene en una plutocracia disfrazada.
¿Cuál es la línea que separa al reformismo de un sistema que, a la postre, no afecta la matriz neoliberal, por el contrario trata de perpetuarla maquillando sus efectos?
Yo creo que el reformismo es una política anticapitalista. Si algo se llama por ese nombre y fortalece al capitalismo, lo eficientiza o lo hace más digerible para las masas eso no es reformismo sino una modernización conservadora. No olvidar que como lo manifestara Rosa Luxemburgo tantas veces, hay un lazo entre reformas sociales y revolución. Lo que ocurre es que a las modernizaciones conservadoras se las llama reformistas, pero eso es un error. Las revoluciones no son acontecimientos que ocurren de la noche a la mañana. Suelen casi invariablemente comenzar como un proceso de reformas que, al calor de la lucha de clases, se radicaliza hasta desembocar en una verdadera revolución. El Movimiento 26 de Julio en Cuba siguió exactamente esa trayectoria. Y la revolución socialista en Rusia comenzó como un programa claramente reformista: “pan, tierra, paz”, que nada tenía que ver con el socialismo. Pero puso en marcha un proceso dialéctico que luego no se pudo detener y que culminó en la creación del primer Estado Obrero en la historia de la humanidad, más allá de las deformaciones que, lamentablemente, frustrarían su destino histórico en las décadas sucesivas.
Un dirigente social del interior nos preguntaba días atrás: “Los desocupados que reciben dos mil pesos por construir viviendas, los uniforman y deben ir puntualmente a todos los actos de la organización política que les dio trabajo y de esa forma dejan de figurar para el Ministerio de Trabajo como desocupados, ¿dejaron de ser pobres? ¿O son nuevos pobres? ¿Cómo lo caracteriza usted?
Siguen siendo pobres, y para colmo, atrapados en una red clientelística que impide su emancipación económica y social. Su ocupación actual es inestable y transitoria. Para atacar el problema de raíz tendrían que ser capacitados en las nuevas tecnologías que hoy imperan en el mundo de la producción y, por otro lado, formular y ejecutar un plan nacional de desarrollo en donde a partir del papel rector del Estado se establezcan prioridades en materia de inversión con miras puestas en la creación de empleos. No debe olvidarse que la dinámica propia del capitalismo actual tiende a la expulsión de la fuerza de trabajo. Si por el capital fuera una parte apreciable de la población mundial sería redundante, y la única política social válida sería practicar la “eutanasia de los pobres”. Por lo tanto, si el Estado no interviene con múltiples políticas activas, y lo hace eficientemente, esta tendencia profunda del capitalismo hará que se perpetúen la desocupación y la pobreza.
UNASUR y el ALBA son complementarios pero diferentes, especialmente cuando se habla de estrategia. ¿Cuáles son para usted los puntos en común de los dos líderes de los bloques Brasil y Venezuela?
Brasil todavía no se piensa como un líder de un bloque regional sino que lo hace en términos exclusivamente nacionales, procurando afianzar su propia proyección en América Latina y, en la medida de lo posible, en la arena internacional. Ni Lula ni Dilma parecen dispuestos a hacer lo que todo líder debe hacer: sacrificar en parte sus intereses egoístas para, a cambio, beneficiarse con la conducción de un bloque de países que potenciaría la gravitación internacional de Brasil y de América del Sur. Para esto se requiere una clara visión estratégica global y Brasil no la tiene. Por eso, por ejemplo, se niega a renegociar el leonino convenio brasileño-paraguayo de la represa de Itaipú (pese a un leve retoque hecho por Lula en los momentos finales de su mandato) o impone absurdas restricciones a la exportación uruguaya de arroz al Brasil (¿puede Uruguay exportar tanto arroz como para provocar esa reacción?). Venezuela, bajo el liderazgo de Chávez, tiene una visión acertada de la inserción de América Latina en el sistema mundial pero carece de las formidables potencialidades que tiene Brasil. Por eso el ingreso de Venezuela al Mercosur podría acercarnos a la síntesis que hace tanto tiempo estamos necesitando: la potencia y el empuje brasileños y la clarividencia estratégica de Chávez. Este, a diferencia de Brasil, no se equivoca en lo esencial: la caracterización del imperio y el papel de América Latina.
Venezuela tiene petróleo y según los norteamericanos también un “dictador”. Si no hay descontento popular real, cámaras y unos pocos extras logran milagros en estos tiempos. ¿Hay riesgo de un desembarco militar estadounidense directo en el continente?
Es una opción que Washington tiene en carpeta. Van a esperar la evolución de la enfermedad de Chávez y el veredicto popular en las próximas elecciones del 2012. Pero si ambas cosas se mueven en una dirección contraria a los intereses norteamericanos: si Chávez se cura del cáncer y gana las elecciones una aventura militar como la perpetrada en estos días en Libia no debería ser descartada. De hecho David Cameron, el premier británico, dijo recientemente que esa operación podría ser el modelo de futuras intervenciones militares destinadas a construir un mundo más seguro y confiable. Por eso la satanización de Chávez, acusado miserablemente de ser un protector de terroristas y narcotraficantes por el propio Departamento de Estado en sus informes anuales, debe ser entendida como el primer paso –preparatorio de la opinión pública- de una eventual operación militar destinada a remover por la fuerza el principal obstáculo que Estados Unidos encuentra en la región a la hora de recuperar su pérdida ascendencia.
Irán, Afganistán, Libia. La debilidad del capitalismo no calma su voracidad por el petróleo y el expansionismo militar. Menos poder económico, más impunidad, ¿es contradictorio?
No es contradictorio en absoluto. De hecho, la impunidad es requerida por -y refuerza al- poder económico. A medida que la gravitación económica de Estados Unidos se fue debilitando el proceso de militarización de la política exterior y el creciente control autoritario dentro del país (denunciado por infinidad de grupos y asociaciones norteamericanas preocupadas por esta involución en materia de derechos civiles y libertades fundamentales, especialmente luego del 11-S) creció inconteniblemente. El presupuesto militar de Estados Unidos, que hace apenas quince años equivalía al de los doce países que le seguían en ese rubro, hoy equivale al de la totalidad de las naciones del planeta. Se llegó a niveles monstruosos, porque al considerar todos los componentes del gasto militar (incluyendo la Administración de Veteranos, que se encarga de la atención médica y rehabilitación de los heridos) y los proyectos de “reconstrucción” de zonas destruidas por el poder militar yanky estamos hablando de una cifra que supera al millón de millones de dólares, algo considerado como una barrera infranqueable apenas cinco años atrás. En otras palabras: se pretende contrarrestar la declinación económica con un fenomenal fortalecimiento del poderío militar. Eso puede funcionar hasta cierto punto pero, ¿por cuánto tiempo?
El rol de Moreno Ocampo
En un momento de la entrevista le recordamos a Atilio Boron que durante el siglo pasado, una revista de actualidad traía la sección “Argentinos que triunfan por el mundo”. Y le apuntamos que de existir en estos días lo hubiera incluido al doctor Luis Moreno Ocampo quien ha tenido un papel activo en el Tribunal Penal Internacional. ¿Opina lo mismo?
Si, muy activo. Ahora quiere abrir una investigación sobre Kadafi y sus crímenes de guerra y sus violaciones a los derechos humanos. Pero habrá que ver si tiene la integridad moral y las agallas para hacer lo propio con los socios, cómplices y partícipes necesarios de los crímenes de Gadafi: George W. Bush y Tony Blair, tal cual surge de los documentos hallados en varias oficinas abandonadas del gobierno de Gadafi. Esos gobernantes conocían muy bien las atrocidades que cometía el líder libio y le enviaban prisioneros sospechosos de actividades terroristas para que los torturaran en Libia para arrancarles informaciones en su cruzada antiterrorista. Espero que Moreno Ocampo actúe en consecuencia e incluya en su investigación el siniestro papel de estos otros criminales, a quienes la prensa presenta como grandes defensores de la democracia, la libertad y los derechos humanos.
Artículo publicado en el Periódico de la CTA N° 81, correspondiente al mes de octubre de 2011.
Tomado de: http://www.argenpress.info/2011/11/argentina-entrevista-atilio-boron-los.html
EL DELFÍN
Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.
miércoles, 30 de noviembre de 2011
martes, 29 de noviembre de 2011
De nuevo el eje Paris-Berlin-Moscu
De nuevo el eje París-Berlín-Moscú
Immanuel Wallerstein
S
iempre me sorprende que los políticos y los medios de comunicación del mundo gasten casi toda su energía en debatir perspectivas geopolíticas que no van a ocurrir, mientras ignoran los procesos importantes que están ocurriendo.
Aquí hay una lista de los más importantes no-eventos venideros que hemos estado debatiendo y analizando: Israel no va a bombardear Irán; el euro no va a desaparecer; las potencias extranjeras no se van a involucrar en acciones militares dentro de Siria; el repunte de disturbios populares por todo el mundo no se va a desvanecer.
Entretanto, con una mínima cobertura en los medios y en Internet, se inauguró el gasoducto Nord Stream en Lubmin, en la costa del Báltico alemán, el 8 de noviembre, con la presencia del presidente Medvediev de Rusia y los primeros ministros de Alemania, Francia y Holanda, además del director de Gazprom (la exportadora de gas rusa) y el comisionado de Energía de la Unión Europea. Esto si es algo que cambia el juego geopolítico, a diferencia de los no-eventos ampliamente discutidos que no van a ocurrir.
¿Qué es el gasoducto Nord Stream? De manera muy simple, es un gasoducto que fue instalado en el mar Báltico, de Vyborg, cerca de San Petersburgo, en Rusia, a Lubmin, cerca de la frontera polaca en Alemania, sin pasar por ningún otro país. De Alemania puede seguir a Francia, Holanda, Dinamarca, Gran Bretaña y a otros ansiosos compradores de gas ruso.
Nord Stream es un arreglo entre empresas privadas con la bendición de los gobiernos respectivos. Gazprom de Rusia es propietaria de 51 por ciento, y dos empresas alemanas tienen 31 por ciento. Una compañía francesa y una holandesa tienen cada una 9 por ciento. Las inversiones proporcionales (y las ganancias potenciales) son todas privadas.
El elemento clave en este arreglo es que el gasoducto no pasa por Polonia ni por ningún Estado del Báltico ni por Bielorrusia o Ucrania. Así todos estos países no sólo pierden cualesquiera que fueran las cuotas de tránsito que pudieran cobrar, sino que tampoco pueden utilizar su localización intermedia para retenerle el abastecimiento de gas a Europa occidental mientras negocian tratos con Rusia.
La agencia de prensa alemana Deutsche Welle encabezó su reportaje Nord Stream: un proyecto comercial con visión política. Le Monde le puso por título Gazprom se afirma como un actor global de la energía. Joseph Auer, experto en energía del Deutsche Bank Research, en Frankfurt am Main, opinó: Es un proyecto político y también un proyecto comercial, y hace sentido tanto a nivel económico como político.
Mientras tanto, los rusos le dijeron a los chinos que no le venderán gas a 30 por ciento menos que los precios europeos, que no ven la necesidad de que Rusia subsidie la economía china. Y le han dejado claro a Turkmenistán, que cuenta con enormes recursos de gas natural, que no les gustará que exporten gas por otra vía que no sea la de Rusia. El lanzamiento de Nord Stream llega a pocos días de que el nuevo presidente de Kirguistán anuncie que espera cerrar la base militar aérea estadunidense en Manas cuando finalice el periodo de arrendamiento, en 2014. Esta base ha sido crucial en los vínculos de abasto estadunidense con Afganistán. Es claro que Rusia fortalece su posición en las antiguas repúblicas de la Unión Soviética de Asia central.
Tanto la Europa centroriental como Estados Unidos están descubriendo que no es viable la maniobra de evitar la creación de un eje París-Berlín-Moscú. Los mecanismos centrales de la Unión Europea se inclinan ante esta realidad, como lo hacen muchos de los países de la Europa centro-oriental. Lo más difícil es para Ucrania, que se desgarra por estos desarrollos. ¿Y Estados Unidos? ¿Qué puede, de hecho, hacer al respecto?
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein
Immanuel Wallerstein
S
iempre me sorprende que los políticos y los medios de comunicación del mundo gasten casi toda su energía en debatir perspectivas geopolíticas que no van a ocurrir, mientras ignoran los procesos importantes que están ocurriendo.
Aquí hay una lista de los más importantes no-eventos venideros que hemos estado debatiendo y analizando: Israel no va a bombardear Irán; el euro no va a desaparecer; las potencias extranjeras no se van a involucrar en acciones militares dentro de Siria; el repunte de disturbios populares por todo el mundo no se va a desvanecer.
Entretanto, con una mínima cobertura en los medios y en Internet, se inauguró el gasoducto Nord Stream en Lubmin, en la costa del Báltico alemán, el 8 de noviembre, con la presencia del presidente Medvediev de Rusia y los primeros ministros de Alemania, Francia y Holanda, además del director de Gazprom (la exportadora de gas rusa) y el comisionado de Energía de la Unión Europea. Esto si es algo que cambia el juego geopolítico, a diferencia de los no-eventos ampliamente discutidos que no van a ocurrir.
¿Qué es el gasoducto Nord Stream? De manera muy simple, es un gasoducto que fue instalado en el mar Báltico, de Vyborg, cerca de San Petersburgo, en Rusia, a Lubmin, cerca de la frontera polaca en Alemania, sin pasar por ningún otro país. De Alemania puede seguir a Francia, Holanda, Dinamarca, Gran Bretaña y a otros ansiosos compradores de gas ruso.
Nord Stream es un arreglo entre empresas privadas con la bendición de los gobiernos respectivos. Gazprom de Rusia es propietaria de 51 por ciento, y dos empresas alemanas tienen 31 por ciento. Una compañía francesa y una holandesa tienen cada una 9 por ciento. Las inversiones proporcionales (y las ganancias potenciales) son todas privadas.
El elemento clave en este arreglo es que el gasoducto no pasa por Polonia ni por ningún Estado del Báltico ni por Bielorrusia o Ucrania. Así todos estos países no sólo pierden cualesquiera que fueran las cuotas de tránsito que pudieran cobrar, sino que tampoco pueden utilizar su localización intermedia para retenerle el abastecimiento de gas a Europa occidental mientras negocian tratos con Rusia.
La agencia de prensa alemana Deutsche Welle encabezó su reportaje Nord Stream: un proyecto comercial con visión política. Le Monde le puso por título Gazprom se afirma como un actor global de la energía. Joseph Auer, experto en energía del Deutsche Bank Research, en Frankfurt am Main, opinó: Es un proyecto político y también un proyecto comercial, y hace sentido tanto a nivel económico como político.
Mientras tanto, los rusos le dijeron a los chinos que no le venderán gas a 30 por ciento menos que los precios europeos, que no ven la necesidad de que Rusia subsidie la economía china. Y le han dejado claro a Turkmenistán, que cuenta con enormes recursos de gas natural, que no les gustará que exporten gas por otra vía que no sea la de Rusia. El lanzamiento de Nord Stream llega a pocos días de que el nuevo presidente de Kirguistán anuncie que espera cerrar la base militar aérea estadunidense en Manas cuando finalice el periodo de arrendamiento, en 2014. Esta base ha sido crucial en los vínculos de abasto estadunidense con Afganistán. Es claro que Rusia fortalece su posición en las antiguas repúblicas de la Unión Soviética de Asia central.
Tanto la Europa centroriental como Estados Unidos están descubriendo que no es viable la maniobra de evitar la creación de un eje París-Berlín-Moscú. Los mecanismos centrales de la Unión Europea se inclinan ante esta realidad, como lo hacen muchos de los países de la Europa centro-oriental. Lo más difícil es para Ucrania, que se desgarra por estos desarrollos. ¿Y Estados Unidos? ¿Qué puede, de hecho, hacer al respecto?
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein
Terrorismo estatal e impunidad
Terrorismo estatal e impunidad
Carlos Fazio /IV
M
éxico vive una grave crisis humanitaria producto de una deliberada política estatal que busca imponer un nuevo modelo autoritario de seguridad. En el marco de la guerra de Felipe Calderón contra grupos de la economía criminal, el tránsito hacia un nuevo Estado de corte policiaco-militar ha estado sustentado, de facto, en medidas propias de un estado de excepción y prácticas de tipo contrainsurgente, mismas que han sido apoyadas y legitimadas desde los medios de difusión masiva bajo control monopólico –en particular los electrónicos– a través de la construcción social del miedo y la fabricación de enemigos míticos y elusivos que operan como distractores, tales como el populismo radical y el narcoterrorismo.
En forma paralela al acelerado proceso de militarización, paramilitarización y mercenarización del país, y de acuerdo con planes de alcances geopolíticos elaborados por sucesivos gobiernos de la Casa Blanca, el bloque de poder dominante ha venido imponiendo un reordenamiento capitalista del territorio mexicano que, con eje en megaproyectos contenidos en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el Plan Puebla-Panamá, la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte (ASPAN) y la Iniciativa Mérida, incluye la tierra como mercancía y el saqueo de recursos (entre ellos petróleo, gas, agua, biodiversidad, minerales) por compañías multinacionales, de capital nacional y extranjero.
La violencia estructural es consustancial al sistema capitalista. Desde sus orígenes el capitalismo ha sido depredador y salvaje. Pero, según Walter Benjamin y Giorgio Agamben, desde la Primera Guerra Mundial el estado de excepción devino en la regla. Para ambos, el estado de excepción no es el que impone el poder soberano para suspender el estado de derecho y doblegar la rebelión que subvierte el orden establecido; se refieren al estado de excepción permanente que sufren los oprimidos y las víctimas de la historia, incluso dentro del estado de derecho, que no de justicia.
Según Agamben, vivimos en el contexto de lo que se ha denominado una guerra civil legal, forma de totalitarismo moderno que recurre al estado de excepción y que operó tanto para el régimen nazi de Adolfo Hitler como para los poderes de emergencia concedidos por el Congreso de Estados Unidos al presidente George W. Bush después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Una de las tesis centrales de Agamben es que el estado de excepción, ese lapso –que se supone provisorio– en el cual se suspende el orden jurídico, durante el siglo XX se convirtió en forma permanente y paradigmática de gobierno.
Para el filósofo italiano el estado de excepción contemporáneo no tiene como modelo la dictadura de la antigua Roma, sino imita a otra institución romana, el iustitium, suspensión de todo orden legal que creaba un verdadero vacío jurídico. El actual estado de excepción no tiene nada de constitucional, y al suspender toda legalidad deja al ciudadano a merced de lo que Agamben llama poder desnudo. Estaríamos frente a un cambio de paradigma, donde la excepción hace desaparecer la distinción entre la esfera pública y la privada. En ese esquema, el estado de derecho es desplazado de manera cotidiana por la excepción, y la violencia pública queda libre de atadura legal. El nuevo paradigma de gobierno que hace de la excepción la norma elimina toda distinción entre violencia legítima e ilegitima, con lo que queda pulverizada la noción weberiana del Estado.
Tras los atentados contra las Torres Gemelas en Nueva York, el repliegue democrático en Estados Unidos fue asombroso. Philippe S. Golub señaló que bajo la apariencia de un estado de excepción no declarado pero efectivo, al ordenar la guerra al terrorismo la administración Bush procedió a la demolición sistemática del orden constitucional, mediante un doble movimiento de autonomización y concentración de poder en el Ejecutivo y una marginalización de los contrapoderes. La forma de gobierno por decretos secretos y decisiones presidenciales arbitrarias devino práctica normal del Estado. Bush lanzó operaciones ilegales de espionaje interno y, arrogándose poderes extrajurídicos, pisoteó los tratados internacionales, legalizó la tortura, secuestró-desapareció presuntos terroristas y arrestó de manera indefinida y sin juicio a quienes fueron identificados como combatientes ilegales, que, como los prisioneros del campo de concentración de Guantánamo, han sido mantenidos en un limbo legal hasta el presente, apoyado por un sistema judicial paralelo y secreto controlado por el Pentágono y la Casa Blanca.
Igual que en Auschwitz y otros campos nazis, donde lo que ocurría era algo más allá de lo que pudiera considerarse una bestialidad, bajo el estado de excepción permanente instaurado por Bush –y reproducido por Barack Obama y otros gobiernos occidentales en nombre de los imperativos de seguridad– se puede matar sin que signifique delito; por decreto. Agamben dice que en el capitalismo actual estamos sometidos a una nuda vida (vida natural) y expuestos a ser exterminados como piojos (tal como decía Hitler respecto de los judíos) por la biopolítica, debido a la creciente implicación de la vida natural del hombre en los mecanismos y cálculos del poder.
Si el enemigo es tratado como no-persona, como bestia, se le puede exterminar a la manera de la solución final nazi. Para Agamben el estado de excepción no es un accidente dentro del sistema jurídico, sino su fundamento oculto.
Hannah Arendt habló de la banalización del mal, en el sentido de una naturalización o normalización de acciones indudablemente criminales. Podríamos concluir que bajo el estado de emergencia permanente no declarado de Felipe Calderón –con sus decapitados, sus muertos torturados semidesnudos y sus fosas comunes– la excepción se convirtió en regla. Y como regla duradera, la excepción hace que todo sea posible.
Carlos Fazio /IV
M
éxico vive una grave crisis humanitaria producto de una deliberada política estatal que busca imponer un nuevo modelo autoritario de seguridad. En el marco de la guerra de Felipe Calderón contra grupos de la economía criminal, el tránsito hacia un nuevo Estado de corte policiaco-militar ha estado sustentado, de facto, en medidas propias de un estado de excepción y prácticas de tipo contrainsurgente, mismas que han sido apoyadas y legitimadas desde los medios de difusión masiva bajo control monopólico –en particular los electrónicos– a través de la construcción social del miedo y la fabricación de enemigos míticos y elusivos que operan como distractores, tales como el populismo radical y el narcoterrorismo.
En forma paralela al acelerado proceso de militarización, paramilitarización y mercenarización del país, y de acuerdo con planes de alcances geopolíticos elaborados por sucesivos gobiernos de la Casa Blanca, el bloque de poder dominante ha venido imponiendo un reordenamiento capitalista del territorio mexicano que, con eje en megaproyectos contenidos en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el Plan Puebla-Panamá, la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte (ASPAN) y la Iniciativa Mérida, incluye la tierra como mercancía y el saqueo de recursos (entre ellos petróleo, gas, agua, biodiversidad, minerales) por compañías multinacionales, de capital nacional y extranjero.
La violencia estructural es consustancial al sistema capitalista. Desde sus orígenes el capitalismo ha sido depredador y salvaje. Pero, según Walter Benjamin y Giorgio Agamben, desde la Primera Guerra Mundial el estado de excepción devino en la regla. Para ambos, el estado de excepción no es el que impone el poder soberano para suspender el estado de derecho y doblegar la rebelión que subvierte el orden establecido; se refieren al estado de excepción permanente que sufren los oprimidos y las víctimas de la historia, incluso dentro del estado de derecho, que no de justicia.
Según Agamben, vivimos en el contexto de lo que se ha denominado una guerra civil legal, forma de totalitarismo moderno que recurre al estado de excepción y que operó tanto para el régimen nazi de Adolfo Hitler como para los poderes de emergencia concedidos por el Congreso de Estados Unidos al presidente George W. Bush después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Una de las tesis centrales de Agamben es que el estado de excepción, ese lapso –que se supone provisorio– en el cual se suspende el orden jurídico, durante el siglo XX se convirtió en forma permanente y paradigmática de gobierno.
Para el filósofo italiano el estado de excepción contemporáneo no tiene como modelo la dictadura de la antigua Roma, sino imita a otra institución romana, el iustitium, suspensión de todo orden legal que creaba un verdadero vacío jurídico. El actual estado de excepción no tiene nada de constitucional, y al suspender toda legalidad deja al ciudadano a merced de lo que Agamben llama poder desnudo. Estaríamos frente a un cambio de paradigma, donde la excepción hace desaparecer la distinción entre la esfera pública y la privada. En ese esquema, el estado de derecho es desplazado de manera cotidiana por la excepción, y la violencia pública queda libre de atadura legal. El nuevo paradigma de gobierno que hace de la excepción la norma elimina toda distinción entre violencia legítima e ilegitima, con lo que queda pulverizada la noción weberiana del Estado.
Tras los atentados contra las Torres Gemelas en Nueva York, el repliegue democrático en Estados Unidos fue asombroso. Philippe S. Golub señaló que bajo la apariencia de un estado de excepción no declarado pero efectivo, al ordenar la guerra al terrorismo la administración Bush procedió a la demolición sistemática del orden constitucional, mediante un doble movimiento de autonomización y concentración de poder en el Ejecutivo y una marginalización de los contrapoderes. La forma de gobierno por decretos secretos y decisiones presidenciales arbitrarias devino práctica normal del Estado. Bush lanzó operaciones ilegales de espionaje interno y, arrogándose poderes extrajurídicos, pisoteó los tratados internacionales, legalizó la tortura, secuestró-desapareció presuntos terroristas y arrestó de manera indefinida y sin juicio a quienes fueron identificados como combatientes ilegales, que, como los prisioneros del campo de concentración de Guantánamo, han sido mantenidos en un limbo legal hasta el presente, apoyado por un sistema judicial paralelo y secreto controlado por el Pentágono y la Casa Blanca.
