EL DELFÍN

Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.

lunes, 30 de abril de 2012

Ajustadores sociales

Ajustadores sociales León Bendesky La crisis económica significa, entre muchas otras cosas, que el término capitalismo” se ha vuelto muy actual. Se puede decir que el sistema capitalista está en problemas cuando se habla reiteradamente de él. Así lo señala el crítico inglés Terry Eagleton, y añade: “Esto indica que el sistema ha dejado de ser tan natural como el aire que se respira y puede, en cambio, ser visto como el reciente fenómeno histórico que es en realidad. Es más, todo lo que nace puede morir, por eso los sistemas sociales pretenden presentarse como inmortales”. La cuestión es interesante y oportuna. Requiere que se desempolven las ideas, se aclaren y ponderen, que se formulen otras de manera novedosa y conforme al tiempo que corre y a las sociedades tal y como son. Pero en este terreno vamos retrasados con respecto a las secuelas profundas que está dejando la crisis. Y, además, aún está por provocar grandes repercusiones adversas –y de largo plazo–, en sociedades del mundo en las que el progreso material, el acceso más amplio al consumo y a un conjunto de satisfactores no ha podido sacar de la fragilidad. Eso ocurre hoy con las clases medias más solventes. Hay, por supuesto, discusiones relevantes pero aún se les mantiene en el margen de un forcejeo en el que predomina en la práctica el pensamiento más ortodoxo y conservador. El quiebre del sistema en 2008, provocado por la brutal expansión del endeudamiento público y privado, se ha enfrentado con medidas que generan un impacto social muy negativo. Así ocurre en Estados Unidos y, de manera más palmaria, en Europa. En la Unión Europea se ha constituido una verdadera cofradía de ajustadores y no precisamente de cuentas financieras como quieren presentarse, sino de la sociedad misma. El ajuste presupuestal –muy inequitativo– es el instrumento, la población es la materia en la que se manifiesta. Los promotores del ajuste a ultranza no están pensando ni actuando como políticos de envergadura, no se les ocurre nada que vaya más allá de un duro enfrentamiento con la gente. Uno de cada cuatro españoles, para tomar un caso sobresaliente, que no único, está desempleado. Se reducen de modo contundente los derechos que supusieron ya adquiridos: condiciones laborales, salud, educación, un ingreso para mantenerse. Lo primero es alcanzar prontamente el déficit público cero y cumplir con las deudas contraídas en los términos que satisfagan al mercado que, por cierto, no es un ente abstracto. No importa que buena parte de lo que hoy se debe se haya generado por el efecto mismo de la crisis. No hay un criterio que delimite las obligaciones de un lado y las exigencias del otro. El proceso de desendeudamiento es desordenado; el Estado es un recolector de tributos. Los bancos comerciales están llenos de cuentas malas. Las quiebras nacionales también son desordenadas, como en Grecia, Irlanda y Portugal y, según parece que será en España. No habrá dinero que alcance, lo emita el Banco Central Europeo o se allegue el FMI. La desigualdad se ha instaurado como un asunto clave incluso en las economías más ricas. La pobreza es relativa y cambiante, pero no se elimina. Estos fenómenos puede verse desde la perspectiva de la justicia, pero también de la ineficiencia sistémica y las posibilidades del crecimiento. Hay un dilema intergeneracional tanto en el periodo de expansión como en el de recesión, que termina siendo explícito. En ambos hay ajustes sociales. El ingreso, del que se deriva el consumo necesario para alentar la inversión productiva, proviene del trabajo. Es la demanda la que cuenta. De ella proviene finalmente el crecimiento de la economía. El empleo lo generan mayoritariamente los pequeños negocios y no, como se insiste, las grandes empresas o los más ricos. Esa es la base del entramado del mercado y de la subsistencia de la mayoría de la población. La reciente apología de Walmart hecha por el gobierno mexicano puede ser cuestionada en muchos sentidos. Debe advertirse, empero, que no es clara y menos aun contundente la reacción de los ciudadanos. En Lisboa miles de personas marcharon por la Avenida da Liberdade, en conmemoración de la Revolución de los Claveles, para protestar contra los recortes impuestos por el gobierno de centro derecha electo hace unos meses. En Francia la mayoría de los votos en la primera vuelta electoral de hace unos días fue para los partidos de la derecha de Sarkozy y Le Pen. En la segunda etapa puede ganar el socialista Hollande y, tal vez, empezar a modificar las pautas de la gestión económica impuesta desde Alemania. Merkel apenas admite la necesidad de la recuperación del crecimiento. En España los populares recibieron un amplio mandato y actúan en consecuencia y hay que admitir que con mucha convicción; ajustan sin medida todo lo que pueden. La geografía y la dinámica social de la crisis aparecen hoy de modo muy accidentado. Del lado de los economistas, las alternativas de pensamiento y las medidas propuestas contra la crisis no se imponen. Esta se ha hecho una disciplina endogámica y en la que persisten diferencias esenciales en torno a la operación de los mercados y, por lo tanto, sobre cuestiones clave como son las relativas al dinero y al crédito (véase el artículo de Alejandro Nadal en estas páginas el 12 de abril). En 1931 el debate de Keynes y Hayek fue categórico, entre la intervención activa y el reordenamiento “natural” de los mercados. Conviene revisarlo. En 1933 Roosevelt anunció la puesta en marcha de su política del New Deal. A principios de la década de 1980 se instauraban las políticas de desregulación de los mercados lideradas por Thatcher y Reagan. Estas llegaron a su máxima expresión en la década de 2000 y donde dolió más: el sector financiero.

La territorialidad de la dominacion

La territorialidad de la dominación Carlos Fazio /II La ocupación integral de México se inscribe dentro de las guerras en curso” del Pentágono en el mundo. Con Felipe Calderón los estrategas militares estadunidenses obtuvieron vía libre para sus acciones de contranarcoterrorismo en el territorio nacional. Con esa bandera, el Departamento de Defensa estadunidense desplegó tres agencias de inteligencia y espionaje en México: la Agencia de Inteligencia Militar (DIA, por sus siglas en inglés), la Oficina Nacional de Reconocimiento (NRO) y la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), que operan desde la Oficina Bilateral de Inteligencia, instalada en Paseo de la Reforma 265, en el Distrito Federal. En apariencia, el “curso” de la guerra de ocupación integral en México no ha tenido buenos resultados. El 13 de marzo, el jefe del Comando Norte del Pentágono, Charles Jacoby, cuestionó ante el Senado de su país el saldo de la lucha antidrogas. Al testimoniar ante el Comité de Servicios Armados, el general Jacoby consideró “inaceptable” la cifra de muertos y dijo que era muy temprano para estimar si se está “ganando o perdiendo” la guerra. Afirmó que la estrategia de “decapitación” de grupos criminales ha sido exitosa, pero no ha tenido un efecto positivo aceptable y la violencia se ha incrementado. El 28 de marzo, el secretario de Defensa, Leon Panetta, señaló que el número de muertos en México llegó a 150 mil, cifra que triplica la manejada oficialmente por las autoridades locales, de 47 mil 500 para el periodo 2006-2011. Ex jefe de la CIA y una de las personas mejor informadas de Washington, Panetta hizo esa afirmación durante la primera reunión de ministros de Defensa de Canadá, Estados Unidos y México, en Ottawa, en presencia de los secretarios mexicanos de la Defensa Nacional y de Marina, Guillermo Galván y Frrancisco Saynez. La declaración fue seguida de un dudoso desmentido. Los aparentes malos resultados de la guerra en México podrían obedecer a una lógica distinta de la que se pregona de manera pública. El número de muertos y el aumento de una violencia caótica de apariencia demencial podrían obedecer a una política de desestabilización y exterminio dirigida a debilitar aún más al país para propiciar su balcanización, en particular de la zona fronteriza con Estados Unidos. En mayo de 2010 México y Estados Unidos emitieron la Declaración para la administración de la frontera en el siglo XXI. La franja fronteriza ha sido definida como un área clave de la llamada “seguridad energética colectiva”, que incluye la generación e interconexión de electricidad y la exploración y explotación segura y eficiente de hidrocarburos (petróleo, gas) y agua. A siete años de la entrada en vigor de la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (Aspan, 2005) y cinco del lanzamiento de la Iniciativa Mérida (2007) que militarizó el norte de México, no se entiende que siendo la “seguridad energética colectiva” la prioridad número uno de Washington, Tamaulipas reúna las características de un Estado fallido. Tamaulipas es rico en hidrocarburos, incluidos los yacimientos de gas shale en la cuenca de Burgos. Además, limita con Texas (estado petrolero por excelencia de Estados Unidos) y con el Golfo de México, asiento de los hoyos de dona (el “tesorito” en aguas profundas) y considerado el mare nostrum de los estadunidenses. Dado que Tamaulipas y el Golfo de México son puntos sensibles de la “seguridad energética” de Washington, ¿estaremos asistiendo a una violencia provocada cuyo fin es el desplazamiento forzado de población y una eventual balcanización de esa porción del territorio nacional? La lógica de una desestabilización encubierta dirigida a provocar un desmembramiento territorial podría explicar la llegada al país del embajador Earl Anthony Wayne y del agregado militar Colin J. Kilrain. Perteneciente a una generación de diplomáticos expertos en intervenciones, Wayne, quien se desempañaba como embajador adjunto en Afganistán, fue escogido en función de los intereses expansionistas de Estados Unidos. Especialista en administrar a la llamada “comunidad de inteligencia”, a su perfil de experto en contrainsurgencia, terrorismo, lavado de dinero e incautación de activos de la economía criminal, Wayne suma habilidades en temas económicos, comerciales y energéticos. Su nombramiento está cargado de simbolismos. Si el defenestrado Carlos Pascual era especialista en estados fallidos, el relevista Wayne viene de Kabul, donde estaba dirigiendo una invasión bajo la pantalla de combatir al terrorismo. Su misión, ahora, es profundizar la estrategia de desestabilización en México. Llegó a hacerse cargo de la “guerra” de Calderón y a orientar la sucesión presidencial. El arribo en marzo del nuevo agregado militar de Estados Unidos, contralmirante Colin Kilrain, quien hasta su nombramiento se desempeñaba como director encargado de combate al terrorismo en el Consejo de Seguridad Nacional (CNS) en Washington, refuerza esa percepción. Antes de su misión en el CNS, Kilrain era comandante de las fuerzas especiales Seal –acrónimo de sea, air and land: mar, aire y tierra–, las unidades de élite de la Marina. En los años 90 participó en la invasión militar a Haití y en la guerra de los Balcanes que fragmentó a la ex Yugoslavia; después apoyó la Operación Libertad Duradera en Afganistán y se integró a la Operación Libertad para Irak, desde donde coordinaba acciones en Pakistán. Con el envío de Wayne y Kilrain el mensaje de Barack Obama es claro: la guerra debe continuar. A ello obedecería el abrupto cambio de discurso del presidente Felipe Calderón y el secretario de la Defensa Nacional, general Guillermo Galván. Del lenguaje triunfalista (“vamos ganando por goleada”), se pasó a la aceptación de que grupos criminales “han conformado un Estado paralelo, imponen su ley y cobran cuotas”. La admisión de México como Estado fallido es la excusa perfecta para profundizar una intervención encubierta que podría derivar en una balcanización del país.

