Casa de la felicidad
Carlos Bonfil
E
logio de la vida simple. Una sorpresa agradable en este periodo de confinamiento domiciliario es la invitación que hace la documentalista canadiense Sofia Bohdanowicz en Casa de la felicidad (Maison du bonheur, 2017), a penetrar en la intimidad doméstica de Juliane Lumbroso-Sellam, una dama viuda francesa de 77 años, quien desde hace medio siglo exacto vive en el mismo apartamento parisino en el barrio de Montmartre. Entre sus pasatiempos figura la astrología, pero también la horticultura y el empeño por mantener viva una larga tradición familiar gastronómica.
En el crepúsculo de su existencia, Juliane ha elegido una suerte de apacible confinamiento voluntario, con visitas esporádicas a Manouk, el peluquero fiel de toda la vida, o a la sala de estética donde perfecciona el ritual de cuidado personal que comienza en casa con la disciplina imperiosa a que obliga la coquetería, ya que
es preciso maquillarse incluso para salir a bajar la basura. Ese afán por brindar al mundo un rostro radiante, una apariencia impecable, viene en ella de muy lejos, de la época en que, según relata, tuvo que retrasar su ceremonia nupcial por haberse quebrado ese día una uña. La familia entera reaccionó entonces con asombro. Nadie interrumpe la felicidad por un detalle tan insignificante. Para Juliane un percance semejante era, por el contrario, el ominoso presagio de una posible desventura en el matrimonio.
Muchos años después, la viuda solitaria habría de descubrir que la vejez –ese momento en la vida que para muchos es la mayor desventura imaginable–, ella habría de vivirla con sencillez y desenfado, y naturalmente, con el viejo capital de coquetería acumulada. De ahí la rutina cotidiana que captura la documentalista canadiense, de visita en su hogar por espacio de dos meses, y que consiste en una serie de rituales domésticos inevitables: el café por las mañanas, pequeña liturgia en su ceremonia privada; el maquillaje del rostro, no para ocultar, sino para dar un realce sugerente a las
arrugas de la sonrisa; la elección del calzado, entre decenas de modelos conservados y cuidados durante décadas, con una historia propia cada par y el recuerdo de tiempos de zozobra en la guerra o de festejos en épocas más venturosas. Viene luego el momento de mayor alborozo en la jornada, el cuidado de plantas y flores en ese balcón suyo que es la ventana mayor para saludar al mundo y alegrar la vista de los peatones con el espectáculo de hortensias, geranios y rosales como rúbrica inesperada de un encierro feliz y una vejez satisfecha.
En este registro de la vida diaria de una Juliane casi octogenaria que puede ser a la vez
una historia, una confesión, un diario íntimo, un retrato, un relato de viaje, o una historia vivida, la estrategia narrativa de la documentalista remite a las crónica de la cotidianidad que elaboraba con sencillez magistral la directora francesa Agnès Varda. Lo que en un documental como Daguerrotipos (1976), era crónica colectiva de la vida diaria de los habitantes de la calle Daguerre en el París de Varda, se transforma aquí en ese microcosmos de Montmartre que es el hogar de la viuda Juliane, con pequeños relatos como el caso de Albert, el modesto lavaplatos de un restaurante que, a la muerte del dueño, compra el local y se vuelve propietario, transformando el espacio en una congregación de fieles parroquianos y vecinos. A la manera de círculos concéntricos, París parece encapsulado en un solo barrio, y el ajetreo de ese barrio se concentra en el café de Albert, a su vez espejo fiel del domicilio de Juliane y sus delicias culinarias, quien así representada y rodeada no puede sentirse jamás del todo sola. De modo inteligente y cauto, la documentalista elige disimular al máximo su participación y su presencia. El escenario lo ocupa por completo la vieja dama autónoma, siempre sonriente, que reivindica la muy libre administración de sus goces narcisistas en una vejez sin angustias ni sobresaltos aparentes.
Una visión idealizada, sin duda, aunque en la práctica, todo un estilo de vida asumido vigorosamente, muy a contracorriente del virtual confinamiento obligado que viven muchos otros ancianos. La coquetería de Juliane, una feliz estrategia de resistencia.
Casa de la felicidad (Maison du bonheur) forma parte del proyecto Daimon: Muestra Internacional de Cine en Streaming (21 películas, del 6 al 24 de abril), accesible gratuitamente en la plataforma Filminlatino mediante un registro sencillo. Títulos y fechas: www.filminlatino.mx.
Twitter: @CarlosBonfil1
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