Igual que en Auschwitz y otros campos nazis, donde lo que ocurría era algo más allá de lo que pudiera considerarse una bestialidad, bajo el estado de excepción permanente instaurado por Bush –y reproducido por Barack Obama y otros gobiernos occidentales en nombre de los imperativos de seguridad– se puede matar sin que signifique delito; por decreto. Agamben dice que en el capitalismo actual estamos sometidos a una nuda vida (vida natural) y expuestos a ser exterminados como piojos (tal como decía Hitler respecto de los judíos) por la biopolítica, debido a la creciente implicación de la vida natural del hombre en los mecanismos y cálculos del poder.
Si el enemigo es tratado como no-persona, como bestia, se le puede exterminar a la manera de la solución final nazi. Para Agamben el estado de excepción no es un accidente dentro del sistema jurídico, sino su fundamento oculto.
Hannah Arendt habló de la banalización del mal, en el sentido de una naturalización o normalización de acciones indudablemente criminales. Podríamos concluir que bajo el estado de emergencia permanente no declarado de Felipe Calderón –con sus decapitados, sus muertos torturados semidesnudos y sus fosas comunes– la excepción se convirtió en regla. Y como regla duradera, la excepción hace que todo sea posible.
viernes, 25 de noviembre de 2011
La pobreza rural
ECONOMIA MORAL
Julio Boltvinik
Hacia una teoría de la pobreza rural
La economía moral es convocada a existir como resistencia a la economía del "libre mercado": el alza del precio
del pan puede equilibrar la oferta y la demanda de pan, pero no resuelve el hambre de la gente
Subsidios y cumbres agrícolas
EL CONGRESO DE Estados Unidos, pasando por encima de las reglas internacionales establecidas (incluido el
TLC), y ante la pasividad de nuestras autoridades, emitió la "Ley sobre la seguridad agrícola y la inversión rural
de 2002", que aumenta sustancialmente los subsidios agrícolas. Por su parte, la cumbre mundial de la FAO
(Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) ha sido prácticamente boicoteada por
los países del Primer Mundo. Al tiempo, los agricultores pequeños y medianos de Europa se movilizan cada vez
más activamente para resistir las tendencias hacia la reducción de subsidios a la agricultura. Estos hechos
muestran que, en materia agrícola, no hay posibilidad alguna de reglas internacionales que se respeten y que
cada país debe velar por el bienestar de sus propios productores. En estas circunstancias me ha parecido
oportuno difundir un esbozo de teoría sobre la pobreza rural que elaboré hace ya más de una década
1
.
La agricultura es estacional
UNA TEORIA DE LA pobreza rural, o una teoría de la pobreza de los productores agrícolas familiares, que es
mucho más específica que una teoría general de la pobreza, debe empezar estableciendo las diferencias entre
la agricultura y la industria. La agricultura trabaja con material vivo. La producción agrícola consiste
básicamente en cuidar y estimular el proceso biológico natural de crecimiento de las plantas. En contraste, en la
industria los objetos del proceso de trabajo son materiales inertes. Las plantas tienen un ciclo biológico -un
periodo de crecimiento- y crecen en la tierra. Por tanto, el trabajo en la agricultura tiene que hacerse en función
de la etapa de crecimiento de la planta y debe realizarse en el sitio donde ésta se encuentra. Es decir, el
proceso biológico impone reglas, tanto temporales como espaciales, a las actividades del hombre. En la
industria, en cambio, donde se trabaja con fibras, metales, madera, plásticos, granos cosechados, el proceso de
trabajo no está constreñido ni espacial ni temporalmente. La velocidad del proceso y el sitio donde se realiza
están dictados por el hombre. Estas diferencias pueden resumirse diciendo que, mientras en la industria los
procesos pueden ser continuos (24 horas al día, 365 días al año), en la agricultura son estacionales (cosecha
en pocas semanas del año, por ejemplo).
¿Quién asume el costo de la estacionalidad?
LA ESTACIONALIDAD AGRICOLA se expresa en requerimientos de fuerza de trabajo desiguales a lo largo del
año. En cambio en la industria, estos requerimientos son, en principio, constantes a lo largo del año. Esta
diferencia genera consecuencias poco analizadas. La más importante es la relacionada con la pregunta ¿Quién
paga el costo de reproducción (manutención) de la fuerza de trabajo -y de sus familias- durante los periodos de
escasa o nula actividad agrícola? Esta pregunta puede reformularse así: ¿cuáles son los costos de mano de
obra pertinentes en la formación de los precios agrícolas? ¿El costo de los días trabajados únicamente o el
costo de reproducción, durante todo el año, del productor y su familia? En la industria (y en los servicios) este
dilema no se presenta. En la medida que se trabaja todo el año, el salario está asociado con la manutención del
asalariado y su familia también durante todo el año. La presencia de este dilema en la agricultura explica la
enorme variedad de formas de producción presentes en ella. Cada forma de producción es una manera
particular de solucionar el dilema.
Ventaja capitalista: paga lo que usa 2
JOHN W. BREWSTER
2
, quien fue llamado el filósofo de la agricultura estadunidense, buscando una respuesta
a la pregunta sobre los factores que determinan el tipo de granja (familiar o capitalista) que predomina en la
agricultura estadunidense, tanto antes como después de la mecanización, señala:
"LA RESPUESTA PARECE estar en (1) la medida en la cual un área agrícola sea aproximadamente más
adecuada para monocultivos o para cultivos múltiples; y (2) las costumbres que liberan a los operadores
capitalistas del mantenimiento de los trabajadores en periodos de desempleo en la granja". Continúa señalando:
"... mientras menos y menos productos se cultiven en la granja, más aumentan los periodos de desempleo entre
operaciones. Puesto que la mayor parte de los trabajadores en las granjas familiares son trabajadores
familiares, esto significa que los operadores familiares deben pagar (en la forma de gastos de manutención de
la familia) por su trabajo tanto en periodos de empleo como de desempleo en la granja. En otras palabras, el
trabajo es, mayoritariamente, un costo fijo para el operador familiar, pero no para el operador de mayor escala
que paga el trabajo sólo por el tiempo que lo utiliza en su granja. Si existiera una costumbre que liberara a la
granja familiar del mantenimiento de los trabajadores durante los largos periodos de desempleo entre las
operaciones agrícolas, sería muy dudoso que las ventajas gerenciales del operador a gran escala le permitieran
desplazar al operador familiar, ni siquiera en áreas de monocultivo (pp.5-6).
LAS GRANDES UNIDADES agrícolas del pasado latinoamericano, como las haciendas mexicanas, resolvieron
de una manera inteligente -para sus propios intereses- el problema de la manutención de la fuerza de trabajo en
los periodos de desempleo: dándole al campesino el derecho de explotación de una parcela para que derivara
de ella su subsistencia y, al mismo tiempo, estuviera disponible para trabajar para el patrón. Se trata, en
esencia, de la misma solución de los sistemas feudales y de las aparcerías: otorgando a las familias los
derechos de explotación de la tierra, el problema estacional de la agricultura lo asumen ellos, lo que libera al
señor feudal o al patrón de tal compromiso. En la agricultura capitalista, como señala Brewster, el problema de
la manutención del asalariado en los periodos de desempleo es un asunto suyo y no del capitalista.
Precios ruinosos para el campesino
LA FORMACION DE los precios en un mercado de productos agrícolas en el cual participan significativamente
empresas capitalistas, estará determinada solamente por el costo de la mano de obra durante los días
efectivamente trabajados. En la medida en que el productor familiar, sea éste farmer o campesino, concurre a
los mismos mercados que los productores capitalistas, y actúa en ellos como tomador de precios, los precios de
sus productos sólo pueden remunerar los días efectivamente trabajados. Sin embargo, el campesino y su
familia tienen que comer todo el año. He aquí la causa más importante de la pobreza de los campesinos en todo
el mundo.
Explicando la desaparición de la esclavitud
A DIFERENCIA DE estas formas productivas, que trasladan el costo de la estacionalidad a los campesinos o a
los asalariados, la economía esclavista en la agricultura tenía que sufragar los gastos de mantenimiento de sus
esclavos durante todo el año -como se tiene que hacer, en cualquier forma productiva, con los animales de
trabajo- lo cual, sin duda, debe haber minado su capacidad competitiva con la economía capitalista que, como
se ha visto, remunera sólo los días trabajados. Mientras la economía esclavista se proveía de esclavos adultos
en forma barata, la desventaja apuntada era compensada con la eliminación de los costos de la reproducción
intergeneracional de los esclavos. Pero como señaló el notable investigador ruso A. V. Chayanov (1966; 15-16):
"A MEDIDA QUE las fuentes guerreras de captura de esclavos empezaban a agotarse por los ataques
frecuentes, el costo primo de adquirir esclavos aumentó; su precio de mercado creció rápidamente y muchos
usos de los esclavos que generaban una renta esclavista pequeña, dejaron de ser rentables... un factor
importante en la declinación del antiguo sistema esclavista fue que, para poder asegurar el abastecimiento de
esclavos, los métodos de guerra y captura tuvieron que ser sustituidos por producción pacífica mediante la
reproducción natural. Aquí, la unidad económica antigua enfrentaba costos primos tan altos que empezaron a
superar la renta esclavista capitalizada
3
.
La pobreza campesina
LAS UNICAS FORMAS productivas que asumen los costos de reproducción de la fuerza de trabajo agrícola
durante todo el año son las sociedades primitivas, la esclavista, la economía familiar (campesina o farmer). Si la 3
economía campesina no concurriera a un mercado compitiendo con la economía capitalista podría trasladar al
consumidor, vía precios, los costos de manutención familiar durante todo el año. Esto debe haber ocurrido en
las economías dominantemente campesinas en diferentes partes del mundo. Pero en la medida en que los
campesinos deben asumir el "costo social" que el capitalismo impone a la agricultura, se ven obligados a
complementar sus ingresos como trabajadores asalariados fuera de la parcela o realizando otras actividades.
En algunos casos se ha observado que los ingresos extraparcelarios representan más de 50 por ciento del total
familiar (vbgr. en el estado de Puebla o en el altiplano noroccidental de Guatemala
4
).El costo humano de la
migración estacional involucrada es altísimo: separación de la familia, condiciones de vida infrahumanas, en
síntesis, la pobreza permanente o la migración definitiva.
Vida digna y subsidios agrícolas
A DIFERENCIA DE los campesinos de América Latina, los productores familiares de Europa, Estados Unidos y
Japón, a quienes sus gobiernos protegen de la competencia exterior y les otorgan cuantiosos subsidios,
obtienen suficientes ingresos para sus familias durante todo el año, sin verse obligados a la venta temporal (e
itinerante) de su fuerza de trabajo. Estos subsidios pueden interpretarse como un reconocimiento oficial a su
derecho a un nivel de vida digno como productores agrícolas independientes. Dada la formación de los precios
al concurrir la economía campesina (o familiar) con empresas capitalistas en los mismos mercados, que sólo
asumen el costo de la mano de obra efectivamente utilizada, el nivel de vida digno sólo puede alcanzarse con
subsidios y/o protección de la competencia exterior. Cuando este derecho no se reconoce se condena, por
tanto, a los campesinos a la pobreza permanente e itinerante.
Cargando el costo de la estacionalidad
EN UN MERCADO mundial unificado sin sistemas proteccionistas ni subsidios, los precios de productos e
insumos agrícolas tenderían a la igualdad en todo el mundo y el ingreso de los productores agrícolas familiares
dependería sólo del valor agregado por ocupado. La diferencia de ingresos entre los campesinos del Primer y
del Tercer Mundo sería igual sólo a la diferencia de la productividad por hombre ocupado. Sin embargo, la
teoría esbozada predice -lo que habrá que comprobar empíricamente- que las diferencias de ingresos son
mucho mayores debido a que, mientras en el Primer Mundo se ha decidido que sea la sociedad en su conjunto
la que asuma el costo de la estacionalidad del trabajo agrícola (vía precios altos de los productos agrícolas y/o
vía impuestos), en el Tercer Mundo tal costo lo asumen enteramente los campesinos.
DE LO DICHO se sigue que lo que conviene a los países del Tercer Mundo, si quieren abatir sustancialmente la
pobreza rural, no es combatir los subsidios agrícolas de los países del Primer Mundo, sino también subsidiar a
sus agricultores y protegerlos de los precios bajos del exterior. Quedan muchos ángulos del problema por
analizar, como la pobreza de los jornaleros rurales y la migración internacional. Están pendientes también
evidencias y consecuencias de la teoría esbozada.
jbolt@colmex.mx
1
Véase Julio Boltvinik, "Presentación", en Economía popular. Una vía para el desarrollo sin pobreza en América
Latina, PNUD, Proyecto Regional para la Superación de la Pobreza, RLA/86/004, Bogotá, pp. VII-LV
2
John W. Brewster, "The machine process in agriculture and industry", en Karl A. Fox y D. Gale Johnson (eds.),
Readings in the Economics of Agriculture, George Allen & Unwin Ltd., Londres, 1970, pp. 3-13.
3
A.V. Chayanov, "On the theory of non-capitalist economic systems", en A.V. Chayanov, The Theory of Peasant
Economy, Richard D. Irwin, Homewood, Illinois, 1966, pp. 15-16 (Existe traducción al español, incluida en
Chayanov, la Teoría de la Economía Campesina, Cuadernos de Pasado y Presente, México, 1987).
4
Alain de Janvry, "El caso latinoamericano", en Campesinos y desarrollo en América Latina, Tercer Mundo
Editores, Bogotá, 1991 (cuadro 10).
Julio Boltvinik
Hacia una teoría de la pobreza rural
La economía moral es convocada a existir como resistencia a la economía del "libre mercado": el alza del precio
del pan puede equilibrar la oferta y la demanda de pan, pero no resuelve el hambre de la gente
Subsidios y cumbres agrícolas
EL CONGRESO DE Estados Unidos, pasando por encima de las reglas internacionales establecidas (incluido el
TLC), y ante la pasividad de nuestras autoridades, emitió la "Ley sobre la seguridad agrícola y la inversión rural
de 2002", que aumenta sustancialmente los subsidios agrícolas. Por su parte, la cumbre mundial de la FAO
(Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) ha sido prácticamente boicoteada por
los países del Primer Mundo. Al tiempo, los agricultores pequeños y medianos de Europa se movilizan cada vez
más activamente para resistir las tendencias hacia la reducción de subsidios a la agricultura. Estos hechos
muestran que, en materia agrícola, no hay posibilidad alguna de reglas internacionales que se respeten y que
cada país debe velar por el bienestar de sus propios productores. En estas circunstancias me ha parecido
oportuno difundir un esbozo de teoría sobre la pobreza rural que elaboré hace ya más de una década
1
.
La agricultura es estacional
UNA TEORIA DE LA pobreza rural, o una teoría de la pobreza de los productores agrícolas familiares, que es
mucho más específica que una teoría general de la pobreza, debe empezar estableciendo las diferencias entre
la agricultura y la industria. La agricultura trabaja con material vivo. La producción agrícola consiste
básicamente en cuidar y estimular el proceso biológico natural de crecimiento de las plantas. En contraste, en la
industria los objetos del proceso de trabajo son materiales inertes. Las plantas tienen un ciclo biológico -un
periodo de crecimiento- y crecen en la tierra. Por tanto, el trabajo en la agricultura tiene que hacerse en función
de la etapa de crecimiento de la planta y debe realizarse en el sitio donde ésta se encuentra. Es decir, el
proceso biológico impone reglas, tanto temporales como espaciales, a las actividades del hombre. En la
industria, en cambio, donde se trabaja con fibras, metales, madera, plásticos, granos cosechados, el proceso de
trabajo no está constreñido ni espacial ni temporalmente. La velocidad del proceso y el sitio donde se realiza
están dictados por el hombre. Estas diferencias pueden resumirse diciendo que, mientras en la industria los
procesos pueden ser continuos (24 horas al día, 365 días al año), en la agricultura son estacionales (cosecha
en pocas semanas del año, por ejemplo).
¿Quién asume el costo de la estacionalidad?
LA ESTACIONALIDAD AGRICOLA se expresa en requerimientos de fuerza de trabajo desiguales a lo largo del
año. En cambio en la industria, estos requerimientos son, en principio, constantes a lo largo del año. Esta
diferencia genera consecuencias poco analizadas. La más importante es la relacionada con la pregunta ¿Quién
paga el costo de reproducción (manutención) de la fuerza de trabajo -y de sus familias- durante los periodos de
escasa o nula actividad agrícola? Esta pregunta puede reformularse así: ¿cuáles son los costos de mano de
obra pertinentes en la formación de los precios agrícolas? ¿El costo de los días trabajados únicamente o el
costo de reproducción, durante todo el año, del productor y su familia? En la industria (y en los servicios) este
dilema no se presenta. En la medida que se trabaja todo el año, el salario está asociado con la manutención del
asalariado y su familia también durante todo el año. La presencia de este dilema en la agricultura explica la
enorme variedad de formas de producción presentes en ella. Cada forma de producción es una manera
particular de solucionar el dilema.
Ventaja capitalista: paga lo que usa 2
JOHN W. BREWSTER
2
, quien fue llamado el filósofo de la agricultura estadunidense, buscando una respuesta
a la pregunta sobre los factores que determinan el tipo de granja (familiar o capitalista) que predomina en la
agricultura estadunidense, tanto antes como después de la mecanización, señala:
"LA RESPUESTA PARECE estar en (1) la medida en la cual un área agrícola sea aproximadamente más
adecuada para monocultivos o para cultivos múltiples; y (2) las costumbres que liberan a los operadores
capitalistas del mantenimiento de los trabajadores en periodos de desempleo en la granja". Continúa señalando:
"... mientras menos y menos productos se cultiven en la granja, más aumentan los periodos de desempleo entre
operaciones. Puesto que la mayor parte de los trabajadores en las granjas familiares son trabajadores
familiares, esto significa que los operadores familiares deben pagar (en la forma de gastos de manutención de
la familia) por su trabajo tanto en periodos de empleo como de desempleo en la granja. En otras palabras, el
trabajo es, mayoritariamente, un costo fijo para el operador familiar, pero no para el operador de mayor escala
que paga el trabajo sólo por el tiempo que lo utiliza en su granja. Si existiera una costumbre que liberara a la
granja familiar del mantenimiento de los trabajadores durante los largos periodos de desempleo entre las
operaciones agrícolas, sería muy dudoso que las ventajas gerenciales del operador a gran escala le permitieran
desplazar al operador familiar, ni siquiera en áreas de monocultivo (pp.5-6).
LAS GRANDES UNIDADES agrícolas del pasado latinoamericano, como las haciendas mexicanas, resolvieron
de una manera inteligente -para sus propios intereses- el problema de la manutención de la fuerza de trabajo en
los periodos de desempleo: dándole al campesino el derecho de explotación de una parcela para que derivara
de ella su subsistencia y, al mismo tiempo, estuviera disponible para trabajar para el patrón. Se trata, en
esencia, de la misma solución de los sistemas feudales y de las aparcerías: otorgando a las familias los
derechos de explotación de la tierra, el problema estacional de la agricultura lo asumen ellos, lo que libera al
señor feudal o al patrón de tal compromiso. En la agricultura capitalista, como señala Brewster, el problema de
la manutención del asalariado en los periodos de desempleo es un asunto suyo y no del capitalista.
Precios ruinosos para el campesino
LA FORMACION DE los precios en un mercado de productos agrícolas en el cual participan significativamente
empresas capitalistas, estará determinada solamente por el costo de la mano de obra durante los días
efectivamente trabajados. En la medida en que el productor familiar, sea éste farmer o campesino, concurre a
los mismos mercados que los productores capitalistas, y actúa en ellos como tomador de precios, los precios de
sus productos sólo pueden remunerar los días efectivamente trabajados. Sin embargo, el campesino y su
familia tienen que comer todo el año. He aquí la causa más importante de la pobreza de los campesinos en todo
el mundo.
Explicando la desaparición de la esclavitud
A DIFERENCIA DE estas formas productivas, que trasladan el costo de la estacionalidad a los campesinos o a
los asalariados, la economía esclavista en la agricultura tenía que sufragar los gastos de mantenimiento de sus
esclavos durante todo el año -como se tiene que hacer, en cualquier forma productiva, con los animales de
trabajo- lo cual, sin duda, debe haber minado su capacidad competitiva con la economía capitalista que, como
se ha visto, remunera sólo los días trabajados. Mientras la economía esclavista se proveía de esclavos adultos
en forma barata, la desventaja apuntada era compensada con la eliminación de los costos de la reproducción
intergeneracional de los esclavos. Pero como señaló el notable investigador ruso A. V. Chayanov (1966; 15-16):
"A MEDIDA QUE las fuentes guerreras de captura de esclavos empezaban a agotarse por los ataques
frecuentes, el costo primo de adquirir esclavos aumentó; su precio de mercado creció rápidamente y muchos
usos de los esclavos que generaban una renta esclavista pequeña, dejaron de ser rentables... un factor
importante en la declinación del antiguo sistema esclavista fue que, para poder asegurar el abastecimiento de
esclavos, los métodos de guerra y captura tuvieron que ser sustituidos por producción pacífica mediante la
reproducción natural. Aquí, la unidad económica antigua enfrentaba costos primos tan altos que empezaron a
superar la renta esclavista capitalizada
3
.
La pobreza campesina
LAS UNICAS FORMAS productivas que asumen los costos de reproducción de la fuerza de trabajo agrícola
durante todo el año son las sociedades primitivas, la esclavista, la economía familiar (campesina o farmer). Si la 3
economía campesina no concurriera a un mercado compitiendo con la economía capitalista podría trasladar al
consumidor, vía precios, los costos de manutención familiar durante todo el año. Esto debe haber ocurrido en
las economías dominantemente campesinas en diferentes partes del mundo. Pero en la medida en que los
campesinos deben asumir el "costo social" que el capitalismo impone a la agricultura, se ven obligados a
complementar sus ingresos como trabajadores asalariados fuera de la parcela o realizando otras actividades.
En algunos casos se ha observado que los ingresos extraparcelarios representan más de 50 por ciento del total
familiar (vbgr. en el estado de Puebla o en el altiplano noroccidental de Guatemala
4
).El costo humano de la
migración estacional involucrada es altísimo: separación de la familia, condiciones de vida infrahumanas, en
síntesis, la pobreza permanente o la migración definitiva.
Vida digna y subsidios agrícolas
A DIFERENCIA DE los campesinos de América Latina, los productores familiares de Europa, Estados Unidos y
Japón, a quienes sus gobiernos protegen de la competencia exterior y les otorgan cuantiosos subsidios,
obtienen suficientes ingresos para sus familias durante todo el año, sin verse obligados a la venta temporal (e
itinerante) de su fuerza de trabajo. Estos subsidios pueden interpretarse como un reconocimiento oficial a su
derecho a un nivel de vida digno como productores agrícolas independientes. Dada la formación de los precios
al concurrir la economía campesina (o familiar) con empresas capitalistas en los mismos mercados, que sólo
asumen el costo de la mano de obra efectivamente utilizada, el nivel de vida digno sólo puede alcanzarse con
subsidios y/o protección de la competencia exterior. Cuando este derecho no se reconoce se condena, por
tanto, a los campesinos a la pobreza permanente e itinerante.
Cargando el costo de la estacionalidad
EN UN MERCADO mundial unificado sin sistemas proteccionistas ni subsidios, los precios de productos e
insumos agrícolas tenderían a la igualdad en todo el mundo y el ingreso de los productores agrícolas familiares
dependería sólo del valor agregado por ocupado. La diferencia de ingresos entre los campesinos del Primer y
del Tercer Mundo sería igual sólo a la diferencia de la productividad por hombre ocupado. Sin embargo, la
teoría esbozada predice -lo que habrá que comprobar empíricamente- que las diferencias de ingresos son
mucho mayores debido a que, mientras en el Primer Mundo se ha decidido que sea la sociedad en su conjunto
la que asuma el costo de la estacionalidad del trabajo agrícola (vía precios altos de los productos agrícolas y/o
vía impuestos), en el Tercer Mundo tal costo lo asumen enteramente los campesinos.
DE LO DICHO se sigue que lo que conviene a los países del Tercer Mundo, si quieren abatir sustancialmente la
pobreza rural, no es combatir los subsidios agrícolas de los países del Primer Mundo, sino también subsidiar a
sus agricultores y protegerlos de los precios bajos del exterior. Quedan muchos ángulos del problema por
analizar, como la pobreza de los jornaleros rurales y la migración internacional. Están pendientes también
evidencias y consecuencias de la teoría esbozada.
jbolt@colmex.mx
1
Véase Julio Boltvinik, "Presentación", en Economía popular. Una vía para el desarrollo sin pobreza en América
Latina, PNUD, Proyecto Regional para la Superación de la Pobreza, RLA/86/004, Bogotá, pp. VII-LV
2
John W. Brewster, "The machine process in agriculture and industry", en Karl A. Fox y D. Gale Johnson (eds.),
Readings in the Economics of Agriculture, George Allen & Unwin Ltd., Londres, 1970, pp. 3-13.