jueves, 26 de abril de 2012

analisis estrategico para el desarrollo

Análisis estratégico para el desarrollo Orlando Delgado Selley E n la última reunión conjunta del Banco Mundial (BM) y el FMI se dio a conocer el crecimiento logrado por diferentes países el año pasado. Esta información confirmó que Brasil es la sexta economía del mundo, sólo superada por Estados Unidos, China, Japón, Alemania y Gran Bretaña. Se trata ya de uno de los casos exitosos en el desarrollo mundial: la economía brasilera aprovechó el auge previo a la crisis actual, logrando tasas de crecimiento altas y en la propia crisis evitó la recesión con políticas contra cíclicas que resultaron eficaces. México, en cambio, fue descrito por el BM como un país bien portado, pero con un crecimiento mediocre. Su posición mundial está en la segunda fila, no es –y casi nadie piensa que será– un protagonista mundial. La mayor parte de los mexicanos pensamos, como lo ha documentado el último Informe Latinobarómetro, que somos un país estancado o en retroceso. Podría pensarse que estamos en esta situación, porque no sabemos lo que hay que hacer. En realidad, el diagnóstico sobre nuestras fallas está hecho. Lo que hace falta es lograr un acuerdo nacional que permita superarlas, rencaminando nuestra ruta hacia un desarrollo sostenido y, lo que es fundamental, equitativo. La semana pasada un amplio grupo de grupo de profesores de distintas universidades del país, públicas y privadas, que se ha planteado formular un sistema integral de propuestas de políticas públicas capaces de superar el pobre desempeño de la economía nacional, presentó el resultado de su trabajo. A partir de la constitución de un Consejo Nacional de Universitarios por una Nueva Estrategia para el Desarrollo, se llevaron a cabo en 2011 varias mesas de trabajo centradas en los grandes temas económicos, políticos y sociales. En ellas se presentaron estudios específicos, los que fueron discutidos por pares académicos. Los materiales se relaboraron y ahora se presentan con el propósito de contribuir a la formación de una conciencia ciudadana que se proponga expresamente una nueva estrategia de desarrollo. Este esfuerzo analítico y propositivo, disponible en consejonacionaldeuniversitarios, ha producido 18 volúmenes que, bajo la denominación general de análisis estratégico para el desarrollo, desmenuza cuidadosamente los grandes problemas nacionales, formulando cambios institucionales que permitan modificar el sentido de la acción gubernamental en beneficio de la nación. Algunos volúmenes están centrados en aspectos cruciales de la economía global: la crisis económica mundial y el futuro de la globalización, en las estrategias exitosas de Argentina, Brasil, China, Corea del Sur, India y Japón y en la crisis energética mundial y el futuro de la energía en nuestro país. Se estudia detalladamente en otros la problemática económica, arrancando con un libro dedicado a los mercados y la inserción de México en el mundo, para después concentrar la atención en las políticas macroeconómicas para el desarrollo sustentable ocupándose de la política de banca central, la responsabilidad de la hacienda pública, la política cambiaria y los requerimientos macroeconómicos para un desarrollo sostenido y con equidad. Un análisis de particular relevancia, a contracorriente de la ortodoxia gubernamental de los últimos cinco gobiernos, formula un conjunto de propuestas para una nueva estrategia de industrialización. En otro de los materiales de este análisis estratégico para el desarrollo se presentan propuestas decisivas para que en México haya un desarrollo con equidad basado en empleos dignos y en una política salarial para el bienestar y el desarrollo. En estos tiempos marcados por la contienda electoral por la Presidencia de la República estas propuestas podrían servir para elevar el nivel del debate político. Un debate en el que el centro esté en lo que hace falta hacer, en las decisiones públicas que es indispensable tomar para que salgamos de la mediocridad económica y de la desesperanza social en la que estamos colocando en el centro la manera de superar los grandes problemas nacionales. odselley@gmail.com

Latinoamerica en la senda del neoextractivismo

Latinoamérica en la senda del neo-extractivismo Alejandro Nadal L a decisión argentina de recuperar el control de la industria petrolera ha sido considerada una muestra de que América Latina está dispuesta a reconquistar sus derechos sobre la base de recursos naturales. Muchos ven en esto la señal de que los días del neoliberalismo están contados en la región. La realidad es algo más complicada. En la primera mitad del siglo XX el extractivismo marcó la inserción de América Latina en la economía mundial. La palabra extractivismo es un poco inexacta pues comprende la industria extractiva, así como la producción agrícola en monocultivo para la exportación. El extractivismo está asociado a la existencia de enclaves, explotación laboral sin límite, violaciones a derechos humanos, el exterminio de grupos indígenas y la subordinación de los gobiernos al poder de empresas multinacionales. Era un callejón sin salida del que es difícil escapar. La estrategia de sustitución de importaciones aplicada entre 1940 y 1980 estaba diseñada para escapar de esta trampa. Pero la crisis de la deuda de los 80 permitió imponer el régimen neoliberal y el extractivismo regresó con ánimos de venganza. La ola de privatizaciones entregó el control de la industria minera y petrolera a las multinacionales. La política fiscal restrictiva y el retiro de los apoyos a la agricultura de pequeña escala, junto con la liberalización financiera y comercial, permitieron el retorno de la gran explotación agrícola en monocultivo, esta vez ligada a los consorcios graneleros y semilleros que controlan el mercado mundial. El neoliberalismo condujo a un desempeño económico mediocre y a crisis repetidas. Todo eso condujo a cambios políticos importantes. En elecciones libres y democráticas se sucedieron las victorias electorales de Hugo Chávez en 1999, Néstor Kirchner y Lula (ambas en 2003), Evo (2006) y Rafael Correa (2007). En esos países el control sobre los recursos naturales se convirtió en la más alta prioridad por ser fuente de recursos fiscales. El rescate se presentó como parte de un proyecto nacionalista, lo cierto es que también se trató de una decisión pragmática que no pasaba por la expropiación. Y no es que el acceso a la tecnología hubiera sido la gran barrera a la entrada. Las grandes empresas multinacionales poseían los canales de comercialización y lo más fácil fue seguir una estrategia adaptativa para renegociar los términos de contratos y concesiones, evitando choques con Estados Unidos y algunos países europeos. Muy rápidamente se pudo captar así una proporción mayor del excedente de explotación y dotarse de recursos fiscales. No sorprende que los indicadores sobre composición del PIB y de las exportaciones sigan revelando la importancia del sector primario-exportador en las economías de muchos de estos países. Claro está que en el nuevo esquema los recursos fiscales permitieron incrementar el gasto en salud, educación, vivienda e infraestructura. También se mantuvo una política de recuperación de salarios y aumentó la cobertura y alcance de los programas de lucha contra la pobreza. Esto ha dotado de legitimidad política y social a estos gobiernos. Pero también pudo haber generado una cierta adicción frente a este neo-extractivismo y una mayor presión para aumentar la producción y maximizar la obtención de recursos. A la larga, el flujo de recursos fiscales provenientes del neo-extractivismo no es sustentable. Depende primero de la duración del ciclo al que están asociados los altos precios de los productos básicos. Cuando expire ese ciclo vendrá la caída en los precios y los ingresos fiscales tendrán que disminuir. Además, el colapso ambiental también puede cortar abruptamente el flujo de recursos. Así, la minería a cielo abierto, la explotación forestal y el monocultivo comercial en gran escala (Brasil y Argentina con la soya transgénica) ya son ejemplo de catástrofes ambientales. Este proceso está marcado por fuertes contradicciones, todas relacionadas con las particularidades de cada país. Pero es correcto afirmar que a pesar de una retórica nacionalista, el neo-extractivismo no ha alterado la forma de la inserción en la economía global. Hasta cierto punto eso es normal y ese objetivo es parte de una lucha de largo plazo. Con la excepción de Venezuela y en menor medida Argentina, no se ha cuestionado el marco macroeconómico del neoliberalismo. Por ejemplo, Ecuador mantiene su economía dolarizada, lo que coloca enorme presión sobre sus recursos naturales. No sorprende que a pesar del compromiso de Correa para no explotar el petróleo de Yasuní, su gobierno fomenta los proyectos de la gran minería. Desde luego, con todos sus defectos, el proceso neo-extractivismo en los gobiernos más progresistas es un avance si se le compara con lo sucedido en el neoliberalismo. Basta ver el ejemplo triste de México: aquí también persiste una forma de extractivismo, pero el gasto social sigue en el piso y la represión violenta en contra de las comunidades y grupos indígenas se intensifica. http://nadal.com.mx

lunes, 23 de abril de 2012

los limites del neoliberalismo 2

Los límites del neoliberalismo (II y última) Enrique Semo 18 de abril de 2012 Análisis Los límites del neoliberalismo. Cartón: Rocha MÉXICO, D.F. (Proceso).- En la segunda parte de este ensayo el historiador Enrique Semo, colaborador de Proceso, finaliza el análisis de tres periodos cruciales en México: las Reformas Borbónicas, el Porfiriato y el presente neoliberal; pero no se queda ahí: sugiere algunas rutas que la izquierda debería o podría seguir para que el país se sacuda del marasmo maquilador y sus crisis económicas recurrentes. Propone ante todo no aferrarse al pasado pues, dice, “el neoliberalismo no va a ser frenado por los nostálgicos del ogro filantrópico. Los tiempos mejores se tienen que construir con la argamasa del futuro”. El texto es resumen de la conferencia pronunciada el 27 de marzo como parte del ciclo “Los grandes problemas de la nación”, organizado por Morena. Bajo el Porfiriato apareció una incipiente clase obrera, pero la prohibición general de huelgas y de asociación así como las condiciones extremadamente adversas de trabajo produjeron a final de cuentas las primeras grandes huelgas duramente reprimidas. En la clase media también se multiplicaron las tensiones pese a su crecimiento. Comenzó a surgir una intelectualidad crítica o incluso disidente. A finales del Porfiriato éste fue un sector de la población que acabó transformándose en una oposición al régimen. El predominio del capital extranjero en todas las ramas dinámicas, fuera de la agricultura, dificultaba el desarrollo de una burguesía mexicana independiente y fuerte. El nacionalismo comenzó a expresarse como resistencia al excesivo dominio del capital extranjero pero fue la modernización de la agricultura la que produjo las mayores tensiones. La creciente concentración de la propiedad de la tierra afectó negativamente a los pueblos libres y a los pequeños propietarios. Muchos de ellos tuvieron que abandonar sus tierras. Los peones de las haciendas vieron sus condiciones humanas degradarse. Las compañías deslindadoras vinieron a agravar los procesos de expropiación después de las Leyes de Colonización de 1883 y 1894. El crecimiento y también las tensiones se fueron acumulando a lo largo de una generación completa y estallaron a raíz de una crisis económica en 1907-1910. Ésta se inició en Estados Unidos y tuvo efectos graves para México. En aquel país el primer síntoma fue un “pánico bancario”, como se decía en aquella época. Una burbuja de especulación ligada con el cobre se transmitió a los grandes bancos y los trusts, que entonces eran la novedad. La crisis financiera se comunicó rápidamente al resto de la economía. Los efectos del pánico financiero en el país vecino comenzaron a sentirse en México, causando una recesión en 1907 y 1908. La caída de los precios del cobre, la plata, el henequén y otros productos de exportación; la reducción de la oferta de trabajo para mexicanos en la construcción de ferrocarriles y la industria norteamericana; el déficit presupuestal a nivel federal y en los estados de la República; el cierre de minas importantes; la crisis en las fincas henequeneras y en el sistema de bancos de crédito y emisión recién creados, fueron algunos de los síntomas. También se produjo una crisis política en los grupos dominantes y en el Estado, las pugnas entre los científicos por un lado y otros sectores de la clase dominante (los Madero y los Reyes, por ejemplo) menos favorecidos se agudizaron y el gobierno se vio cuestionado por la oposición en el último intento de reelección de Porfirio Díaz. En México las dos revoluciones fueron precedidas por un periodo en que los círculos dominantes, embriagados por los éxitos de la modernización desde arriba, dejan de cumplir con el principio establecido en su tiempo por José María Luis Mora: cada gobierno debe “representar a toda la sociedad, a la vez que se defienden los intereses de una parte de ella”. Es decir que se puede favorecer a una clase, pero se debe tomar en cuenta a todas las demás. En un país eminentemente rural los campesinos sienten amenazadas sus comunidades no sólo por la expropiación de tierras, sino por el ataque a su tejido social, cosa que sucedió antes de la Revolución de Independencia y de la Revolución Mexicana. Los conflictos locales o parciales se multiplican hasta que surge una nueva identidad rebelde de más vastas proporciones. III Hablemos ahora del mundo y del México actual. Como en el pasado, México sigue siendo un país dependiente en el cual los grandes impulsos del cambio no parten de su realidad interna, sino que se encuentran subordinados a movimientos cuyo epicentro son los países desarrollados. El mundo vive cambios epocales. Por una parte la consolidación, enteramente dentro del escenario capitalista, de una nueva revolución tecnológica que ha abierto el paso de la civilización industrial a la civilización informática. Por otra, el fracaso de los intentos de construir sociedades poscapitalistas en el siglo XX, que pretendían asegurar el desarrollo de las capacidades humanas desde un orden equitativo, justo y fraternal. Tampoco tuvo éxito el Estado de Bienestar cuyos restos están siendo desmantelados ante nuestros ojos. Probablemente los primeros ensayos de construir sociedades socialistas o sociedades socialdemócratas en el siglo XX fueron prematuros o se dieron en escenarios inadecuados. También acabaron en la derrota varios movimientos revolucionarios en el Tercer Mundo. A diferencia de los dos casos anteriores, la modernización desde arriba mexicana (1982-2012) se produce en un periodo de hegemonía indisputada del capital financiero mundial que ha penetrado en los rincones más recónditos, como la familia y la mente de los individuos. Ha cambiado la relación entre las compañías trasnacionales y los Estados nacionales. Las redes en las firmas y sus relaciones externas han hecho posible un considerable aumento del poder del capital vis-a-vis el trabajo, con el descenso concomitante de la influencia de los sindicatos y otras organizaciones obreras. Han surgido nuevos centros de desarrollo capitalista, como los BRIC, mientras los veteranos se encuentran sumidos en una profunda crisis. Simultáneamente, actividades criminales y mafias que se han transformado en redes globales, proveyendo los medios para el tráfico de drogas, junto con cualquier forma de comercio ilegal demandado por nuestras sociedades, desde armas sofisticadas hasta carne humana. El “pensamiento único” o Consenso de Washington, expresión ideológica de la nueva hegemonía, es absolutamente opuesto a la Ilustración y al Liberalismo de los siglos XVI-XVIII y al socialismo y al nacionalismo anticolonialista de principios del siglo XX. Como en las dos ocasiones anteriores, el periodo de auge termina en el mundo con una crisis financiera aguda desde los años 2008-2009 cuyo desarrollo futuro nadie puede prever. Mientras –como declaró recientemente Juan Somavía, director general de la Organización Internacional de Trabajo en 2011– el desempleo ha llegado a un nivel histórico de 200 millones de personas en el mundo y la economía en esta nueva desaceleración sólo está generando la mitad de puestos de trabajo demandados por la dinámica demográfica. En México a partir de 1982 el modelo de sustitución de importaciones fue reemplazado por una apertura comercial y financiera irreflexiva, total y extraordinariamente corrupta. Se firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y se abrieron las puertas irrestrictamente a la inversión extranjera. Hubo un proceso de desindustrialización y expansión de la maquila. Se privatizó la banca y se dio fin a la reforma agraria, abriendo la puerta a la privatización de los ejidos. La economía informal adquirió un carácter estructural, probando que la demanda decreciente de trabajo en la producción se ha transformado en un excedente crónico alucinante de trabajadores: 50% de la fuerza de trabajo está en la economía informal. Como en los dos casos anteriores, las Reformas Borbónicas y el Porfiriato, ha habido una concentración aguda del ingreso y una reducción del nivel de vida en la mayoría de los sectores populares. El único éxito ha sido hasta ahora convertir a México en un importante exportador de productos industriales que se ha confundido con la incorporación del país al proceso de globalización. Sin embargo hay que decir que las maquiladoras que explican este aumento son principalmente extranjeras, sobre todo norteamericanas, y su integración con la industria nacional es muy baja. Al mismo tiempo ha aparecido una nueva clase media ocupada en los servicios, muy modesta pero sostenida artificialmente por el crédito al consumo. Desde 1982 la economía y la sociedad han conocido cambios profundos a partir de un golpe de Estado pacífico orquestado por una tecnocracia formada en Estados Unidos. Veamos el parecido con los sucesos de los otros dos finales de siglo, las Reformas Borbónicas y el Porfiriato. En las tres ocasiones los cambios en los centros de la economía mundial fueron introducidos a México por intereses extranjeros y en condiciones de una modernización desde arriba. Hoy como ayer, el progreso social y económico del país ha sido extremadamente desigual y ha terminado en una crisis muy profunda. Pero también hay diferencias muy importantes. Mientras que en los dos casos anteriores el proceso terminó en una revolución, esta vez no se le ve al neoliberalismo un fin tan violento. Aparte de los factores internacionales, una de las causas internas de la diferencia es que en México la reforma electoral ha abierto algunos canales a la expresión popular. El sistema tripartita que ha surgido ha creado esperanzas. No es casualidad que en dos ocasiones (1988 y 2006) de irrupción popular en la política, ésta se realizó a través de las elecciones. Hubo un tiempo en que la tesis de la “transición democrática” se hizo cada vez más popular. Tal parecía que lo único que quedaba a discutir era el cómo, cuándo y dónde se daba cada paso en la culminación del proceso. Ahora sabemos que ésta era una ilusión. En el presente se da una democracia frágil y contaminada por las viejas formas de hacer política. Dos fraudes electorales, el de 1988 y el de 2006; el distanciamiento de la clase política de los grandes problemas nacionales; los constantes conflictos poselectorales locales; el crecimiento del crimen organizado y de la corrupción masiva, ponen en riesgo la democracia incipiente recién conquistada. Podemos decir que las viejas formas de cambio tienen una reciedumbre mayor que el cambio negociado que es la base de la democracia. Las oligarquías políticas y económicas del país están firmemente unidas en defensa de la modernización desde arriba llamada neoliberalismo. A partir de 2006 el Ejército ha sido sacado a la calle con el objetivo explícito de la lucha contra el narcotráfico. Felipe Calderón y el jefe del Estado Mayor le han dado al fenómeno un contenido político: se construye el Estado militarizado y la corrupción adquiere una continuidad entre crimen y política, extraordinariamente disolvente. Pese a la demagogia sobre la democracia en los medios se oyen ecos peligrosos de esa política de la Nueva España, cuando un reformador borbónico como el marqués de Croix, después de reprimir sangrientamente un movimiento de protesta, decía: “de una vez para lo venidero deben saber los súbditos del gran monarca que ocupa el trono de España que nacieron para callar y obedecer y no para discutir ni opinar en los altos asuntos de gobierno”, y reminiscencias de la “paz sepulcral” porfiriana que en algún momento se condensó en el famoso telegrama: “Mátalos en caliente”. La oligarquía actual no quiere ceder y los sectores populares no tienen la fuerza ni la organización para imponer la negociación. Una oportunidad de cambio progresista por la vía electoral está con el candidato de las izquierdas, Andrés Manuel López Obrador. Con su triunfo se produciría un cambio importante en la relación de fuerzas a favor del pueblo. Pero la verdadera alternativa sólo comenzará a definirse si su victoria se manifiesta con una mayoría indisputable en las urnas y si ésta se apoya en una fuerte movilización social, antes y/o después de las elecciones. No olvidemos que en la situación mundial actual hay una diferencia fundamental con las dos crisis anteriores. No existen olas revolucionarias comparables a las del siglo XVIII ni a las del principio del siglo XX que dieron la vuelta al mundo y cambiaron radicalmente su faz durante un siglo. El dominio del capitalismo es total. La salida pactada como alternativa democrática al momento confrontacional es posible, pero difícil. La izquierda actual de México, como la de toda América Latina, ha abandonado las posiciones radicales del pasado. Poco se parece a las fuerzas de Morelos o Guadalupe Victoria de la Independencia o a los liberales radicales y a los anarquistas de la gran Revolución. Su plataforma es la de un frente muy amplio, muy diverso en sus ideologías, que se concentra en introducir desde el gobierno una serie de cambios que restituyan posiciones populares perdidas debido a la política de los gobiernos priistas y panistas que han gobernado desde 1982. ¿Qué podrá esperarse del triunfo de una vasta alianza de este tipo? Ante todo, frenar la descomposición que crea la corrupción y las prácticas clientelares; una nueva política agraria que asegure una mayor independencia alimentaria; la reducción paulatina de las exenciones fiscales a las grandes empresas; la creación de una política social que permita la ampliación a buen paso del mercado interno y aumente considerablemente la importancia de las industrias pequeñas y medianas nacionales para abastecerlo. Pugnar también por una reforma del TLCAN que propicie, entre otras cosas, la libertad migratoria que ahora no existe. En una palabra, cambiar las políticas que benefician exclusivamente a las trasnacionales extranjeras o mexicanas por políticas que tengan el objetivo del bienestar social y la soberanía. Una izquierda tan heterogénea como la mexicana o la latinoamericana en la actualidad no puede ir más allá de modificaciones al funcionamiento del capitalismo. Antes que nada la alternativa al neoliberalismo mexicano debe enfrentarse con el mito de Margaret Thatcher: there is no alternative! Si, amedrentado, el discurso de la izquierda mira hacia atrás, hacia la mistificación de la Revolución Mexicana que utilizó el PRI durante 40 años, caerá inevitablemente en los lastres y las ilusiones del siglo XX. La alternativa está sólo en el futuro, no podemos guiarnos por el refrán “cualquier tiempo pasado fue mejor”. El neoliberalismo no va a ser frenado por los nostálgicos del ogro filantrópico. Los tiempos mejores se tienen que construir con la argamasa del futuro. La desaparición del “socialismo realmente existente” no ha resuelto las contradicciones sociales y culturales del capitalismo, que sigue siendo, como lo dijo Carlos Marx en su tiempo, un sistema que sólo puede avanzar sembrando en el camino la guerra, la desocupación y la desigualdad extrema. La práctica actual de una izquierda amplia con objetivos que no trascienden el capitalismo, no cancela la hipótesis socialista. “Un mapamundi que no incluye la utopía, no vale siquiera la pena de ser mirado”, decía Oscar Wilde. Estamos ante una tradición filosófica que se remonta a épocas muy lejanas, a una aspiración humana que no se puede eliminar por arte de magia. Es imposible extirpar un cuerpo de ideas, un pensamiento político, expresiones artísticas y literarias rebeldes y, sobre todo, una tradición de lucha que han existido durante siglos y que no pueden ser borradas de un manazo. La verdadera alternativa no se agota en la lucha contra el neoliberalismo. Debe comprender que las raíces del mal están en el capitalismo. La hipótesis socialista inmersa en el pensamiento contemporáneo, en lo específico de cada país, en el optimismo intelectual basado en la capacidad de entender y resolver problemas prácticos, es la única arma contra la rendición incondicional y un regreso absoluto a las costumbres capitalistas que nos exige el “pensamiento único”. Es necesario y es posible aprender a vivir en la tensión constante entre las modestas tareas actuales y las aspiraciones de emancipación de la humanidad, que deben ser reconstruidas sobre la marcha, fusionando el pasado con el futuro. * Economista e historiador. Investigador emérito de la UNAM con estudios en la Escuela Superior de Derecho y Economía de Tel Aviv y en la Universidad Nacional, y un doctorado en historia económica en la Universidad Humboldt de Berlín. Correo electrónico: esemo602@hotmail.com