3
A.V. Chayanov, "On the theory of non-capitalist economic systems", en A.V. Chayanov, The Theory of Peasant
Economy, Richard D. Irwin, Homewood, Illinois, 1966, pp. 15-16 (Existe traducción al español, incluida en
Chayanov, la Teoría de la Economía Campesina, Cuadernos de Pasado y Presente, México, 1987).
4
Alain de Janvry, "El caso latinoamericano", en Campesinos y desarrollo en América Latina, Tercer Mundo
Editores, Bogotá, 1991 (cuadro 10).
La pobreza
Economía Moral
Mundo Siglo XXI / II
Importantes abordajes sobre la pobreza en esta iluminante revista
Julio Boltvinik
A
martya Sen y Peter Townsend son los dos más grandes pensadores sobre la pobreza del siglo XX. El debate entre ellos sobre las concepciones relativa y absoluta de la pobreza es el debate clásico de la materia. Ambos, de maneras diferentes, están presentes en las páginas de la revista académica trimestral Mundo Siglo XXI (MSXXI), publicada por el CIECAS-IPN que, a partir de la entrega del 18/11/11, vengo comentando. Sen está presente en un largo ensayo (publicado en dos partes) de mi autoría: “Evaluación crítica del enfoque de capabilities (EC) de Amartya Sen; números 12 y 13 de 2008. (Evito traducir capabilities como capacidades porque con ese término Sen no se refiere a capacidades humanas sino sólo a las económicas: lo que podemos hacer con los recursos que tenemos). Para contrarrestar la usual comprensión fragmentaria y distorsionada del EC, en la primera parte se presentan en detalle las concepciones inicial (1979-1983) y madura (años noventa) del EC. Esta última se presenta reseñando la obra de Sabina Alkire (Valuing freedoms: Sen’s capability approach, 2002), y examinando en detalle dos libros cruciales de Sen de los años noventa. En la segunda parte narro y comento las principales críticas al EC: entre otros por B. Wiliams (para quien el EC debe fundamentarse en una concepción de la naturaleza humana); por G.A. Cohen (quien argumenta que Sen reduce el efecto de los bienes en las personas a la capacidad de hacer cosas); por F. Stewart (quien destaca la ausencia de toda valoración en el EC y el carácter inobservable de su concepto central: el conjunto de capabilities); por Alkire (que defiende el EC pero al analizarlo a fondo muestra sus limitaciones y contradicciones); por Des Gasper (quien señala que Sen sólo usa capabilities como oportunidades pero no como destrezas); y por Martha Nussbaum (cuya crítica es la más contundente al haber desarrollado otro EC que sí se refiere a capacidades humanas y que sí hace explícitos juicios de valor). El artículo incluye un análisis de las réplicas de Sen a Williams y a Cohen).1 En general, manifiesto mi acuerdo con estas críticas y las complemento con la propia que me lleva, entre otras, a la conclusión que el EC es un enfoque mecanicista en el cual el bienestar alcanzado depende solamente del ingreso, y en el cual las capacidades humanas (entender y hacer) están ausentes.
Peter Townsend (PT) publicó, en vida, en MSXXI un ensayo sobre la pobreza infantil (N° 15, Invierno 2008-2009) en el cual propone un impuesto global a las transacciones de divisas que la ONU administraría y que financiaría un beneficio universal en efectivo para los niños del tercer mundo. MSXXI rindió homenaje al gran pensador (fallecido en junio de 2009) en el N° 19 (Invierno 2009-2010). El homenaje consistió, en primer lugar, en publicar por primera vez en español el escrito fundacional del concepto de pobreza relativa (El significado de la pobreza, 1962). Véase en la Gráfica la muy baja incidencia de la pobreza que habría habido en Gran Bretaña en 1954 con una concepción absoluta de la pobreza. En segundo lugar, narra el homenaje que tuvo lugar en la UACM en octubre de dicho año y publica las ponencias presentadas en dicha ocasión por Julio Boltvinik (Collage impresionista de contribuciones de Townsend que reseña y muestra fotografías de 11 obras de PT que además de pobreza abordan la gerontología social y las desigualdades en salud); por Araceli Damián (A donde nos ha llevado el enfoque relativo de la pobreza de Peter Townsend, que muestra la cara radical de PT, hecha a un lado por sus seguidores, que veía, por ejemplo, que para un efectivo asalto a la pobreza era necesario abolir la excesiva riqueza); por Luis Arizmendi (Peter Townsend: la máxima frontera del liberalismo, que muestra los alcances en el debate internacional de la concepción de PT de la pobreza relativa y de su proyecto de desmercantilización); y por Pablo Yanes (La lucha contra la pobreza como acción política internacional, que se centra en las propuestas de PT del Ingreso Infantil Universal y su Manifiesto internacional de acción contra la pobreza). El número incluye también un artículo de Boltvinik (Peter Townsend y el rumbo de la investigación sobre pobreza en Gran Bretaña, que ubica las aportaciones (y limitaciones) de PT en la medición de la pobreza y critica los caminos adoptados por sus seguidores en Gran Bretaña.
En el N° 18 (otoño del 2008) MSXXI publicó: Esbozo de una teoría de la pobreza y la sobrevivencia del campesinado. Polémica con Armando Bartra, en el que expongo la tesis de que en la estacionalidad del trabajo agrícola (en una sociedad capitalista) yace la explicación central de la pobreza y de la persistencia del campesinado, pues en el capitalismo sólo se reconoce el costo del trabajo efectuado (que en la agricultura no coincide con el costo de reproducción de la fuerza de trabajo durante todo el año) por lo cual tanto jornaleros rurales como campesinos productores se ven obligados a vivir en la pobreza itinerante. Esta tesis, publicada en La Jornada en una versión anterior, dio lugar a una polémica con Armando Bartra en las páginas de dicho diario, para quien la explicación central de la persistencia campesina está en la renta diferencial de la tierra.
En el N° 21, verano del 2010, Luis Arizmendi (Pobreza y colapso neoliberal), formula una clasificación de las concepciones de la pobreza de acuerdo con las cuatro configuraciones históricas que cada una de ellas representa e impulsa: 1) Concepción cínica de la pobreza, hoy dominante, que tiene su visión paradigmática en el Banco Mundial, en la cual las necesidades humanas son eludidas para escamotear la auténtica magnitud de la pobreza mundial e identificar situaciones límite en las que la sobrevivencia animal está en riesgo, como base para implementar estrategias de contención de potenciales explosiones políticas. 2) Concepción neofascista de la pobreza, que para asegurar el acceso al confort y la opulencia para una parte de la sociedad planetaria, asume la manu militari y la guerra como fundamentos irrenunciables del progreso. 3) Concepción liberal de la pobreza que se caracteriza por estados que buscan servir de contrapeso para frenar la violencia material y la masificación de la pobreza. 4) Concepción transcapitalista de la pobreza, que lucha por abrir camino hacia una efectiva desmercantilización de la reproducción social. Hay otros trabajos sobre pobreza en MSXXI, pero lo comentado hoy y en la entrega anterior ilustra el carácter profundo y vanguardista del abordaje logrado.
1 El lector puede complementar la lectura de estos textos con la selección de textos del propio Sen (y de sus críticos) sobre el EC que se presentan, en español, en Comercio Exterior, Vol. 53, N° 5, mayo de 2003. Incluye extractos de dos textos de Sen: Pobre, en términos relativos, y Anexo de On Economic Inequality. También incluye extractos de las críticas de Williams y de Cohen, así como de un texto de M. Desai que intenta operacionalizar el EC al definir cinco capabilities básicas.
http://julioboltvinik.org • jbolt@colmex.mx
Mundo Siglo XXI / II
Importantes abordajes sobre la pobreza en esta iluminante revista
Julio Boltvinik
A
martya Sen y Peter Townsend son los dos más grandes pensadores sobre la pobreza del siglo XX. El debate entre ellos sobre las concepciones relativa y absoluta de la pobreza es el debate clásico de la materia. Ambos, de maneras diferentes, están presentes en las páginas de la revista académica trimestral Mundo Siglo XXI (MSXXI), publicada por el CIECAS-IPN que, a partir de la entrega del 18/11/11, vengo comentando. Sen está presente en un largo ensayo (publicado en dos partes) de mi autoría: “Evaluación crítica del enfoque de capabilities (EC) de Amartya Sen; números 12 y 13 de 2008. (Evito traducir capabilities como capacidades porque con ese término Sen no se refiere a capacidades humanas sino sólo a las económicas: lo que podemos hacer con los recursos que tenemos). Para contrarrestar la usual comprensión fragmentaria y distorsionada del EC, en la primera parte se presentan en detalle las concepciones inicial (1979-1983) y madura (años noventa) del EC. Esta última se presenta reseñando la obra de Sabina Alkire (Valuing freedoms: Sen’s capability approach, 2002), y examinando en detalle dos libros cruciales de Sen de los años noventa. En la segunda parte narro y comento las principales críticas al EC: entre otros por B. Wiliams (para quien el EC debe fundamentarse en una concepción de la naturaleza humana); por G.A. Cohen (quien argumenta que Sen reduce el efecto de los bienes en las personas a la capacidad de hacer cosas); por F. Stewart (quien destaca la ausencia de toda valoración en el EC y el carácter inobservable de su concepto central: el conjunto de capabilities); por Alkire (que defiende el EC pero al analizarlo a fondo muestra sus limitaciones y contradicciones); por Des Gasper (quien señala que Sen sólo usa capabilities como oportunidades pero no como destrezas); y por Martha Nussbaum (cuya crítica es la más contundente al haber desarrollado otro EC que sí se refiere a capacidades humanas y que sí hace explícitos juicios de valor). El artículo incluye un análisis de las réplicas de Sen a Williams y a Cohen).1 En general, manifiesto mi acuerdo con estas críticas y las complemento con la propia que me lleva, entre otras, a la conclusión que el EC es un enfoque mecanicista en el cual el bienestar alcanzado depende solamente del ingreso, y en el cual las capacidades humanas (entender y hacer) están ausentes.
Peter Townsend (PT) publicó, en vida, en MSXXI un ensayo sobre la pobreza infantil (N° 15, Invierno 2008-2009) en el cual propone un impuesto global a las transacciones de divisas que la ONU administraría y que financiaría un beneficio universal en efectivo para los niños del tercer mundo. MSXXI rindió homenaje al gran pensador (fallecido en junio de 2009) en el N° 19 (Invierno 2009-2010). El homenaje consistió, en primer lugar, en publicar por primera vez en español el escrito fundacional del concepto de pobreza relativa (El significado de la pobreza, 1962). Véase en la Gráfica la muy baja incidencia de la pobreza que habría habido en Gran Bretaña en 1954 con una concepción absoluta de la pobreza. En segundo lugar, narra el homenaje que tuvo lugar en la UACM en octubre de dicho año y publica las ponencias presentadas en dicha ocasión por Julio Boltvinik (Collage impresionista de contribuciones de Townsend que reseña y muestra fotografías de 11 obras de PT que además de pobreza abordan la gerontología social y las desigualdades en salud); por Araceli Damián (A donde nos ha llevado el enfoque relativo de la pobreza de Peter Townsend, que muestra la cara radical de PT, hecha a un lado por sus seguidores, que veía, por ejemplo, que para un efectivo asalto a la pobreza era necesario abolir la excesiva riqueza); por Luis Arizmendi (Peter Townsend: la máxima frontera del liberalismo, que muestra los alcances en el debate internacional de la concepción de PT de la pobreza relativa y de su proyecto de desmercantilización); y por Pablo Yanes (La lucha contra la pobreza como acción política internacional, que se centra en las propuestas de PT del Ingreso Infantil Universal y su Manifiesto internacional de acción contra la pobreza). El número incluye también un artículo de Boltvinik (Peter Townsend y el rumbo de la investigación sobre pobreza en Gran Bretaña, que ubica las aportaciones (y limitaciones) de PT en la medición de la pobreza y critica los caminos adoptados por sus seguidores en Gran Bretaña.
En el N° 18 (otoño del 2008) MSXXI publicó: Esbozo de una teoría de la pobreza y la sobrevivencia del campesinado. Polémica con Armando Bartra, en el que expongo la tesis de que en la estacionalidad del trabajo agrícola (en una sociedad capitalista) yace la explicación central de la pobreza y de la persistencia del campesinado, pues en el capitalismo sólo se reconoce el costo del trabajo efectuado (que en la agricultura no coincide con el costo de reproducción de la fuerza de trabajo durante todo el año) por lo cual tanto jornaleros rurales como campesinos productores se ven obligados a vivir en la pobreza itinerante. Esta tesis, publicada en La Jornada en una versión anterior, dio lugar a una polémica con Armando Bartra en las páginas de dicho diario, para quien la explicación central de la persistencia campesina está en la renta diferencial de la tierra.
En el N° 21, verano del 2010, Luis Arizmendi (Pobreza y colapso neoliberal), formula una clasificación de las concepciones de la pobreza de acuerdo con las cuatro configuraciones históricas que cada una de ellas representa e impulsa: 1) Concepción cínica de la pobreza, hoy dominante, que tiene su visión paradigmática en el Banco Mundial, en la cual las necesidades humanas son eludidas para escamotear la auténtica magnitud de la pobreza mundial e identificar situaciones límite en las que la sobrevivencia animal está en riesgo, como base para implementar estrategias de contención de potenciales explosiones políticas. 2) Concepción neofascista de la pobreza, que para asegurar el acceso al confort y la opulencia para una parte de la sociedad planetaria, asume la manu militari y la guerra como fundamentos irrenunciables del progreso. 3) Concepción liberal de la pobreza que se caracteriza por estados que buscan servir de contrapeso para frenar la violencia material y la masificación de la pobreza. 4) Concepción transcapitalista de la pobreza, que lucha por abrir camino hacia una efectiva desmercantilización de la reproducción social. Hay otros trabajos sobre pobreza en MSXXI, pero lo comentado hoy y en la entrega anterior ilustra el carácter profundo y vanguardista del abordaje logrado.
1 El lector puede complementar la lectura de estos textos con la selección de textos del propio Sen (y de sus críticos) sobre el EC que se presentan, en español, en Comercio Exterior, Vol. 53, N° 5, mayo de 2003. Incluye extractos de dos textos de Sen: Pobre, en términos relativos, y Anexo de On Economic Inequality. También incluye extractos de las críticas de Williams y de Cohen, así como de un texto de M. Desai que intenta operacionalizar el EC al definir cinco capabilities básicas.
http://julioboltvinik.org • jbolt@colmex.mx
jueves, 24 de noviembre de 2011
Mercados y democracia
Orlando Delgado Selley
E
n un libro influyente publicado en 1991, Adam Przeworski escribió: "Poder comer y poder hablar, no sufrir hambre ni represión, éstos son los valores que animan un afán mundial de democracia política y racionalidad económica". Veinte años después ese movimiento generalizado por crear instituciones democráticas, que aceptó que los mercados podían funcionar mejor sin interferencias estatales, ha conducido a una situación en la que para enfrentar la crisis en naciones paradigmáticas los actores políticos han decidido renunciar al valor central de la democracia: celebrar elecciones para decidir quien gobierna y, con ello, aprobar cierto programa político.
En Grecia y en Italia, las fuerzas políticas enfrentadas a una crisis de dimensiones importantes han resuelto formar gobiernos de "unidad nacional", encabezados por banqueros. Papademos y Monti llegan al gobierno sin compromisos partidarios, pero también sin responsabilidad frente a los electores. Han sido nombrados por su experiencia financiera, no por sus credenciales políticas. Les han aceptado sus acreedores, mientras a los ciudadanos se les conmina a aceptar que "es momento de decisiones no de elecciones". Los mercados, es decir, los grandes inversionistas globales, concedieron una tregua de unos días a Grecia e Italia, lo que redujo marginalmente la prima de riesgo.
En España, en cambio, acosada por esos mismos mercados desde hace un año. y medio, la elección de los ciudadanos castigando al gobierno del PSOE y de Rodríguez Zapatero, fue recibida por esos grandes inversionistas con indiferencia. El lunes 21, un día después de la elección de Rajoy, la prima de riesgo subió 19 puntos base. Se le dijo al próximo Presidente español: "esta es una crisis de deuda y la deuda del viernes es la misma de hoy". Se mantuvo la presión sobre la tasa de interés que paga el gobierno español y que se transmite a todos las empresas que requieren recursos para su operación, independientemente de la celebración de elecciones y de los resultados.
Así que los mercados reciben de distinta manera a quienes resultan electos en procesos democráticos y a quienes llegan al gobierno como resultado de acuerdos partidarios, asesorados por los acreedores y por la troika infernal: el Banco Central Europeo, el Ecofin y el FMI. Este equipo ortodoxo está ocupado esencialmente de que las deudas se paguen o que, en caso de no existir esa posibilidad como en Grecia, la quita de capital sea ordenada y administrada por los propios acreedores. A los electores, en cambio, les interesan otras cosas.
A veces, como en España, lo que parece importarles más no es quien los gobernará, sino castigar al grupo gobernante que decidió intentar resolver la crisis afectando las condiciones de vida del grueso de la población. De los 11.3 millones de ciudadanos que votaron por el PSOE en 2008, 4.6 millones ya no votaron por éste esta vez. De esos votos que perdió el PSOE un poco menos de un millón y medio fueron a otras opciones de izquierdas. El PSOE perdió 40 por ciento de sus votantes, en tanto que el PP arrasó, aunque sólo aumentó su votación en uno por ciento.
Lo cierto es que la crisis de deuda soberana está lejos de haberse resuelto. Grecia, pese a que los mercados confían en que un banquero logre lo que no consiguió un gobernante electo con toda la legitimidad democrática, podrá resolver su condición crítica luego de varios años. Los banqueros acreedores tendrán que aceptar reducir el valor de las obligaciones griegas en 50 por ciento, pero serán apoyados por sus gobiernos. Los griegos pagarán las consecuencias de la asociación corrupta entre banqueros y gobernantes, que durante 2008 y 2009 engañó a las autoridades europeas.
Italia vivirá una época en la que el habitual ruido parlamentario, lleno de discrepancias partidarias, se cambiará por el silencio impuesto por los acreedores. La divisa será cumplir los compromisos de la deuda pública, para lo que habrá que ajustar drásticamente el gasto. En consecuencia, los italianos pagarán por años de dispendio y mal gobierno. Ni en Grecia, ni en Italia pagarán los verdaderos acusantes de esta tragedia. De entre ellos ahora se imponen gobernantes. Ésta es la democracia de los mercados.
odselley@gmail.com
Orlando Delgado Selley
E
n un libro influyente publicado en 1991, Adam Przeworski escribió: "Poder comer y poder hablar, no sufrir hambre ni represión, éstos son los valores que animan un afán mundial de democracia política y racionalidad económica". Veinte años después ese movimiento generalizado por crear instituciones democráticas, que aceptó que los mercados podían funcionar mejor sin interferencias estatales, ha conducido a una situación en la que para enfrentar la crisis en naciones paradigmáticas los actores políticos han decidido renunciar al valor central de la democracia: celebrar elecciones para decidir quien gobierna y, con ello, aprobar cierto programa político.
En Grecia y en Italia, las fuerzas políticas enfrentadas a una crisis de dimensiones importantes han resuelto formar gobiernos de "unidad nacional", encabezados por banqueros. Papademos y Monti llegan al gobierno sin compromisos partidarios, pero también sin responsabilidad frente a los electores. Han sido nombrados por su experiencia financiera, no por sus credenciales políticas. Les han aceptado sus acreedores, mientras a los ciudadanos se les conmina a aceptar que "es momento de decisiones no de elecciones". Los mercados, es decir, los grandes inversionistas globales, concedieron una tregua de unos días a Grecia e Italia, lo que redujo marginalmente la prima de riesgo.
En España, en cambio, acosada por esos mismos mercados desde hace un año. y medio, la elección de los ciudadanos castigando al gobierno del PSOE y de Rodríguez Zapatero, fue recibida por esos grandes inversionistas con indiferencia. El lunes 21, un día después de la elección de Rajoy, la prima de riesgo subió 19 puntos base. Se le dijo al próximo Presidente español: "esta es una crisis de deuda y la deuda del viernes es la misma de hoy". Se mantuvo la presión sobre la tasa de interés que paga el gobierno español y que se transmite a todos las empresas que requieren recursos para su operación, independientemente de la celebración de elecciones y de los resultados.
Así que los mercados reciben de distinta manera a quienes resultan electos en procesos democráticos y a quienes llegan al gobierno como resultado de acuerdos partidarios, asesorados por los acreedores y por la troika infernal: el Banco Central Europeo, el Ecofin y el FMI. Este equipo ortodoxo está ocupado esencialmente de que las deudas se paguen o que, en caso de no existir esa posibilidad como en Grecia, la quita de capital sea ordenada y administrada por los propios acreedores. A los electores, en cambio, les interesan otras cosas.
A veces, como en España, lo que parece importarles más no es quien los gobernará, sino castigar al grupo gobernante que decidió intentar resolver la crisis afectando las condiciones de vida del grueso de la población. De los 11.3 millones de ciudadanos que votaron por el PSOE en 2008, 4.6 millones ya no votaron por éste esta vez. De esos votos que perdió el PSOE un poco menos de un millón y medio fueron a otras opciones de izquierdas. El PSOE perdió 40 por ciento de sus votantes, en tanto que el PP arrasó, aunque sólo aumentó su votación en uno por ciento.
Lo cierto es que la crisis de deuda soberana está lejos de haberse resuelto. Grecia, pese a que los mercados confían en que un banquero logre lo que no consiguió un gobernante electo con toda la legitimidad democrática, podrá resolver su condición crítica luego de varios años. Los banqueros acreedores tendrán que aceptar reducir el valor de las obligaciones griegas en 50 por ciento, pero serán apoyados por sus gobiernos. Los griegos pagarán las consecuencias de la asociación corrupta entre banqueros y gobernantes, que durante 2008 y 2009 engañó a las autoridades europeas.
Italia vivirá una época en la que el habitual ruido parlamentario, lleno de discrepancias partidarias, se cambiará por el silencio impuesto por los acreedores. La divisa será cumplir los compromisos de la deuda pública, para lo que habrá que ajustar drásticamente el gasto. En consecuencia, los italianos pagarán por años de dispendio y mal gobierno. Ni en Grecia, ni en Italia pagarán los verdaderos acusantes de esta tragedia. De entre ellos ahora se imponen gobernantes. Ésta es la democracia de los mercados.
odselley@gmail.com
domingo, 20 de noviembre de 2011
Imperialismo y democracia
Imperialismo y democracia
¿Casa Blanca o Plaza de la Libertad?
James Petras
Rebelión
Traducido para Rebelión por Ricardo García Pérez
Introducción
La relación entre imperialismo y democracia se ha debatido y analizado durante más de 2.500 años, desde en la Atenas del siglo V a.C. hasta en el Liberty Park de Manhattan. Los críticos actuales del imperialismo (y el capitalismo) afirman percibir una incompatibilidad esencial y citan las medidas del Estado policial en expansión que acompañan a las guerras coloniales, desde la legislación antiterrorista de Clinton y la «Ley Patriótica» de Bush hasta la orden de Obama del asesinato extrajudicial de ciudadanos estadounidenses en el extranjero.
Sin embargo, antes, muchos teóricos del imperialismo de diferentes sensibilidades políticas, que abarcan desde Max Weber hasta Vladimir Lenin, han sostenido que el imperialismo aglutinaba al país, reducía la polarización interna entre clases sociales y generaba trabajadores privilegiados que sustentaban activamente a los partidos imperiales y votaban por ellos. Un estudio histórico comparativo de las condiciones bajo las que convergen o divergen el imperialismo y las instituciones democráticas puede arrojar alguna luz sobre los retos y alternativas a que se enfrentan los florecientes movimientos democráticos emergentes en todo el planeta.
El siglo XIX
Durante el siglo XIX, la expansión imperial europea y estadounidense abarcó a todo el mundo. Fruto de su colaboración echaron raíces las instituciones democráticas, el derecho de sufragio se extendió a la clase trabajadora, emergieron partidos competitivos, se aprobó legislación social y la clase trabajadora incrementó su cuota de representación en las cámaras legislativas.
¿Fue el crecimiento simultáneo de la democracia y el imperialismo una correlación casual que reflejaba la divergencia y el conflicto de fuerzas contrapuestas, una de las cuales favorecía la conquista en el exterior y, la otra, promovía la política democrática? En realidad, hay grandes solapamientos entre la política pro imperialista y la democrática, y no solo entre las élites.
Durante el siglo XIX y, en especial, el siglo XX, sectores importantes de los partidos laboristas y socialdemócratas e infinidad de izquierdistas y socialistas revolucionarios destacados aunaron en un momento u otro el apoyo a las demandas de los trabajadores y la expansión imperial. No fue sino Karl Marx quien, en sus primeros escritos periodísticos para The New York Herald Tribune, apoyó críticamente la conquista británica de la India porque significaba una «fuerza modernizadora» que rompía barreras feudales, aun cuando apoyara (con ciertas críticas) las revoluciones europeas de 1848.