Los limites del neoliberalismo

Los límites del neoliberalismo (I) Enrique Semo 13 de abril de 2012 · Análisis Cartón: RochaMÉXICO, D.F. (Proceso).- El periodo que hoy vivimos no está suspendido en el limbo sin pasado y sin futuro. Es difícil entenderlo sin relacionarlo con nuestra historia o intentar hacer una prognosis sobre su futuro. Al contrario, tiene antecedentes muy claros. Lo podemos definir recurriendo al concepto de Gramsci de revolución pasiva o revolución desde arriba, que aplicada a un país dependiente como el nuestro se transformaría en modernización pasiva o modernización desde arriba. Esta forma de cambio social y económico designa el intento autoritario de un hombre fuerte, dictador o rey, apoyado en una burocracia dominante y sectores de la clase hegemónica, que pretende introducir en un país atrasado las reformas necesarias para ponerlo al nivel de los países desarrollados, sin consultar al pueblo, obligándolo a cargar con los costos de las reformas y recurriendo en todos los casos necesarios a la represión o la cooptación. Quizás el mejor ejemplo de revolución pasiva sea la de Bismarck (1815-1904), genial político que llevó a la Alemania atrasada a transformarse en un gran imperio cuya constitución se firmó en el París ocupado por las tropas alemanas; en una gran potencia industrial que rápidamente disputó la hegemonía mundial a Inglaterra y a las otras potencias. Pero esta revolución pasiva fue exitosa –desde el punto de vista de los objetivos de Bismarck y los círculos junker– y, como lo veremos más adelante, nuestras modernizaciones pasivas no. Mi hipótesis es que hay en la historia de México tres periodos que corresponden como gotas de agua a modernizaciones pasivas desde arriba. La primera, en los años 1780-1810; la segunda, un siglo después, en los años de 1880-1910, y la tercera, en el periodo aciago de 1982 a 2012. Se comparan los tres periodos de modernización pasiva buscando similitudes y diferencias, para luego intentar algunas prognosis sobre el futuro inmediato del México actual. Sabemos que la historia no se repite. Pero creemos que la historia de cada sociedad tiene sus regularidades. Hoy México se encuentra en una encrucijada que lo puede llevar a seguir la tendencia predominante hacia la izquierda en el resto de América Latina o persistir en la vía conservadora del presente. Comparemos las modernizaciones desde arriba de 1780-1810, 1880-1910 y 1982-2012, o sea lo que se llamó las Reformas Borbónicas, el Porfiriato, para pasar luego a lo que hemos denominado el Periodo Neoliberal. Encontramos entre los tres las siguientes coincidencias: En el mundo se produce una gigantesca revolución técnica con sus consecuencias sociales y políticas. Durante las últimas décadas de la Colonia, la Revolución Industrial y sus secuelas; a finales del siglo XIX, la segunda Revolución Industrial, y a finales del siglo XX y principios del XXI el gigantesco boulversment de la informática. En la Nueva España y luego en México, país atrasado, se intentan aplicar desde arriba reformas que le permitan integrarse a ese proceso. El poder está en manos de la Corona borbónica, Porfirio Díaz y la Tecnocracia. Los efectos de esas reformas son muy desiguales. A la vez que benefician a algunos sectores de la población perjudican brutalmente a otros. Queriendo imponer los aspectos de la modernidad que convienen a las clases dominantes e impedir el desarrollo de las que benefician a los sectores populares, generalmente se produce una gran concentración de la riqueza y los ingresos. Los intentos terminan en las tres ocasiones en grandes crisis económicas de origen exterior, que rápidamente se transforman en crisis multisectoriales en México. Surgen pequeños grupos que cuestionan estas formas de modernización. Desarrollan una nueva ideología y se proponen actuar para cambiar las vías de reforma vigentes, enarbolando las banderas de soberanía, libertad, igualdad y justicia social. La derecha no aparece como partidaria del pasado, sino de un tipo de reformas, y la izquierda debe cuidarse muchísimo en no enraizarse en un pasado imaginariamente mejor, sino en ser protagonista de otro tipo de cambios posibles que tienen como faro el bienestar de las mayorías. En esas condiciones, el problema de para quién y con quién se hacen las reformas se vuelve central. En los primeros dos casos, la modernización desde arriba acaba en una revolución social, mientras que aún no sabemos qué fin tendrá la etapa neoliberal. Durante esos periodos se dan olas de revoluciones sociales y políticas, como a finales del siglo XVIII y a principios del siglo XX. En cambio el neoliberalismo se mantiene, después de 30 años, pese a la convicción de muchos de que el modelo no ha alcanzado los objetivos deseados. 1 Desde finales del siglo XVIII la sociedad en Europa Occidental entró tempestuosamente en la era de la modernidad. El capitalismo industrial no puede existir sin revolucionar constantemente la tecnología, los sistemas de trabajo, la ideología y la cultura. Como decía E. J. Hobsbawm, la misma revolución que se llamó industrial en Inglaterra, fue política en Francia y filosófica en Alemania. Este fenómeno afectó no sólo a las metrópolis, sino también a sus colonias. En la Nueva España la Ilustración y el liberalismo, opuestos a las ideas del antiguo régimen, se filtraron por mil caminos. Aun cuando no se desarrolló una cultura de la Ilustración digna de ese nombre, la diferencia entre escolasticismo y liberalismo, entre tradicionalismo y modernidad, se fue ampliando. El imperio español, que se atrasaba cada vez más respecto a las otras potencias europeas, hizo un extemporáneo y efímero esfuerzo de modernización, que se conoce con el nombre de Reformas Borbónicas. Por primera vez en la historia de lo que sería más tarde México, entra en escena la modernización desde arriba. Carlos III de España impulsó un conjunto de reformas en las colonias que debían centralizar el control en manos de una burocracia peninsular, que respondía directamente al rey, aumentar considerablemente las transferencias a la metrópoli y desarrollar su condición de mercados cautivos para los productos españoles. Se redujeron los privilegios con que contaba la Iglesia, la corporación feudal más poderosa de la Colonia, para pasarlos a la Corona. En lo que respecta a las finanzas públicas, se aumentaron los impuestos, los monopolios estatales y los préstamos forzados para aumentar los ingresos. Se reformó el régimen de comercio, abriendo nuevos puertos americanos al comercio con España. Se crearon nuevos Consulados en Guadalajara y Veracruz y se abrió el comercio intercolonial entre la Nueva España y los virreinatos de Nueva Granada y Perú. En resumen, en 30 años se rompieron las bases del régimen que durante dos siglos había estrangulado al comercio, liberalizando a éste estrictamente dentro de los marcos del imperio. Se tomaron importantes medidas para estimular la producción de plata. Al mismo tiempo, se prohibieron actividades que competían con las exportaciones españolas. Sobre esa modernización desde arriba ha dicho Brading que fue una segunda conquista de América y un aumento del poder de los ricos sobre los pobres. Se registró una caída de los salarios reales, los obrajes quebraron como efecto de la competencia de los productos industriales europeos, hubo crecientes dificultades de acceso a los alimentos básicos, impuestos mayores y exacciones de emergencia que redundaban en transferencias muy elevadas hacia la metrópoli. Los problemas de tierra en las comunidades se volvieron agudos, principalmente en las zonas que conocían los efectos del crecimiento demográfico o de la expansión de las haciendas. El último zarpazo económico de la imperial España contra la economía de su Colonia fue una serie de medidas para transferir importantes fondos a sus cuentas, exhaustas por las repetidas guerras. De un promedio anual de 6.5 millones de pesos de ingresos fiscales en 1700-1769, se pasó a 17.7 millones en 1790-1799 y a 15.8 millones de pesos en 1800-1810. Es importante destacar que algunos de estos impuestos eran cubiertos principalmente por las clases populares. Se calcula que en los últimos 20 años de poder español, la Nueva España remitió a la metrópoli entre 250 y 280 millones de pesos, lo que equivalía a más del ingreso nacional en un año. Al final de la Colonia, una generación de mexicanos descontenta con su realidad asumió un proyecto para el futuro que prometía mucho más de lo que las condiciones objetivas reales permitían realizar. Generalmente, estas utopías liberales no fueron sino la imagen más o menos deformada de las circunstancias existentes en los países más desarrollados. Durante el siglo XVIII se registraron más de 200 rebeliones indígenas y de negros esclavos o cimarrones, algunas de ellas inspiradas en un milenarismo antiespañol o en exigencias de mayores libertades y mejores condiciones para sus comunidades. Iniciada la crisis de la Corona española en el periodo prerrevolucionario se produjo el intento del cabildo de la Ciudad de México en 1808 de convocar a un Congreso para que la Nueva España se gobernara autónomamente mientras la metrópoli estuviese ocupada por los franceses. Antes, en 1801, se había sublevado en Tepic el indio Mariano, que pretendía restablecer la monarquía indiana y nunca pudo ser capturado. Luego surgió en Querétaro una conspiración que comenzó a elaborar planes para la convocación de un Congreso novohispano. 2 El periodo de modernización en el Porfiriato (1880-1910) obedeció también a impulsos externos poderosos. La segunda Revolución Industrial estaba en plena marcha. La maquinaria moderna impulsada por el vapor sustituyó todas las otras formas de producir. Al mismo tiempo aparecieron nuevas fuentes de energía: la electricidad y el motor de gasolina. Hacia 1890, el número de lámparas eléctricas y la producción de petróleo se elevaron velozmente. Alrededor de 100 mil locomotoras, arrastrando sus 3 millones de vagones, cruzaban el mundo industrial. Los telégrafos, y más tarde los teléfonos, se generalizaron. Los países más desarrollados entraron en una fiebre colonialista y los imperios ingleses, franceses y alemanes crecieron rápidamente. En las metrópolis una acumulación vertiginosa de capital obligó a invertir en las colonias y los países dependientes. Pero el auge desembocó en una gran crisis en 1907, una mortífera guerra mundial y una cadena de revoluciones sociales que dieron la vuelta al mundo: México, Persia, China, Rusia, Hungría, Turquía y hasta Alemania. En el último tercio del siglo XIX, el Estado mexicano se había consolidado. Pronto, Díaz se alió con los empresarios europeos y estadunidenses ofreciéndoles condiciones inmejorables para atraer capitales que lo ayudarían a modernizar el país y pacificarlo. Un río de dinero extranjero, al cual se le dio toda clase de alicientes y privilegios, fluyó en el país. Para 1910 se habían ya invertido 2 mil 700 millones de dólares, 70% del total de las inversiones. Se construyó una red ferroviaria que integró el mercado interno y estrechó los lazos de México con Estados Unidos. Renació la minería de la plata y la producción del cobre y la del petróleo se convirtieron por primera vez en exportaciones importantes. Lo mismo sucedió con el café, el henequén y el ganado, que fluía hacia Estados Unidos. La producción industrial para el mercado interno creció en el rubro de los textiles y se inició en los del papel, hierro y acero. Los migrantes del centro del país se establecieron en los pueblos mineros, en las haciendas y en las ciudades en crecimiento del norte. Miles de mexicanos iban a trabajar al país vecino. Todo eso creó relaciones económicas similares a las que existían antes entre la Colonia y la metrópoli en el siglo XVIII en lo que respecta a la orientación del crecimiento. El desarrollo del país se configuró de acuerdo con intereses externos. Esto era sobre todo evidente en la agricultura. Lo perverso del importante desarrollo de finales del siglo XIX es que poco benefició a las clases trabajadoras del campo y la ciudad y aumentó considerablemente los desequilibrios y las fricciones sociales. Una vez más, las reformas introducidas durante el Porfiriato fueron, en el sentido más puro, una modernización desde arriba. El pequeño grupo de empresarios y políticos que tenían el control del país no buscó en ningún momento un pacto social que distribuyera los beneficios aportados por el cambio a todos los sectores de la población. El lema de la élite dominante era: “orden político y libertad económica”. Para librar a la clase obrera de la opresión del capital –decían Los Científicos en su órgano Revista Positiva– no hay que recurrir a un mejor reparto de la riqueza, sino a un mejor empleo de los capitales. * Economista e historiador. Investigador emérito de la UNAM con estudios en la Escuela Superior de Derecho y Economía de Tel Aviv y en la Universidad Nacional, y un doctorado en historia económica en la Universidad Humboldt de Berlín. Correo electrónico: esemo602@hotmail.com