Las clases dominantes, la fuerza motriz del imperialismo, estaban divididas: algunas veían en las reformas «democráticas», en la «ciudadanía», un medio de incrementar el reclutamiento obligatorio masivo para las guerras imperiales; otros temían que las reformas democráticas reforzaran las demandas sociales y socavaran la acumulación de capital y poder por parte de la élite. Ambos tenían razón: a la mayor participación política acompañó un nacionalismo moderno virulento que alimentó la construcción del imperio. Al mismo tiempo, el acceso de las masas a los derechos democráticos supuso un refuerzo para las organizaciones de clase, que ponían en peligro o en cuestión el un régimen clasista. En el seno de las clases dominantes, las instituciones democráticas se consideraban un territorio en el que resolver pacíficamente los conflictos entre élites sectoriales rivales. Pero, cuando adoptaron un carácter masivo, se las percibió como amenazas políticas.
Los partidos imperiales y fundados en diferencias de clase competían por los votantes entre unos trabajadores urbanos con el derecho a voto recién adquirido. En muchos casos, las lealtades imperiales y de clase «coexistieron» en los mismo individuos. La pregunta de cuál de las dos, la conciencia imperialista o la de clase, acabaría siendo «dominante» o «destacada» dependía en parte de los éxitos o los fracasos de los proyectos políticos rivales más amplios.
Dicho de otro modo, cuando la expansión imperial triunfó con las fáciles conquistas derivadas de unas colonias lucrativas (en especial, las formadas por asentamientos), los trabajadores democráticos suscribieron el imperio. Fue así porque el imperio reforzaba el comercio, sobre todo el de unas exportaciones muy beneficiosas a cambio de importaciones muy baratas, al tiempo que protegía a los mercados y los fabricantes locales. A su vez, esta situación hizo aumentar el empleo y los salarios en sectores importantes de la clase trabajadora. En consecuencia, los partidos laboristas y socialdemócratas y los sindicatos no se opusieron al imperialismo, sino que de hecho lo apoyaron.
En cambio, cuando las guerras imperialistas desembocaron en conflictos sangrientos y caros prolongados, la clase trabajadora sustituyó su entusiasmo chovinista inicial por desencanto y oposición. Las exigencias democráticas de «poner fin a la guerra» dieron lugar a huelgas que se oponían a la desigualdad de los sacrificios realizados. Los sentimientos democráticos y antiimperialistas tendieron a fundirse.
El conflicto entre democracia e imperialismo quedaba aún más patente en los casos de derrota imperial y ocupación militar. Tanto la derrota de Francia en la guerra franco-alemana de 1870-1871 como la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial desencadenaron levantamientos socialistas democráticos generalizados (la Comuna de París de 1871 y la revolución alemana de 1918) que combatían el imperialismo, la dominación ejercida por la clase gobernante y la totalidad del marco institucional imperial capitalista.
El imperialismo y el debate de la democracia y «la historia desde abajo»
Los historiadores, en especial los practicantes de la tan de moda «historia desde abajo», han exagerado los valores democráticos y las luchas de la clase trabajadora y han subestimado el apoyo prolongado y muy apreciable prestado por sectores importantes al éxito de la conquista y la expansión imperial. La idea de solidaridad de clase «intrínseca» o «instintiva» se trasluce en el papel activo de los trabajadores que en la conquista imperial han desempeñado como soldados, colonos en el exterior, marinos mercantes o capataces. Los colaboradores imperiales y los leales al imperio han sido numerosos entre los trabajadores ingleses y franceses y, especialmente más adelante, en el seno del movimiento sindical estadounidense.
La cuestión teórica reside en que la preponderancia de la conciencia y la acción democrática sobre la imperial entre los trabajadores depende de los resultados materiales y prácticos de las políticas imperiales y las luchas democráticas.
Los trabajadores y el imperialismo
La construcción de un imperio requiere que los trabajadores produzcan más por menos con el fin de exportar e invertir lucrativamente en las regiones colonizadas. Esto llevó al conflicto entre capital y trabajo, sobre todo en la primera fase de la expansión imperial. Cuando los gobernantes imperiales consolidaron su dominio sobre los países colonizados, intensificaron la explotación de los mercados, de la mano de obra y de los recursos. Las exportaciones imperiales acabaron con los competidores locales. Los beneficios aumentaron, los salarios se incrementaron y los trabajadores abandonaron su oposición inicial al imperialismo para reclamar su cuota del incremento de los ingresos de unos productores orientados a la exportación. Los dirigentes de los trabajadores y los sindicalistas aprobaron las políticas de «preferencia imperial» que protegían a los sectores industriales locales frente a la competencia y privilegiaban el controlo monopolista de los mercados coloniales. Lo hicieron porque las políticas imperiales preservaban los puestos de trabajo y elevaban el nivel de vida.
Los trabajadores más activos en los conflictos sociales, incluidos en listas negras o encarcelados, se mudaron voluntariamente o fueron deportados a países colonizados. Una vez instalados en el extranjero se les concedió acceso privilegiado a empleos mejor pagados como capataces o empleados cualificados o fueron ascendidos a cargos de dirección. Los trabajadores militantes dependientes del imperio, una vez en el extranjero, se convirtieron en colaboradores coloniales. Muchos animaron a antiguos compañeros de trabajo, parientes o amigos a unirse a ellos como colonos de éxito o trabajadores contratados. La «domesticación» de trabajadores y la reconciliación de los sentimientos democráticos e imperialistas fue causa y consecuencia del éxito del imperialismo.
Lealtad al imperio: no solo por pan
Aunque los beneficios materiales que acumulan los trabajadores gracias al «éxito del imperialismo» son un factor que fortalece la conciencia imperial de los trabajadores, también se veían reforzados por una gratificación simbólica; era igualmente importante la sensación de ser miembro del «país dominante del mundo» en el que «el sol no se ponía nunca». Es raro encontrar un país en el que la mayoría de los trabajadores exprese «solidaridad» con los mineros explotados, los recolectores de las plantaciones o los campesinos desplazados y los pequeños propietarios indígenas de las «colonias». Cuanto más fuerte era la garra de la potencia colonial, mayores las «oportunidades coloniales», más largos los vínculos coloniales, más profunda la penetración económica y más fuerte el sentimiento de superioridad imperial entre los trabajadores de los estados imperiales. No es raro que los trabajadores, los sindicatos y el Partido Laborista británico pusieran pocas objeciones a la brutalidad de las guerras del opio imperiales contra China y a las hambrunas genocidas inducidas por el imperio en Irlanda en el siglo XIX y en la India en el siglo XX. Asimismo, los partidos de los trabajadores franceses, en especial los socialistas, estuvieron en la primera línea del frente de las guerras coloniales posteriores a la Segunda Guerra Mundial contra Indochina y Argelia, y solo le dieron la espalda ante la inminente derrota y la desintegración interna. Con el mismo espíritu, las guerras coloniales victoriosas estadounidenses contra Cuba y Filipinas, su invasión de países caribeños y centroamericanos, estuvieron apoyadas por la Federación del Trabajo estadounidense y por muchos «trabajadores de a pie», aun cuando una minoría de trabajadores «radicalizados» se opusiera a ellas. El «giro parcial» de la mano de obra contra las guerras coloniales estadounidenses producido durante las guerras de Corea, Vietnam y Afganistán fue consecuencia de derrotas prolongadas y de los elevados costes económicos sin ninguna victoria a la vista. Se debería añadir que los trabajadores estadounidenses, al oponerse a las guerras imperiales, no manifestaban solidaridad alguna con los movimientos de liberación nacional y de trabajadores de los países colonizados.
El imperialismo y los «verdaderos demócratas»
Sostener, como han hecho algunos en la izquierda, que el imperialismo no coexiste con la «verdadera» democracia es sostener que los últimos 150 años han carecido de elecciones libres, competencia entre partidos y derechos ciudadanos, por reducidos que hayan sido, en especial, durante la última década. La realidad es que la intervención y la expansión imperiales se han inspirado precisamente en la sensación de «obligación» de los ciudadanos de mantener las instituciones democráticas, que ha permitido a los dirigentes imperiales obtener legitimidad y apoyo ciudadano activo u obediencia para librar guerras coloniales sangrientas e, incluso, genocidas.
Si la democracia no ha sido normalmente un obstáculo para la expansión colonial, sino de hecho un agente facilitador bajo determinadas circunstancias, ¿bajo qué condiciones los movimientos ciudadanos y de trabajadores han dado la espalda a las guerras imperiales? ¿Cuál ha sido la respuesta política de la clase gobernante cuando la mayoría del electorado se ha vuelto contra las guerras imperiales? Dicho de otro modo: cuándo las instituciones democráticas han dejado de operar como vehículos de las políticas imperiales, ¿qué pasa?
De la democracia imperial al Estado policial imperial
Los últimos diez años nos brindan enseñanzas importantes sobre la relación entre imperialismo y democracia en Estados Unidos.
Empezando por las controvertidas circunstancias políticas que rodean al hecho de que terroristas conocidos pudieran entrar en Estados Unidos y secuestrar aviones el 11 de septiembre de 2001, el gobierno estadounidense emprendió dos grandes guerras coloniales y numerosos ataques terrestres y aéreos directos «clandestinos» en Somalia, Yemen, Pakistán, Libia y otros países. La «guerra global contra el terrorismo» iniciada bajo el régimen de Bush y desarrollada por cargos militaristas-sionistas veteranos no electos en cooperación con la OTAN e Israel fue apoyada por el Congreso, elegido democráticamente. En ese aspecto, la inmensa mayoría del electorado, influido por una descomunal campaña de propaganda basada en el miedo, la manipulación informativa y las mentiras respaldó las guerras contra el terrorismo.
Dado el alcance y la amplitud sin precedentes de las guerras (una guerra global contra el terrorismo), el inmenso incremento del gasto militar y los grandes desembolsos para un aparato interno (el Departamento de Seguridad Nacional) represivo (de seguridad), se construyó un nuevo Estado policial de carácter marcadamente ejecutivo que sustituyó a la institución democrática vigente y a los derechos de los ciudadanos.
La trayectoria de la política imperial pasó de los primeros éxitos militares a una ocupación prolongada problemática. Esto desencadenó una escalada de la resistencia, el aumento de los gastos del Estado, la profundización de las crisis fiscales, la degradación social y una creciente oposición política.
Como sucediera en el pasado, las guerras imperiales de la actualidad que son prolongadas, costosas y para las que no hay una victoria decisiva a la vista, han desembocado en el desencanto ciudadano, seguido por un rechazo frontal y cada vez mayor. Las mayorías asalariadas que votaron a los legisladores imperiales y respaldaron una legislación que ampliaba sus competencias, incluidas leyes (la Ley Patriótica) que dejaron en suspenso derechos civiles y constitucionales elementales, se han apartado de la agenda imperial. Hoy, la mayoría democrática da prioridad a sus intereses económicos de clase, sobre todo en una situación de recesión prolongada y con una tasa de desempleo y subempleo próxima al 20 por ciento. Empezando entre los años 2008-2011, las guerras interminables y las crisis prolongadas han desencadenado un conflicto entre democracia e imperialismo.
En otras palabras, la mayoría democrática se ha convertido en un obstáculo para llevar a cabo y desarrollar guerras imperiales. La actividad militar imperial en Iraq, Afganistán, Libia, etc., no arrojó victorias rápidas, conquistas de mercados de exportación lucrativos, ni apropiación de recursos naturales. No se han creado puestos de trabajo y no ha repercutido ningún beneficio sobre los empleados y trabajadores del país imperial. Los elevados gastos de armamento han reducido las inversiones públicas que emplean mano de obra intensiva en proyectos de infraestructuras pendientes y críticos. El reducido número de puestos de trabajo peligrosos en los países ocupados ha sido poco atractivo y demasiado arriesgado para los desempleados.
Dicho de otro modo, a diferencia de la mayoría de las guerras coloniales-imperiales anteriores, nada de la riqueza saqueada se ha utilizado para obtener la lealtad de los trabajadores al imperio. La carga del imperio ha recortado progresivamente los salarios y el nivel de vida de los asalariados. Con el paso del tiempo, una fiscalidad regresiva ha erosionado todo sentido de la grandeza o la superioridad chovinista. Por el contrario, los ciudadanos del imperio han desarrollado un complejo de inferioridad política. Ante la oposición islámica decidida y el creciente poderío económico de China, se han abierto paso una belicosidad exagerada entre una minoría y una introspección crítica en la mayoría. Ha ganado peso la conciencia popular de que en Washington y en Wall Street «hay algo esencialmente malo». Los primeros cantos de guerra y la despreocupada agitación de banderas, cuando los ejércitos del Imperio partieron hacia Afganistán e Iraq, fueron sustituidos por un derrotismo iracundo contra unos dirigentes engañosos. Más del 80 por ciento de la opinión pública actual manifiesta una opinión negativa del Congreso y rechaza a ambos bandos en guerra. Contra la Casa Blanca, el Pentágono y el Departamento de Seguridad Nacional se esgrimen opiniones negativas similares.
Transcurrida una década de guerra y cuatro años de crisis económica, han estallado las protestas masivas y el movimiento «Ocupa Wall Street» pone nuevas alternativas sobre la mesa, lo que altera la agenda imperial con una enérgica denuncia de la élite militarista-financiera.
Los gobernantes ejecutivos, en especial los aparatos judicial, de inteligencia y policial, han impuesto cada vez más medidas arbitrarias propias de un Estado policial. El Departamento de Seguridad Nacional somete a vigilancia a decenas de millones de personas. El Estado policial intercepta miles de millones de comunicaciones por fax, correos electrónicos y páginas web e interviene llamadas telefónicas. El vínculo entre imperialismo y democracia se rompió en el momento en que un imperio en decadencia ya no podía conseguir el apoyo o la obediencia del electorado.
Las agencias de inteligencia han inventado tramas terroristas cada vez más absurdas. La conspiración iraní de la bomba contra el embajador de Arabia Saudí en Washington ha representado la tentativa más burda y primitiva por recuperar el apoyo público al militarismo imperial en la región del Golfo. Aparte de la configuración de poder sionista-pro israelí, políticamente muy influyente pero infinitamente reducida, la opinión pública estadounidense no se distrae de su programa en el interior: reclamar puestos de trabajo en el país y oponerse a Wall Street.
A medida que el conflicto entre imperialismo y democracia se ha ido intensificando, el anterior «consenso» se ha ido quebrando. La Casa Blanca y el Congreso se inclinan por un imperialismo respaldado por un Estado policial profundamente antidemocrático. La mayoría del electorado avanza utilizando los derechos democráticos que le quedan para orientar el programa político del imperio hacia una república social.
Conclusión
Hemos defendido que imperio y democracia han sido complementarios en momentos de imperialismo ascendente. Hemos mostrado que cuando las guerras de conquista han sido cortas y baratas, y cuando los resultados han sido lucrativos para el capital y generadores de empleo para la mano de obra, las mayorías democráticas han prestado apoyo a las élites imperiales. Las instituciones democráticas han prosperado cuando los imperios en el exterior han suministrado mercados, abaratado recursos y elevado el nivel de vida. Los trabajadores han votado por partidos imperiales, sostenido opiniones favorables de las autoridades ejecutivas y legislativas y vitoreado a los veteranos de guerra coloniales (nuestras tropas). Algunos incluso se presentaron voluntarios y se alistaron en el ejército. Con gran apoyo ciudadano al imperio, el Estado más o menos «se atuvo» a las garantías constitucionales. Pero el matrimonio entre democracia e imperialismo no es «estructural». Depende de una serie de condiciones variables, que pueden causar una ruptura profunda entre ambos, como estamos viendo en la actualidad.
Las guerras imperiales prolongadas, perdidas y costosas que erosionan cada vez más el nivel de vida de más de una generación han socavado el consenso entre los gobernantes imperiales y los ciudadanos democráticos. Los primeros indicios de esta divergencia potencial fueron palpables durante la última época de la Guerra de Corea, cuando la opinión pública se volvió contra el presidente Truman, arquitecto de la Guerra Fría y de la invasión estadounidense de Corea. Aparecieron más evidencias durante la Guerra de Vietnam. Ante una guerra prolongada y que se perdía, que puso en peligro la vida y las oportunidades de decenas de millones de estadounidenses en edad de reclutamiento, millones de civiles y el ejército han optado por poner fin a la guerra y cuestionar las intervenciones imperiales. El Estado represivo todavía no estaba lo bastante organizado para aterrorizar y contener el levantamiento democrático de la década de 1970. El fin de la Guerra de Vietnam representó el punto más alto del afán de los Estados Unidos democráticos por contrarrestar el imperialismo y reconstruir la república.
Las posteriores intervenciones imperiales reducidas, rápidas, baratas y militarmente victoriosas en Panamá, Granada, Haití y otros lugares no provocaron ningún conflicto entre imperialismo y democracia. Tampoco las guerras clandestinas y vicarias en Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Angola, Mozambique, Afganistán y los Balcanes suscitaron ninguna oposición democrática significativa, puesto que fueron baratas (en vidas y en fondos) y no fueron acompañadas de ningún recorte acusado de gastos sociales e ingresos.
Algunos estrategas imperiales contemplaban desde la misma óptica la aparición de las guerras ofensivas en curso en Afganistán, Iraq y mundial: victorias rápidas, baratas y con bajo coste en el interior. Una autoridad pro israelí que ocupa un alto cargo en el Pentágono sostuvo incluso que la invasión y ocupación de Iraq se «autofinanciaría» mediante la apropiación del petróleo.
Las guerras del siglo XXI han resultado ser de otra forma: siguieron la pauta de Corea y Vietnam, no la de América Central y el Caribe. Las guerras del siglo XXI, inmensamente caras, no han desembocado en victorias aceleradas y, peor aún, se han producido en mitad de una crisis económica sin precedentes, sin la expansión del mercado y el sector manufacturero de las décadas de 1950 y 1960 que habían amortiguado la retirada de Corea y Vietnam.
La divergencia entre imperialismo y democracia se ha agudizado. La disidencia democrática se ha incrementado y el Estado policial se ha vuelto más prominente y directo. El imperialismo recurre cada vez más a «tramas terroristas ficticias en el interior y en el exterior» para acrecentar los poderes de la maquinaria represiva y gobernar por orden. Las exhortaciones de la Casa Blanca suenan a hueco. La opinión pública otorga cada vez menos credibilidad a las afirmaciones de sus gobernantes de que haya detenciones arbitrarias «justificables», vigilancia generalizada y asesinatos extrajudiciales de ciudadanos estadounidenses (e incluso de sus hijos).
Ahora nos enfrentamos a riesgos a gran escala y a largo plazo, intrínsecos de las democracias imperiales. No por «contradicciones internas», sino porque antes o después las potencias imperiales encuentran la horma de su zapato en forma de luchas prolongadas libradas por movimientos de liberación antiimperialistas y nacionales. La ruptura entre democracia e imperialismo tiene lugar solo cuando las guerras imperiales imponen su coste en los salarios y en la mayoría asalariada. Entonces, y solo entonces, se ponen en marcha las fuerzas democráticas para crear una república democrática, con justicia social y sin imperio.
El peligro actual es que las estructuras imperiales están profundamente arraigadas en todas las instituciones políticas clave y están respaldadas por un aparato estatal policial de una envergadura y una dispersión sin precedentes, al que se llama Departamento de Seguridad Nacional. Tal vez tenga que ser un gran impacto político-militar externo el que encienda el tipo de levantamiento democrático masivo necesario para transformar un Estado policial imperial en una república democrática. Ante las derrotas militares en el exterior y una crisis económica interna implacable y cada vez más profunda, el régimen gobernante padece una creciente sensación de aislamiento e impotencia. El peligro es que estos miedos y frustraciones induzcan a la Casa Blanca a tratar de recuperar apoyo popular atacando Irán con un pretexto inventado. Un ataque estadounidense-israelí a Irán se traducirá en una conflagración de ámbito mundial. Los pozos petrolíferos saudíes y del Golfo Pérsico arderán en llamas. Las vías de comunicación y transporte esenciales quedarán bloqueadas. El precio de la gasolina se disparará mientras que las economías asiática, europea y estadounidense se desplomarán. Irán podría tomar represalias y las tomaría. Los soldados iraníes con sus aliados iraquíes sitiarían a los destacamentos estadounidenses en Bagdad. Afganistán y Pakistán y el resto del mundo musulmán tomaría las armas. Las tropas estadounidenses se rendirían o se retirarían. La guerra dejaría hechas trizas las arcas públicas estadounidenses. Se produciría una espiral descontrolada de déficit. El desempleo se duplicaría. Esta probable secuencia de acontecimientos desencadenaría un movimiento democrático masivo y una lucha decisiva entre una república emergente que se esforzaría por nacer y un imperio en decadencia que amenazaría con arrastrar al mundo al infierno de su propia desaparición.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
¿Casa Blanca o Plaza de la Libertad?
James Petras
Rebelión
Traducido para Rebelión por Ricardo García Pérez
Introducción
La relación entre imperialismo y democracia se ha debatido y analizado durante más de 2.500 años, desde en la Atenas del siglo V a.C. hasta en el Liberty Park de Manhattan. Los críticos actuales del imperialismo (y el capitalismo) afirman percibir una incompatibilidad esencial y citan las medidas del Estado policial en expansión que acompañan a las guerras coloniales, desde la legislación antiterrorista de Clinton y la «Ley Patriótica» de Bush hasta la orden de Obama del asesinato extrajudicial de ciudadanos estadounidenses en el extranjero.
Sin embargo, antes, muchos teóricos del imperialismo de diferentes sensibilidades políticas, que abarcan desde Max Weber hasta Vladimir Lenin, han sostenido que el imperialismo aglutinaba al país, reducía la polarización interna entre clases sociales y generaba trabajadores privilegiados que sustentaban activamente a los partidos imperiales y votaban por ellos. Un estudio histórico comparativo de las condiciones bajo las que convergen o divergen el imperialismo y las instituciones democráticas puede arrojar alguna luz sobre los retos y alternativas a que se enfrentan los florecientes movimientos democráticos emergentes en todo el planeta.
El siglo XIX
Durante el siglo XIX, la expansión imperial europea y estadounidense abarcó a todo el mundo. Fruto de su colaboración echaron raíces las instituciones democráticas, el derecho de sufragio se extendió a la clase trabajadora, emergieron partidos competitivos, se aprobó legislación social y la clase trabajadora incrementó su cuota de representación en las cámaras legislativas.
¿Fue el crecimiento simultáneo de la democracia y el imperialismo una correlación casual que reflejaba la divergencia y el conflicto de fuerzas contrapuestas, una de las cuales favorecía la conquista en el exterior y, la otra, promovía la política democrática? En realidad, hay grandes solapamientos entre la política pro imperialista y la democrática, y no solo entre las élites.
Durante el siglo XIX y, en especial, el siglo XX, sectores importantes de los partidos laboristas y socialdemócratas e infinidad de izquierdistas y socialistas revolucionarios destacados aunaron en un momento u otro el apoyo a las demandas de los trabajadores y la expansión imperial. No fue sino Karl Marx quien, en sus primeros escritos periodísticos para The New York Herald Tribune, apoyó críticamente la conquista británica de la India porque significaba una «fuerza modernizadora» que rompía barreras feudales, aun cuando apoyara (con ciertas críticas) las revoluciones europeas de 1848.
Las clases dominantes, la fuerza motriz del imperialismo, estaban divididas: algunas veían en las reformas «democráticas», en la «ciudadanía», un medio de incrementar el reclutamiento obligatorio masivo para las guerras imperiales; otros temían que las reformas democráticas reforzaran las demandas sociales y socavaran la acumulación de capital y poder por parte de la élite. Ambos tenían razón: a la mayor participación política acompañó un nacionalismo moderno virulento que alimentó la construcción del imperio. Al mismo tiempo, el acceso de las masas a los derechos democráticos supuso un refuerzo para las organizaciones de clase, que ponían en peligro o en cuestión el un régimen clasista. En el seno de las clases dominantes, las instituciones democráticas se consideraban un territorio en el que resolver pacíficamente los conflictos entre élites sectoriales rivales. Pero, cuando adoptaron un carácter masivo, se las percibió como amenazas políticas.
Los partidos imperiales y fundados en diferencias de clase competían por los votantes entre unos trabajadores urbanos con el derecho a voto recién adquirido. En muchos casos, las lealtades imperiales y de clase «coexistieron» en los mismo individuos. La pregunta de cuál de las dos, la conciencia imperialista o la de clase, acabaría siendo «dominante» o «destacada» dependía en parte de los éxitos o los fracasos de los proyectos políticos rivales más amplios.
Dicho de otro modo, cuando la expansión imperial triunfó con las fáciles conquistas derivadas de unas colonias lucrativas (en especial, las formadas por asentamientos), los trabajadores democráticos suscribieron el imperio. Fue así porque el imperio reforzaba el comercio, sobre todo el de unas exportaciones muy beneficiosas a cambio de importaciones muy baratas, al tiempo que protegía a los mercados y los fabricantes locales. A su vez, esta situación hizo aumentar el empleo y los salarios en sectores importantes de la clase trabajadora. En consecuencia, los partidos laboristas y socialdemócratas y los sindicatos no se opusieron al imperialismo, sino que de hecho lo apoyaron.