jueves, 19 de abril de 2012

Resistencia financiera

Resistencia financiera León Bendesky L a economía ha resistido los vaivenes de la fragilidad financiera mundial, luego de la fuerte caída del producto en 2009. Desde entonces se ha mantenido el crecimiento que, en promedio y durante largo periodo, sigue siendo bajo y con las mismas condiciones en su estructura productiva, laboral y de comercio exterior. Las reservas son grandes y las corrientes de capital mueven el tipo de cambio, en ocasiones de modo sensible, pero no han provocado una depreciación profunda del peso. Las tasas de interés de referencia administradas por las autoridades monetarias también se han mantenido relativamente estables, así como la inflación. Pero tal resistencia puede alterarse. La fuente es la fragilidad financiera europea y, en especial, de España. Las finanzas públicas de ese país están en una profunda crisis y la deuda del gobierno muy presionada por los acreedores que exigen tasas más altas de rendimiento por los bonos. Los bancos están en situación precaria, en buena medida por la deuda del ladrillo (el exceso del mercado hipotecario), ha habido una serie de fusiones de bancos y cajas sin una consolidación del sector. Cuando se duda de la solvencia de los bancos crece el ataque sobre la deuda pública y se debilita de nueva cuenta la situación de los bancos. Si recurren a créditos del Banco Central Europeo se toma como muestra de la debilidad reinante y aumentan los intereses por la deuda. Los ajustes presupuestales de gran calado no rompen la desconfianza de los inversionistas. Es un círculo vicioso. España está en el centro del desorden financiero europeo y la incertidumbre es enorme. Entra México. La presencia de los bancos españoles es notable en el sistema financiero. BBVA Bancomer es el más grande y Santander tiene también una posición predominante. El primero genera alrededor de 30 por ciento de las utilidades del grupo a escala mundial, el segundo en torno a 10 por ciento. No hay limites para que esas ganancias se repatrien y repercute en la actividad de crédito al sector público y privado. Un empeoramiento de la situación financiera española y con ello en la eurozona se transmitirá en la estructura global de los capitales. Banamex es propiedad de Citigroup, resentido por la crisis de 2008, y recibió grandes sumas de recursos públicos para evitar la quiebra. Las transferencias de recursos desde México son parte de la operación de saneamiento aún en curso. En el caso de HSBC, el banco inglés también se ha restructurado incluyendo su operación en México. Estos cuatro bancos junto con Scotiabank (canadiense) representan una parte sustancial del negocio bancario en el país, alrededor de 70 por ciento de la cartera de crédito y los dos mayores tienen una posición predominante en la compra de valores de la deuda pública. Hay una fuerte concentración en el sector bancario (y en el conjunto del sistema financiero), pero además la participación del capital extranjero es sumamente elevada, la mayor en el mundo luego de Nueva Zelanda. La estabilidad financiera está resguardada con reservas internacionales del orden de 150 mil millones de dólares y un conjunto de líneas de crédito disponibles para intervenir en el mercado. Pero este seguro es limitado ante los cambios bruscos y rápidos de las corrientes de capitales que hasta ahora han favorecido dicha estabilidad. Este asunto es hoy parte del amplio debate acerca de la normatividad y la supervisión de las instituciones financieras, especialmente de los bancos. Tiene que ver con las pautas de la regulación internacional emanadas de los acuerdos de Basilea (en sus versiones 2.5 y 3) sobre los requerimientos de capital y que aquí la CNBV se apresta a adoptar de modo anticipado. Una cuestión en disputa es la aplicación de modo general a todos los bancos, sin considerar las diferencias entre ellos. La regulación diferenciada debe ser un criterio funcional para salvaguardar la integridad del sistema financiero, sobre todo ante la posibilidad de los embates del exterior. El tema de la concentración bancaria es clave para los reguladores. En Estados Unidos existe la Ley Dodd-Frank, que abarca la reforma de Wall-Street y la Ley de Protección al Consumidor. Pretende contener los efectos de que las instituciones financieras se hayan convertido en demasiado grandes para quebrar, lo que exige la intervención con dinero público para salvaguardarlas. Por supuesto que los bancos han cabildeado muy activamente para frenar la aplicación de la ley y, en la práctica, lo han conseguido. Además está la Regla Volker, que limita las actividades de los agentes financieros separando las gestión de sus recursos propios y las de sus clientes para evitar la especulación que llevó a la crisis de 2008. Entre los cambios regulatorios, las severas condiciones financieras en los países más ricos y las repercusiones de los flujos de capital está hoy colocada la gestión del sistema financiero del país y, sobre todo, la capacidad de mantener la estabilidad macroeconómica. Se trata de que las corrientes de financiamiento se articulen de modo eficaz con las pautas del crecimiento económico, cosa que aún no se consigue luego de los grandes cambios en el sector desde hace ya 20 años. Este asunto no puede ser eludido por las autoridades y menos aún por los candidatos a la Presidencia, que deberán formar un nuevo gobierno y pulir el orden institucional en el sector financiero.

La politica monetaria en el debate nacional

La política monetaria en el debate nacional Alejandro Nadal Argentina está hoy en el centro de atención por la nacionalización de 51 por ciento de las acciones de Repsol-YPF. Es una medida notable y marca un cambio decidido frente a los esquemas del modelo neoliberal. Pero mucho más importante fue la decisión de rescatar el sentido y prioridades de la política monetaria a través de las reformas a la ley del banco central argentino en marzo pasado. El aspecto más sobresaliente de esas reformas es el nuevo compromiso del banco central con el crecimiento y la generación de empleo. Los cambios también establecen la necesidad de una coordinación con la política fiscal, permitiendo no sólo la utilización contracíclica de la política macroeconómica, sino su coordinación con los objetivos del desarrollo económico nacional. Durante los años noventa el régimen monetario argentino (aplaudido por los tecnócratas del salinismo) descansó en una junta monetaria. Se impuso un brutal sesgo procíclico a la política monetaria, siempre bajo el disfraz de combatir la inflación y frenar el uso ‘irresponsable’ de la emisión de moneda. Ese régimen descansaba sobre la liberalización financiera y el libre flujo de capitales. En realidad, estaba comprometido con la especulación y la inversión improductiva. Al poco tiempo el modelo hizo crisis: en 1998-99 el PIB se derrumbó, la inflación se disparó y el déficit externo creció de manera desorbitada. La crisis económica se transformó en una debacle política. La recuperación argentina estuvo marcada por las cicatrices que había dejado el neoliberalismo. La desindustrialización dio paso a un proceso de reprimarización, en especial con las exportaciones de soja transgénica que tiene un altísimo costo ambiental sobre la pampa argentina. Dicho esquema estuvo marcado por su vulnerabilidad y débil sustentabilidad. Para cambiar el modelo era indispensable recuperar el manejo de los principales componentes de la estrategia de desarrollo, comenzando por la política macroeconómica. En 2010 el gobernador del banco central argentino se negó a utilizar las reservas para pagar un tramo de la deuda pública externa. La señora Kirchner lo reemplazó y procedió con su plan para enfrentar 6 mil 500 millones de dólares de vencimientos. Por eso, otro mensaje clave de la reforma es que se debe permitir un manejo racional de la deuda pública, sin sacrificar la economía en el altar de los dioses financieros. ¿Cuáles son las lecciones para México? Primero, es indispensable rescatar la política monetaria para introducir cambios significativos en la economía mexicana, cambios que se traduzcan en mejoras en el bienestar de la población. Durante los últimos 20 años las políticas monetaria y fiscal han estado sometidas a los dictados del capital financiero, sin importar los efectos negativos sobre la economía real. La recuperación de la política monetaria tiene que pasar por una reforma en la ley del Banco de México. Esa ley consagra un régimen de supuesta autonomía, que coloca al instituto monetario por encima del régimen democrático y del imperio de la ley. Un ejemplo de lo anterior fue la violación de la legislación federal en el rescate bancario a raíz de la crisis de 1994-95, con la complicidad de las autoridades del Banco de México y en pleno régimen de “autonomía” del banco central. El control de la inflación se alcanzó reprimiendo la demanda agregada (vía tasas de interés altas y una cruel contracción salarial) y a través de la sobrevaluación del tipo de cambio, que fue usada como ancla del sistema de precios. Se sacrificó el crecimiento, el empleo y la salud de las cuentas externas. Y los logros han sido efímeros: cuando fue necesario un ajuste cambiario, la inflación se desbordó, exhibiendo la fragilidad del paquete de política macroeconómica neoliberal. El mandato dogmático sobre estabilidad de precios debe reemplazarse por objetivos más amplios sobre crecimiento, estabilidad del sistema económico y financiero, así como de justicia social. Un punto que no se puede dejar de lado es el control sobre los flujos de capital. Estos controles son indispensables para recobrar el control sobre la tasa de interés y el tipo de cambio. Sin reformas a la ley del banco central no es posible establecer un régimen de control sobre la inversión de cartera. Una cosa es segura: afirmar que se mantendrá sin cambios la ley orgánica del Banco de México es una forma de garantizar que el modelo neoliberal permanecerá igual. En síntesis, la máxima autoridad monetaria no puede estar por encima del Estado mexicano. Hoy el mundo está envuelto en una megacrisis financiera y económica. Es la crisis del modelo neoliberal. Los dogmas neoliberales han sido expuestos como lo que son, fetiches que nunca resistieron la luz del día. Pero la derecha ha decidido que la mejor estrategia es pasar a la ofensiva, como si su modelo económico de basura no estuviera en el origen de esta crisis. Así, sus candidatos a la Presidencia de México reclaman más neoliberalismo. La izquierda debe marcar un derrotero distinto. http://nadal.com.mx