En cambio, cuando las guerras imperialistas desembocaron en conflictos sangrientos y caros prolongados, la clase trabajadora sustituyó su entusiasmo chovinista inicial por desencanto y oposición. Las exigencias democráticas de «poner fin a la guerra» dieron lugar a huelgas que se oponían a la desigualdad de los sacrificios realizados. Los sentimientos democráticos y antiimperialistas tendieron a fundirse.
El conflicto entre democracia e imperialismo quedaba aún más patente en los casos de derrota imperial y ocupación militar. Tanto la derrota de Francia en la guerra franco-alemana de 1870-1871 como la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial desencadenaron levantamientos socialistas democráticos generalizados (la Comuna de París de 1871 y la revolución alemana de 1918) que combatían el imperialismo, la dominación ejercida por la clase gobernante y la totalidad del marco institucional imperial capitalista.
El imperialismo y el debate de la democracia y «la historia desde abajo»
Los historiadores, en especial los practicantes de la tan de moda «historia desde abajo», han exagerado los valores democráticos y las luchas de la clase trabajadora y han subestimado el apoyo prolongado y muy apreciable prestado por sectores importantes al éxito de la conquista y la expansión imperial. La idea de solidaridad de clase «intrínseca» o «instintiva» se trasluce en el papel activo de los trabajadores que en la conquista imperial han desempeñado como soldados, colonos en el exterior, marinos mercantes o capataces. Los colaboradores imperiales y los leales al imperio han sido numerosos entre los trabajadores ingleses y franceses y, especialmente más adelante, en el seno del movimiento sindical estadounidense.
La cuestión teórica reside en que la preponderancia de la conciencia y la acción democrática sobre la imperial entre los trabajadores depende de los resultados materiales y prácticos de las políticas imperiales y las luchas democráticas.
Los trabajadores y el imperialismo
La construcción de un imperio requiere que los trabajadores produzcan más por menos con el fin de exportar e invertir lucrativamente en las regiones colonizadas. Esto llevó al conflicto entre capital y trabajo, sobre todo en la primera fase de la expansión imperial. Cuando los gobernantes imperiales consolidaron su dominio sobre los países colonizados, intensificaron la explotación de los mercados, de la mano de obra y de los recursos. Las exportaciones imperiales acabaron con los competidores locales. Los beneficios aumentaron, los salarios se incrementaron y los trabajadores abandonaron su oposición inicial al imperialismo para reclamar su cuota del incremento de los ingresos de unos productores orientados a la exportación. Los dirigentes de los trabajadores y los sindicalistas aprobaron las políticas de «preferencia imperial» que protegían a los sectores industriales locales frente a la competencia y privilegiaban el controlo monopolista de los mercados coloniales. Lo hicieron porque las políticas imperiales preservaban los puestos de trabajo y elevaban el nivel de vida.
Los trabajadores más activos en los conflictos sociales, incluidos en listas negras o encarcelados, se mudaron voluntariamente o fueron deportados a países colonizados. Una vez instalados en el extranjero se les concedió acceso privilegiado a empleos mejor pagados como capataces o empleados cualificados o fueron ascendidos a cargos de dirección. Los trabajadores militantes dependientes del imperio, una vez en el extranjero, se convirtieron en colaboradores coloniales. Muchos animaron a antiguos compañeros de trabajo, parientes o amigos a unirse a ellos como colonos de éxito o trabajadores contratados. La «domesticación» de trabajadores y la reconciliación de los sentimientos democráticos e imperialistas fue causa y consecuencia del éxito del imperialismo.
Lealtad al imperio: no solo por pan
Aunque los beneficios materiales que acumulan los trabajadores gracias al «éxito del imperialismo» son un factor que fortalece la conciencia imperial de los trabajadores, también se veían reforzados por una gratificación simbólica; era igualmente importante la sensación de ser miembro del «país dominante del mundo» en el que «el sol no se ponía nunca». Es raro encontrar un país en el que la mayoría de los trabajadores exprese «solidaridad» con los mineros explotados, los recolectores de las plantaciones o los campesinos desplazados y los pequeños propietarios indígenas de las «colonias». Cuanto más fuerte era la garra de la potencia colonial, mayores las «oportunidades coloniales», más largos los vínculos coloniales, más profunda la penetración económica y más fuerte el sentimiento de superioridad imperial entre los trabajadores de los estados imperiales. No es raro que los trabajadores, los sindicatos y el Partido Laborista británico pusieran pocas objeciones a la brutalidad de las guerras del opio imperiales contra China y a las hambrunas genocidas inducidas por el imperio en Irlanda en el siglo XIX y en la India en el siglo XX. Asimismo, los partidos de los trabajadores franceses, en especial los socialistas, estuvieron en la primera línea del frente de las guerras coloniales posteriores a la Segunda Guerra Mundial contra Indochina y Argelia, y solo le dieron la espalda ante la inminente derrota y la desintegración interna. Con el mismo espíritu, las guerras coloniales victoriosas estadounidenses contra Cuba y Filipinas, su invasión de países caribeños y centroamericanos, estuvieron apoyadas por la Federación del Trabajo estadounidense y por muchos «trabajadores de a pie», aun cuando una minoría de trabajadores «radicalizados» se opusiera a ellas. El «giro parcial» de la mano de obra contra las guerras coloniales estadounidenses producido durante las guerras de Corea, Vietnam y Afganistán fue consecuencia de derrotas prolongadas y de los elevados costes económicos sin ninguna victoria a la vista. Se debería añadir que los trabajadores estadounidenses, al oponerse a las guerras imperiales, no manifestaban solidaridad alguna con los movimientos de liberación nacional y de trabajadores de los países colonizados.
El imperialismo y los «verdaderos demócratas»
Sostener, como han hecho algunos en la izquierda, que el imperialismo no coexiste con la «verdadera» democracia es sostener que los últimos 150 años han carecido de elecciones libres, competencia entre partidos y derechos ciudadanos, por reducidos que hayan sido, en especial, durante la última década. La realidad es que la intervención y la expansión imperiales se han inspirado precisamente en la sensación de «obligación» de los ciudadanos de mantener las instituciones democráticas, que ha permitido a los dirigentes imperiales obtener legitimidad y apoyo ciudadano activo u obediencia para librar guerras coloniales sangrientas e, incluso, genocidas.
Si la democracia no ha sido normalmente un obstáculo para la expansión colonial, sino de hecho un agente facilitador bajo determinadas circunstancias, ¿bajo qué condiciones los movimientos ciudadanos y de trabajadores han dado la espalda a las guerras imperiales? ¿Cuál ha sido la respuesta política de la clase gobernante cuando la mayoría del electorado se ha vuelto contra las guerras imperiales? Dicho de otro modo: cuándo las instituciones democráticas han dejado de operar como vehículos de las políticas imperiales, ¿qué pasa?
De la democracia imperial al Estado policial imperial
Los últimos diez años nos brindan enseñanzas importantes sobre la relación entre imperialismo y democracia en Estados Unidos.
Empezando por las controvertidas circunstancias políticas que rodean al hecho de que terroristas conocidos pudieran entrar en Estados Unidos y secuestrar aviones el 11 de septiembre de 2001, el gobierno estadounidense emprendió dos grandes guerras coloniales y numerosos ataques terrestres y aéreos directos «clandestinos» en Somalia, Yemen, Pakistán, Libia y otros países. La «guerra global contra el terrorismo» iniciada bajo el régimen de Bush y desarrollada por cargos militaristas-sionistas veteranos no electos en cooperación con la OTAN e Israel fue apoyada por el Congreso, elegido democráticamente. En ese aspecto, la inmensa mayoría del electorado, influido por una descomunal campaña de propaganda basada en el miedo, la manipulación informativa y las mentiras respaldó las guerras contra el terrorismo.
Dado el alcance y la amplitud sin precedentes de las guerras (una guerra global contra el terrorismo), el inmenso incremento del gasto militar y los grandes desembolsos para un aparato interno (el Departamento de Seguridad Nacional) represivo (de seguridad), se construyó un nuevo Estado policial de carácter marcadamente ejecutivo que sustituyó a la institución democrática vigente y a los derechos de los ciudadanos.
La trayectoria de la política imperial pasó de los primeros éxitos militares a una ocupación prolongada problemática. Esto desencadenó una escalada de la resistencia, el aumento de los gastos del Estado, la profundización de las crisis fiscales, la degradación social y una creciente oposición política.
Como sucediera en el pasado, las guerras imperiales de la actualidad que son prolongadas, costosas y para las que no hay una victoria decisiva a la vista, han desembocado en el desencanto ciudadano, seguido por un rechazo frontal y cada vez mayor. Las mayorías asalariadas que votaron a los legisladores imperiales y respaldaron una legislación que ampliaba sus competencias, incluidas leyes (la Ley Patriótica) que dejaron en suspenso derechos civiles y constitucionales elementales, se han apartado de la agenda imperial. Hoy, la mayoría democrática da prioridad a sus intereses económicos de clase, sobre todo en una situación de recesión prolongada y con una tasa de desempleo y subempleo próxima al 20 por ciento. Empezando entre los años 2008-2011, las guerras interminables y las crisis prolongadas han desencadenado un conflicto entre democracia e imperialismo.
En otras palabras, la mayoría democrática se ha convertido en un obstáculo para llevar a cabo y desarrollar guerras imperiales. La actividad militar imperial en Iraq, Afganistán, Libia, etc., no arrojó victorias rápidas, conquistas de mercados de exportación lucrativos, ni apropiación de recursos naturales. No se han creado puestos de trabajo y no ha repercutido ningún beneficio sobre los empleados y trabajadores del país imperial. Los elevados gastos de armamento han reducido las inversiones públicas que emplean mano de obra intensiva en proyectos de infraestructuras pendientes y críticos. El reducido número de puestos de trabajo peligrosos en los países ocupados ha sido poco atractivo y demasiado arriesgado para los desempleados.
Dicho de otro modo, a diferencia de la mayoría de las guerras coloniales-imperiales anteriores, nada de la riqueza saqueada se ha utilizado para obtener la lealtad de los trabajadores al imperio. La carga del imperio ha recortado progresivamente los salarios y el nivel de vida de los asalariados. Con el paso del tiempo, una fiscalidad regresiva ha erosionado todo sentido de la grandeza o la superioridad chovinista. Por el contrario, los ciudadanos del imperio han desarrollado un complejo de inferioridad política. Ante la oposición islámica decidida y el creciente poderío económico de China, se han abierto paso una belicosidad exagerada entre una minoría y una introspección crítica en la mayoría. Ha ganado peso la conciencia popular de que en Washington y en Wall Street «hay algo esencialmente malo». Los primeros cantos de guerra y la despreocupada agitación de banderas, cuando los ejércitos del Imperio partieron hacia Afganistán e Iraq, fueron sustituidos por un derrotismo iracundo contra unos dirigentes engañosos. Más del 80 por ciento de la opinión pública actual manifiesta una opinión negativa del Congreso y rechaza a ambos bandos en guerra. Contra la Casa Blanca, el Pentágono y el Departamento de Seguridad Nacional se esgrimen opiniones negativas similares.
Transcurrida una década de guerra y cuatro años de crisis económica, han estallado las protestas masivas y el movimiento «Ocupa Wall Street» pone nuevas alternativas sobre la mesa, lo que altera la agenda imperial con una enérgica denuncia de la élite militarista-financiera.
Los gobernantes ejecutivos, en especial los aparatos judicial, de inteligencia y policial, han impuesto cada vez más medidas arbitrarias propias de un Estado policial. El Departamento de Seguridad Nacional somete a vigilancia a decenas de millones de personas. El Estado policial intercepta miles de millones de comunicaciones por fax, correos electrónicos y páginas web e interviene llamadas telefónicas. El vínculo entre imperialismo y democracia se rompió en el momento en que un imperio en decadencia ya no podía conseguir el apoyo o la obediencia del electorado.
Las agencias de inteligencia han inventado tramas terroristas cada vez más absurdas. La conspiración iraní de la bomba contra el embajador de Arabia Saudí en Washington ha representado la tentativa más burda y primitiva por recuperar el apoyo público al militarismo imperial en la región del Golfo. Aparte de la configuración de poder sionista-pro israelí, políticamente muy influyente pero infinitamente reducida, la opinión pública estadounidense no se distrae de su programa en el interior: reclamar puestos de trabajo en el país y oponerse a Wall Street.
A medida que el conflicto entre imperialismo y democracia se ha ido intensificando, el anterior «consenso» se ha ido quebrando. La Casa Blanca y el Congreso se inclinan por un imperialismo respaldado por un Estado policial profundamente antidemocrático. La mayoría del electorado avanza utilizando los derechos democráticos que le quedan para orientar el programa político del imperio hacia una república social.
Conclusión
Hemos defendido que imperio y democracia han sido complementarios en momentos de imperialismo ascendente. Hemos mostrado que cuando las guerras de conquista han sido cortas y baratas, y cuando los resultados han sido lucrativos para el capital y generadores de empleo para la mano de obra, las mayorías democráticas han prestado apoyo a las élites imperiales. Las instituciones democráticas han prosperado cuando los imperios en el exterior han suministrado mercados, abaratado recursos y elevado el nivel de vida. Los trabajadores han votado por partidos imperiales, sostenido opiniones favorables de las autoridades ejecutivas y legislativas y vitoreado a los veteranos de guerra coloniales (nuestras tropas). Algunos incluso se presentaron voluntarios y se alistaron en el ejército. Con gran apoyo ciudadano al imperio, el Estado más o menos «se atuvo» a las garantías constitucionales. Pero el matrimonio entre democracia e imperialismo no es «estructural». Depende de una serie de condiciones variables, que pueden causar una ruptura profunda entre ambos, como estamos viendo en la actualidad.
Las guerras imperiales prolongadas, perdidas y costosas que erosionan cada vez más el nivel de vida de más de una generación han socavado el consenso entre los gobernantes imperiales y los ciudadanos democráticos. Los primeros indicios de esta divergencia potencial fueron palpables durante la última época de la Guerra de Corea, cuando la opinión pública se volvió contra el presidente Truman, arquitecto de la Guerra Fría y de la invasión estadounidense de Corea. Aparecieron más evidencias durante la Guerra de Vietnam. Ante una guerra prolongada y que se perdía, que puso en peligro la vida y las oportunidades de decenas de millones de estadounidenses en edad de reclutamiento, millones de civiles y el ejército han optado por poner fin a la guerra y cuestionar las intervenciones imperiales. El Estado represivo todavía no estaba lo bastante organizado para aterrorizar y contener el levantamiento democrático de la década de 1970. El fin de la Guerra de Vietnam representó el punto más alto del afán de los Estados Unidos democráticos por contrarrestar el imperialismo y reconstruir la república.
Las posteriores intervenciones imperiales reducidas, rápidas, baratas y militarmente victoriosas en Panamá, Granada, Haití y otros lugares no provocaron ningún conflicto entre imperialismo y democracia. Tampoco las guerras clandestinas y vicarias en Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Angola, Mozambique, Afganistán y los Balcanes suscitaron ninguna oposición democrática significativa, puesto que fueron baratas (en vidas y en fondos) y no fueron acompañadas de ningún recorte acusado de gastos sociales e ingresos.
Algunos estrategas imperiales contemplaban desde la misma óptica la aparición de las guerras ofensivas en curso en Afganistán, Iraq y mundial: victorias rápidas, baratas y con bajo coste en el interior. Una autoridad pro israelí que ocupa un alto cargo en el Pentágono sostuvo incluso que la invasión y ocupación de Iraq se «autofinanciaría» mediante la apropiación del petróleo.
Las guerras del siglo XXI han resultado ser de otra forma: siguieron la pauta de Corea y Vietnam, no la de América Central y el Caribe. Las guerras del siglo XXI, inmensamente caras, no han desembocado en victorias aceleradas y, peor aún, se han producido en mitad de una crisis económica sin precedentes, sin la expansión del mercado y el sector manufacturero de las décadas de 1950 y 1960 que habían amortiguado la retirada de Corea y Vietnam.
La divergencia entre imperialismo y democracia se ha agudizado. La disidencia democrática se ha incrementado y el Estado policial se ha vuelto más prominente y directo. El imperialismo recurre cada vez más a «tramas terroristas ficticias en el interior y en el exterior» para acrecentar los poderes de la maquinaria represiva y gobernar por orden. Las exhortaciones de la Casa Blanca suenan a hueco. La opinión pública otorga cada vez menos credibilidad a las afirmaciones de sus gobernantes de que haya detenciones arbitrarias «justificables», vigilancia generalizada y asesinatos extrajudiciales de ciudadanos estadounidenses (e incluso de sus hijos).
Ahora nos enfrentamos a riesgos a gran escala y a largo plazo, intrínsecos de las democracias imperiales. No por «contradicciones internas», sino porque antes o después las potencias imperiales encuentran la horma de su zapato en forma de luchas prolongadas libradas por movimientos de liberación antiimperialistas y nacionales. La ruptura entre democracia e imperialismo tiene lugar solo cuando las guerras imperiales imponen su coste en los salarios y en la mayoría asalariada. Entonces, y solo entonces, se ponen en marcha las fuerzas democráticas para crear una república democrática, con justicia social y sin imperio.
El peligro actual es que las estructuras imperiales están profundamente arraigadas en todas las instituciones políticas clave y están respaldadas por un aparato estatal policial de una envergadura y una dispersión sin precedentes, al que se llama Departamento de Seguridad Nacional. Tal vez tenga que ser un gran impacto político-militar externo el que encienda el tipo de levantamiento democrático masivo necesario para transformar un Estado policial imperial en una república democrática. Ante las derrotas militares en el exterior y una crisis económica interna implacable y cada vez más profunda, el régimen gobernante padece una creciente sensación de aislamiento e impotencia. El peligro es que estos miedos y frustraciones induzcan a la Casa Blanca a tratar de recuperar apoyo popular atacando Irán con un pretexto inventado. Un ataque estadounidense-israelí a Irán se traducirá en una conflagración de ámbito mundial. Los pozos petrolíferos saudíes y del Golfo Pérsico arderán en llamas. Las vías de comunicación y transporte esenciales quedarán bloqueadas. El precio de la gasolina se disparará mientras que las economías asiática, europea y estadounidense se desplomarán. Irán podría tomar represalias y las tomaría. Los soldados iraníes con sus aliados iraquíes sitiarían a los destacamentos estadounidenses en Bagdad. Afganistán y Pakistán y el resto del mundo musulmán tomaría las armas. Las tropas estadounidenses se rendirían o se retirarían. La guerra dejaría hechas trizas las arcas públicas estadounidenses. Se produciría una espiral descontrolada de déficit. El desempleo se duplicaría. Esta probable secuencia de acontecimientos desencadenaría un movimiento democrático masivo y una lucha decisiva entre una república emergente que se esforzaría por nacer y un imperio en decadencia que amenazaría con arrastrar al mundo al infierno de su propia desaparición.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
sábado, 19 de noviembre de 2011
Ucrania 1942
Ucrania, 1942
Robert Fisk
E
n 1942, en la Varsovia ocupada por los nazis, un funcionario postal polaco que operaba en la resistencia abrió una carta enviada por un soldado alemán a su familia. Dentro halló una fotografía que lo perturbó tanto que la envió al movimiento clandestino polaco; así llegó a las manos de un valiente muchacho de 16 años llamado Jerzy Tomaszewski, una de cuyas tareas era enviar evidencia de las atrocidades alemanas a Londres, para que los aliados pudiesen dar a conocer las crueldades cometidas por los nazis en Europa oriental.
Tomaszewski hizo un duplicado de la fotografía para Londres y se guardó el original. Todavía vive. Más de 60 años después, permitió que la fotógrafa documentalista y escritora Janina Struk viera esa evidencia preciosa y terrible… de la cual ella hizo una copia perfecta.
Dejaré que Struk describa la imagen en sus propias palabras, como aparecen en su aterrador nuevo libro Private Pictures, referente a las fotos privadas tomadas por soldados, desde la guerra de los bóers y la Primera Guerra Mundial hasta la invasión de Estados Unidos a Irak, después de 2003.
“En algún lugar cerca de la pequeña aldea de Ivangorod, en Ucrania, un soldado alemán apunta con su arma a una mujer que lleva un niño en brazos. Ella parece alejarse del soldado y envuelve al niño con su cuerpo. Su pie está en el aire, como si estuviese caminando, o tal vez el obturador captó el momento en que la bala dio en ella.
“En el lado izquierdo se ven las puntas de lo que parecen otras dos armas apuntando en su dirección, y a la derecha dos o tres personas agachadas junto a un objeto indistinguible. El cuerpo de otra persona yace a los pies del soldado. En el dorso de la foto, escrito a mano en alemán, se lee: ‘Ucrania 1942, Acción Judía en Ivangord’”.
La fotografía llegaría a ser una de las imágenes más impresionantes y convincentes del Holocausto nazi, aunque su historia está envuelta en esas controversias que cultivan quienes niegan aquel hecho histórico. En la mayoría de las publicaciones, la foto se editaría para mostrar solamente a la mujer y al soldado apuntándola con el rifle, para darle un aspecto artístico y a la vez destruir el contexto original.
En su libro, Struk se pregunta por qué los soldados toman fotografías de su propia crueldad. Hay incontables imágenes autenticadas de soldados alemanes que posan sonrientes junto a cautivos recién colgados, agolpándose en torno a fosas comunes para observar la ejecución de judíos, comisarios soviéticos, rehenes, hombres y mujeres. Pero esta semana he estudiado durante horas esa foto de Ivangorod en particular. Puedo imaginar la terrible y entusiasmada conversación. ¡Oye, Hans! Allá a la derecha están matando judíos. Trae tu cámara. ¡Mira cómo corre esa mujer! Clic. O sería el fotógrafo uno de los verdugos en su descanso? Tal vez nunca lo sabremos. Pero, desde luego, la tradición continúa. Observen los videos que los estadunidenses tomaron de las víctimas de sus asesinatos en Irak. Volveré sobre ese tema un día cercano.
Amplifiqué la fotografía de 1942 hasta la máxima resolución y la repasé con cuidado. Luego llamé a Struk. Sin duda, me dijo, la otra persona a los pies del soldado es también mujer. Parece llevar el cabello peinado de raya en medio; tiene los brazos caídos al suelo a su derecha y viste falda, en cuyo extremo se ve la pierna izquierda. Struk ya se había dado cuenta de ese detalle. Y luego, dije, sin duda había cuatro hombres en total, tres de gorra de tela y chaqueta, y el cuarto parece más grande porque tal vez llevaba abrigo. (Al lado derecho se ve un bolsillo hondo.)
No hay nada fantasmal en ese estudio. Mientras más detalles encuentra uno en esas imágenes, más se descubre y más real se vuelve el Holocausto. Puede ser –hay que observar la foto con atención– que el soldado en verdad haya disparado a los cuatro hombres y que uno de los otros dos rifles haya disparado a la mujer con el niño. Las sombras en el campo a la izquierda sugieren que podría haber más tiradores abriendo fuego en el momento. Pero lo que me impactó fue la naturaleza del terreno a la derecha de la fotografía.
Struk describe un objeto indistinguible. Parece una estaca. A la derecha veo tierra revuelta. ¿Acaso la estaca marcaba algo? Caven su propia tumba hasta aquí. ¿Sería ésa la orden que dieron los alemanes a sus víctimas? Pero luego descubrí lo que sin duda es una pala de metal, boca abajo, el mango detrás de la estaca. Es idéntica a otras palas en otras fotografías de ejecuciones que he visto. ¿Sería que los cuatro hombres cavaban sus tumbas?
Resulta increíble que, cuando la foto se usó en un libro publicado por el régimen comunista polaco instalado por los soviéticos tras la guerra, un periódico derechista de Alemania Occidental, Deutsche Soldaten Zeitung, encabezó “¡Achtung Fälschung!” (¡cuidado, falsificación!). El hombre que apunta con el rifle a la mujer y su niño no llevaba uniforme alemán ni usaba un rifle alemán, afirmaba el periódico. Un tal profesor Otto Croy acusó a los polacos de fabricar la foto con fines de propaganda.
Fue un alivio que más tarde surgiera un ex miembro del Einsatzgruppen de Hitler, el escuadrón de acción especial, que asesinó a un millón de judíos en Ucrania. El soldado de la foto lleva el uniforme de ese cuerpo, dijo, y el rifle que porta era el reglamentario en él. ¿Qué más prueba se necesitaba? Años después se montó en Dresde una exhibición de fotos de atrocidades alemanas en Europa oriental. Un anciano contempló largo tiempo las imágenes. Luego, rompió a llorar. Cuando lo sacaban de la sala, gritó: ¡Soy yo, soy yo!
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
Robert Fisk
E
n 1942, en la Varsovia ocupada por los nazis, un funcionario postal polaco que operaba en la resistencia abrió una carta enviada por un soldado alemán a su familia. Dentro halló una fotografía que lo perturbó tanto que la envió al movimiento clandestino polaco; así llegó a las manos de un valiente muchacho de 16 años llamado Jerzy Tomaszewski, una de cuyas tareas era enviar evidencia de las atrocidades alemanas a Londres, para que los aliados pudiesen dar a conocer las crueldades cometidas por los nazis en Europa oriental.