Apuntes para el socialismo

La crisis de civilización que hoy experimentamos es el resultado de más de dos siglos de modernidad capitalista, un proceso histórico que nos ha conducido a un panorama de miseria social y a una temible crisis ecológica que amenaza la vida sobre el planeta, lo cual anuncia una verdadera crisis de sentido para la vida y para la historia de nuestras sociedades. ¿Acaso la modernidad falló tanto en su apuesta liberal como socialista? ¿Acaso la historia perdió sentido; acaso se haya fatalmente condenada? Para nosotros, si la historia puede cobrar un sentido diferente tendría que hacerlo en un sentido opuesto a la lógica actual de la sociedad; tendría que hacerlo fuera de la lógica cosificada del valor, fuera del individualismo, el autoritarismo, el machismo y la depredación ecológica. Esto implica reinventar el mundo, reinventar la sociedad sobre bases completamente diferentes. La pregunta sería desde dónde construir la experiencia de esa historia distinta. Desde qué posturas teóricas, desde qué valores, desde qué ética y desde qué experiencias históricas. Sin esperar, por supuesto, que ello consista en una receta mágica, monolítica o dogmática. Un cambio posible deberá sembrarse sobre la base de la pluralidad y el debate constante. Desde nuestra perspectiva, la lucha por resignificar la historia debería ser una experiencia que logre atajar los antagonismos modernos entre tradición y modernidad; entre naturaleza y sociedad; entre campo y ciudad y ello representa un ejercicio abierto al debate, abierto a la pluralidad y a la creatividad. La sola idea de cambiar el mundo implica hacer un intento por recuperar las experiencias más valiosas de la humanidad y, al mismo tiempo, ser capaces de innovar, ser capaces de ir contra y más allá de la moderna sociedad capitalista. Sin duda alguna el proyecto liberal de la modernidad capitalista sólo ha sido brutalmente contrastado y puesto en cuestión por el horizonte socialista. El socialismo, como perspectiva de emancipación, se instala en la moderna sociedad industrial intentando cuestionar el orden social en su totalidad; intentando consolidar una verdadera resignificación de la vida y de la historia más allá de la opresión y la explotación. El socialismo, por supuesto, no es ningún bloque estático u homogéneo ya que en su interior conviven diversas perspectivas de emancipación social, pasando por el anarquismo, el comunismo e incluso ciertas formas de socialismo utópico. ¿Pero es válido, o quizás factible, el proyecto socialista como proyecto histórico, como movimiento de transformación social, como anhelo de reinvención radical para la historia? Nos parece, a la vista de las experiencias de lucha social y política a nivel mundial de la última década, que hoy más que nunca es necesario y coherente el horizonte socialista para este siglo pues, frente a la crisis de civilización, el socialismo continúa proponiendo e impulsando la creación de un mundo sin opresión ni explotación, sin propiedad privada ni Estado. Esto indica la vigencia y la necesidad de seguir pensando la realidad de manera distinta; de seguir actuando de manera crítica y radical, es decir, revolucionaria. La pregunta, por supuesto, es qué tipo de socialismo construir y bajo qué supuestos históricos y teóricos, lo cual constituye un reto que sobrepasa a una sola corriente teórica, a una sola corriente política o a un sólo autor. Por ello es importante resaltar la necesidad de consolidar un ambiente de diálogo permanente entre autores y corrientes con la intención de recrear nuestros horizontes prácticos y teóricos. En ese campo de lucha y de emancipación el marxismo revolucionario, sin lugar a dudas, juega un papel primordial. Debemos reconocer que cualquier perspectiva revolucionaria de la modernidad debe transitar necesariamente por las coordenadas esbozadas por Marx y por los distintos marxismos que se han desarrollado en el seno de esta compleja tradición teórica y política. El presente esfuerzo pretende contribuir, de manera simultánea, a una reflexión crítica sobre el proyecto comunista de sociedad y sobre la necesidad y vigencia de la teoría marxista en vistas de reinventar el sentido de nuestras vidas y de nuestra historia. Como todo esfuerzo teórico se ve limitado por distintas razones, y es en esa medida que este ensayo pretende ser una invitación explícita –también- a reinventar la teoría marxista revolucionaria. Con la intensión de impulsar un socialismo revolucionario y libertario, a lo largo de este artículo nos proponemos operar un abordaje y un rescate crítico, desde una perspectiva marxista, de tres corrientes de teóricas y políticas que en la actualidad gozan de un peso significativo para las luchas de las clases subalternas a nivel mundial: el romanticismo revolucionario, el anarquismo y el ecosocialismo. Todo ello, con la intención de entretejer una perspectiva creativa y dinámica para el socialismo del siglo XXI. La decisión de retomar estas tres perspectivas no fue casual. Desde nuestra perspectiva el socialismo del siglo XXI debe emprender una revisión crítica de estas corrientes de pensamiento en vistas de su propio proyecto histórico. Para nosotros, existe la urgente necesidad de hacer de la política socialista una herramienta útil en la lucha de clases actual y, para ello, debe lograr apropiarse de una perspectiva romántica, libertaria y ecosocialista. Entre la tradición y la modernidad: el romanticismo revolucionario Contrariamente a lo que se puede leer en los manuales de historia de la literatura, el romanticismo es mucho más que una escuela literaria de principios del siglo XIX. Se trata más bien de una visión del mundo, que atraviesa todos los campos de la cultura – literatura, artes, filosofía, religión, doctrinas políticas, historiografía, antropología, etc. - y que tiene por eje principal una crítica cultural a la moderna civilización capitalista en nombre de ciertos valores – sociales, culturales, religiosos – del pasado pre-moderno. La protesta romántica se levanta en contra de algunas de las características centrales de las sociedades burguesas modernas: el desencantamiento del mundo, la cuantificación de las relaciones sociales, la mecanización de la vida y la atomización de los individuos. De hecho, el romanticismo es una de las principales estructuras de sensibilidad de la cultura moderna, que aparece en mediados del siglo XVIII -se puede considerar Jean-Jacques Rousseau como su « fundador » - y continúa hasta hoy. Un movimiento político-cultural como el surrealismo es un ejemplo evidente de romanticismo en el siglo XX. Para muchos marxistas, el romanticismo, por su referencia al pasado, es necesariamente un movimiento reaccionario. Pero en realidad, el campo cultural romántico es muy heterogéneo políticamente, y en su interior se cristalizan dos polos opuestos: uno, el romanticismo regresivo, restaurador y/o reaccionario, que sueña con una (imposible) vuelta al pasado; el otro, el romanticismo utópico y/o revolucionario, para el cual se trata más bien de un giro por el pasado en dirección al futuro. Para el romanticismo revolucionario -que hace suyos los valores emancipadores modernos, libertad, igualdad, fraternidad- la nostalgia del paraíso perdido es proyectada hacia un futuro ideal. De hecho, el socialismo romántico es una de las formas que puede tomar el romanticismo revolucionario. La critica romántica de la modernidad no deja de ser, a pesar de su « pasadismo », una forma cultural moderna; se le puede considerar una auto-critica cultural de la modernidad. Su protesta tiene por algo aspectos fundamentales de la civilización capitalista: la mercantilización, la reificación, el espíritu de cálculo comercial, la disolución de todos los valores cualitativos (estéticos, éticos o sociales) y la dominación exclusiva de la cantidad, del valor de cambio, del dinero. Una impresionante síntesis de esta crítica romántica anti-capitalista es el siguiente pasaje de un autor del siglo XIX: « Finalmente vino un tiempo en el cual todo lo que los seres humanos habían considerado inalienable se transformó en objeto de cambio, de tráfico y pudo alienarse. Es el tiempo en el cual las cosas mismas que hasta entonces eran transmitidas pero jamás cambiadas ; regaladas pero jamás vendidas ; obtenidas pero jamás compradas – virtud, amor, opinión, ciencia, consciencia, etc. - una época en la cual finalmente todo paso en el comercio. Es el tiempo de la corrupción general, de la venalidad universal, o, para hablar en términos de economía política, el tiempo en el cual todas las cosas, morales o físicas, transformadas en valor venal, son llevadas al mercado para ser apreciadas a su justo valor ». ¿Quién es el autor, tan nostálgico del pasado pre-capitalista, de esta feroz crítica moral de la sociedad burguesa? Muchos lectores habrán reconocido la pluma de… Karl Marx. 1 ¿Sería Marx un pensador romántico? No, por cierto, pero Marx reconocía a la crítica romántica de la sociedad burguesa una cierta legitimidad: « En etapas anteriores de la evolución se manifiesta una mayor plenitud del individuo (…). Es tan ridícula la nostalgia de esta plenitud originaria, cuanto la creencia en la necesidad de quedarse en el vacio presente. La concepción burguesa nunca logró superar a la romántica, y por tanto esta la va a acompañar, como su legitima oposición, hasta su bendito termino ». 2 Además, existe en los escritos de Marx un « momento romántico », que se manifiesta, por ejemplo, en su interés por el « comunismo primitivo » y, en sus últimos escritos, en defensa de la comunidad rural rusa con sus tradiciones colectivistas. En una carta a la socialista rusa Vera Zasulitsch, en 1881, Marx considera esta comuna como el punto de partida para una regeneración socialista de Rusia. En última instancia, escribe Marx en uno de los borradores de la carta, que es el socialismo sino el « retorno de las sociedades modernas a una forma superior del tipo más arcaico: la producción y la apropiación colectiva » Añadiendo un comentario irónico: « no hay que dejarse intimidar por la palabra ‘arcaico’ ». 3 Se trata de una dialéctica entre el pasado (« arcaico » o « primitivo ») y el futuro (utópico) típica del romanticismo revolucionario. El socialismo romántico se va desarrollar, después de Marx, en la obra de autores como William Morris, revolucionario inglés de sensibilidad marxista/libertaria, autor de la célebre novela utópica, News from Nowhere (Noticias de ninguna parte) (1890), o el filosofo marxista Ernst Bloch, que caracterizaba sus primeros escritos como expresión de « romanticismo revolucionario ». Uno de los socialistas románticos más importantes del siglo XX es el marxista peruano « heterodoxo » José Carlos Mariátegui. C ontra el romanticismo retrogrado de las elites - la nostalgia del periodo colonial - él apela a una tradición más antigua y profunda: las civilizaciones indígenas precolombinas: “El pasado incaico ha entrado en nuestra historia, reivindicado no por los tradicionalistas sino por los revolucionarios. En esto consiste la derrota del colonialismo (…). La revolución ha reivindicado nuestra tradición más antigua” 4 . Mariátegui llamó a esta tradición “el comunismo incaico. 5 No se trata para él de volver al pasado pre-colonial, sino de entender las raíces indígenas del futuro: “El socialismo, en fin, está en la tradición americana. La más avanzada organización comunista primitiva, que registra la historia, es la incaica. No queremos ciertamente, que el socialismo en América sea calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano. He aquí una misión digna de una nueva generación” 6 . Este mensaje no quedó olvidado. Una visión romántico/revolucionaria semejante se encuentra en muchos de los movimientos indigenistas actuales en América Latina. Estos movimientos – en Perú, Ecuador, Bolivia, pero también México - se refieren al pasado comunitario inca o maya, no para restaurar el Twantisuyo, o la civilización de los Mayas, sino para plantear una alternativa radical al neo-liberalismo, al colonialismo, al mismo sistema capitalista. La expresión “socialismo comunitario” que circula en Bolivia es una de las manifestaciones de esta visión del socialismo del siglo XXI. Perspectivas libertarias para el socialismo del siglo XXI Por ruidoso que pueda resultar para muchos, en las luchas de las clases subalternas podemos hallar un sabor libertario inconfundible que trae hasta nosotros la memoria del movimiento anarquista internacional. En la actualidad el anarquismo es un espectro difuso que se mezcla en las luchas cotidianas de las clases subalternas en todo el mundo, a pesar del pensamiento dominante que intento borrarlo, a toda costa, de la memoria de los oprimidos. ¿Tendrá la historia del anarquismo algún significado o valor frente a la situación actual? A lo largo de más de una década tuvieron lugar distintos eventos de lucha cuyo contenido libertario remembraba, no sin melancolía y un sabor utópico inigualable, las grandes odiseas del anarquismo internacional, una historia de luchas, y también de persecución, tortura y deportación. Las luchas antineoliberales emergen en un ambiente completamente distinto pero enfrentado, en muchísimos sentidos, a un panorama que anuncia la necesidad de recrear la política de las mayorías bajo perspectivas abiertamente libertarias. Y en ese caso nos parece que el anarquismo tiene un valor inigualable. El anarquismo, como parte del movimiento socialista, es una de las corrientes políticas más radicales de crítica romántica a la modernidad, pero al mismo tiempo profundamente moderna pues sus aspiraciones llevan hasta sus últimas consecuencias el ideal de la autonomía de individuos y comunidades para conducir sus vidas y su historia. A lo largo del siglo XX, el socialismo libertario logró constituirse como uno de los principales profetas de la revolución socialista como una lucha primordialmente antiestatal y predominantemente social basada en prácticas federativas y autogestivas, elementos presentes en las luchas de las últimas décadas a nivel mundial. Basta recordar el perfil autonomista de los movimientos indígenas en América Latina, los proyectos autogestivos también en esta región así como la autogestión de numerosas fábricas en países como Argentina y Canadá. Es necesario señalar que las tendencias libertarias de las protestas sociales de la última década han traído a colación viejos debates dentro de la izquierda revolucionaria a nivel internacional relacionados con la toma del poder, la construcción del Estado y la participación electoral. Y es que no podemos negar que, desde hace aproximadamente una década, han vuelto de manera contundente las discusiones estratégicas entre los distintos movimientos sociales del mundo. Las tensiones y contradicciones de este proceso fueron particularmente fuertes entre los movimientos latinoamericanos que alcanzaron la capacidad de derribar gobiernos. Desde esta perspectiva consideramos fundamental que el proyecto socialista de este siglo vuelva sobre las experiencias y las concepciones del movimiento anarquista, pues detrás de todos estos episodios podemos encontrar un legado inigualable para las luchas revolucionarias de este siglo. Para las y los socialistas de nuestra época debe ser de gran interés un nuevo acercamiento a la literatura ácrata con el firme objetivo de renovar el proyecto socialista desde perspectivas libertarias. Debemos ser conscientes que tras las experiencias del movimiento socialista durante el último siglo el horizonte socialista para este siglo debe ser capaz de integrar dentro de sus elementos constitutivos una crítica radical del autoritarismo, el burocratismo y el estatismo desarrollados no sólo en las experiencias de la Unión Soviética. Para ello, consideramos fundamental operar un rescate crítico del socialismo libertario. No debemos olvidar que desde sus inicios el anarquismo hizo de la libertad el valor supremo de su pensamiento. Desde esta visión, es la libertad la fuente, pero al mismo tiempo, la única posibilidad de progreso para la humanidad. Es en este sentido que, bajo el enfoque libertario de Proudhon, libertad y solidaridad son conceptos hermanados orgánicamente pues como lo indica en su Confesión de un revolucionario: “Consideradas desde el punto de vista social, libertad y solidaridad son dos conceptos idénticos. Encontrando la libertad de cada uno, no un impedimento en la libertad de los demás, como dice la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de 1793, sino un apoyo, el hombre más libre es el que mayores relaciones tiene con sus semejantes” Como podrá intuirse, dentro del movimiento anarquista no existe una concepción definitivita de la libertad. Sin embargo, todas las corrientes anarquistas coinciden en identificar la libertad con la autonomía plena de individuos y colectividades para decidir el sentido y la dinámica de sus vidas en contraposición a cualquier tipo de jerarquía. De esta manera, la concepción anarquista de la libertad transgrede los tradicionales límites modernos del concepto ya que para el anarquismo la libertad emerge en una oposición irreductible al Estado. Desde la perspectiva ácrata no es el Estado la garantía para la libre autodeterminación de la sociedad. Pero, lo que resulta verdaderamente sorprendente es cómo esta concepción de la libertad fue constituida a través de prácticas históricas completamente radicales. De hecho, la historia del anarquismo es la historia de una serie de experiencias que intentaron llevar, hasta sus últimas consecuencias, esta concepción de la libertad. Esto se hizo evidente en la experiencia de las rebeliones campesinas en Ucrania (1917- 1920) y Corea (1929-1930), la experiencia de la CNT-FAI en la revolución española (1936-38), y en la experiencia del sindicalismo revolucionario en Italia (USI), Argentina (FORA), Bolivia, en otros muchos países. Es necesario reconocer que en todas estas experiencias se ejercieron prácticas que hoy deben