Tomaszewski hizo un duplicado de la fotografía para Londres y se guardó el original. Todavía vive. Más de 60 años después, permitió que la fotógrafa documentalista y escritora Janina Struk viera esa evidencia preciosa y terrible… de la cual ella hizo una copia perfecta.
Dejaré que Struk describa la imagen en sus propias palabras, como aparecen en su aterrador nuevo libro Private Pictures, referente a las fotos privadas tomadas por soldados, desde la guerra de los bóers y la Primera Guerra Mundial hasta la invasión de Estados Unidos a Irak, después de 2003.
“En algún lugar cerca de la pequeña aldea de Ivangorod, en Ucrania, un soldado alemán apunta con su arma a una mujer que lleva un niño en brazos. Ella parece alejarse del soldado y envuelve al niño con su cuerpo. Su pie está en el aire, como si estuviese caminando, o tal vez el obturador captó el momento en que la bala dio en ella.
“En el lado izquierdo se ven las puntas de lo que parecen otras dos armas apuntando en su dirección, y a la derecha dos o tres personas agachadas junto a un objeto indistinguible. El cuerpo de otra persona yace a los pies del soldado. En el dorso de la foto, escrito a mano en alemán, se lee: ‘Ucrania 1942, Acción Judía en Ivangord’”.
La fotografía llegaría a ser una de las imágenes más impresionantes y convincentes del Holocausto nazi, aunque su historia está envuelta en esas controversias que cultivan quienes niegan aquel hecho histórico. En la mayoría de las publicaciones, la foto se editaría para mostrar solamente a la mujer y al soldado apuntándola con el rifle, para darle un aspecto artístico y a la vez destruir el contexto original.
En su libro, Struk se pregunta por qué los soldados toman fotografías de su propia crueldad. Hay incontables imágenes autenticadas de soldados alemanes que posan sonrientes junto a cautivos recién colgados, agolpándose en torno a fosas comunes para observar la ejecución de judíos, comisarios soviéticos, rehenes, hombres y mujeres. Pero esta semana he estudiado durante horas esa foto de Ivangorod en particular. Puedo imaginar la terrible y entusiasmada conversación. ¡Oye, Hans! Allá a la derecha están matando judíos. Trae tu cámara. ¡Mira cómo corre esa mujer! Clic. O sería el fotógrafo uno de los verdugos en su descanso? Tal vez nunca lo sabremos. Pero, desde luego, la tradición continúa. Observen los videos que los estadunidenses tomaron de las víctimas de sus asesinatos en Irak. Volveré sobre ese tema un día cercano.
Amplifiqué la fotografía de 1942 hasta la máxima resolución y la repasé con cuidado. Luego llamé a Struk. Sin duda, me dijo, la otra persona a los pies del soldado es también mujer. Parece llevar el cabello peinado de raya en medio; tiene los brazos caídos al suelo a su derecha y viste falda, en cuyo extremo se ve la pierna izquierda. Struk ya se había dado cuenta de ese detalle. Y luego, dije, sin duda había cuatro hombres en total, tres de gorra de tela y chaqueta, y el cuarto parece más grande porque tal vez llevaba abrigo. (Al lado derecho se ve un bolsillo hondo.)
No hay nada fantasmal en ese estudio. Mientras más detalles encuentra uno en esas imágenes, más se descubre y más real se vuelve el Holocausto. Puede ser –hay que observar la foto con atención– que el soldado en verdad haya disparado a los cuatro hombres y que uno de los otros dos rifles haya disparado a la mujer con el niño. Las sombras en el campo a la izquierda sugieren que podría haber más tiradores abriendo fuego en el momento. Pero lo que me impactó fue la naturaleza del terreno a la derecha de la fotografía.
Struk describe un objeto indistinguible. Parece una estaca. A la derecha veo tierra revuelta. ¿Acaso la estaca marcaba algo? Caven su propia tumba hasta aquí. ¿Sería ésa la orden que dieron los alemanes a sus víctimas? Pero luego descubrí lo que sin duda es una pala de metal, boca abajo, el mango detrás de la estaca. Es idéntica a otras palas en otras fotografías de ejecuciones que he visto. ¿Sería que los cuatro hombres cavaban sus tumbas?
Resulta increíble que, cuando la foto se usó en un libro publicado por el régimen comunista polaco instalado por los soviéticos tras la guerra, un periódico derechista de Alemania Occidental, Deutsche Soldaten Zeitung, encabezó “¡Achtung Fälschung!” (¡cuidado, falsificación!). El hombre que apunta con el rifle a la mujer y su niño no llevaba uniforme alemán ni usaba un rifle alemán, afirmaba el periódico. Un tal profesor Otto Croy acusó a los polacos de fabricar la foto con fines de propaganda.
Fue un alivio que más tarde surgiera un ex miembro del Einsatzgruppen de Hitler, el escuadrón de acción especial, que asesinó a un millón de judíos en Ucrania. El soldado de la foto lleva el uniforme de ese cuerpo, dijo, y el rifle que porta era el reglamentario en él. ¿Qué más prueba se necesitaba? Años después se montó en Dresde una exhibición de fotos de atrocidades alemanas en Europa oriental. Un anciano contempló largo tiempo las imágenes. Luego, rompió a llorar. Cuando lo sacaban de la sala, gritó: ¡Soy yo, soy yo!
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
viernes, 18 de noviembre de 2011
Las izquierdas en el ojo de la tormenta
Las izquierdas en el ojo de la tormenta
Raúl Zibechi
E
n la edición de noviembre de Le Monde Diplomatique, Serge Halimi desarrolla en un extenso artículo su visión de los problemas que atraviesa la izquierda europea. En La izquierda que ya no queremos desgrana una fuerte crítica a los gobiernos que se proclaman socialistas por su manejo de la crisis, ya que no encuentra mayores diferencias entre lo que hacen los conservadores y los progresistas una vez que conducen la cosa pública.
La izquierda reformista se distingue de los conservadores mientras dura la campaña por un efecto óptico. Luego, cuando se da la ocasión, se esfuerza por gobernar como sus adversarios, por no perturbar el orden económico, por proteger la platería del castillo, escribe Halimi. También critica a la izquierda radical, que sueña con aislarse en una contrasociedad aislada de las impurezas del mundo y poblada de seres excepcionales.
Lo interesante de su análisis es que apuesta por rupturas. Rescata el triunfo electoral del Frente Popular francés en 1936, no por lo que hizo el gobierno, sino porque su victoria liberó un movimiento de revuelta social al dar a los obreros la sensación de que ya no chocarían como antes con el muro de la represión policial y patronal. En suma, apuesta a lo electoral en tanto pueda ser un activador de la protesta social para procesar las necesarias rupturas con el capitalismo. Es un cambio respecto de la tradicional estrategia de las izquierdas, no sólo europeas, ya que el sujeto vuelve a ser la lucha social, la lucha de clases, y ya no los aparatos político-electorales.
Halimi reconoce los riesgos que encierra la crisis actual, o sea, el desborde del capital financiero contra los estados luego de su ataque frontal a los sectores populares. Su análisis no alcanza, pese a todo lo positivo que incluye, a diseñar una estrategia alternativa a la que hasta ahora fue hegemónica en las izquierdas: tanto las europeas como las de los países periféricos, tanto moderadas como radicales. Muchos de los dilemas que se le plantean al continente que vio nacer el sindicalismo, el socialismo y el comunismo y que parece resignarse más que otros a su desaparición, son en realidad problemas que nos aquejan a todos los anticapitalistas en todas partes del mundo.
Los resumiré en dos aspectos: no tenemos estrategias para vencer al capital, ni electorales ni insurreccionales, y no tenemos siquiera un imaginario alternativo a las urnas o a la toma del palacio. En segundo lugar, no hemos puesto en pie economías autosustentables, capaces de sostener la vida y de entusiasmar a los de abajo a dedicar todas sus energías a esas tareas. En suma, si llegamos a triunfar contra el capital, no sabemos con qué sustituir el capitalismo, salvo empeñarnos en repetir aquel socialismo de Estado (que en realidad era un capitalismo de Estado autoritario) que fracasó a finales de la década de 1980.
No es dramático carecer de estrategias, por lo menos durante un tiempo. Lo terrible sería creer que sabemos hacia dónde vamos y con qué pretendemos sustituir un sistema que agoniza. La crisis en curso, que apunta hacia la desarticulación geopolítica del mundo conocido, dividido en centro, semiperiferia y periferia, y a la parálisis de la acumulación de capital (o sea a la guerra de conquista como manifestación extrema de la acumulación por desposesión), implica que las fuerzas antisistémicas ya no podrán seguir operando en los escenarios conocidos.
Socialdemocracia, socialismo, comunismo y movimiento sindical están paralizados porque el mundo en el que nacieron y crecieron está desapareciendo rápidamente. Aun eso que llamamos movimientos sociales está en crisis, porque ya no pueden seguir actuando del mismo modo. Ya se habla de crisis de la democracia, de golpes de Estado, adivinando que aquel mundo que dio a luz las ideas y prácticas emancipatorias está en bancarrota. Eso es la crisis del capitalismo o el fin del sistema-mundo capitalista.
Cuando las izquierdas dicen que el capitalismo está en crisis, apenas se asoman a una media verdad. Si aceptamos que estamos ante la crisis del sistema-mundo, debemos comprender que nosotros somos parte de esa crisis, porque nuestros movimientos nacieron en ese sistema y están llamados a desaparecer con él. Por eso se trata de construir otra cosa, de imaginar otras estrategias para cambiarnos en el mundo, porque no sólo se trata de cambiar el mundo, como si fuera algo externo a nosotros.
Faltan dos cuestiones. La primera es comprender que hace falta mucha más crisis para que algo pueda cambiar. Hace falta que el sistema se desmorone, y debemos trabajar para que eso suceda. Cuando algo se derrumba, es evidente que nosotros caemos, y ese es un riesgo que no podemos eludir, porque sería vanidoso pretender que podemos salvarnos por el solo hecho de creernos revolucionarios, y porque resulta éticamente inaceptable ocultar ese riesgo a los seres humanos con los que convivimos y con quienes militamos.
Hay habilidades para reducir el impacto de un derrumbe siendo parte de lo que se autodestruye. Pero es bueno saber que la lógica de un derrumbe consiste en que no se puede controlar el proceso entero, porque las cosas en la vida real no funcionan como esas demoliciones programadas que nos muestra la televisión. En esta caída sistémica hay un impulso interior autodestructivo incontrolado (léase sistema financiero o guerra nuclear). En ese escenario debemos reconstruir algo que no sea capitalismo.
La segunda cuestión es que hay que hacer no capitalismo aquí y ahora, porque lo que venga luego del derrumbe no se puede improvisar. Sólo los pueblos indígenas y campesinos, los afrodescendientes y sectores populares urbanos de nuestro continente tienen experiencia en vivir de este modo. Sus saberes serán imprescindibles para sobrevivir en las caídas y para hacer un mundo mejor. Pero, claro está, nada de eso es útil para ganar elecciones. La lógica del mal menor también está en crisis.
Raúl Zibechi
E
n la edición de noviembre de Le Monde Diplomatique, Serge Halimi desarrolla en un extenso artículo su visión de los problemas que atraviesa la izquierda europea. En La izquierda que ya no queremos desgrana una fuerte crítica a los gobiernos que se proclaman socialistas por su manejo de la crisis, ya que no encuentra mayores diferencias entre lo que hacen los conservadores y los progresistas una vez que conducen la cosa pública.
La izquierda reformista se distingue de los conservadores mientras dura la campaña por un efecto óptico. Luego, cuando se da la ocasión, se esfuerza por gobernar como sus adversarios, por no perturbar el orden económico, por proteger la platería del castillo, escribe Halimi. También critica a la izquierda radical, que sueña con aislarse en una contrasociedad aislada de las impurezas del mundo y poblada de seres excepcionales.
Lo interesante de su análisis es que apuesta por rupturas. Rescata el triunfo electoral del Frente Popular francés en 1936, no por lo que hizo el gobierno, sino porque su victoria liberó un movimiento de revuelta social al dar a los obreros la sensación de que ya no chocarían como antes con el muro de la represión policial y patronal. En suma, apuesta a lo electoral en tanto pueda ser un activador de la protesta social para procesar las necesarias rupturas con el capitalismo. Es un cambio respecto de la tradicional estrategia de las izquierdas, no sólo europeas, ya que el sujeto vuelve a ser la lucha social, la lucha de clases, y ya no los aparatos político-electorales.
Halimi reconoce los riesgos que encierra la crisis actual, o sea, el desborde del capital financiero contra los estados luego de su ataque frontal a los sectores populares. Su análisis no alcanza, pese a todo lo positivo que incluye, a diseñar una estrategia alternativa a la que hasta ahora fue hegemónica en las izquierdas: tanto las europeas como las de los países periféricos, tanto moderadas como radicales. Muchos de los dilemas que se le plantean al continente que vio nacer el sindicalismo, el socialismo y el comunismo y que parece resignarse más que otros a su desaparición, son en realidad problemas que nos aquejan a todos los anticapitalistas en todas partes del mundo.
Los resumiré en dos aspectos: no tenemos estrategias para vencer al capital, ni electorales ni insurreccionales, y no tenemos siquiera un imaginario alternativo a las urnas o a la toma del palacio. En segundo lugar, no hemos puesto en pie economías autosustentables, capaces de sostener la vida y de entusiasmar a los de abajo a dedicar todas sus energías a esas tareas. En suma, si llegamos a triunfar contra el capital, no sabemos con qué sustituir el capitalismo, salvo empeñarnos en repetir aquel socialismo de Estado (que en realidad era un capitalismo de Estado autoritario) que fracasó a finales de la década de 1980.
No es dramático carecer de estrategias, por lo menos durante un tiempo. Lo terrible sería creer que sabemos hacia dónde vamos y con qué pretendemos sustituir un sistema que agoniza. La crisis en curso, que apunta hacia la desarticulación geopolítica del mundo conocido, dividido en centro, semiperiferia y periferia, y a la parálisis de la acumulación de capital (o sea a la guerra de conquista como manifestación extrema de la acumulación por desposesión), implica que las fuerzas antisistémicas ya no podrán seguir operando en los escenarios conocidos.
Socialdemocracia, socialismo, comunismo y movimiento sindical están paralizados porque el mundo en el que nacieron y crecieron está desapareciendo rápidamente. Aun eso que llamamos movimientos sociales está en crisis, porque ya no pueden seguir actuando del mismo modo. Ya se habla de crisis de la democracia, de golpes de Estado, adivinando que aquel mundo que dio a luz las ideas y prácticas emancipatorias está en bancarrota. Eso es la crisis del capitalismo o el fin del sistema-mundo capitalista.
Cuando las izquierdas dicen que el capitalismo está en crisis, apenas se asoman a una media verdad. Si aceptamos que estamos ante la crisis del sistema-mundo, debemos comprender que nosotros somos parte de esa crisis, porque nuestros movimientos nacieron en ese sistema y están llamados a desaparecer con él. Por eso se trata de construir otra cosa, de imaginar otras estrategias para cambiarnos en el mundo, porque no sólo se trata de cambiar el mundo, como si fuera algo externo a nosotros.
Faltan dos cuestiones. La primera es comprender que hace falta mucha más crisis para que algo pueda cambiar. Hace falta que el sistema se desmorone, y debemos trabajar para que eso suceda. Cuando algo se derrumba, es evidente que nosotros caemos, y ese es un riesgo que no podemos eludir, porque sería vanidoso pretender que podemos salvarnos por el solo hecho de creernos revolucionarios, y porque resulta éticamente inaceptable ocultar ese riesgo a los seres humanos con los que convivimos y con quienes militamos.
Hay habilidades para reducir el impacto de un derrumbe siendo parte de lo que se autodestruye. Pero es bueno saber que la lógica de un derrumbe consiste en que no se puede controlar el proceso entero, porque las cosas en la vida real no funcionan como esas demoliciones programadas que nos muestra la televisión. En esta caída sistémica hay un impulso interior autodestructivo incontrolado (léase sistema financiero o guerra nuclear). En ese escenario debemos reconstruir algo que no sea capitalismo.
La segunda cuestión es que hay que hacer no capitalismo aquí y ahora, porque lo que venga luego del derrumbe no se puede improvisar. Sólo los pueblos indígenas y campesinos, los afrodescendientes y sectores populares urbanos de nuestro continente tienen experiencia en vivir de este modo. Sus saberes serán imprescindibles para sobrevivir en las caídas y para hacer un mundo mejor. Pero, claro está, nada de eso es útil para ganar elecciones. La lógica del mal menor también está en crisis.
Washington reprime a los "Ocupa" porque los teme
Ángel Guerra Cabrera
Nuestro vecino del norte se ha convertido en un Estado cada vez más antidemocrático y represivo también dentro de su territorio. Así lo confirma el brutal arrasamiento policiaco en los últimos días de muchos de los campamentos surgidos en importantes ciudades a raíz de la chispa encendida por Ocupa Wall Street. El movimiento p ...arecía débil y solitario cuando comenzó con unas 200 personas en el Parque Zucotti(rebautizado de la Libertad) pero pronto ganó el apoyo de la mayoría de los newyorkinos, de sindicatos, intelectuales heterogéneos, artistas y empresarios medianos y pequeños. En menos de dos meses se ha extendido a más de cien ciudades, ha duplicado la popularidad del Tea Party y cambiado la agenda del debate político nacional. Temas tabú como desigualdad de ingresos, dominación de la sociedad por las corporaciones, codicia capitalista y los crímenes del imperio ahora se discuten en la sala de muchas casas y en las páginas editoriales.
¿Por qué ha surgido este movimiento, tan temido por el poder que no ha cesado de reprimirlo, hasta desalojarlo de su acampada más emblemática muy cerca de Wall Street? Como respuesta intentaré resumir los cuestionamientos del movimiento Ocupa al sistema imperante en Estados Unidos.
Estados Unidos atraviesa una colosal crisis económica a la que no se le ve final a consecuencia de la avaricia capitalista, el gobierno del dinero y las constantes guerras. El desempleo alcanza a 25 millones, entre ellos muchos jóvenes. El país que más riqueza ha acumulado tiene cincuenta millones en pobreza, un número mayor sin seguro de salud y las escuelas públicas están en ruinas. Millones han perdido sus casas, el patrimonio de toda la vida. Mientras tanto, según datos oficiales, la riqueza de los más ricos ha crecido 275 por ciento.
Pero también existe una crisis de valores que hace que el pueblo crea cada vez menos en los políticos y en las instituciones. No siente que estos lo representen ya que están al servicio de las grandes corporaciones y los bancos, que pagan sus campañas políticas y los colman de privilegios, se trate del presidente Barak Obama y la rama ejecutiva del gobierno o de los integrantes de ambas cámaras del Congreso. Los últimos nunca habían tenido un nivel más bajo de aceptación en la opinión pública. Están en crisis los designios de hegemonizar el mundo y el ciclo de guerras imperialistas en que se ha empantanado la potencia y ya no puede sostener. Este sólo ha exacerbado y extendido los conflictos que supuestamente solucionaría. A ello está unida la amenaza de incendiar a la humanidad en un holocausto nuclear si los gobernantes mediocres y oportunistas de la Casa Blanca y sus capitales aliadas insisten en su plan de atacar a Irán(Aquí una afirmación muy personal: si se quiere encontrar hoy ejemplares de esa especie en extinción conocida alguna vez como hombres .y mujeres- de Estado búsqueselos primero en los países latinoamericanos que han tomado un rumbo independiente).
La crisis estadunidense se extiende desde la forma implacable y ya intolerable de explotación y pillaje de una gran mayoría(el 99 por ciento de su propia población) y de inmensos contingentes humanos en el mundo por una ínfima minoría(el 1 por ciento) hasta el paradigma de producción y consumo consolidado en los años cincuentas y sesentas con el desarrollo pleno del consumismo. Una medida de la tragedia a que ha conducido este fenómeno es el hecho de que si los 7 mil millones de seres humano que hemos llegado a ser en la Tierra alcanzáramos el per cápita de consumo de Estados Unidos, únicamente podríamos sobrevivir si contáramos con los recursos naturales de ¡no menos de cinco planetas¡ iguales que el nuestro. Ello es la causa del calentamiento global que origina ya hambrunas, más intensos y cada vez más frecuentes trastornos del clima y está terminando a gran velocidad con numerosos ecosistemas indispensables para la supervivencia del ser humano. También del envenenamiento de los ríos y mares, donde en unas décadas más no quedará vida. Nada de lo anterior puede continuar igual y es necesario cambiarlo radicalmente. Lo primero que hay que cambiar es que todas las decisiones que los afectan deben tomarlas los ciudadanos y no el capital y los políticos, que son sus empleados. Todo esto y más dicen los ocupas.
Frente a la represión, que seguro continuará, Ocupa Wall Street ha respondido sabiamente: “no puedes desalojar una idea cuyo momento ha llegado”.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Washington reprime a los "Ocupa" porque los teme
Ángel Guerra Cabrera
Nuestro vecino del norte se ha convertido en un Estado cada vez más antidemocrático y represivo también dentro de su territorio. Así lo confirma el brutal arrasamiento policiaco en los últimos días de muchos de los campamentos surgidos en importantes ciudades a raíz de la chispa encendida por Ocupa Wall Street. El movimiento p ...arecía débil y solitario cuando comenzó con unas 200 personas en el Parque Zucotti(rebautizado de la Libertad) pero pronto ganó el apoyo de la mayoría de los newyorkinos, de sindicatos, intelectuales heterogéneos, artistas y empresarios medianos y pequeños. En menos de dos meses se ha extendido a más de cien ciudades, ha duplicado la popularidad del Tea Party y cambiado la agenda del debate político nacional. Temas tabú como desigualdad de ingresos, dominación de la sociedad por las corporaciones, codicia capitalista y los crímenes del imperio ahora se discuten en la sala de muchas casas y en las páginas editoriales.
¿Por qué ha surgido este movimiento, tan temido por el poder que no ha cesado de reprimirlo, hasta desalojarlo de su acampada más emblemática muy cerca de Wall Street? Como respuesta intentaré resumir los cuestionamientos del movimiento Ocupa al sistema imperante en Estados Unidos.
Estados Unidos atraviesa una colosal crisis económica a la que no se le ve final a consecuencia de la avaricia capitalista, el gobierno del dinero y las constantes guerras. El desempleo alcanza a 25 millones, entre ellos muchos jóvenes. El país que más riqueza ha acumulado tiene cincuenta millones en pobreza, un número mayor sin seguro de salud y las escuelas públicas están en ruinas. Millones han perdido sus casas, el patrimonio de toda la vida. Mientras tanto, según datos oficiales, la riqueza de los más ricos ha crecido 275 por ciento.
Pero también existe una crisis de valores que hace que el pueblo crea cada vez menos en los políticos y en las instituciones. No siente que estos lo representen ya que están al servicio de las grandes corporaciones y los bancos, que pagan sus campañas políticas y los colman de privilegios, se trate del presidente Barak Obama y la rama ejecutiva del gobierno o de los integrantes de ambas cámaras del Congreso. Los últimos nunca habían tenido un nivel más bajo de aceptación en la opinión pública. Están en crisis los designios de hegemonizar el mundo y el ciclo de guerras imperialistas en que se ha empantanado la potencia y ya no puede sostener. Este sólo ha exacerbado y extendido los conflictos que supuestamente solucionaría. A ello está unida la amenaza de incendiar a la humanidad en un holocausto nuclear si los gobernantes mediocres y oportunistas de la Casa Blanca y sus capitales aliadas insisten en su plan de atacar a Irán(Aquí una afirmación muy personal: si se quiere encontrar hoy ejemplares de esa especie en extinción conocida alguna vez como hombres .y mujeres- de Estado búsqueselos primero en los países latinoamericanos que han tomado un rumbo independiente).
La crisis estadunidense se extiende desde la forma implacable y ya intolerable de explotación y pillaje de una gran mayoría(el 99 por ciento de su propia población) y de inmensos contingentes humanos en el mundo por una ínfima minoría(el 1 por ciento) hasta el paradigma de producción y consumo consolidado en los años cincuentas y sesentas con el desarrollo pleno del consumismo. Una medida de la tragedia a que ha conducido este fenómeno es el hecho de que si los 7 mil millones de seres humano que hemos llegado a ser en la Tierra alcanzáramos el per cápita de consumo de Estados Unidos, únicamente podríamos sobrevivir si contáramos con los recursos naturales de ¡no menos de cinco planetas¡ iguales que el nuestro. Ello es la causa del calentamiento global que origina ya hambrunas, más intensos y cada vez más frecuentes trastornos del clima y está terminando a gran velocidad con numerosos ecosistemas indispensables para la supervivencia del ser humano. También del envenenamiento de los ríos y mares, donde en unas décadas más no quedará vida. Nada de lo anterior puede continuar igual y es necesario cambiarlo radicalmente. Lo primero que hay que cambiar es que todas las decisiones que los afectan deben tomarlas los ciudadanos y no el capital y los políticos, que son sus empleados. Todo esto y más dicen los ocupas.