volver a pensarse y, sobre todo, a revalorarse. En primer lugar, la perspectiva antiautoritaria del socialismo libertario logró impulsar prácticas tan radicales como las milicias voluntarias en España y Ucrania, la reorganización de la economía sobre la base de la solidaridad a través de cooperativas cuya estructura fue en muchas ocasiones rotativa pero en general una serie de acciones que tendían abiertamente a la autogestión de la vida social. Todas estas experiencias nos muestran que una revolución social en manos de las clases subalternas deberá ser una revolución que aspire a la disolución del Estado y a la autogestión de la vida social. Al mismo tiempo, no queremos dejar de lado las limitaciones y contradicciones de todas estas experiencias. No debemos olvidar que los socialistas libertarios experimentaron en carne propia las contradicciones de una perspectiva estratégica que pretende la disolución inmediata del Estado, y esto fue más que evidente en la experiencia del revolución española en donde la CNT se vio implicada en la participación gubernamental. En la actualidad la disyuntiva está abierta para los distintos movimientos sociales a nivel internacional, sobre todo tras la rebeliones populares en América Latina y recientemente en el mundo árabe y en Europa las cuales revelan que no basta con la lucha social, que a ella debe sumarse la perspectiva estratégica de la toma del poder ya que, sin quererlo o no, el Estado no se disuelve automáticamente sobre todo si pensamos la revolución como un proceso internacional e internacionalista. Desde este enfoque el socialismo del siglo XXI debe pensarse como un proceso revolucionario capaz de combinar la toma del poder con practicas autogestivas abiertamente antiestatales, es decir, la revolución deberá proyectarse como un proceso social y político que debe mezclar la creación de formas democráticas de poder con prácticas que sobrepasen al Estado y que apunten directamente a la autogestión de la vida social. En otras palabras: buscando, como lo sugería Marx a propósito de la Comuna de Paris, formas no-estatales de poder político de los trabajadores. Para nosotros la revolución socialista debe ser una revolución libertaria capaz de reinventar la historia sobre la base de la libertad y la creatividad. La apuesta ecosocialista, la apuesta por una nueva civilización La crisis ecológica planetaria ha tomado un giro decisivo con el fenómeno del cambio climático. Primera constatación: todo se acelera mucho más rápidamente que lo previsto. La acumulación de gases con efecto de estufa, la elevación de la temperatura, la fusión de los hielos polares y de las « nieves eternas » de las montañas, las sequias, las inundaciones: todo se precipita, y los balances de los científicos, apenas la tinta de los documentos ha secado, se revelan demasiado optimistas. Ya no se habla de lo que pasará dentro de cien años, en un futuro remoto, sino de catástrofes que pueden darse en las próximas décadas. Los efectos de feed-back pueden provocar un salto cualitativo en el efecto de estufa y un desbordamiento incontrolable e irreversible del calentamiento global. ¿Qué pasará si la temperatura supera los 2 o 3 grados? Sabemos que la subida del nivel del mar puede llevar a la sumersión de las grandes ciudades marítimas de la civilización humana. ¿A partir de un cierto nivel de temperatura - por ejemplo seis grados - la Tierra seria aun habitable para nuestra especie? Infelizmente no disponemos de un planeta de repuesto en el universo conocido por los astrónomos… ¿Quién es el responsable por esta situación, inédita en la historia de la humanidad? Es el Hombre, contestan los científicos. La respuesta es correcta, pero un poco corta: el hombre habita la Tierra hace milenios, pero la concentración de gas carbónico ha empezado después de la Revolución Industrial y se ha agravado considerablemente en las últimas décadas. En cuanto marxistas, creemos que la respuesta es: la culpa la tiene el sistema capitalista, con su lógica absurda de expansión y acumulación infinita, su productivismo obsesionado por la ganancia. Un sistema intrínsecamente perverso, que el pretendido « socialismo real », ya desaparecido sin gloria, trató de imitar, tanto en el terreno del aparato productivo – basado en las mismas fuentes de energía, fósil y nuclear - cuanto en su obsesión productivista, en una variante de corte burocrático. La racionalidad estrecha del mercado capitalista, con su cálculo inmediatista de pérdidas y ganancias, es necesariamente contradictorio con una racionalidad ecológica, que toma en consideración la temporalidad larga de los ciclos naturales. No se trata de oponer los « malos » capitalistas ecocidas a los « buenos » capitalistas verdes: es el propio sistema, basado en la feroz competencia, en la impiedosa exigencia de rentabilidad, en la corrida por la ganancia rápida, que es inevitablemente destructora de la naturaleza. Una reorganización del conjunto del modo de producción y de consumo es necesaria, basada en criterios exteriores al mercado capitalista: las necesidades reales de la población y la defensa de los equilibrios ecológicos. Esto significa una economía de transición al socialismo, en la cual es la misma población - y no las « leyes del mercado », o un Buró Político autoritario – quien decide, democráticamente, las prioridades de la producción y del consumo. Esta transición conduciría no solo a un nuevo modo de producción y a una sociedad más igualitaria, más solidaria y más democrática, sino también a un modo de vida alternativo, una nueva civilización, ecosocialista, más allá del reino del dinero, de los hábitos de consumo artificialmente inducidos por la publicidad, y la producción al infinito de mercancías inútiles. ¿Qué es entonces el ecosocialismo? Se trata de una corriente de pensamiento y de acción que se refiere al mismo tiempo a la defensa ecológica de la naturaleza y a la lucha por una alternativa socialista. En ruptura con la ideología productivista del « progreso » y del « crecimiento » - en su forma capitalista y/o burocrática – esta corriente representa una tentativa original de articular las ideas fundamentales del socialismo - marxista y/o libertario - y del anti-capitalismo con los avances de la crítica ecológica al productivismo. El ecosocialismo es un movimiento revolucionario que pretende abrirse paso fracturando la vida contemporánea en todas sus escalas. No demos olvidar que una revolución ecosocialista debe emerger, simultáneamente, como una revolución política pero también como una revolución de la vida cotidiana. Un proceso en donde los grandes y los pequeños cambios no son contradictorios sino complementarios. Desde ahora las y los ecosocialistas debemos emprender un combate por hacer coincidir las luchas sociales y políticas con las luchas ecológicas en una perspectiva de cambio radical. Como lo podemos constatar, el entrecruzamiento entre estas luchas será cada vez más intenso como lo demuestra la situación actual en América Latina y en muchísimas regiones del mundo. Nos encontramos frente a un panorama muy contradictorio en donde la crisis ecológica es combatida por las clases subalternas de todo el mundo, no solo mediante resistencias sino también mediante prácticas alternativas que portan, en la práctica, una visión ecológica anticapitalista. Ello puede observarse nítidamente en numerosos territorios de América Latina en donde diversas comunidades, mayoritariamente rurales e indígenas, gestionan de manera autónoma diversos recursos naturales. Las luchas ecológicas en todo el mundo representan un amplio escenario lleno de vida. Un escenario en donde se funden tradiciones antiquísimas de respeto a la naturaleza con nuevas experiencias que intentan inaugurar una nueva relación con la naturaleza. Uno de los ejemplos más significativos, a pesar de sus tensiones y contradicciones, lo podemos encontrar en Bolivia: por un lado, el país sigue dependiendo de las energías fósiles (gas), pero por el otro, el gobierno de Evo Morales ha encabezado las movilizaciones internacionales en contra del cambio climático. En la actualidad las luchas ecológicas a nivel internacional hacen evidente que las luchas ecológicas son simultáneamente luchas políticas en donde se disputa el rumbo de la historia. Contrario a los que muchos quisieran, la crisis ecológica es un conflicto de clases. No podemos olvidar que los costos de la crisis son actualmente descargados sobre las y los explotados del mundo. Por esta razón, pensamos que el horizonte ecosocialista debe operar multiescalarmente, apoyando procesos locales y regionales e impulsando, simultáneamente, perspectivas nacionales, continentales e internacionales. Nuestra labor es hacer converger todas estas movilizaciones no sólo en el terreno de lo social, mediante proyectos de autonomía y autogestión, sino también mediante la lucha por el poder pues debemos ser conscientes de que el capitalismo no desaparecerá de la noche a la mañana. De ello se desprende la necesidad de combinar los combates sociales con los combates políticos. No basta luchar por cambios de gobierno, pero tampoco basta con la lucha social al margen del poder. Ambas dimensiones deben impulsarse simultáneamente. Es desde esta visión que consideramos fundamental pensar en la construcción de gobiernos no solo anticapitalistas sino también ecologistas ya que, como lo demuestran las pugnas actuales socioambientales en América Latina, se trata de consolidar experiencias de gobiernos anticapitalistas con una perspectiva ecologista. Nos encontramos en un momento estratégico para las luchas ecológicas a nivel internacional. Sobre todo, si tenemos en cuenta el desastre de la COP 16 que anunció la intensificación de los desastres ecológicos, pero sobre todo tras la cumbre de los pueblos realizada en Cochabamba en donde se hizo evidente la necesidad de pasar a la ofensiva, de ir más allá de la resistencia avanzado sobre la consolidación de alternativas sociales y políticas, más allá del capitalismo. Finalmente, queremos expresar que luchar por una revolución ecosocialista implica resignificar el sentido de nuestras vidas pues una relación distinta con la naturaleza conlleva una relación distinta con nosotros mismos. Conclusión El socialismo del siglo XXI se sitúa en una relación dialéctica de continuidad y ruptura en relación con el socialismo del siglo XX. La continuidad se refiere a lo mejor que ofreció el pensamiento y la acción de los revolucionarios del pasado, desde Emiliano Zapata y Augusto Cesar Sandino, hasta José Carlos Mariátegui y Ernesto Che Guevara ; desde Rosa Luxemburgo y León Trotsky, hasta Bonaventura Durruti y Emma Goldman ; desde György Lukács y Ernst Bloch hasta Antonio Gramsci y Walter Benjamin ; desde William Morris y Gustav Landauer hasta André Breton y Guy Debord. La lista es obviamente mucho más larga… Nos interesa la herencia marxista revolucionaria, libertaria y romántica, en su pluralidad contradictoria pero potencialmente convergente. No se trata de inventar un nuevo dogma, un sistema cerrado con pretensiones exclusivas, en lugar del llamado « marxismo-leninismo » del siglo XX, sino de buscar inspiración en la diversidad de las culturas revolucionarias. Nos interesan también, pero con una perspectiva crítica, las grandes experiencias revolucionarias del siglo XX, no sólo las victoriosas - la revolucion rusa, la cubana - sino también las que fueron derrotadas: la revolución mexicana, la alemana, la española - entre otras. No empezamos desde cero, ni hacemos del pasado tabla rasa: sin memoria del pasado, no habrá futuro. La ruptura se refiere a las tendencias dominantes en el socialismo del siglo XX, el reformismo social-demócrata, cómplice de la Primera Guerra Mundial, responsable del asesinato de Rosa Luxemburgo en 1919 y de varias guerras coloniales, y el estalinismo, responsable de numerosos crímenes en contra de la humanidad en nombre del « comunismo ». Estas dos tendencias comparten una concepción estatista, « desde arriba », del socialismo, donde todas las transformaciones son iniciativa del Estado - burgués, en el caso de la social-democracia, burocrático/autoritario en el estalinismo – y de sus aparatos. La ruptura se refiere también a la tendencia productivista, predominante en las corrientes socialistas del siglo XX, desde las más moderadas hasta las más radicales. La opción por el ecosocialismo es, desde un cierto punto de vista, la más novedosa dimensión del socialismo del siglo XXI en relación a las tradiciones del pasado en la izquierda y el movimiento obrero. Ella implica una ruptura con el culto « socialista » del infinito « desarrollo de las fuerzas productivas », y con la ideología del progreso irreversible, traducido por el « crecimiento » y la « expansión » de la producción y del consumo. Hemos propuesto tres dimensiones que nos parecen importantes para el socialismo del siglo XXI: el romanticismo, el anarquismo y la ecología. No las planteamos como alternativa al marxismo revolucionario, sino como una forma de enriquecerlo, y de radicalizar su oposición a la civilización capitalista. Estas tres dimensiones no son separadas, sino que se interrelacionan y se combinan de diferentes formas. El anticapitalismo romántico está presente tanto en la ecología radical como en el socialismo libertario - y viceversa. El socialismo del siglo XXI es un horizonte utópico, una propuesta revolucionaria, la perspectiva de « un otro mundo posible », más allá de las infamias del capitalismo. Pero no se trata, para nosotros, de esperar por el « Gran Día », el derrocamiento final del capitalismo, la revolución mundial. El camino hacia el socialismo del siglo XXI empieza hic et nunc, aquí y ahora, en la convergencia de luchas de clases y luchas ambientales, contra el enemigo común que son las políticas neo-liberales, la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el imperialismo yanqui, el capitalismo global. La lucha de las comunidades indígenas, de los campesinos sin tierra y de los trabajadores del campo de Perú, Ecuador y Brasil en defensa de la Amazonia, bien común de la Humanidad, en contra de las multinacionales petroleras, los latifundistas, las empresas madereras y el agro-negocio es un ejemplo evidente de estos combates por un futuro distinto. Lo mismo se puede decir de la rebelión de los estudiantes en defensa de la educación como servicio público en Chile, de las ocupaciones de fábricas en Argentina, de los acampamientos de los sin-tierra en Brasil, - así como de algunas de las discusiones e iniciativas que se dan en el Foro Social Mundial, con la perspectiva de que « otro mundo es posible » - todas éstas son -potencialmente- semillas del socialismo del siglo XXI. Hay que mencionar también la extraordinaria experiencia del movimiento zapatista de Chiapas, con sus iniciativas de auto-organización de las comunidades indígenas, y con su planteamiento internacionalista, materializado en la Conferencia Intergaláctica de 1994 – iniciativa pionera del movimiento altermundialista. Algunas de las medidas de los gobiernos anti-imperialistas de Venezuela, Bolivia y Ecuador son también pasos en esta dirección ; pero se trata de procesos cargados de contradicciones, que sólo podrán avanzar en la medida que los movimientos sociales lo impulsen a través de movilizaciones « desde abajo » - lo que implica que los sindicatos, los ecologistas, los movimientos campesinos, las comunidades indígenas y las fuerzas de la izquierda anti-capitalista se organicen de forma autónoma en relación al gobierno y al Estado. La pregunta, por supuesto, es cómo reconstituir y reposicionar el horizonte socialista como un proyecto histórico viable, no como un proyecto de minorías radicales sino como una aspiración paras las mayorías explotadas y oprimidas de todo el mundo, pensando, al mismo tiempo, al socialismo como un proyecto y como un proceso heterogéneo y abierto, en constante cambio pero firme en sus convicciones históricas. Esta tarea exige dejar atrás las fórmulas dogmáticas y sectarias proponiéndonos consolidar experiencias verdaderamente históricas que respondan a la situación actual, a las necesidad de las luchas contemporáneas. Tal y como Rosa Luxemburgo lo mencionaba, las y los socialistas no somos, ni debemos ser, los maestros rojos de la revolución, por el contrario, la tarea de los revolucionarios es lograr tejer un puente entre el proyecto socialista y las luchas actuales; ello implica precisamente un ejercicio de sensibilidad ineludible. Pensar el socialismo del siglo XXI es pensar una revolución para la vida. Pensar y actuar como socialista es ser capaces de subvertir el orden común, de cuestionar radicalmente el mundo tal cual es, atreviéndonos a soñar con un mundo completamente diferente. André Breton, fundador del surrealismo, co-autor, con Leon Trotsky, del Manifiesto por un Arte Revolucionario Independiente (Mexico, 1938), escribió en 1935 estas palabras aun actuales: Marx decía “tenemos que transformar el mundo”, el poeta Arthur Rimbaud decía “hay que cambiar la vida”; para nosotros, los dos constituyen un solo y único imperativo. Notas: 1 Karl Marx, Misère de la Philosophie, Paris, Ed. Sociales, 1947, p. 33. 2 K.Marx, Grundrisse der Kritik der politischen Ökonomie, , Berlin, Europäische Verlaganstaltung, 1953, p. 80 3 K.Marx, « Brouillons de la réponse à Vera Zassulitsch, 1881, in Œuvres II. Economie, Paris, Gallimard, 1968, pp. 1561, 1570 4 JC Mariátegui, “La tradición nacional”, 1927, Peruanicemos el Perú, Lima, Amauta, 1975, p. 121. Mariátegui Total, Lima, Empresa Editora Amauta S.A., 1994, p. 326. 5 Esta expresión aparece también en la Introducción a la Crítica de la Economía Política de Rosa Luxemburgo– publicada en Alemania en 1925 e indudablemente desconocida por Mariátegui. 6 JC Mariátegui, “Aniversario y Balance”, 1928, Ideología y Política , pp. 248-249. Mariátegui Total , Lima, Empresa Editora Amauta S.A., 1994, p. 261. Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