Frente a la represión, que seguro continuará, Ocupa Wall Street ha respondido sabiamente: “no puedes desalojar una idea cuyo momento ha llegado”.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Washington reprime a los "Ocupa" porque los teme
jueves, 17 de noviembre de 2011
LA IMAGINACION POLITICA
Lorenzo Meyer
Nov. 11
LA IMAGINACIÓN POLÍTICA
¿Qué utilidad pueden poseer las ideas, diagnósticos o proyectos políticos que no tienen otro sustento que ellos mismos, que son un mero producto de la imaginación? En muchos casos su utilidad es nula, pero con algo de suerte en otros pueden llegar a influir de manera indirecta en lo que realmente sucede.
Es posible sostener que el discurso político proveniente de personas o grupos sin poder, como los "indignados" europeos o norteamericanos o los académicos -la "política blanda"-, adquiere importancia en la medida en que fallan los otros, los "tomadores de decisiones" -presidentes, ministros, gobernadores, congresistas, burócratas, empresarios u obispos-, como es hoy el caso de muchos países, entre otros el nuestro.
Un diseño o crítica política elaborado por un intelectual, académico o "indignado" y basado en la idea del "deber ser", es un acto de imaginación en favor de algo que no existe pero que pudiera llegar a ser. Los esquemas y propuestas de contenido político que giren en torno del siempre invocado pero no siempre servido interés general -"somos el 99%" dicen los "ocupas" en Wall Street- casi nunca se hacen realidad tal cual; en el mejor de los casos sólo llegan a concretarse parcialmente, pues el filtro de la realidad los cambia. Sin embargo, si ese ejercicio de imaginación responde a necesidades legítimas de una comunidad, puede ser un acicate que despierte la imaginación de otros y los impulse a acciones que modifiquen la correlación de fuerzas y afecten las políticas "duras". De tarde en tarde lo que empezó como una mera idea, como una utopía que abre opciones, que justifica la exigencia de un cambio en la naturaleza de la distribución que hacen las autoridades de las cargas y las recompensas producto del esfuerzo colectivo, efectivamente desemboque en transformaciones reales, aunque rara vez esa modificación es fiel a la idea que la generó.
La historia provee ejemplos de lo anterior. Uno pueden ser los efectos de las ideas y discursos de la ilustración europea -Voltaire (1694-1778) o Rousseau (1712-1778)- en la Revolución Francesa; las utopías socialistas del siglo XIX que inspiraron acciones del proletariado; la condena de las políticas del rey Jorge III contenidas en el panfleto de Thomas Paine, Common Sense (1776) o las elucubraciones de Alexander Hamilton, James Madison y John Jay en los "Federalist Papers" (1787-1788) norteamericanos que despertaron el entusiasmo por la independencia y un régimen político lleno de novedades y que fueron elementos clave en la formación de Estados Unidos. Desde la orilla opuesta destaca el "Manifiesto Comunista", de Carlos Marx y Federico Engels, de 1848. Para Martin Luther King lo expresado en "I have a dream" en 1963 no pasó de ser un sueño, pero a la larga su visión convenció y movilizó a tantos que ayudó a poner fin a la dura estructura de dominación creada por los racistas sureños. Obviamente, antes, en India el discurso y conducta de Gandhi movieron a millones y acabaron con el dominio británico en ese subcontinente.
DOS POLÍTICAS
Las dicotomías simplifican pero ayudan a entender realidades complejas. Así, es posible dividir toda la realidad del mundo político en dos: una "dura" y que se basa en el ejercicio y disfrute del poder -X impone su voluntad a Y, quiéralo éste o no, pues X dispone del gran recurso de la "política dura": la fuerza del Estado- y la otra, la "blanda", donde X puede imaginar y pregonar cómo se debe actuar pero no puede obligar a Y ni a nadie a aceptar y seguir sus propuestas. Si finalmente X logra que Y actúe en el sentido deseado es porque éste quedó convencido y asumió como suya la propuesta de X.
En la tradición occidental, Platón (427-347 AC) puede considerarse como el primer gran exponente de la política blanda, la de quienes tienen ideas en torno al gobierno de los hombres pero que no están en posición de ponerlas en práctica. El filósofo griego tuvo un concepto más elevado de la búsqueda del conocimiento que de la política. Para que el ejercicio del gobierno del Estado pudiera encauzarse de manera positiva -virtuosa-, quien lo ejerciera no debería buscar ni riqueza ni honores sino la verdad. Por tanto, el mejor gobernante debería ser un sabio. Ahora bien, el problema era que el hombre verdaderamente comprometido con la búsqueda del conocimiento no podría estar interesado en descender al mundo de lo práctico, al gobierno de los hombres. En ese esquema el "rey filósofo" de Platón sólo sería posible si se obligaba al filósofo a dejar su vida contemplativa y asumir la responsabilidad de gobernar, pero entonces el sabio dejaría de ser tal y perdería la esencia de su vocación.
Desde esta perspectiva, cualquiera que se empeña en ser gobernante, y por ese solo hecho, ya no reúne la característica indispensable para ejercer la autoridad de manera óptima: la pasión por el conocimiento. Al final, el razonamiento de Platón desemboca en un callejón sin salida: cualquiera que deseara el poder no debería tenerlo y viceversa. En fin, que el hombre de las ideas sólo podría proponer y quizá influir pero nunca podría ser hombre del poder efectivo.
Maquiavelo (1469-1527) es el anti Platón. Según él, el líder político debería estar enteramente decidido a conseguir el mando y a retenerlo; el objetivo del poder es el poder mismo y ese fin justifica cualquier medio. El florentino -él mismo un político práctico que sólo se sentó a teorizar sobre el tema cuando su mala fortuna le llevó a perder el favor de los que mandaban- postuló que el líder gobernante debe aprender básicamente el arte de la guerra y, de ser necesario, aprender a ser malo -mentir, traicionar e incluso asesinar- aunque siempre le conviene disimular su brutalidad. El príncipe no puede someterse a los dictados de la ética del ciudadano común, pues eso desembocaría en su fracaso. Quien busque una vida virtuosa debe olvidarse por entero de la política (aquí coincide con Platón) ya que, en su ejercicio, la única virtud es triunfad "haiga sido como haiga sido". Maquiavelo sólo sistematizó lo que él conocía por experiencia directa en el mundo renacentista o por su estudio de la historia.
LA TERCERA VÍA
Siglos más tarde, Max Weber (1864-1920) intentó una solución teórica a la incompatibilidad entre el mundo de los herederos de Platón -los filósofos- y el de los que buscan el "poder duro", los príncipes de Maquiavelo. Según este sociólogo, la ética del político práctico tenía que ser distinta de la de aquellos sin poder -la enorme mayoría-, pues la sustancia propia de la administración de los hombres descansa en el uso de la fuerza, en la violencia legítima del Estado. El mando político llega a ser de vida o muerte cuando quien lo ejerce declara una guerra interna o externa, acepta o rechaza auxiliar a una región o a un grupo castigado por una adversidad, concede o no el indulto al condenado a muerte, etcétera. Para Weber, la acción del político está determinada por la ética de la responsabilidad. Desde esta perspectiva, el poder legítimo no es enteramente un fin en sí mismo ni tampoco está divorciado de la virtud.
IRRESPONSABILIDAD
Pero ¿hasta qué punto la posición de Weber supera la dicotomía y oposición que en materia política se planteó desde el inicio de la reflexión política occidental, el choque entre lo que debería de ser y lo que efectivamente es? No es claro. En nuestro país, por usar un ejemplo por todos conocido, los políticos al más alto nivel, como lo advirtiera hace mucho Daniel Cosío Villegas, rara vez han estado a la altura de sus responsabilidades, poco conocen de esta ética. La norma es lo contrario: irresponsabilidad, incapacidad, corrupción, ausencia de valor para tomar medidas que afectan intereses creados, decisiones mal concebidas y peor implementadas.
Es ese ejercicio irresponsable del poder lo que hace necesario, útil e incluso insustituible, el esfuerzo de imaginación crítica de los sin poder. Es a causa de la irresponsabilidad de los poderosos que adquieren fuerzas desde la frase contundente de un "indignado" -"mano$ arriba, e$to e$ un contrato"- hasta las críticas constantes de un Premio Nobel a la inmoralidad de quienes controlan el sistema económico mundial -Paul Krugman-, pasando siempre por esas utopías que son los "proyectos de nación y de mundo" de la izquierda, desde la representada por Tony Judt hasta la de movimientos sociales como Morena o "Paz con Justicia y Dignidad" en México.
En suma, pareciera haber una correlación inversa entre la importancia de las ideas sin poder y el ejercicio del poder sin muchas ideas.
Nov. 11
LA IMAGINACIÓN POLÍTICA
¿Qué utilidad pueden poseer las ideas, diagnósticos o proyectos políticos que no tienen otro sustento que ellos mismos, que son un mero producto de la imaginación? En muchos casos su utilidad es nula, pero con algo de suerte en otros pueden llegar a influir de manera indirecta en lo que realmente sucede.
Es posible sostener que el discurso político proveniente de personas o grupos sin poder, como los "indignados" europeos o norteamericanos o los académicos -la "política blanda"-, adquiere importancia en la medida en que fallan los otros, los "tomadores de decisiones" -presidentes, ministros, gobernadores, congresistas, burócratas, empresarios u obispos-, como es hoy el caso de muchos países, entre otros el nuestro.
Un diseño o crítica política elaborado por un intelectual, académico o "indignado" y basado en la idea del "deber ser", es un acto de imaginación en favor de algo que no existe pero que pudiera llegar a ser. Los esquemas y propuestas de contenido político que giren en torno del siempre invocado pero no siempre servido interés general -"somos el 99%" dicen los "ocupas" en Wall Street- casi nunca se hacen realidad tal cual; en el mejor de los casos sólo llegan a concretarse parcialmente, pues el filtro de la realidad los cambia. Sin embargo, si ese ejercicio de imaginación responde a necesidades legítimas de una comunidad, puede ser un acicate que despierte la imaginación de otros y los impulse a acciones que modifiquen la correlación de fuerzas y afecten las políticas "duras". De tarde en tarde lo que empezó como una mera idea, como una utopía que abre opciones, que justifica la exigencia de un cambio en la naturaleza de la distribución que hacen las autoridades de las cargas y las recompensas producto del esfuerzo colectivo, efectivamente desemboque en transformaciones reales, aunque rara vez esa modificación es fiel a la idea que la generó.
La historia provee ejemplos de lo anterior. Uno pueden ser los efectos de las ideas y discursos de la ilustración europea -Voltaire (1694-1778) o Rousseau (1712-1778)- en la Revolución Francesa; las utopías socialistas del siglo XIX que inspiraron acciones del proletariado; la condena de las políticas del rey Jorge III contenidas en el panfleto de Thomas Paine, Common Sense (1776) o las elucubraciones de Alexander Hamilton, James Madison y John Jay en los "Federalist Papers" (1787-1788) norteamericanos que despertaron el entusiasmo por la independencia y un régimen político lleno de novedades y que fueron elementos clave en la formación de Estados Unidos. Desde la orilla opuesta destaca el "Manifiesto Comunista", de Carlos Marx y Federico Engels, de 1848. Para Martin Luther King lo expresado en "I have a dream" en 1963 no pasó de ser un sueño, pero a la larga su visión convenció y movilizó a tantos que ayudó a poner fin a la dura estructura de dominación creada por los racistas sureños. Obviamente, antes, en India el discurso y conducta de Gandhi movieron a millones y acabaron con el dominio británico en ese subcontinente.
DOS POLÍTICAS
Las dicotomías simplifican pero ayudan a entender realidades complejas. Así, es posible dividir toda la realidad del mundo político en dos: una "dura" y que se basa en el ejercicio y disfrute del poder -X impone su voluntad a Y, quiéralo éste o no, pues X dispone del gran recurso de la "política dura": la fuerza del Estado- y la otra, la "blanda", donde X puede imaginar y pregonar cómo se debe actuar pero no puede obligar a Y ni a nadie a aceptar y seguir sus propuestas. Si finalmente X logra que Y actúe en el sentido deseado es porque éste quedó convencido y asumió como suya la propuesta de X.
En la tradición occidental, Platón (427-347 AC) puede considerarse como el primer gran exponente de la política blanda, la de quienes tienen ideas en torno al gobierno de los hombres pero que no están en posición de ponerlas en práctica. El filósofo griego tuvo un concepto más elevado de la búsqueda del conocimiento que de la política. Para que el ejercicio del gobierno del Estado pudiera encauzarse de manera positiva -virtuosa-, quien lo ejerciera no debería buscar ni riqueza ni honores sino la verdad. Por tanto, el mejor gobernante debería ser un sabio. Ahora bien, el problema era que el hombre verdaderamente comprometido con la búsqueda del conocimiento no podría estar interesado en descender al mundo de lo práctico, al gobierno de los hombres. En ese esquema el "rey filósofo" de Platón sólo sería posible si se obligaba al filósofo a dejar su vida contemplativa y asumir la responsabilidad de gobernar, pero entonces el sabio dejaría de ser tal y perdería la esencia de su vocación.
Desde esta perspectiva, cualquiera que se empeña en ser gobernante, y por ese solo hecho, ya no reúne la característica indispensable para ejercer la autoridad de manera óptima: la pasión por el conocimiento. Al final, el razonamiento de Platón desemboca en un callejón sin salida: cualquiera que deseara el poder no debería tenerlo y viceversa. En fin, que el hombre de las ideas sólo podría proponer y quizá influir pero nunca podría ser hombre del poder efectivo.
Maquiavelo (1469-1527) es el anti Platón. Según él, el líder político debería estar enteramente decidido a conseguir el mando y a retenerlo; el objetivo del poder es el poder mismo y ese fin justifica cualquier medio. El florentino -él mismo un político práctico que sólo se sentó a teorizar sobre el tema cuando su mala fortuna le llevó a perder el favor de los que mandaban- postuló que el líder gobernante debe aprender básicamente el arte de la guerra y, de ser necesario, aprender a ser malo -mentir, traicionar e incluso asesinar- aunque siempre le conviene disimular su brutalidad. El príncipe no puede someterse a los dictados de la ética del ciudadano común, pues eso desembocaría en su fracaso. Quien busque una vida virtuosa debe olvidarse por entero de la política (aquí coincide con Platón) ya que, en su ejercicio, la única virtud es triunfad "haiga sido como haiga sido". Maquiavelo sólo sistematizó lo que él conocía por experiencia directa en el mundo renacentista o por su estudio de la historia.
LA TERCERA VÍA
Siglos más tarde, Max Weber (1864-1920) intentó una solución teórica a la incompatibilidad entre el mundo de los herederos de Platón -los filósofos- y el de los que buscan el "poder duro", los príncipes de Maquiavelo. Según este sociólogo, la ética del político práctico tenía que ser distinta de la de aquellos sin poder -la enorme mayoría-, pues la sustancia propia de la administración de los hombres descansa en el uso de la fuerza, en la violencia legítima del Estado. El mando político llega a ser de vida o muerte cuando quien lo ejerce declara una guerra interna o externa, acepta o rechaza auxiliar a una región o a un grupo castigado por una adversidad, concede o no el indulto al condenado a muerte, etcétera. Para Weber, la acción del político está determinada por la ética de la responsabilidad. Desde esta perspectiva, el poder legítimo no es enteramente un fin en sí mismo ni tampoco está divorciado de la virtud.
IRRESPONSABILIDAD
Pero ¿hasta qué punto la posición de Weber supera la dicotomía y oposición que en materia política se planteó desde el inicio de la reflexión política occidental, el choque entre lo que debería de ser y lo que efectivamente es? No es claro. En nuestro país, por usar un ejemplo por todos conocido, los políticos al más alto nivel, como lo advirtiera hace mucho Daniel Cosío Villegas, rara vez han estado a la altura de sus responsabilidades, poco conocen de esta ética. La norma es lo contrario: irresponsabilidad, incapacidad, corrupción, ausencia de valor para tomar medidas que afectan intereses creados, decisiones mal concebidas y peor implementadas.
Es ese ejercicio irresponsable del poder lo que hace necesario, útil e incluso insustituible, el esfuerzo de imaginación crítica de los sin poder. Es a causa de la irresponsabilidad de los poderosos que adquieren fuerzas desde la frase contundente de un "indignado" -"mano$ arriba, e$to e$ un contrato"- hasta las críticas constantes de un Premio Nobel a la inmoralidad de quienes controlan el sistema económico mundial -Paul Krugman-, pasando siempre por esas utopías que son los "proyectos de nación y de mundo" de la izquierda, desde la representada por Tony Judt hasta la de movimientos sociales como Morena o "Paz con Justicia y Dignidad" en México.
En suma, pareciera haber una correlación inversa entre la importancia de las ideas sin poder y el ejercicio del poder sin muchas ideas.
miércoles, 16 de noviembre de 2011
Los peligros del mundo y las ciencias prohibidas
Los peligros del mundo y las ciencias prohibidas
PABLO GONZÁLEZ CASANOVA
La solución a los problemas sociales como problemas científicos y como problemas reales es imposible con el actual sistema de dominación y acumulación capitalista y con la lógica que en él imperaFoto Reuters
N
o hay duda que vivimos en un mundo injusto y peligroso. Laopción racional que orienta a las ciencias sociales hegemónicas se está convirtiendo, paradójicamente, en opción irracional. Elcontrol de riesgos nos está llevando a riesgos descontrolados. Modelos y formalizaciones muestran aquí y allá signos entrópicos amenazadores. Las falsas leyes del mercado libre que por sí solo se requilibra, y cuyas políticas siempre han derivado en graves crisis, nuevamente se ven disconfirmadas, y quienes anunciaron que pronto habría de superase la crisis que nos abruma, a poco se vieron obligados a reconocer que la actual crisis es más grave de lo que pensaron y de mayor duración.
La disminución de riesgos y la optimización de utilidades de las megaempresas y complejos hegemónicos parecen asociarse a la maximización de riesgos y de pérdidas en el conjunto de que forman parte. Que esa asociación, correlación o coincidencia muestran una relación de causa a efecto es algo que no puede descartarse. Y, sin embargo, la relación de causa a efecto entre los intereses y valores de las grandes corporaciones y los graves peligros y problemas del mundo es generalmente descalificada por el pensar científico, y relegada al mundo de la negación o rechazo, que Freud descubrió entre las características del inconsciente, y que también parece darse en el inconsciente de las colectividades científicas y de los complejos militares-empresariales y políticos, todos ciegos ante las causas de los peligros del mundo y sordos ante las tragedias humanas a que se refieren como si fuesen fenómenos naturales en cuya solución están haciendo todo lo que se puede y en que dan por entendido que no se puede hacer más.
La negación o descalificación, consciente o inconsciente, de la relación de causa a efecto aparece incluso en los análisis, modelaciones y formalizaciones de los sistemas complejos. Su concepción más generalizada de la complejidad no registra la paradoja entre la opción racional de las corporaciones que buscan disminuir riesgos y optimizar utilidades, y la irracionalidad y los riesgos que en forma monstruosa para las matemáticas de entonces aparecieron en las iteraciones algebraicas de Poicaré, y que con las modelaciones de ahora derivan en esa Edad de los monstruosa que se refirió Gramci, y que corresponde a la maximización de pérdidas y riesgos para la inmensa mayoría de la humanidad y para el ecosistema.
Al mismo tiempo, el concepto prevaleciente de sistemas complejos –como ha observado Casti– incluye múltiples relaciones interactivas de manera muy superficial. Con plena razón, Casti define y formaliza el concepto de sistema complejo como dos o más sistemas complejos interactivos entre sí y en su propio interior. Un solo sistema complejo empobrece y hasta anula la dinámica de sistemas no lineales e interactivos. Su pensamiento sobre las características generales de la complejidad alcanza una profundidad de que pocos se percatan. Incluso los especialistas que incluyen en sus investigaciones dos o más sistemas complejos que interactúan, cuando se refieren al concepto de complejidad sólo destacan la complejidad de un sistema complejo. Esta ruptura epistemológica parece obedecer a un preconcepto con fuertes tradiciones en el pensamiento científico, en el filosófico y en el religioso. Empecemos por estos últimos. Muchos de los que abandonan la lógica religiosa del monoteísmo, no abandonan la lógica laica de lo uno. Definen y formalizan la complejidad de un sistema. Si lo unopredomina en la cibernética también se da en los modelos econométricos neoclásicos y neoliberales. En el discurso científico acostumbrado o normal se habla del universo como un universo en el que pueden darse planetas, átomos y múltiples agentes que interactúan en modelos de competencia y colaboración. Incluso se trabaja con sistemas interactivos sinérgicos, cooperativos, aliados o tributarios (Axelrod) y opuestos, enemigos, contrarios y rebeldes: y todas esas posibilidades cognitivas de sistemas interactivos se dan en función de un sistema, el sistema del observador.
La ruptura epistemológica subsiste incluso cuando se avanza en la concepción de los sistemas biológicosautorregulados, autoadaptables y creadores, o en los sistemas en fase de transición al caos o en los que emergen de una situación caótica y, entre bifurcaciones y atractores, van configurando formaciones parecidas a escalas distintas hasta integrar el nuevo sistema con otra complejidad y otra dinámica. Todas estas investigaciones sobre la dinámica de varios sistemas no acaban con la lógica de lo Uno. Casi sin pensar sus autores, automáticamente, definen la complejidad como unsistema complejo o en relación a unsistema complejo. No hay sistema alternativo. Otro sistema no es posible.
Y aun ahí no queda todo. La ruptura entre las investigaciones específicas y las concepciones generales es todavía más impresionante cuando sus autores trabajan en investigaciones sobre sistemas complejos interactivos como los sistemas auto-inmunológicos. En ese tipo de sistemas claramente aparecen los anticuerpos negativos y positivos que luchan entre sí, en que los anticuerpos negativos no sólo ganan las batallas destruyendo directamente a los positivos, sino confundiendo al sistema encargado de la defensa del organismo y haciéndole perder su capacidad de identificar a amigos y enemigos. El sistema defensivo del organismo pierde al dar la bienvenida a sus atacantes y al destruir a sus defensores. Los sistemas en lucha tienen como referente a la víctima final de la batalla. Su dinámica se interpreta como lucha entre anticuerpos, y como ataque y destrucción de un subsistema que defiende a un organismo –al sistema– y que al ser derrotado muere con el organismo, muere con el sistema de que es parte y cuya vida no alcanzó a defender.
Los juegos de guerra y las estrategias de guerra contrainsurgente o antiterrorista presentan obstáculos parecidos. Obedecen al mismo presupuesto epistemológico. Es uno quien juega a la guerra o quien hace la guerra, así tenga asociados o subordinados. El que juega, o el que manda, mueve a los luchadores virtuales y hasta a los soldados no convencionales, así como a los enemigos espiados, seducidos, sometidos o cooptados. Mueve al propio jugador del videojuego o del juego virtual que ha hecho real. La sofisticación del conocimiento del Gran Jugador y de los científicos que son sus asesores financieros o sus think tanks político-militares provoca un notable conocimiento de la manipulación y esclavización de los demás. También empuja a un extraño desconocimientode las amenazas que pesan sobre todos los jugadores y de las que también será víctima el Gran Jugador. Los escenarios de guerra pueden incluir fenómenos de inteligencia distribuida, de díadas, de simbiosis, dendritas, nodos y redes, con notables y numerosas interacciones que siempre serán analizadas en función del actor cognitivo, y del sistema al que pertenece, considerado como constante en la defensa y promoción de sus valores e intereses, y naturalmente interesado en ganar la lucha, pero obcecado en creer que es eterno, ignorante de aquello que todos sabemos y de que habló el viejo Hegel cuando dijo que toda cosa natural es mortal y efímera.
El sistema no piensa en su propia muerte o la pospone a un futuro milenario sin historia. Desconoce, descalifica, debilita, confunde, enajena a su opositor. Lo anula como sistema. Y así como los sabios del rey por buena educación no hablan al Rey de su muerte y menos de la muerte de la casa real, así los científicos al servicio de un sistema de dominación y acumulación que se encuentra en situación terminal y que coloca en situación terminal a todos sus vasallos, ni pensar pueden en esa posibilidad, y a su silencio se suman las fiestas y fanfarrias de quienes anuncian que el sistema tiene asegurada la vida, al menos, por un milenio.
La afirmación de Fukuyama de que vivimos el fin de la historia fue recibida como bálsamo divino. Quien juega con los jugadores estimula el desconocimiento y la descalificación de la evolución pasada y actual de las luchas sistémicas y antisistémicas. No sabe ni quiere saber cuál es y será la historia del sistema dominante o del emergente. Rechaza la sola idea de que puede morir a manos del otro y causar su propia muerte y la del otro. E insiste en seguir reinando mientras muestra todos los signos de estarse muriendo, hecho que ocurre en el escenario mundial, como el rey que se muere en el escenario teatral de Simenon.
Hoy mismo, en sus modelos de conflicto y consenso, el sistema en estado terminal impone la negociación para la rendición, y en el mundo realmente existente aumenta sus exigencias y extiende el campo de lo no negociable. Lo no negociable crece y prolifera no sólo en la periferias, sino en el centro del mundo, encabezado por Estados Unidos y la Unión Europea.