miércoles, 18 de abril de 2012

Sobre REPSOL y el abstecimiento energetico

SOBRE REPSOL Y EL AUTOABASTECIMIENTO ENERGETICO Guillermo Almeyra Primero, los hechos. Repsol no es España sino una multinacional petrolera con capitales españoles minoritarios, pues la mayoría está en manos de capitalistas de otros países que - con la participación de la mexicana PEMEX- abarcan más del 51 por ciento de las acciones. Además, es tan poco española que evade impuestos en España y es...tá registrada en paraísos fiscales. Pero los aullidos del gobierno de Madrid (y de la Unión Europea) así como la reacción de todos los capitalistas demuestran que los gobiernos se identifican con los monopolios y el capital financiero y no toleran medidas legales que consideran chavistas. Ese griterío es un reflejo preventivo. En efecto, todas las empresas (de servicios o bancarias) con mayoría de capitales españoles en Argentina no sólo aportan muchas más ganancias que sus casas matrices ibéricas sino que logran estas superganancias porque depredan y no invierten en el país ni renuevan el material desde hace décadas, cuando el peronismo menemista privatizó todas las empresas de interés nacional vendiéndolas por casi nada. Argentina ya estatizó a Aerolíneas Argentinas, que había sido destruida por Iberia y por el grupo Marsans y exige ahora de las empresas telefónica y de electricidad un servicio eficiente que éstas se niegan a dar pues prefieren mandar sus ganancias a España en vez de reinvertirlas. De ahí que, viendo lo de YPF, pongan sus barbas en remojo. El gobierno de Cristina Fernández no fue picado por ningún tábano nacionalista. La misma presidenta, cuando era senadora en los 90, presentó un proyecto de ley para privatizar el petróleo.Ella y su marido, gobernador de la provincia petrolera de Santa Cruz, aprobaron la política privatizadora de Menem, el ingreso de Repsol en YPF y la peligrosa fragmentación del control nacional del petróleo que pasó a manos de las provincias extractoras. Además, durante muchos años el kirchnerismo no dijo nada sobre el carácter depredador de la empresa petrolera privada; es más, lo reforzó permitiendo que un grupo de sus amigos capitalistas –el grupo Petersen (de la familia Eskenazy)- sin poner un peso propio comprase un importante paquete de acciones con crédito público y, hasta el año pasado, la Cristina Fernández de Kirchner anduvo del brazo con Repsol. La presidenta que regala a la depredadora gran minería estadounidense-canadiense los recursos andinos y permite a cuatro monopolios sojeros transnacionales poner en riesgo suelos y agua y amenazar los cultivos alimenticios y que concede una base en el Chaco a Estados Unidos no es, precisamente, un modelo de nacionalismo. Si ahora empieza vestirse de blanco y celeste y se pone el bonete frigio, tanto en el caso de las Malvinas como en el de YPF, es por motivos bien concretos. O sea, por el agravamiento de los efectos de la crisis económica mundial sobre la frágil economía dependiente argentina y por la necesidad de responder a la creciente agitación social (el año pasado hubieron más movilizaciones y paros que en el 2001). Entendámonos: las Malvinas son argentinas y el reclamo es legítimo. Lo ilegítimo es que una causa justa sea utilizada para tapar y poner en segundo plano la imposibilidad de mantener los subsidios a los servicios y la canasta básica, de resolver el desastre del sistema ferroviario o de hacker aceptar el intento de congelar virtualmente los salarios al proponer un tope por debajo de la inflación real en las discusiones paritarias. YPF, por supuesto, debe ser un instrumento para el desarrollo nacional, nunca debió ser privatizada y mucho menos aún cedida a Repsol, como lo fue con los gobiernos peronistas de Menem y de Néstor y Cristina Kirchner. Si ahora ésta expropia las acciones de Repsol y construye una empresa privada paraestatal con control del Estado es porque la factura de la importación energética llegó a ser casi igual al excedente argentino en la balanza comercial y continuaba creciendo, ya que Repsol no exploraba ni explotaba nuevos yacimientos ni reinvertía sus enormes ganancias. Repsol sigue siendo una empresa mixta, ahora con mayoría de capital estatal y todavía con participación importante de capitalistas privados. No ha sido convertida en empresa estatal ni desprivatizada, como sugiere tanto la prensa española como la argentina. La acción, aunque tardía, parcial e insuficiente, es necesaria y debe ser apoyada. Sin embargo, para que YPF funcione bien hay que tener los capitales necesarios para explorar y explotar nuevos yacimientos de gas y de petróleo, hay que tener los técnicos y las técnicas que potencien la producción y la refinación porque la relativa mejoría económica en los últimos años hizo crecer el consumo domiciliario y las necesidades energéticas. El autoabastecimiento energético no se logrará en un día. Además, la Argentina tiene reservas pero no es un país petrolero y sus necesidades serán cada vez mayores.. Otras son pues, las soluciones. En primer lugar, Repsol causó daños por acción u omisión. No hay que pagarle nada, ni los 10 mil millones de dólares que pretende ni los cerca de seis mil que podría pagar el gobierno. Ese dinero debería volcarse a la exploración y explotación petrolera recurriendo a los conocimientos y capacidades de todos los petroleros argentinos expulsados por la privatización de YPF. Al mismo tiempo Argentina debería buscar una integración energética con el resto de los países latinoamericanos, compensando con la cooperación industrial las diferencias que puedan existir en las cuentas de importación-exportación de combustibles y establecer el control de cambios y el monopolio del comercio exterior para no dejarlo en manos de las grandes empresas extranjeras y para evitar la fuga de capitales, El patrioterismo es el argumento de los canallas para engañar imbéciles. Que los siervos en España del gran capital lo esgriman para ocultar su crisis y la desocupación. En Argentina, por el contrario, el consenso necesario para anular las contra medidas capitalistas se debe lograr diciendo la verdad y con acciones audaces.