La preconcepción del sistema como UNO predomina en las ciencias económicas normales de que Khün hablaba. Predomina en todo análisis que usa como categorías las de el sistema yel contexto, en que aquél insume energía y al que arroja desechos. Se trata de actos neguentrópicos que ya no cumplen esa función y que el investigador, supuestamente funcional al sistema, tampoco ve. Uno y otro se vuelven parte de la entropía que a ambos amenaza y que puede dar nacimiento a la configuración de otro sistema tras una fase de transición al caos y de transición del caos, para ellos inconcebibles, onegados, cuando los llegan a intuir.
Hoy el sistema dominado por la lógica del capital –una lógica de disminución de riesgos e incremento de utilidades para las corporaciones, tanto en la economía como en la guerra– enfrenta conflictos internos y externos con medidas de retroalimentación negativa o positiva.
Las relaciones interactivas de ocupación, depredación, parasitismo, cooperación, corrupción, persuasión virtual y subliminal, terror colectivo, eliminación de resistencias y de formaciones defensivas, aparecen en las simulaciones y escenarios de guerra de espectro amplio, pero aparecen a medias. La realidad histórica que vivimos es mucho más compleja de lo que sus autores imaginan o son capaces de concebir con las informaciones y computaciones que los decision makersles piden para mejorar su capacidad de decidir en función de sus intereses y valores.
El inmenso conocimiento que se ha adquirido sobre el papel del azar y de la organización y reorganización del sistema ha permitido superar la teoría de la selección natural, aunque se le use en lo que es útil. Cuando no es útil se vuelve a las viejas teorías del darwinismo colonialista que invoca las políticas de la eliminación de los más débiles, así conduzcan en menos de cuatro décadas a un genocidio de más de 2 mil millones de habitantes que (otros factores iguales), se van a añadir a los 7 mil millones que hay y en los que la población excluida y desechable, ya llega más de 3 mil millones.
El sistema y muchos de sus científicos atribuyen al excesivo crecimiento de la población los problemas ecológicos que vivimos, y si ese sistema de dominación y acumulación mundial se considera como una constante, la población que debe morir o desaparecer, será del orden de más o menos 5 mil 50 millones, según predicciones demográficas relativamente confiables.
Y aquí surge el gran engaño y autoengaño en medio del gran conocimiento. Como esa aberración hay varias más que caen en el orden de la sicopatología, pero que corresponden a la opción racional de las empresas y sus accionistas mayoritarios y minoritarios. Entre ellos destaca el creer que se puede seguir jugando con las amenazas de guerra nuclear sin que se produzca la guerra de la locura, esto es MAD, siglas que en inglés, claramente se refieren a una guerra de destrucción mutua asegurada. Y existen otros ocultamientos y rechazos que llevan a no hacer nada frente a evidentes y acalladas amenazas, como el cambio climático. Me detengo en éste para aclarar una disertación que parece catastrofista y no lo es, como mostraré más tarde.
En los últimos meses de 2009 y primeros de 2010, es decir, en torno a la reunión de jefes de Estado sobre el cambio climático, se desató una feroz campaña contra los científicos de las antes llamadas ciencias duras. No sólo fue descalificado el informe que presentaron en 2007 sobre ese problema los integrantes de una comisión gubernamental de investigadores, sino fueron descalificados los más de mil científicos que, reunidos en París, confirmaron la validez del informe y añadieron algo más: que había un error en sus predicciones, pues habían subestimado la rapidez y gravedad del cambio climático. El futuro resultó más grave de lo calculado.
El motivo principal de la campaña y la cólera que levantaron los científicos, no se debieron tanto a las predicciones sobre los crecientes daños a la Tierra y a la vida, sino a la tesis ratificada por la comunidad científica internacional de que los cambios climáticos son de origen humano; atropógenos fue la palabra que usaron. Decir sólo eso, y que los propios científicos intergubernamentales lo dijeran, resultó inaceptable para los complejos empresariales-militares-políticos-y-mediáticos que dominan el mundo. Representados por sus jefes de Estado en una reunión que tuvo lugar en Copenhague, destinada a tomaracuerdos vinculantes, los acuerdosfueron dictados por un pequeño grupo de jefes de Estado que se reunió a escondidas en las primeras horas de la madrugada y sin más consulta fueron leídos por el presidente Obama minutos antes de tomar el avión de regreso.
En Copenhague no hubo acuerdos vinculantes. Incluso los pobres compromisos que se habían tomado en Kioto, desaparecieron. La antropología de políticos y científicos no quedó allí. La maquinaria de los ricos y los poderosos se movió para desprestigiar y castigar a los científicos que habían osado decir una verdad que debió alertar a aquéllos sobre las amenazas a su propia vida y que sólo indirectamente los inculpaba al apuntar que ellos y sus megaempresas eran causantes de los peligros que corre la especie humana
Los medios y los publicistas llegaron a tratar a todos los científicos de las ciencias naturales con las descalificaciones a que estamos acostumbrados los de las cienciasblandas, digamos humanas o sociales. Abusando de atrevidos artificios retóricos llegaron a sostener que las ciencias duras ya no son ciencias, y con prepotencia de ignorantes llegaron a decir que los propios científicos reconocen que los domina ¡el principio de incertidumbre!, del que por supuesto no tenían ni la menor idea de lo que es. El mundo de la ciencia respondió de una manera realmente ejemplar. Le dio un impresionante apoyo a sus colegas. En los primeros meses del año las más famosas revistas científicas y de difusión científicas publicaron artículos que defendían las mismas tesis de los científicos estigmatizados. Entre ellasScientific American y Nature. No se ablandaron. Un gran número de científicos asumió su responsabilidad científica. Lejos de dejarse dominar por sus genes egoístas se vieron más y más atraídos a sostener las verdades sobre medidas que son necesarias para la supervivencia de la especie humana.
Un paso no dieron, sin embargo, que es necesario dar si no se quiere ser copartícipe de la negación más profunda y grave para las ciencias de la materia, de la vida y de la humanidad. Y para la humanidad. El paso que no se dio y que se necesita dar con la mayor seriedad consiste en incluir la categoría del capitalismo como un riguroso concepto científico, no sólo asociado a la ley del valor, sino a la ley de la producción y reproducción de la vida.
Las ciencias de la complejidad que investigan el mundo actual no serán ciencias ni investigarán la complejidad del mundo actual y sus escenarios de futuro si no incluyen el capitalismo, una de sus categorías más profundas, cuyo solo nombre suele ser rechazado instintivamente por no pertenecer al lenguaje políticamente correcto de las ciencias hegemónicas.
Pocas hipótesis tienen tantas posibilidades de ser confirmadas como ésta: La solución a los problemas sociales como problemas científicos y como problemas reales es imposible con el actual sistema de dominación y acumulación capitalista y con la lógica que en él impera. En relación al mismo ya no sólo se plantean las alternativas anteriores de reforma o revolución. Hay otra más que surge tanto de los nuevos movimientos sociales como de los modelos matemáticos sobre sistemas en transición al caos y en transición del caos a un orden llamado emergente o alternativo. Tanto en los movimientos como en los modelos aparecen lo que en estos últimos se llaman atractores y bifurcaciones en que parecería optarse por uno de ellos, así como fractales y formaciones parecidas que se forjan a las más distintas escalas. La atención a la construcción de alternativas en los movimientos sociales y en los modelos de sistemas habrá de dar cabida a las nuevas estructuraciones de la libertad, la democracia, y la justicia social. Con unas y otras será fundamental estudiar cuáles son las alternativas que no sólo permitan construir el buen vivir, sino preservar la vida
En los nuevos movimientos sociales y en los modelos de desarrollo autosustentable destacan por su mayor posibilidad de alcanzar esas metas los modelos de cooperación, de inteligencia distribuida, de control descentralizado, que se articulan con otros de control centralizado y jerárquico sin que se dé en forma metafísica la vieja oposición entre el autoritarismo y la anarquía.
Desde ejemplos como Los Caracoles de los pueblos mayas de Chiapas, por un lado, y por otro, desde investigaciones pioneras y recientes como las de Axelrod y muchos científicos más, estamos hoy en condiciones de construir una utopía a la vez convalidada por la praxis de los pueblos y por los escenarios de las computadoras, esa que Emmanuel Wallernstein bautizó comoutopística y que definió como la ponderación seria de las alternativas históricas, la evaluación serena, racional y realista de los sistemas sociales humanos, de sus limitaciones y posibilidades. Vale la pena pensar en ella y luchar por ella.
PABLO GONZÁLEZ CASANOVA
La solución a los problemas sociales como problemas científicos y como problemas reales es imposible con el actual sistema de dominación y acumulación capitalista y con la lógica que en él imperaFoto Reuters
N
o hay duda que vivimos en un mundo injusto y peligroso. Laopción racional que orienta a las ciencias sociales hegemónicas se está convirtiendo, paradójicamente, en opción irracional. Elcontrol de riesgos nos está llevando a riesgos descontrolados. Modelos y formalizaciones muestran aquí y allá signos entrópicos amenazadores. Las falsas leyes del mercado libre que por sí solo se requilibra, y cuyas políticas siempre han derivado en graves crisis, nuevamente se ven disconfirmadas, y quienes anunciaron que pronto habría de superase la crisis que nos abruma, a poco se vieron obligados a reconocer que la actual crisis es más grave de lo que pensaron y de mayor duración.
La disminución de riesgos y la optimización de utilidades de las megaempresas y complejos hegemónicos parecen asociarse a la maximización de riesgos y de pérdidas en el conjunto de que forman parte. Que esa asociación, correlación o coincidencia muestran una relación de causa a efecto es algo que no puede descartarse. Y, sin embargo, la relación de causa a efecto entre los intereses y valores de las grandes corporaciones y los graves peligros y problemas del mundo es generalmente descalificada por el pensar científico, y relegada al mundo de la negación o rechazo, que Freud descubrió entre las características del inconsciente, y que también parece darse en el inconsciente de las colectividades científicas y de los complejos militares-empresariales y políticos, todos ciegos ante las causas de los peligros del mundo y sordos ante las tragedias humanas a que se refieren como si fuesen fenómenos naturales en cuya solución están haciendo todo lo que se puede y en que dan por entendido que no se puede hacer más.
La negación o descalificación, consciente o inconsciente, de la relación de causa a efecto aparece incluso en los análisis, modelaciones y formalizaciones de los sistemas complejos. Su concepción más generalizada de la complejidad no registra la paradoja entre la opción racional de las corporaciones que buscan disminuir riesgos y optimizar utilidades, y la irracionalidad y los riesgos que en forma monstruosa para las matemáticas de entonces aparecieron en las iteraciones algebraicas de Poicaré, y que con las modelaciones de ahora derivan en esa Edad de los monstruosa que se refirió Gramci, y que corresponde a la maximización de pérdidas y riesgos para la inmensa mayoría de la humanidad y para el ecosistema.
Al mismo tiempo, el concepto prevaleciente de sistemas complejos –como ha observado Casti– incluye múltiples relaciones interactivas de manera muy superficial. Con plena razón, Casti define y formaliza el concepto de sistema complejo como dos o más sistemas complejos interactivos entre sí y en su propio interior. Un solo sistema complejo empobrece y hasta anula la dinámica de sistemas no lineales e interactivos. Su pensamiento sobre las características generales de la complejidad alcanza una profundidad de que pocos se percatan. Incluso los especialistas que incluyen en sus investigaciones dos o más sistemas complejos que interactúan, cuando se refieren al concepto de complejidad sólo destacan la complejidad de un sistema complejo. Esta ruptura epistemológica parece obedecer a un preconcepto con fuertes tradiciones en el pensamiento científico, en el filosófico y en el religioso. Empecemos por estos últimos. Muchos de los que abandonan la lógica religiosa del monoteísmo, no abandonan la lógica laica de lo uno. Definen y formalizan la complejidad de un sistema. Si lo unopredomina en la cibernética también se da en los modelos econométricos neoclásicos y neoliberales. En el discurso científico acostumbrado o normal se habla del universo como un universo en el que pueden darse planetas, átomos y múltiples agentes que interactúan en modelos de competencia y colaboración. Incluso se trabaja con sistemas interactivos sinérgicos, cooperativos, aliados o tributarios (Axelrod) y opuestos, enemigos, contrarios y rebeldes: y todas esas posibilidades cognitivas de sistemas interactivos se dan en función de un sistema, el sistema del observador.
La ruptura epistemológica subsiste incluso cuando se avanza en la concepción de los sistemas biológicosautorregulados, autoadaptables y creadores, o en los sistemas en fase de transición al caos o en los que emergen de una situación caótica y, entre bifurcaciones y atractores, van configurando formaciones parecidas a escalas distintas hasta integrar el nuevo sistema con otra complejidad y otra dinámica. Todas estas investigaciones sobre la dinámica de varios sistemas no acaban con la lógica de lo Uno. Casi sin pensar sus autores, automáticamente, definen la complejidad como unsistema complejo o en relación a unsistema complejo. No hay sistema alternativo. Otro sistema no es posible.
Y aun ahí no queda todo. La ruptura entre las investigaciones específicas y las concepciones generales es todavía más impresionante cuando sus autores trabajan en investigaciones sobre sistemas complejos interactivos como los sistemas auto-inmunológicos. En ese tipo de sistemas claramente aparecen los anticuerpos negativos y positivos que luchan entre sí, en que los anticuerpos negativos no sólo ganan las batallas destruyendo directamente a los positivos, sino confundiendo al sistema encargado de la defensa del organismo y haciéndole perder su capacidad de identificar a amigos y enemigos. El sistema defensivo del organismo pierde al dar la bienvenida a sus atacantes y al destruir a sus defensores. Los sistemas en lucha tienen como referente a la víctima final de la batalla. Su dinámica se interpreta como lucha entre anticuerpos, y como ataque y destrucción de un subsistema que defiende a un organismo –al sistema– y que al ser derrotado muere con el organismo, muere con el sistema de que es parte y cuya vida no alcanzó a defender.
Los juegos de guerra y las estrategias de guerra contrainsurgente o antiterrorista presentan obstáculos parecidos. Obedecen al mismo presupuesto epistemológico. Es uno quien juega a la guerra o quien hace la guerra, así tenga asociados o subordinados. El que juega, o el que manda, mueve a los luchadores virtuales y hasta a los soldados no convencionales, así como a los enemigos espiados, seducidos, sometidos o cooptados. Mueve al propio jugador del videojuego o del juego virtual que ha hecho real. La sofisticación del conocimiento del Gran Jugador y de los científicos que son sus asesores financieros o sus think tanks político-militares provoca un notable conocimiento de la manipulación y esclavización de los demás. También empuja a un extraño desconocimientode las amenazas que pesan sobre todos los jugadores y de las que también será víctima el Gran Jugador. Los escenarios de guerra pueden incluir fenómenos de inteligencia distribuida, de díadas, de simbiosis, dendritas, nodos y redes, con notables y numerosas interacciones que siempre serán analizadas en función del actor cognitivo, y del sistema al que pertenece, considerado como constante en la defensa y promoción de sus valores e intereses, y naturalmente interesado en ganar la lucha, pero obcecado en creer que es eterno, ignorante de aquello que todos sabemos y de que habló el viejo Hegel cuando dijo que toda cosa natural es mortal y efímera.
El sistema no piensa en su propia muerte o la pospone a un futuro milenario sin historia. Desconoce, descalifica, debilita, confunde, enajena a su opositor. Lo anula como sistema. Y así como los sabios del rey por buena educación no hablan al Rey de su muerte y menos de la muerte de la casa real, así los científicos al servicio de un sistema de dominación y acumulación que se encuentra en situación terminal y que coloca en situación terminal a todos sus vasallos, ni pensar pueden en esa posibilidad, y a su silencio se suman las fiestas y fanfarrias de quienes anuncian que el sistema tiene asegurada la vida, al menos, por un milenio.
La afirmación de Fukuyama de que vivimos el fin de la historia fue recibida como bálsamo divino. Quien juega con los jugadores estimula el desconocimiento y la descalificación de la evolución pasada y actual de las luchas sistémicas y antisistémicas. No sabe ni quiere saber cuál es y será la historia del sistema dominante o del emergente. Rechaza la sola idea de que puede morir a manos del otro y causar su propia muerte y la del otro. E insiste en seguir reinando mientras muestra todos los signos de estarse muriendo, hecho que ocurre en el escenario mundial, como el rey que se muere en el escenario teatral de Simenon.
Hoy mismo, en sus modelos de conflicto y consenso, el sistema en estado terminal impone la negociación para la rendición, y en el mundo realmente existente aumenta sus exigencias y extiende el campo de lo no negociable. Lo no negociable crece y prolifera no sólo en la periferias, sino en el centro del mundo, encabezado por Estados Unidos y la Unión Europea.
La preconcepción del sistema como UNO predomina en las ciencias económicas normales de que Khün hablaba. Predomina en todo análisis que usa como categorías las de el sistema yel contexto, en que aquél insume energía y al que arroja desechos. Se trata de actos neguentrópicos que ya no cumplen esa función y que el investigador, supuestamente funcional al sistema, tampoco ve. Uno y otro se vuelven parte de la entropía que a ambos amenaza y que puede dar nacimiento a la configuración de otro sistema tras una fase de transición al caos y de transición del caos, para ellos inconcebibles, onegados, cuando los llegan a intuir.
Hoy el sistema dominado por la lógica del capital –una lógica de disminución de riesgos e incremento de utilidades para las corporaciones, tanto en la economía como en la guerra– enfrenta conflictos internos y externos con medidas de retroalimentación negativa o positiva.
Las relaciones interactivas de ocupación, depredación, parasitismo, cooperación, corrupción, persuasión virtual y subliminal, terror colectivo, eliminación de resistencias y de formaciones defensivas, aparecen en las simulaciones y escenarios de guerra de espectro amplio, pero aparecen a medias. La realidad histórica que vivimos es mucho más compleja de lo que sus autores imaginan o son capaces de concebir con las informaciones y computaciones que los decision makersles piden para mejorar su capacidad de decidir en función de sus intereses y valores.
El inmenso conocimiento que se ha adquirido sobre el papel del azar y de la organización y reorganización del sistema ha permitido superar la teoría de la selección natural, aunque se le use en lo que es útil. Cuando no es útil se vuelve a las viejas teorías del darwinismo colonialista que invoca las políticas de la eliminación de los más débiles, así conduzcan en menos de cuatro décadas a un genocidio de más de 2 mil millones de habitantes que (otros factores iguales), se van a añadir a los 7 mil millones que hay y en los que la población excluida y desechable, ya llega más de 3 mil millones.
El sistema y muchos de sus científicos atribuyen al excesivo crecimiento de la población los problemas ecológicos que vivimos, y si ese sistema de dominación y acumulación mundial se considera como una constante, la población que debe morir o desaparecer, será del orden de más o menos 5 mil 50 millones, según predicciones demográficas relativamente confiables.
Y aquí surge el gran engaño y autoengaño en medio del gran conocimiento. Como esa aberración hay varias más que caen en el orden de la sicopatología, pero que corresponden a la opción racional de las empresas y sus accionistas mayoritarios y minoritarios. Entre ellos destaca el creer que se puede seguir jugando con las amenazas de guerra nuclear sin que se produzca la guerra de la locura, esto es MAD, siglas que en inglés, claramente se refieren a una guerra de destrucción mutua asegurada. Y existen otros ocultamientos y rechazos que llevan a no hacer nada frente a evidentes y acalladas amenazas, como el cambio climático. Me detengo en éste para aclarar una disertación que parece catastrofista y no lo es, como mostraré más tarde.
En los últimos meses de 2009 y primeros de 2010, es decir, en torno a la reunión de jefes de Estado sobre el cambio climático, se desató una feroz campaña contra los científicos de las antes llamadas ciencias duras. No sólo fue descalificado el informe que presentaron en 2007 sobre ese problema los integrantes de una comisión gubernamental de investigadores, sino fueron descalificados los más de mil científicos que, reunidos en París, confirmaron la validez del informe y añadieron algo más: que había un error en sus predicciones, pues habían subestimado la rapidez y gravedad del cambio climático. El futuro resultó más grave de lo calculado.
El motivo principal de la campaña y la cólera que levantaron los científicos, no se debieron tanto a las predicciones sobre los crecientes daños a la Tierra y a la vida, sino a la tesis ratificada por la comunidad científica internacional de que los cambios climáticos son de origen humano; atropógenos fue la palabra que usaron. Decir sólo eso, y que los propios científicos intergubernamentales lo dijeran, resultó inaceptable para los complejos empresariales-militares-políticos-y-mediáticos que dominan el mundo. Representados por sus jefes de Estado en una reunión que tuvo lugar en Copenhague, destinada a tomaracuerdos vinculantes, los acuerdosfueron dictados por un pequeño grupo de jefes de Estado que se reunió a escondidas en las primeras horas de la madrugada y sin más consulta fueron leídos por el presidente Obama minutos antes de tomar el avión de regreso.
En Copenhague no hubo acuerdos vinculantes. Incluso los pobres compromisos que se habían tomado en Kioto, desaparecieron. La antropología de políticos y científicos no quedó allí. La maquinaria de los ricos y los poderosos se movió para desprestigiar y castigar a los científicos que habían osado decir una verdad que debió alertar a aquéllos sobre las amenazas a su propia vida y que sólo indirectamente los inculpaba al apuntar que ellos y sus megaempresas eran causantes de los peligros que corre la especie humana
Los medios y los publicistas llegaron a tratar a todos los científicos de las ciencias naturales con las descalificaciones a que estamos acostumbrados los de las cienciasblandas, digamos humanas o sociales. Abusando de atrevidos artificios retóricos llegaron a sostener que las ciencias duras ya no son ciencias, y con prepotencia de ignorantes llegaron a decir que los propios científicos reconocen que los domina ¡el principio de incertidumbre!, del que por supuesto no tenían ni la menor idea de lo que es. El mundo de la ciencia respondió de una manera realmente ejemplar. Le dio un impresionante apoyo a sus colegas. En los primeros meses del año las más famosas revistas científicas y de difusión científicas publicaron artículos que defendían las mismas tesis de los científicos estigmatizados. Entre ellasScientific American y Nature. No se ablandaron. Un gran número de científicos asumió su responsabilidad científica. Lejos de dejarse dominar por sus genes egoístas se vieron más y más atraídos a sostener las verdades sobre medidas que son necesarias para la supervivencia de la especie humana.
Un paso no dieron, sin embargo, que es necesario dar si no se quiere ser copartícipe de la negación más profunda y grave para las ciencias de la materia, de la vida y de la humanidad. Y para la humanidad. El paso que no se dio y que se necesita dar con la mayor seriedad consiste en incluir la categoría del capitalismo como un riguroso concepto científico, no sólo asociado a la ley del valor, sino a la ley de la producción y reproducción de la vida.
Las ciencias de la complejidad que investigan el mundo actual no serán ciencias ni investigarán la complejidad del mundo actual y sus escenarios de futuro si no incluyen el capitalismo, una de sus categorías más profundas, cuyo solo nombre suele ser rechazado instintivamente por no pertenecer al lenguaje políticamente correcto de las ciencias hegemónicas.
Pocas hipótesis tienen tantas posibilidades de ser confirmadas como ésta: La solución a los problemas sociales como problemas científicos y como problemas reales es imposible con el actual sistema de dominación y acumulación capitalista y con la lógica que en él impera. En relación al mismo ya no sólo se plantean las alternativas anteriores de reforma o revolución. Hay otra más que surge tanto de los nuevos movimientos sociales como de los modelos matemáticos sobre sistemas en transición al caos y en transición del caos a un orden llamado emergente o alternativo. Tanto en los movimientos como en los modelos aparecen lo que en estos últimos se llaman atractores y bifurcaciones en que parecería optarse por uno de ellos, así como fractales y formaciones parecidas que se forjan a las más distintas escalas. La atención a la construcción de alternativas en los movimientos sociales y en los modelos de sistemas habrá de dar cabida a las nuevas estructuraciones de la libertad, la democracia, y la justicia social. Con unas y otras será fundamental estudiar cuáles son las alternativas que no sólo permitan construir el buen vivir, sino preservar la vida
En los nuevos movimientos sociales y en los modelos de desarrollo autosustentable destacan por su mayor posibilidad de alcanzar esas metas los modelos de cooperación, de inteligencia distribuida, de control descentralizado, que se articulan con otros de control centralizado y jerárquico sin que se dé en forma metafísica la vieja oposición entre el autoritarismo y la anarquía.
Desde ejemplos como Los Caracoles de los pueblos mayas de Chiapas, por un lado, y por otro, desde investigaciones pioneras y recientes como las de Axelrod y muchos científicos más, estamos hoy en condiciones de construir una utopía a la vez convalidada por la praxis de los pueblos y por los escenarios de las computadoras, esa que Emmanuel Wallernstein bautizó comoutopística y que definió como la ponderación seria de las alternativas históricas, la evaluación serena, racional y realista de los sistemas sociales humanos, de sus limitaciones y posibilidades. Vale la pena pensar en ella y luchar por ella.
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